lunes, 13 de noviembre de 2023
HOMILI Domingo trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cA (19 de noviembre de 2023)
Primera: Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31; Salmo: Sal 127, 1-5; Segunda: 1 Tesalónica 5, 1-6;
Evangelio: Mt 25, 14-30
Nexo entre las LECTURAS
La liturgia nos invita a considerar que la vida es un talento, un don, que el Señor nos dio y que debemos
hacer fructificar. Este domingo 33 del tiempo ordinario prepara de un modo inmediato la solemnidad de
Cristo Rey del Universo. El día del Señor, nos dice Pablo en la carta a los Tesalonicenses, llegará como un
ladrón, de modo inesperado y, por ello, debemos vigilar y vivir sabiamente para no ser sorprendidos (2L). El
evangelio compara la vida humana a un don que Dios nos hace para que lo hagamos rendir. Al crearnos,
Dios ha querido compartir con nosotros algo de sí mismo. Él desea que también su creatura se convierta en
una "dispensadora de bien". Por eso, lo sensato en nuestras vidas es usarlas apropiadamente para producir
frutos abundantes; lo sensato es negociar con los talentos recibidos; poner en juego todas las capacidades de
la inteligencia y de la voluntad para producir aquellos frutos que Dios espera de nosotros. Así pues, cada uno
con los dones recibidos debe ponerse al servicio de los demás, con la clara conciencia de que el Señor
volverá y que deberemos rendir cuentas, no de nuestras intenciones, sino de las obras realizadas (Ev). El
libro de los Proverbios nos muestra el ejemplo de una mujer que hace rendir su vida y cualidades. Es una
mujer hacendosa, activa, laboriosa en la caridad, diligente en el obrar. No es remisa, vanidosa o egoísta. Su
especial sensibilidad no la vuelve hacia sí misma, sino que trabaja con sus manos y extiende sus brazos a los
necesitados. Quien encuentra una mujer así, encuentra un tesoro (1L)
Temas...
El Señor volverá. Es una verdad que proclamamos en el credo: el Señor volverá para juzgar a los vivos y a
los muertos. Su venida, como lo afirma san Pablo, es cierta, más aún es inminente, pero nos sabemos el día,
ni la hora. El catecismo de la Iglesia católica expresa muy bien esta verdad:
"Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente, aun cuando a nosotros no nos toca
conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad’ (Hch 1,7). Este advenimiento
escatológico se puede cumplir en cualquier momento, aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha
de preceder estén ’retenidos’ en las manos de Dios." Catecismo de la Iglesia Católica No. 673
El día del Señor llegará de modo improviso, cuando todos se sientan seguros. Por eso, la actitud que
corresponde al cristiano es la de la vigilancia. Así como el padre de familia vigila para que el ladrón no robe
en la noche (Cf. Lc 12, 39), así el cristiano no se abandona al sueño negligente en esta vida. Es decir, no se
abandona al descanso y a la pereza cuando tiene ante sus ojos muchas oportunidades de bien. A este hombre
atento y vigilante se le pueden aplicar las palabras de la Escritura: yo dormía, pero mi corazón vigilaba.
(Cantar de los cantares 5,2). En realidad la gran tentación de esta vida es pensar que todo se concluye aquí;
pensar que las esperanzas son para aquí abajo y que, por lo tanto, lo más rentable es disfrutar cuanto sea
posible de las posibilidades presentes dado que nada sabemos de la eternidad. La tentación de transformar la
esperanza de los bienes celestiales en esperanzas terrenas es muy insidiosa en nuestro mundo secularizado.
