DOMINGO DE RAMOS EN
LA PASIÓN DEL SEÑOR cC (13 de abril 2025)
Primera: Isaías 50, 4-7; Salmo: Sal 21, 8-9. 17-18a.
19-20. 23-24; Segunda: Filipenses 2, 6-11; Evangelio: Lucas 22, 14 –
23, 52
Nexo entre las
LECTURAS
¡El dolor! Realidad histórica y designio de Dios. Aquí está el centro
del mensaje del Domingo de Ramos. El Siervo de Yahvéh (primera lectura) sufre
golpes, insultos y salivazos, pero el Señor le ayuda y le enseña el sentido del
dolor. San Pablo, en el himno cristológico de la carta a los filipenses
(segunda lectura), canta a Cristo que "se despojó de su grandeza, tomó la
condición de esclavo". En la narración de la pasión según san Lucas, Jesús
afronta sufrimientos indecibles e incontables, a la manera de un esclavo, pero
sabe que todo está dispuesto por el Padre y por ello confía al Padre su
espíritu. Por eso decimos con fe que el dolor es redentor.
Temas...
«Perdónales porque no saben lo que
hacen» (Lc 23,34)
Esta palabra parece no encajar en lo que está
ocurriendo. Porque, si nos paramos a pensar con detenimiento, ¿en qué cabeza
cabe que después de ser traicionado y negado; después de recibir golpes y
burlas y justo en el momento de ser clavado en la cruz, la primera palabra que
salga de los labios de Jesús sea «perdón»? ¿Cómo antes de buscar cobijo y
amparo para su madre –que observaba todo (cfr. Lc 23, 49)– es más, cómo antes
de confiar su espíritu al Padre lo primero que suplica e implora es compasión
para sus verdugos? En los cálculos mentales humanos es prácticamente impensable
que pueda ocurrir semejante situación. Sin embargo, hay biblistas que afirman
que esta palabra no solo es clave dentro del relato evangélico, sino necesaria,
imprescindible, vital. ¿Por qué? Pues porque es la que hace que el texto se
ajuste no a los cálculos humanos, sino a los de Dios. El tema del perdón es
fundamental en el evangelio de Lucas. La conocida como parábola del hijo pródigo
(cfr. Lc 15, 11-32), entre otros relatos, ejemplifica, y de qué manera, esto
que decimos. Por ello, lo que podemos contemplar en esta palabra es que Jesús,
en el momento de mayor dolor físico, abandono afectivo y sufrimiento racional
sigue siendo coherente con su predicación y nos ofrece su propio ejemplo. No
echemos en el olvido que Jesús de Nazaret, después de proclamar el mensaje de
las Bienaventuranzas en el sermón del llano (cfr. Lc 6,20-26), la primera
indicación que lanza es «amen a sus enemigos, traten bien a los que los odian;
bendigan a los que los maldicen, recen por los que los injurian» (Lc 6,27-28).
Y es que Jesús, al extender sus brazos en la cruz acoge tanto a ‘amigos’ como ‘enemigos’.
Porque es así como podrá condenar todo odio, toda ira y toda cerrazón y dureza
de corazón del ser humano de todos los tiempos.
«Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43)
Solo Lucas pone voz al que se conoce como «buen Ladrón ». Los otros
evangelistas –Mateo y Marcos– sobre los dos «ladrones» indican que se unían,
desde sus patíbulos, a las ofensas y reproches que las autoridades tanto
civiles como religiosas proferían contra Jesús. Pero en Lucas hemos de
centrarnos en la actitud del ‘bueno’. Y en él podemos descubrir que era
consciente de la injusticia que se estaba cometiendo con Jesús. Y no solo eso.
También sabía que su destino –el de Jesús– iba a ser dichoso porque traspasa
las fronteras de este mundo colmado de tanto malhechor y sinvergüenza. ¡Qué
paradoja! ¿Quién iba a pensar que un absoluto desconocido; un maleante,
delincuente culpable de delitos graves y condenado a muerte por ello, fuera el
que reconoció a Jesús como portador de un Reino de felicidad plena en el que
nadie, por muy inmoral que haya sido, es olvidado para siempre? Mientras que
Pedro, el amigo, el confidente, el incondicional dispuesto a todo, incluso a lo
más extremo (cfr. Lc 22,33), había negado rotundamente pocas horas antes,
conocer siquiera la existencia de Jesús. Sabemos que bastó una mirada directa
(cfr. Lc 22,61), indescriptible, pero con toda seguridad colmada de amor y
ternura, para que el primer Papa de la historia reconociera la gravedad de su
pecado: negar a Dios. Por ello, esta palabra dirigida al buen Ladrón nos ha de
llevar a contemplar que en una vida repleta de errores siempre va a estar
presente la posibilidad de transformación. Porque la conversión nos habla del
hoy misericordioso de Dios que, actuando en la historia, cambia la necedad del
hombre por conocimiento y sabiduría. Porque el buen Ladrón no pidió un puesto
de honor en el Reino de Jesús, como otros se habían disputado (cfr. Lc 22,24).
Eso lo había conseguido sin necesidad de pedirlo. Este delincuente solo
imploraba que fuese recordado por Aquel en quien había descubierto, no la
posibilidad de ser indultado de sus delitos, sino algo mucho mayor a la par que
liberador. Porque la palabra que dirigió Jesús al Ladrón bueno antes de que
ambos cerraran los ojos en este mundo, le abrió, en ese preciso instante, las
puertas de la felicidad plena para que su conversión sincera, su confianza en
Dios y su oración de petición fueran recordadas como ejemplo a seguir, por toda
la eternidad.
