EL BAUTISMO del SEÑOR. Ciclo B. (07 de enero de 2018)
Primera: Isaías 55, 1-11; Salmo: Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6; Segunda: 1Juan 5, 1-9; Evangelio: Marcos 1, 7-11
Nexo entre las LECTURAS
El tema que da unidad a los textos de hoy no es tanto el acto del bautismo como la unión entre agua y salvación. El agua es el símbolo de la gracia gratuitamente otorgada, purificante y refrescante a la vez. En el banquete de alianza entre Dios y los hombres, imaginado por Isaías, no puede faltar el agua, al lado de otras bebidas (primera lectura). San Juan en su primera carta nos dice que "Jesucristo vino con el agua y con la sangre" y que "tres son los que dan testimonio de Jesucristo: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo" (segunda lectura). En el evangelio, después de que Jesús, bautizado por Juan, salió del agua, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma de paloma. El agua es la realidad más presente en todos los textos, el agua con toda su riqueza simbólica y con los demás elementos que la acompañan y completan.
Temas...
El hombre, sediento de Dios. El hombre es un ser naturalmente sediento: sediento de gozo y felicidad, sediento de justicia y de paz, sediento de eternidad, sediento de Dios. "El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha de no cesar de buscar" (Catecismo 27). Esta sed de Dios solo Dios la puede apagar. Por eso, Dios, a través de Isaías, invita y exhorta a los hombres: "Vengan por agua todos los sedientos... presten atención, vengan a mí; escúchenme y vivirán" (primera lectura).
El agua y Jesús. El agua que apaga la sed del hombre es el agua del bautismo. Jesús, hombre perfecto, quiso sumergirse en las aguas de purificación, no por ser Él pecador, sino por cargar con el pecado del mundo. Al agua -sumergiéndose en el Jordán- Cristo, simbólicamente le dio el poder para purificar por el Bautismo, por eso se sumerge el Cirio -en la pila bautismal- en la Liturgia de la Vigilia Pascual. Así la sed de santidad que todo hombre tiene comienza a satisfacerse con el agua del bautismo y busca saciarse con el agua del Espíritu -Confirmación- (cfr Jn 7, 38), a través de una existencia espiritual, es decir, guiada y promovida por el Espíritu de Dios.
El agua y la sangre. ¿Basta el agua para apagar la sed? En la existencia cristiana, se muestra que no y se añade la sangre. La sangre que, junto con el agua, brotó del costado de Cristo (Jn. 19, 34). Del costado de Cristo, atravesado por una lanza, manaron, nos dirán los Padres de la Iglesia, dos sacramentos: el Bautismo y la Eucaristía. Ellos forman, junto con la Confirmación, los sacramentos de la iniciación cristiana. Ahora ya no sólo el hombre tiene sed de Dios, sino que tiene sed del Dios revelado en Jesucristo, "imagen perfecta de su ser" (Heb 1,3). "Beban todos de ella (la copa), porque ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados" (Mt 26, 28).
El agua, la sangre y el Espíritu. "Los tres están de acuerdo" (segunda lectura). ¿En qué consiste este acuerdo?: en revelar el amor de Dios que se nos ha hecho visible en Cristo Jesús. En efecto, el agua (bautismo de Jesús) y la sangre (crucifixión de Jesús) manifiestan que la humanidad de Jesús es una humanidad verdadera, contra toda idealización platónica o toda manipulación gnóstica. El Espíritu, por su parte, que viene del Cielo, revela que ese Jesús, enteramente hombre, es el Hijo en que Dios tiene todas sus complacencias. ¿En qué consiste este acuerdo?: consiste además en que el Espíritu es quien da eficacia al agua para purificar del pecado y a la sangre para saciar la sed de redención. "El Misterio de salvación se hace presente en la Iglesia por el poder del Espíritu Santo" (Catecismo 1111) y "la misión del Espíritu Santo es hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo con su poder transformador" (Catecismo 1112).
Sugerencias...