Dicha tentación consiste en considerar la estación presente como la única, como la definitiva y, en
consecuencia, buscar de ella el máximo disfrute y placer, pues el futuro es incierto. Hemos de reaccionar
firmemente ante tan grande error. El cristiano sabe que ha pasado de las tinieblas del pecado a la luz
admirable de la gracia. Él ha sido iluminado y posee una viva conciencia de su quehacer en este mundo. Se
sabe peregrino hacia la posesión eterna de Dios. Sabe que su paso por esta vida es breve, un punto en la
eternidad; pero es un paso en el que debe dejar una huella de bien y de bondad. El tiempo se le hace corto
para hacer todo el bien que quisiera hacer. Lejos de él el pasar sin ofrecer frutos de vida eterna. Como un
centinela, no duerme, vela, observa, llama a rebato, convoca, es un obrero diligente, hace rendir las dotes
recibidas. Es un centinela guiado por el amor y el amor desconoce la dilación, el retraso, la omisión. El amor
es diligente y se muestra en las obras. El amor vigila y pone todos los medios para producir buenos frutos. El
amor desea lo mejor para el amado y para los que vienen detrás.
El Señor volverá. Habrá que grabar en el alma esta verdad porque ella es suficiente para dar un sentido
trascendente a la vida. Ella nos ayudará a considerar todo el acontecer humano con la relatividad de quien
mira y espera la eternidad de Dios. El Señor volverá: sacudamos la pereza de nuestras manos, limpiemos las
salpicaduras de una mentalidad de mundo, sin esperanza sobrenatural, sin mirada de eternidad.
Hemos de “negociar” (personal y sinodalmente) con los talentos recibidos de Dios. No importa si se han
recibido muchos o pocos talentos, lo importante es que ninguno de ellos permanezca ocioso, sino que se
ponga enteramente al servicio de Dios, de la Iglesia y de mis hermanos los hombres. Nadie es tan pobre que
no tenga algo que dar a los demás, algo que ofrecer, algo con qué negociar. En este sentido rico, no es el que
más tiene, sino el que más da, el que más ofrece lo que tiene como don para los demás. El enemigo que hay
que vencer, por tanto, es la indolencia, la somnolencia, la omisión; esa especie de sueño que anestesia las
mejores cualidades del corazón y nos derrumba en una vida estéril y temerosa. El enemigo que hay que
vencer es el miedo que nos hace esconder el talento para no arriesgar un fracaso. El cristiano no puede
acobardarse ante el mundo y ante la vida, porque su ejercicio es el amor; porque su vida ha pasado de las
tinieblas a la luz; él es hijo de la luz y vive en el amor y el amor es donación, el amor es valentía, el amor es
entrega sincera de sí sin límites.
“Negociar” en esta vida puede significar:
- Superar el egoísmo y el subjetivismo individualista que nos retrae a nuestro propio mundo y nos hace
ver sólo por nuestros intereses. La persona se hace insensible ante el sufrimiento de los inocentes y del
prójimo. La persona egoísta no es capaz de descubrir los avatares y las desgracias del mundo y los
sufrimientos de la Iglesia. Su horizonte de interés y de generosidad se restringe. Nada más triste que vivir
para sí. Nada más triste que tomar el talento que está destinado para dar frutos y enterrarlo en el propio
egoísmo. El egoísta es infeliz en esta vida y pone en riesgo su salvación eterna: siervo malvado y perezoso,
lo llama el Señor.
- Practicar la abnegación de nuestras tendencias desordenadas. El hombre tiende al bien, pero al
examinar su corazón descubre tendencias desordenadas que no pueden tener su origen en su creador. Si
quiere poner sus dones y su vida al servicio de los demás, deberá poner orden en esas tendencias que lo
obstaculizan, lo retrasan y desvían del camino. Debe aprender a renunciarse a sí mismo en sus gustos y
placeres desordenados, debe aprender a negarse a sí mismo de acuerdo con la ascética cristiana. Palabras
duras de entender para el hombre moderno y posmoderno, pero palabras ciertas que responden a la verdad
sobre la vocación y la dignidad del ser humano.