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46)
Antes de que Jesús pronuncie esta última palabra, Lucas nos ha ido preparando
para que descubramos que algo grande va a ocurrir. Y es que el mundo se ha
quedado a oscuras; y en el Templo, el velo, ese que debía ocultar lo más
sagrado, se ha roto por la mitad (cfr. Lc 23, 44-45). Por ello, después de
esto, Jesús se lanza con una confianza absoluta a los brazos del Padre. A
diferencia de otros evangelistas en Lucas no encontraremos grito alguno en este
momento (cfr. Mt 27,50; Mc 15,37). ¿Es importante esta distinción? Y otra
cuestión. ¿Por qué Lucas ha puesto en labios de Jesús el salmo 31 en lugar del
salmo 22, como encontramos en otros relatos (cfr. Mt 27,46; Mc 15,34)? La
respuesta al interrogante planteado quizá sea que Jesús, sin tener duda alguna,
sabe que Dios jamás abandonará a nadie. Y menos en momentos de sufrimiento,
angustia y soledad. Así pues, en esta palabra hemos de descubrir y contemplar
el culmen de esa esperanza (Jubileo 2025) que Jesús de Nazaret había mostrado
siempre a lo largo de su vida con sus dichos y hechos. Sin embargo, la realidad
es que el mundo, en esa hora, ha quedado en tinieblas. La oscuridad lo domina
todo. Tan solo falta dar sepultura (cfr. Lc 23, 50-56). ¿Y ahora? ¿De verdad
que esta es la última palabra? ¿De verdad que no hay nada más que decir?
Sabemos perfectamente que la respuesta es no. Cristo ha entregado su espíritu.
Y aquí, en esta palabra –espíritu– está la clave. Porque será ahora el Espíritu
el que va a dar el impulso necesario para que la predicación del Evangelio
llene de luz la vida del ser humano. Para que descubra que hay una claridad
nueva más allá de lo conocido. En definitiva, para que el confiar del hombre
quede preñado de esperanza, y se siga lanzando, en cualquier situación de
adversidad, a los brazos del Padre.
Sugerencias...
El dolor, un tesoro escondido. El hombre tiene
miedo del dolor. Quisiera eliminarlo, arrancarlo de la vida humana, e incluso
de la vida animal. Parece como si el dolor fuera solo mal, un mal abominable,
un ‘agujero negro’ en el gran universo humano que devora todo lo que entra en
su campo de acción. Parece como si la gran batalla de la historia actual fuera
contra el dolor en lugar de ‘por el hombre’. Hay que rezar y reflexionar sobre
esto, porque a veces resulta que logramos destruir el dolor, pero de tal manera
que destruimos también algo del hombre. Los padres, para que sus hijos no
sufran, no les quieren negar nada, les dejan hacer todos sus caprichos, pero...
¿no están de esta manera perjudicándolos a largo plazo? A los ancianos, a los
enfermos terminales se les amortiguan los dolores con medicinas que les hacen
perder en gran parte la conciencia. ¿No se les hace perder así libertad y
nobleza de espíritu ante el dolor? No respaldar el sufrimiento en sí, es
necesario aliviarlo lo más posible, recemos por la asunción humana del
sufrimiento. No son infrecuentes los casos de jóvenes y adultos que ante el
fracaso escolar o profesional, ante una decepción amorosa, ante un escándalo de
corrupción, prefieren acabar con la vida o entran en una desilusión aplastante
que no quieren enfrentarse con el rostro doloroso de la situación. ¿Por qué? Porque
no se conoce, no se ha descubierto el tesoro escondido en el dolor (Papa
Francisco). Para el hombre es un tesoro escondido de humanización. Para el
cristiano es un tesoro escondido de asimilación del estilo de Cristo, de valor
redentor. También San Juan Pablo II ha tenido la osadía de hablar del Evangelio
del sufrimiento, ciertamente del sufrimiento de Cristo, pero, junto con Él, del
sufrimiento del cristiano. Estamos llamados a vivir este Evangelio en las
pequeñas penas de la vida, estamos llamados a predicarlo con sinceridad y con
amor, de manera especialísima este Año Jubileo.
Consuelo en el dolor. La medicina está
descubriendo que la presencia amiga junto al lecho del enfermo puede aliviar el
dolor más que una inyección de morfina. Hay una relación estrecha entre el alma
y el cuerpo, y el consuelo espiritual de una cercanía suaviza los más terribles
sufrimientos. Nos dice de manera buena y paternal el Santo Padre que las obras
de misericordia espirituales (instruir, consolar, confortar, sufrir con
paciencia...) y corporales (dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo
tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los
muertos...), son formas tradicionales y novedosas de ayudar al hombre en su
dolor. Son formas que continúan siendo válidas e indispensables. Junto a ellas
surgen y surgirán nuevas formas según las necesidades de nuestro tiempo. Lo que
importa es tener conciencia de que, como discípulos misioneros, hemos de
acompañar a los hombres en su dolor, hemos de ser serviciales con aquel que
padece sufrimientos, hemos de aliviar con nuestra cercanía y nuestro consuelo
sus sufrimientos y los nuestros. ¿No es una buena forma de alivio el enseñar a
los que sufren a dar sentido y valor a sus sufrimientos? ¿y aprenderlo nosotros
mismos?
Nuestra Señora de los dolores, ruega por nosotros.