Domingo Vigésimo del TIEMPO ORDINARIO cC (14 de agosto de 2022).
Primera: Jeremías 38, 3-6.8-10; Salmo: Sal 39, 2-4. 18; Segunda: Hebreos 12, 1-4; Evangelio: Lucas 12,
49-53
Nexo entre las LECTURAS… Temas…
Lucas sigue describiendo el camino del cristiano, que es el de Cristo. El domingo pasado era la vigilancia y
su característica. Hoy es la fortaleza, la opción clara que exige, la decisión firme de seguir o no a Cristo. Ser
cristianos en medio del mundo en que vivimos (ej.: post pandemia, guerra Rusia-Ucrania, muchos robos y
muerte con ocasión de los robos, crisis en las economías de los países, creciente cristianofobias,
debilitamiento de la fe y de la práctica de la fe) no es fácil.
La vida como ‘lucha’ y como carrera atlética. En la primera lectura se nos presenta brevemente la figura
de un profeta, Jeremías, al que no le resultó nada fácil cumplir su misión. Él, que por temperamento hubiera
predicado con gusto palabras de dulzura y felicidad, recibió de Dios el encargo de anunciar un futuro
sombrío para su pueblo, y aconsejarle decisiones que no eran nada del agrado de las autoridades, sobre todo
militares/poderosas. Por eso intentaron eliminarlo, hacer callar su voz. Jeremías fue hundido en el fango del
pozo: todo un símbolo.
También la carta a los Hebreos, segunda lectura, nos presenta la vida cristiana en su lado dinámico y
batallador. Como una carrera, ante un estadio lleno de gente: nos contemplan miles de personas, nuestros
antepasados en la fe y los contemporáneos: ¿cómo corremos? ¿cómo recibimos y traspasamos el "testigo" de
nuestra fe en esta carrera de relevos que es la vida de la comunidad cristiana? No resulta nada espontáneo ni
cómodo ser cristianos. Muchas veces nos asalta el cansancio y el miedo, el desaliento y la noche oscura. El
autor de la carta propone la fuente de la fortaleza: "fijos los ojos en Jesús, pionero de la fe". También a Él, a
Cristo, le resultó difícil cumplir su carrera, pero nos dio el ejemplo mejor de fe en Dios, y entonces tuvo la
fuerza para seguir hasta el final, hasta la muerte. A nosotros nos invita a seguir el mismo camino: "corramos
en la carrera que nos toca sin retirarnos... no se cansen, no pierdan el ánimo... no hemos llegado al
derramamiento de sangre en nuestra pelea contra el pecado".
No he venido a traer "PAZ". Seguir a Cristo requiere una opción personal consciente. En el evangelio de
hoy nos lo dice el mismo Cristo con imágenes muy expresivas. No ha venido a traer paz, sino guerra. El
mismo que luego diría: "mi paz les dejo, mi paz les doy", nos asegura que esa paz suya debe ser distinta de
la que ofrece el mundo. Nos asegura que ha venido a prender fuego en el mundo: quiere transformar,
cambiar, remover. Y nos avisa que esto va a dividir a la humanidad: unos le van a seguir, y otros, no. Y eso
dentro de una misma familia. Cristo –ya lo anunció el anciano Simeón a María– se convierte en signo de
contradicción.
Si sólo buscamos en el evangelio, y en el seguimiento de Cristo, un consuelo y un bálsamo para nuestros
males, o la garantía de obtener unas gracias de Dios para obtener bienes temporales, no hemos comprendido
su intención más profunda. El evangelio, la fe, es algo revolucionario, dinámico, hasta inquietante porque
abre las puertas de la vida eterna y abre el corazón para servir a los demás.
Ser cristianos en el mundo de HOY. El ser fieles al evangelio de Jesús muchas veces también a nosotros
nos produce conflictos. Estamos en medio de un mundo que tiene otra longitud de onda, que aprecia otros
valores, que razona con una mentalidad que no es necesariamente la de Cristo. Y muchas veces reacciona
con indiferencia, hostilidad, burla o incluso con una persecución más o menos solapada ante nuestra fe.
Tener fe hoy es vivir de acuerdo con los mandamientos y las obras de misericordia… una vida a la medida
de las bienaventuranzas propuestas por Jesús, ¡atentos!: es una opción seria.
No se puede compaginar alegremente el mensaje de Cristo con el de este mundo. No se puede "servir a dos
señores". Siempre resulta incómodo luchar contra el sentir ambiental, sobre todo si es más atrayente, al
menos superficialmente, y menos exigente en sus demandas. La visión del mundo que Jesús nos va
ofreciendo en las páginas de su evangelio tiene muchas veces puntos contradictorios con la visión humana
de las cosas. Ser cristiano es optar por la mentalidad de Cristo. No se puede seguir adelante con medias
tintas y con compromisos temporales. En la moral, por ejemplo, el evangelio es mucho más exigente que las
leyes civiles.
El evangelio es un programa de vida para fuertes y valientes. No nos exigirá siempre heroísmo –aunque
sigue habiendo mártires también en nuestro tiempo–, pero sí nos exigirá siempre coherencia en la vida de
cada día, tanto en el terreno personal como en el familiar o sociopolítico.
Sería una falsa paz el que lográramos demasiado fácilmente conjugar nuestra fe con las opciones de este
mundo, a base de camuflar las exigencias del Reino de los Cielos. La paz de Cristo, la verdadera, está hecha
de fuego y de lucha. Claro que es más "pacífico" que el Papa, en sus viajes, o los obispos en sus
orientaciones pastorales, no digan nada más que palabras de consuelo y halago: pero tienen que decir lo que
Dios les pide conforme al Evangelio y a la dignidad humana, aunque muchas veces, suscita reacciones
violentas de oposición.
Cada vez que celebramos la Eucaristía, ciertamente nos dejamos envolver en la paz y el consuelo de Dios.
Pero a la vez esta celebración nos compromete a una vida según Cristo, y a una ‘lucha’ por defender nuestra
fe. Escuchemos la Palabra que interpela nuestra conducta y nos señala caminos.
Sugerencias...
¡Anuncia la verdad, esta prevalece! Anunciemos a Jesucristo, puede que a los cercanos no les guste...
porque, ¿no hay acaso una serie de verdades que escandalizan a muchos hombres de hoy? Por ejemplo, la
verdad de un único Salvador de la Humanidad, nuestro Señor Jesucristo, centro y eje de la historia y del
cosmos; la verdad de una única Iglesia, fundada por Cristo, que subsiste en la Iglesia católica; la verdad de
un único Creador del universo y del hombre; la verdad de Dios unitrino, activamente comprometido con la
historia del hombre y con su destino; la verdad de un pueblo sacerdotal; la verdad del matrimonio,
constituido únicamente por la unión estable de un hombre y una mujer; la verdad del destino universal de
todos los bienes de la tierra, la verdad mostrada en las obras de misericordia y el llamado concreto a
practicarlas, la verdad de la vida humana desde el momento de la concepción y vida humana hasta el
momento final natural, etc., etc. Estas verdades escandalizan a muchos oídos en nuestra sociedad, altamente
relativista. Discípulos-misioneros, hablemos de estas verdades, digámoslas una y otra vez, de formas
diversas, con la sencillez y la convicción que la misma verdad entraña y practiquemos de lo que hablamos.
Digámoslas en público y en privado. Digámoslas todos: los sacerdotes, los educadores, los profesores de
religión, los catequistas, los teólogos, los obispos. ¡Anunciemos a nuestra sociedad las verdades
fundamentales de la fe y de la moral cristianas!... y seamos santos.
Virgen María, reina de los santos, ruega por nosotros.