lunes, 30 de diciembre de 2024

homilia SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS. (01 de enero 2025).

 SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS. (01 de enero 2025).

58 Jornada mundial de la paz (en el Jubileo Ordinario). Un camino de esperanza: Perdona nuestras ofensas, concédenos tu paz.
Primera: Números 6, 22-2; Salmo: Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8; Segunda: Gálatas 4, 4-7; Evangelio: Lc 2, 16-21
Nexo entre las LECTURAS…
-1a. lectura. Espléndido texto del Antiguo Testamento, que puede ser leído como una invocación sobre el pueblo cristiano al iniciar un nuevo año. ¡Que el Señor siga bendiciéndonos y protegiéndonos, iluminando su rostro sobre nosotros y concediéndonos la paz! No son solamente palabras hermosas y deseos románticos. Navidad nos trae el mensaje de que Dios nos ama, de que comparte nuestra condición. ¿Cómo no hará que su rostro se ilumine sobre una humanidad cuyos destinos ha hecho suyos? En una situación difícil e inestable como la nuestra, en plena crisis económica, de guerras y conflictos y con dificultades para los creyentes cristianos, ¡resulta tan confortante la lectura de este texto al iniciar un nuevo año!
-2a. lectura: Contiene una alusión muy antigua a María: envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley". Jesús nace bajo la Ley, como todo israelita, y de una mujer, como todo hijo de nuestra raza. Y, por obra de este extraordinario intercambio (recordemos "oh admirabile commercium"), nosotros somos rescatados del dominio de la Ley y obtenemos la condición de hijos de Dios. Por eso podemos dirigirnos a Dios con la invocación confiada de Jesús -"abba"-. Es decir, podemos hacer nuestra su experiencia de Hijo, su familiaridad y su herencia.
Por algo hemos recibido su mismo Espíritu. Estamos en la plenitud de los tiempos. Porque el tiempo no es un simple fluir incesante de instantes exactamente iguales el uno al otro (nueva alusión al paso del tiempo, tema de Año nuevo, sino que tiene un movimiento interior: tiene un momento de plenitud, desde que "envió Dios a su Hijo", que supone un giro en las relaciones de los hombres con él.
-Evangelio. La imagen de Navidad se nos presenta de nuevo en aquel evangelio de la octava, continuación del de la noche de Navidad: los pastores encuentran "a María y a José y al niño acostado en el pesebre". Y se convierten en modelo para nosotros: "se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto". Es la experiencia que arde en su interior y que tienen que proclamar. A los cristianos de hoy, que celebramos la fiesta de Navidad, quizás nos falte este ardor de quien ha contemplado con los propios ojos. Tal debería ser el fruto de estas fiestas: dejarnos empapar por este dato primordial, original, maravilloso, capaz de transfigurarnos y de convertirnos en mensajeros de la Buena Nueva y de maravillar a los que nos escuchan. Quizás nos falte la sencillez de los pastores y la inmediatez del descubrimiento. O la memoria contemplativa de María, que "conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón".
El rito de la circuncisión enlaza el evangelio con la segunda lectura: Jesús nace bajo la Ley. Con esta ocasión tiene lugar la imposición oficial a aquel niño del nombre de "Jesús", que significa Salvador, "como lo había llamado el ángel antes de su concepción"; es decir, nombre que viene de lo alto, de Dios. En este caso no expresa un deseo -que Dios nos salve- ni una simple afirmación general de fe -Yahvé salva-, sino la misión de este niño: él es "Dios Salvador".
Temas… Sugerencias...
La bendición para el año. La solemne fórmula de bendición del Antiguo Testamento abre en la primera lectura la liturgia del nuevo año civil (2025). La fórmula es prescrita por el propio Dios a Moisés y contiene la doble plegaria del que bendice: que Dios se digne volver su rostro y hacer brillar su resplandor sobre nosotros para concedernos así la gracia y la salvación. La mirada de Dios sobre nosotros es (según Pablo) mucho más saludable que nuestra mirada sobre él («al que ama, Dios lo reconoce», 1 Co 8,3). «Ver al que ve» es según San Agustín la bienaventuranza suprema (Videntem videre). Pero nosotros somos mirados al mismo tiempo por la Madre de Dios con un amor infinito, como hijos suyos, y somos bendecidos por ella. Según el Nuevo Testamento esta bendición es inseparable de la de su Hijo y de la de todo el Dios Trinidad, con lo que su maternidad queda profundamente entroncada y enraizada en la fecundidad divina. Ella nos bendice al mismo tiempo como la Madre personal de Jesús y como el corazón de la Iglesia «inmaculada» (Ef S,27), que es la Esposa de Cristo.
María conservaba todo en su corazón. Estas sencillas palabras del evangelio, repetidas dos veces (Lc 2,19.51), muestran que la Bienaventurada Virgen María es la fuente inagotable de la memoria y de la interpretación para toda la Iglesia. Ella conoce hasta en lo más profundo todos los acontecimientos y fiestas que nosotros celebramos a lo largo del Año Litúrgico. Este es también el sentido del rosario: los misterios de Cristo deben contemplarse y venerarse con los ojos y el corazón de María para poder comprenderlos en toda su amplitud y profundidad, en la medida que esto nos es posible.  La veneración y la festividad del corazón de María no tienen nada de sentimental, sino que conducen a esa fuente inagotable de comprensión de todos los misterios salvíficos de Dios, que afectan a todo el mundo y a cada uno de nosotros en particular. Poner el año bajo la protección de su maternidad significa implorar de ella, como hermanos y hermanas de Jesús que somos, y por tanto como hijos de María, una comprensión continua para un constante seguimiento de Jesús. Como la Iglesia, de la que ella es la célula primigenia, María nos bendice no en su propio nombre, sino en el nombre de su Hijo, que a su vez nos bendice en el nombre del Padre y del Espíritu Santo.
La segunda lectura concede una gran importancia al Espíritu Santo. En ella se habla de María como de la mujer por la que nació el Hijo, quien con su pasión consiguió para nosotros la filiación divina. Pero como somos hijos de Dios, «Dios envió a nuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba! Padre». No seríamos hijos del Padre, si no tuviéramos el Espíritu y los sentimientos del Hijo; y este Espíritu nos hace gritar al Padre con agradecimiento e incluso con entusiasmo: «Sí, Tú eres realmente nuestro Padre». Pero no olvidemos que este Espíritu fue enviado por primera vez a la Madre, como el Espíritu que le trajo al Hijo, y de que de este modo es, como «Espíritu del Hijo», también el Espíritu del Padre. No olvidemos tampoco que el júbilo por ello, ese júbilo que nunca cesa a lo largo de la historia de la Iglesia, resuena en el Magnificat de la Madre. Es una oración de alabanza que surge enteramente del «Espíritu del Hijo» y se eleva hacia el Padre; una oración personal y a la vez eclesial que engloba toda acción de gracias desde Abrahán hasta  nuestros días; es la mejor forma de comenzar el año nuevo.
Que la Virgen María, Madre, nos haga celebrar con fe esta Eucaristía y nos dé ánimos para empezar con optimismo cristiano el nuevo año, preparando, desde ahora las festas de Pascua, para el 20 de abril y Pentecostés para el 8 de junio.

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