miércoles, 12 de julio de 2017
HOMILIA PARA EL DOMINGO XV TIEMPO ORDINARIO
Primera: Isaías 55, 10-11; Salmo: Sal 64, 10abcd. 10e-11.
12-13. 14; Segunda: Romanos 8, 18-23; Evangelio:
Mateo 13, 1-23
Nexo entre las LECTURAS
La Palabra de Dios es eficaz y fecunda;
por eso somos exhortados a escucharla -acogerla- y ponerla en práctica. Isaías
la compara con la lluvia que fecunda la tierra y hace germinar la semilla
(primera lectura). En la explicación de la parábola del sembrador Jesús enseña
que la semilla es la Palabra de Dios que, si cae en buena tierra (quien escucha
y acoge el mensaje), da fruto, sea ciento, sesenta o treinta. En la segunda
lectura se indican algunos frutos de la Palabra y Revelación divinas: la
liberación y gloria de los hijos de Dios, la participación del cosmos en la
"esperanza del hombre" .
Temas...
La Palabra posee, como lo afirmamos de los
Sacramentos, una propia eficacia. En esta parábola se nos muestra que su
eficacia, de alguna manera, está en dependencia de las disposiciones de quien
la escucha.
La Palabra llega a todos, pero no todos la
escuchan y aceptan (la parábola del sembrador da fe de la verdad de esta
proposición). Ya a finales del siglo 1 d.C. podía decirse que el mensaje de
Jesús había sido llevado a todos los rincones del mundo hasta entonces
conocido. Hoy día, gracias a la imprenta (la Biblia o, al menos el Nuevo
Testamento están traducidos a más de 1500 lenguas), a los medios de
comunicación social con alcance internacional, y sobre todo a los misioneros y
evangelizadores testigos de la Palabra, casi se puede asegurar, sin miedo a
equivocarse, que la semilla de la Palabra de Dios ha caído en todos los ángulos
de nuestro planeta. Y todavía más, hoy con la internet y la telefonía celular y
las redes sociales, todavía más seguros de que llegó hasta los confines de la
tierra. Junto a esta consolante realidad, se constata otra realidad evidente:
unos escuchan la Palabra, la aceptan y tratan de hacerla vida; a otros les
resulta indiferente, una más entre tantas palabras que llegan a sus oídos; pero
hay también muchos que la acogen, la meditan, la aman y la traducen en
actitudes y comportamientos y procuran enseñar a otros a hacer lo mismo.
Cuando el hombre está bien dispuesto, la
Palabra da fruto abundante. La lluvia, imagen de la Palabra en la primera
lectura, no vuelve a Dios vacía. La semilla, imagen de la Palabra en el
Evangelio, produce, en la tierra del hombre bien preparado para acogerla, un
fruto superabundante: desde el 30 al cien por cien, resultado admirable si, a
lo que parece, el promedio en tierra de Judea era, al máximo, del 10 por
ciento. Por eso, Pablo habla de frutos que exceden toda imaginación: Dios nos
ha revelado por su Espíritu nuestra condición y nuestra gloria de hijos suyos,
la misteriosa participación final del cosmos en la gloria de los hombres
(segunda lectura). Este fruto abundante no es casual, ni tampoco al margen de
la voluntad de Dios; es Dios mismo quien desea, como Padre amable y generoso,
que su Palabra produzca el más abundante fruto.
Sugerencias...
Leer y meditar, de manera, frecuente la Palabra de
Dios. Mucho se ha hecho y se está haciendo por difundir la Biblia entre los
cristianos, e incluso entre los no creyentes en Cristo. Es grande también la
labor realizada para que los fieles cristianos lean y mediten la Biblia, sea
individualmente o en grupo, que practiquen “la lectio divina”. Son muchos
igualmente los cursos, semanas, festivales bíblicos que se tienen a lo largo
del año, en tantos países. La "lectio divina" y otras formas
semejantes de lectura y meditación bíblicas se han difundido ampliamente no
sólo en los monasterios e institutos religiosos, sino también entre los fieles
cristianos laicos. Debemos agradecer a Dios los ingentes frutos que todo este
trabajo está produciendo en los cristianos y en la Iglesia. Podemos aprovechar
este Domingo para reflexionar sobre la presencia y eficacia de la Palabra de
Dios en nuestra diócesis, en nuestra parroquia, en nuestra comunidad, en nuestra
familia, en los lugares de trabajo. ¿Qué hemos hecho hasta el presente? ¿Con
cuáles resultados? ¿Qué podemos mejorar? ¿Habrá llegado el momento de promover
nuevas iniciativas en este campo de la pastoral?
Palabra y Sacramento. Son dos realidades indisociables.
Así lo ha entendido la Iglesia desde sus orígenes, uniéndolas en la liturgia
eucarística. Primero la Palabra eficaz que cae, como semilla, sobre los
participantes en la Eucaristía, y hace presente la revelación de Jesucristo.
Luego el Sacramento eficaz que, por medio de la consagración, hace presente la
obra de Jesucristo Redentor entre los hombres. La Palabra de Dios prepara al
Sacramento, y el Sacramento predispone para la acogida sincera de la Palabra.
Por eso, es importante hacer una catequesis sólida y constante sobre la
necesidad de participar a toda la celebración eucarística. No es principalmente
un problema moral: "Si es válida o no válida la Misa, porque llegué a la
homilía o al credo...". Es sobre todo un tema espiritual (el alma necesita
del alimento de la Palabra divina) y de pedagogía cristiana (educar a las
personas a una concepción completa y riquísima de la celebración eucarística,
desechando modos de pensar del pasado marcados por el pecado, el hombre viejo).
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