Solemnidad de la ASCENSIÓN DEL SEÑOR cA (21 de mayo 2023)
Primera: Hechos 1, 1-11; Salmo: Sal 46, 2-3. 6-9; Segunda:
Efesios 1, 17-23; Evangelio: Mateo 28, 16-20
Nexo entre las
LECTURAS
El nexo de las
Lecturas de este Domingo es la presencia… el fin de una manera de presencia y el inicio de una nueva manera de presencia. En la despedida de Jesús resucitado, Él se dirige a sus discípulos con estas palabras: "Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra" (Evangelio). Al inicio de los Hechos de los Apóstoles, los discípulos preguntan a Jesús si es ahora cuando va a restablecer el reino de Israel, a lo que Jesús responde: "No les toca a ustedes conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder. Ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo y serán mis testigos..." (primera lectura).
También es nexo la revelación y gloria de la
Santísima Trinidad: el poder del Padre y fuerza del Espíritu, que son
prerrogativas de las que Jesucristo glorioso también participa. En la carta a
los de Éfeso, san Pablo pide que Dios nos conceda una revelación que nos
permita conocerlo plenamente, que nos permita conocer que Cristo resucitado
"está sentado a su derecha en los cielos, por encima de todo principado,
potestad, poder y señorío... y que todo lo ha puesto Dios bajo los pies de
Cristo" (segunda lectura).
Debemos ser de aquellos que invitan a los demás a esta fiesta divina,
como lo hace el salmista: Pueblo elegido... Pueblo escogido... Pueblos de la
tierra... Todos los pueblos... Gritos de alegría... aplausos... participar
alegremente en esta aclamación de Dios… se trata de una reunión libre, de una
"fiesta"… ¿participamos? ¿invitamos a otros a participar con nuestra
vida y con nuestras palabras?... venimos de grandes fiestas, Domingo de Ramos,
Semana Santa, Pascua de Resurrección, Buen Pastor… y seguimos de fiesta:
Ascensión, Pentecostés, Cuerpo y Sangre de Cristo, Sagrado Corazón de Jesús,
Santísima Trinidad, la misma fiesta de los Apóstoles san Pedro y san Pablo…
ea!!!! hasta el Cielo no paramos.
Temas...
La Ascensión. Ascensión significa
subida: hacemos una ascensión al pico de un monte. Jesús "sube" a la
derecha del Padre "por encima de todo nombre conocido". Uno de
nosotros (Cristo glorificado) ha sido introducido en el mismo ámbito de Dios:
¡claro que está por encima de todas las grandezas que los hombres ambicionamos:
fama, autoridad, influencia...! Es cima no por poder/dominio, sino por mayor
amor, amor sublime, amor misericordioso.
Y subió al cielo... Jesús no se elevó
como los globos o barriletes que entusiasman a los pequeños, como un avión o
una nave espacial. Así como la tierra es nuestra casa, llamamos CIELO a la
"casa" de Dios: "Padre nuestro que estás en los cielos".
Modos de decir: Dios no tiene una casa y una patria; está presente en todas
partes. Jesús no fue arriba, ni abajo, ni adentro. Murió (con la muerte dejó,
como cada uno de nosotros, nuestro mundo: este modo de vivir y de amar que
conocemos y experimentamos) y pasó al modo de vivir y de amar de Dios, que está
muy por encima de nuestras realidades. Por eso decimos que "subió al
cielo". Y añadimos "está sentado a la derecha del Padre", asociado
íntimamente a su vida y a su gloria.
Pascua y Ascensión. Celebramos la
Pascua durante siete semanas. Hasta ese momento ponemos el acento en el hecho
de que Jesús vive –es el Viviente por excelencia–, no nos ha dejado, está con
nosotros. La Ascensión subraya su glorificación. La primera lectura lo describe
con una hermosa pieza literaria; la segunda lectura afirma como profesión de fe:
el Padre resucitó a Cristo de entre los muertos y lo sentó a su derecha
(Resurrección y Ascensión constituyen un único acontecimiento); el evangelio,
como en un cuadro magnifico, presenta al Señor de la gloria ejerciendo su
soberanía: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra".
La Ascensión de Cristo es también
nuestra elevación. En la Pascua celebramos la resurrección de Cristo y la nuestra; en la
Ascensión, su exaltación y la nuestra: Él es totalmente para nosotros, los
hombres. Los cristianos fuimos incorporados a Él por el bautismo. La segunda
lectura lo afirma claramente: "la extraordinaria grandeza de su poder (del
Padre) para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa,
que desplegó en Cristo resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su
derecha". Estas celebraciones son fuente de vida, de gozo y de esperanza
inagotables.
¿Qué hacen ahí plantados mirando al cielo? Vayan y hagan discípulos de
todos los pueblos. La Ascensión no nos evade de la vida cotidiana. No debemos
embelesarnos mirando al cielo ni encerrarnos en la propia intimidad y gozar egoístamente
del don de Dios. "El mismo Jesús volverá" y nos llevará con Él.
Entretanto debemos ser testigos de lo que vivimos y proclamar las
maravillas que hizo Dios para que más gente de todas partes se hagan discípulos
de Cristo, como bien lo anima el Salmo Responsorial. Recordemos que estamos en
esta vida para amar y servir en obediencia a los mandamientos y gozar en la
vida bienaventurada/eterna.