La espiritualidad bautismal. Por el bautismo, el cristiano se ha revestido de Cristo, imagen y prototipo del hombre nuevo, creado a imagen de Dios, y tiene delante de sí la tarea de hacerlo crecer hasta la plena madurez interior. La verdadera novedad abarca a todo el hombre, pero radica especialmente en el corazón, un corazón nuevo capaz de conocer, amar y servir a Dios con espíritu filial, y de amar a los hombres y a las cosas de Dios. Esta es la tarea inaplazable, fundamental y permanente de toda vida cristiana, en todo estado, en toda época y situación. A partir de este nuevo modo de ser, vivido conscientemente por acción del Espíritu Santo, el hombre nuevo imprime a su vida un dinamismo interior orientado a desarrollar los rasgos de su conducta religiosa y moral, en conformidad con su modelo “Jesucristo”, y mediante la purificación incesante de sus pasiones desordenadas: sensualidad, soberbia, banalidad, deseo de bienes superfluos y conversaciones estériles que hacen daño al hombre y perjudican la humanidad (Papa Francisco, 01 de ene 2018).
La edificación, día tras día, de este hombre nuevo es la misión del cristiano y del apostolado en la Iglesia. De aquí que sea necesario meditar asiduamente en la riqueza y hondura del don del bautismo y del compromiso que conlleva, una meditación individual y comunitaria. Porque "todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo y madura en la Confirmación, ya que nos hace capaces de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo y servirlo; nos concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo; nos permite crecer en el bien mediante las virtudes morales" (cfr Catecismo 1266). ¿Tenemos los cristianos suficiente conciencia de la espiritualidad bautismal? ¿Cómo deberíamos vivir para hacer crecer esta espiritualidad en cada uno y en los demás?
Puede ayudar también...
- En el evangelio de hoy se describe el bautismo del Señor: el cielo se rasga tras su participación obediente en el bautismo con agua al final de la Antigua Alianza, el Espíritu desciende sobre el bautizado y el Padre declara que Jesús es su Hijo amado, su preferido, arquetipo de todos los cristianos que recibirán después el bautismo: todos ellos recibirán el Espíritu de lo alto y nacerán a una nueva vida como hijos de Dios. El agua terrenal no se convertirá por ello en algo superfluo, sino que quedará integrado en el acontecimiento trinitario del bautismo de Jesús. Lo que hasta ahora era un símbolo, se convertirá en lo sucesivo en parte de un sacramento, e incluso en una parte indispensable para todo el que quiera «nacer del agua y el Espíritu» (Jn 3,5) para participar en la vida divina. Esto es así porque el Hijo hecho hombre se sumerge en la historia de la salvación e integra los antiguos signos de esta historia -como la travesía salvífica del arca de Noé por en medio del agua del diluvio (1 P 3,2Os), el paso de los israelitas a través del Mar Rojo (1 Co 10,1-2) y finalmente el bautismo de Juan- en el nuevo acontecimiento salvífico de la Trinidad divina.
- En la primera lectura el agua se convierte anticipadamente en imagen de la gracia dispensada desde lo alto, sin la que tanto la tierra como el corazón sediento del hombre se quedarían resecos. «¡Vengan a tomar agua, todos los sedientos, y el que no tenga dinero, venga también!». Todo lo que se compra con dinero «no alimenta» ni «da hartura». Con Dios no hay trueque que valga, simplemente hay que aceptar sus dones, que se comparan a la «lluvia» que baja del cielo y sin la que nada germina ni da pan sobre la tierra (v. 10). Sólo lo que ha sido impregnado por Dios es capaz de restituir a Dios, en la lluvia enviada por Él, el fruto deseado: en la palabra de Dios podemos hablarle, en su Espíritu podemos renacer para Él.
- Pero… la segunda lectura no se conforma con «Espíritu y agua», sino que necesita como tercer elemento la sangre, esa sangre que junto con el agua fluye del costado traspasado de Cristo. Jesús, que en el bautismo es reconocido por el Padre como su Hijo amado y preferido, es también el elegido para la cruz, el que tendrá que cumplir en ella toda la voluntad del Dios trinitario. Ahora los «tres: El Espíritu, el agua y la sangre» se han convertido en un único «testimonio de su Hijo». Todo bautizado tiene que comprender que debe su filiación divina a esta unidad de agua y sangre de Cristo; el que entra en la vida de Cristo con el bautismo, tendrá que acompañarle de alguna manera hasta el final, para dar testimonio «junto con el Espíritu» (Jn 15,26-27) de la fe en Cristo.