DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
VIGILIA PASCUAL cB (31 de marzo 2018)
Primera: Éxodo 14, 15 – 15, 1; Salmo: Sal 117, 1-2. 16-17. 22-23; Segunda: Romanos 6, 3-11; Evangelio: Marcos 16, 1- 8
Nexo entre las LECTURAS
“Llevemos una vida nueva, pues Cristo ha resucitado”. Esta vida nueva del cristiano, de la que nos habla la carta a los Romanos (segunda lectura), es sólo participación de la vida nueva de Cristo resucitado, es decir, del que vive para siempre (Evangelio). En la primera lectura (del Éxodo 14) vemos a Dios actuando en favor de los israelitas: el paso del mar Rojo, que es paso de frontera, es sobre todo cambio de vida, de una vida miserable en esclavitud y opresión a una vida de libertad. El cristiano, mediante el bautismo, recoge toda la experiencia del pueblo de Israel (paso a la libertad por la victoria sobre el pecado) y el misterio insondable de la resurrección de Cristo (paso a la vida nueva, la inmarcesible e inmortal) (segunda lectura).
Temas...
La vida nueva, don de Dios. La vida nueva es la vida que no conoce frontera alguna de tiempo. Es vida, plenitud de vida, pero de naturaleza diversa a la existencia temporal, que está sometida a ley espacio-temporal. La primera expresión de vida nueva nos la ofrece la primera lectura: es la vida nueva en la libertad. Para que sea auténtica vida no basta la libertad de (de la esclavitud de Egipto y de la opresión del faraón), hay que ir más allá y llegar a la libertad para (para servir a Dios en la tierra prometida, que es la tierra de la propia identidad). Se trata de ser libre para vivir sirviendo al Dios vivo. Esto es don de Dios, no mérito ni fruto de las fuerzas humanas. Sin la intervención de Dios, Israel seguiría experimentando en carne propia la desgracia de la esclavitud. Ese don de Dios a Israel alcanza su vértice en el don de la vida inmortal al cuerpo de Cristo resucitado, y se prolonga en la vida de gracia y de verdad, que late en el corazón de cada creyente.
Cristo y la vida nueva. Las mujeres, que nos habla el texto evangélico, iban en busca de un cadáver, y se encontraron con el Viviente: “Ha resucitado. No está aquí”. El ángel, mensajero de Dios, anuncia a las mujeres la entrada de Jesús en la Vida, esa vida definitiva, por encima de la temporalidad, que dimana de la vida misma de Dios. Lo importante no es el sepulcro vacío, que podría admitir otras explicaciones, sino que Cristo está Vivo, ha entrado con toda su humanidad en la esfera divina de una vida nueva, sin fin, sin fronteras de espacio, de tiempo, de materia. Su vida nueva es primicia de la nuestra, esperanza segura de una vida que nos pertenece, no porque la hayamos ganado a pulso, sino porque nos ha sido concedida por el bautismo: “Si hemos muerto con Cristo, confiemos en que también viviremos con él”.
La vida nueva y el cristiano. Ser cristiano, discípulo misionero, es participar de la vida misma de Cristo, pues en Él todos los pueblo tienen vida (cfr.: Aparecida), no lógicamente de la vida terrena de Jesús, cosa imposible, sino de su vida en Dios y para Dios, en su vida de eterno Viviente. Por el bautismo se nos concede a los hombres el don inicial y primigenio de participar de la vida nueva en Cristo; por los demás sacramentos, la vida de oración, la práctica de la caridad, la escucha de la Palabra de Dios, la sumisión filial a la voluntad de Dios, la participación inicial va creciendo y adquiriendo madurez, asemejándose lo más posible a la vida de Cristo, hasta el punto de poder decir con san Pablo: "Vivo yo, mas no soy yo ya el que vivo, es Cristo quien vive en mí", o en términos de la liturgia de hoy, hasta el punto de “estar vivos para Dios, en unión con Cristo Jesús” (Rom 6,11). A esta vida nueva estamos llamados todos los hombres, y todos recibimos la gracia -suficiente- de Dios para responder afirmativamente al llamado. Vida que vivimos en alegría con el Resucitado (cfr.: Evangelii Gaudium).
Sugerencias...
Vivir para Dios. Se trata de una vida, caracterizada por la presencia activa, amorosa y eficaz de Dios en el corazón del creyente. Es decir, una participación histórica, concreta, humana, de la misma vida de Dios. La vida moral del cristiano ha de ser fruto de esta vida divina en el alma, con lo que la vida jamás estará separada de la fe, dirá el Señor en un momento de Su vida pública: "felices los que escuchan la palabra de Dios y la practican y enseñan a otros a hacer lo mismo". Quien vive para Dios, no vive para sí mismo, ya que el egoísmo es el enemigo número uno de Dios (cfr.: Colosenses). Quien vive para Dios, vive para los demás, ya que en los demás descubre la presencia viva de Dios. Quien vive para Dios, quiere comunicar a otros esa misma vida divina, y así se convierte en apóstol de la vida verdadera. Quien vive para Dios, vive en felicidad y así contagia a otros y despierta en ellos el deseo de Dios, de vivir para Dios como él.
El bautismo, sacramento de vida. Por el bautismo comienza la vida en la fe, la filiación divina, entramos a formar parte de la comunidad eclesial. Como es común que los padres, y hacen bien, se interesan mucho por que el niño crezca sano, fuerte, con un desarrollo llamado normal, con un peso equilibrado y con destrezas exitosas para el orden temporal, igualmente se exigen y exigen, porque vaya aprendiendo a hablar, a leer y escribir y vaya adquiriendo una buena educación, a fin de prepararlo lo mejor posible para la vida y asegurar su futuro. Asumamos el compromiso de la evangelización y el apostolado para que se ocupen virtuosamente porque crezcan -los hijos- en la vida de la gracia, vida de fe que comenzó el día del bautismo, que comenzó con la Pascua de Resurrección. Que no olvidemos que el crecimiento en la fe y en la vida de oración, de amistad con Dios, constituye un fundamento firme de la vida en el tiempo, de la felicidad en el presente y alcanzar la vida bienaventurada en la Jerusalén Celestial. Sabemos que un ‘verdadero’ creyente será siempre, siempre, un hombre que desborda felicidad y paz, será bienaventurado (cfr. Evangelii Gaudium).