Sugerencias…
Misión cumplida: el triunfo de
Cristo ¡"Jesús, el Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la
muerte, mediador entre Dios y los hombres, juez de vivos y muertos"! Esto
es lo que afirmaremos de Jesús en el prefacio de esta fiesta de la Ascensión. Jesús
ha triunfado. Ha sido glorificado. Ha cumplido su misión. Ha seguido su camino
hasta el final, incluida la muerte... y ahora ha llegado a su plenitud y se
muestra como cabeza de la nueva humanidad, constituido por encima de toda la
creación y cabeza de la Iglesia. Como nos ha dicho san Pablo, "el Padre ha
desplegado la eficacia de su fuerza poderosa en Cristo, resucitándolo de entre
los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo".
Es también fiesta para nosotros. Alegrémonos en este
día de gloria para Cristo Jesús. Es también fiesta para nosotros, que somos sus
discípulos misioneros, los miembros de su Cuerpo que es la Iglesia. El triunfo
de Jesús nos reúne –uniéndonos– a todos para la vida en el tiempo y en la
eternidad. Su Ascensión es ya nuestra victoria, nos ofrece la garantía de que
también nosotros estamos destinados a los bienes del cielo. En Cristo Jesús
nuestra naturaleza humana ha sido enaltecida y participa ya de algún modo de su
misma gloria. Él nos ha precedido como cabeza nuestra para que nosotros,
miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su
Reino (prefacio).
La fiesta de hoy nos debe llenar de optimismo. San Pablo nos ha invitado,
en su carta, a comprender cuál es la esperanza a la que nos llama Dios, y cuál
la riqueza de gloria que nos da en herencia a los que creemos en Cristo Jesús e
intentamos seguirle en nuestra vida. Más aún: se puede decir que es fiesta y
motivo de esperanza para la humanidad entera. Todos estamos incluidos en la
victoria de Jesús, que nos da la medida del amor de Dios y de la capacidad de
respuesta del hombre. La Ascensión nos señala el camino y la meta final: un
destino de vida, no de muerte, aunque el camino sea a veces difícil y oscuro.
El motivo principal de este optimismo es la promesa que nos hizo Jesús en su
despedida, y que hemos escuchado en el evangelio de Mateo: ‘Sepan, conozcan,
que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los días’. No se
trata, por tanto, de una despedida, sino de una presencia continuada, aunque
sea invisible. Su presencia, y además el don de su Espíritu, es lo que da
fuerza a nuestra fe. Como dirá el prefacio, "no se ha ido para
desentenderse de este mundo". La Ascensión no es un movimiento contrario a
la Navidad (entonces "bajó" y ahora "sube y se va"): desde
su existencia gloriosa, libre ya de todo límite de espacio y de tiempo, es
cuando más presente nos está Jesús, el Señor, como nos ha prometido.
Tenemos una tarea como comunidad
cristiana. Además de ser un motivo de fiesta, la Ascensión es también el recuerdo
de que Jesús ha dejado a sus discípulos, a nosotros, una tarea a realizar en
este mundo. Los ángeles invitaron a los apóstoles a que no se quedaran mirando
al cielo. Recibieron el encargo de continuar la misión de Jesús: hacer
discípulos, bautizar, enseñar... Así como Cristo ha sido el gran testigo del
Padre, ahora los cristianos lo tenemos que ser en cada generación, sinodalmente
y con corazón misionero, animados por el Espíritu de Jesús: ‘Cuando el Espíritu
Santo descienda sobre ustedes, recibirán fuerza para ser mis testigos’. Vivimos
el tiempo que va desde la Ascensión hasta la venida gloriosa final de Cristo.
Un tiempo de trabajo y responsabilidad, de tarea y compromiso (Beata Madre
Tránsito). Los cristianos, amados por Dios y animados por la presencia de
Cristo Jesús y de su Espíritu, debemos comunicar a los demás, de palabra y de
obra, con un estilo de vida que resulte creíble y elocuente a todos, el mismo
mensaje de Cristo (Beato Angelelli).
Se nos pide que seamos testigos de alegría y esperanza … que mostremos
un amor desinteresado practicando las obras de misericordia… que seamos virtuosos,
aferrándonos a la vida de Dios y al servicio del prójimo (Santos Jacinta y
Francisco). Esto es para TODOS: sacerdotes, religiosos y los misioneros. Todos:
los padres para con los hijos y los hijos para con los padres, los mayores y
los jóvenes, los políticos, sindicalistas, choferes, profesionales de la salud
y los escritores cristianos, alumnos y docentes, comunidad educativa,
sindicatos y partidos políticos. Todos estamos llamados a seguir escribiendo
esa historia que empezó hace como dos mil años y que será celebrado como
Jubileo en el 2033. Lo que proclamamos estos Domingos en el libro de los Hechos
de los Apóstoles fue como el primer capítulo. Nosotros, ahora, en el inicio del
tercer milenio (san Juan Pablo II) tenemos que difundir, en el mundo,
generación tras generación, la buena noticia del amor de Dios, de la salvación
de Cristo y de su estilo de vida.
Miremos a Cristo glorificado, que se nos ofrece como alimento en la
Eucaristía, y esto nos da fuerzas para seguir cumpliendo la tarea que nos ha
encomendado… anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡VEN SEÑOR,
JESÚS! … no soy digno que entres en mi casa, pero una palabra tuya BASTARÁ PARA
SANARME. Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección… ¡VEN SEÑOR JESÚS!.