- Participar en la misión apostólica de la Iglesia. Por definición un cristiano es un apóstol. Es un hombre
enviado (en salida) a dar frutos de vida eterna. Es una persona llamada por Cristo para tomar parte en los
trabajos de la redención. Por tanto, es una persona que tiene una misión en la vida y que cuenta con un
tiempo determinado para ponerla por obra. Decir que no se tiene tiempo para hacer apostolado y participar
en la misión de la Iglesia, es lo mismo que decir que no se tiene tiempo para ser cristiano, puesto que el
apostolado es esencial en la vida cristiana. Habrá, pues, que preguntarse si se posee esta conciencia
apostólica; si se siente la corresponsabilidad en la tarea de la salvación de las almas. Habrá que preguntarse
si se siente la urgencia de hacer poco o mucho, lo que está en la propia mano, para ayudar a esta humanidad
dolorida que sufre tanto por la falta de Dios. Las posibilidades de bien son enormes, los talentos son
múltiples.
Sugerencias...
1. El cristiano vive sobriamente. El cristiano sabe que todos los bienes materiales de los que dispone en
esta vida son sólo medios para alcanzar a Dios y para darle gloria. Sería insensato acumular bienes sabiendo
que la polilla de este mundo y el paso del tiempo los corroe y que no valen para la eternidad. Quien acumula
bienes terrenos, se apega a ellos y los convierte en un fin, se parece a aquel alpinista que junta enseres,
vituallas y equipo de montaña, pero nunca se decide a emprender la ascensión. ¿Para qué sirve tanto equipo
y material? ¡Qué grave error! Como si esos bienes fueran eternos, como si esos bienes pudiesen colmar las
aspiraciones del corazón, como si al final de la vida no estuviese el encuentro definitivo con el Señor de
nuestras vidas.
Por eso, el cristiano usa de los bienes tanto cuanto le ayudan a dar gloria a Dios e ir al cielo. Aquí aparece el
tema del desprendimiento de las cosas creadas, el tema de la caridad y de la generosidad para repartir los
bienes con los necesitados; el tema de vivir sobriamente usando los bienes necesarios y practicando la
benevolencia con los pobres.
2. El cristiano vive diligentemente. Uno de los más grandes talentos que hemos recibido y al cual,
lamentablemente, damos poca importancia es el tiempo. El tiempo es un don hermoso de Dios. Con él
vamos construyendo nuestra porción en la obra de la salvación. Con él colaboramos con Cristo en la
redención de la humanidad. Sin embargo, con frecuencia usamos con descuido el tiempo. Parece que, en
ocasiones, más que usar el tiempo, lo perdemos; dejamos que se nos escape entre las manos sin hacer nada
constructivo, nada que sirva para las futuras generaciones, nada que lleve paz, consuelo y alegría a los
demás. Pasa un día y otro, y vivimos sin dar trascendencia a nuestras vidas y sin hacer nada duradero, sin
emplearnos a fondo en las cosas importantes. Corremos de aquí para allá para ajustar negocios, adquirir
bienes, disfrutar de los placeres de esta vida, y nos olvidamos de atesorar bienes para el cielo. Descuido
importante. El cristiano, por ello, se esfuerza por vivir diligentemente, haciendo todo el bien que esté en su
mano hacer. La consigna, pues, para nuestro tiempo es la de trabajar con diligencia, aprovechar cada minuto
para dar fruto de eternidad. Vivir con una sana militancia que, como san Pablo, me lleve a gastarme y
desgastarme por el bien de mis hermanos.
foto: Sitio dominicos
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
homilia SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS. (01 de enero 2025).
SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS. (01 de enero 2025). 58 Jornada mundial de la paz (en el Jubileo Ordinario). Un camino de esperanza...
-
VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12; Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25; Segunda :...
-
MÁS CERCA DEL SUEÑO... EL GALPÓN PARA DON ANTONIO Saben que estamos tratando de CAZAR UN SUEÑO (II PARTE), que es el de conseguir los fondos...
-
Domingo Undécimo del TIEMPO ORDINARIO cB (16 de junio de 2024) Primera : Ezequiel 17, 22-24; Salmo : Sal 91, 2-3. 13-16; Segunda : 2Cor...