lunes, 26 de agosto de 2019

HOMILIA Domingo Vigesimosegundo del TIEMPO ORDINARIO cC (1 de septiembre de 2019).

Domingo Vigesimosegundo del TIEMPO ORDINARIO cC (1 de septiembre de 2019). Primera: Eclesiástico 3, 17-18.20.28-29; Salmo: Sal 67, 4-5a. c. 6-7b. 10-11; Segunda: Hebreos 12, 18-19.22-24; Evangelio: Lucas 14, 1.7-14 Nexo entre las LECTURAS… La primera lectura y el salmo subrayan, con la exhortación sapiencial la primera, y con la referencia histórica del éxodo el Salmo, la actitud de Dios para con los pobres y humildes. Así se orienta el contenido de las conversaciones de Jesús hacia la descripción de las actitudes de humildad que hacen posible la glorificación, que es el tema final de la liturgia de este Domingo. En el mundo actual es urgente que los discípulos-misioneros seamos testigos, ante los demás, de la existencia de ese mundo distinto (nuevo), diverso y joven, bello y pacífico en el que Cristo nos introdujo con su muerte (segunda lectura) y solo seremos testigos si somos servidores especialmente de los más humildes y sencillos. Temas... Los fariseos eran expertos en observar a la gente. Como ellos conocían tan bien la Ley de Moisés, y como tenían tantas tradiciones y costumbres y normas, entonces estaban muy atentos a ver quién cumplía y quién no cumplía. Y hoy hemos proclamado el evangelio y nos encontramos con otra de las muchas discusiones que Jesús tuvo con los fariseos. Para ellos, todo era problemático, todo era pecado, eso… todo era problema. Y Jesús trae un anuncio, una lógica distinta, precisamente muestra cómo es de ancho su corazón en el hecho de que, aunque Él no compartía el modo de obrar de los fariseos, no por eso dejaba de compartir con los fariseos. Es lo que nos enseña la obra de misericordia: soportar con paciencia los defectos de los demás… también las bienaventuranzas: de la mansedumbre, de los que tienen un corazón paciente, manso, misericordioso. Jesús tiene el corazón abierto, amplio y en verdad… por eso, si es verdad que ellos lo están observando a Él, Él también los está observando a ellos y no va al banquete como un tímido comensal sino que va como lo que es, un Maestro y el que quiera oír que lo oiga; y por eso, ahí delante de todos y de los fariseos, da la enseñanza: “…todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”. En la Liturgia, hoy nos está invitando a la humildad. Es valioso aprovechar estos minutitos en la iglesia (homilía)… aprovechemos, porque lo que oímos hablar de humildad lo oiremos tan solo de la puerta para adentro… PUES de la puerta para afuera… ni se oye, ni parece útil, ni parece provechoso, ni parece posible la humildad. Y, con dolor, lo decimos… muchas veces nosotros mismos (los que predicamos) no lo practicamos. De modo que, ya que estamos en la Iglesia, ya que nos reunimos para la Eucaristía, oigamos a Jesús, nuestro Maestro, y meditemos -por un momento- qué es esto de la humildad y… con los ritos de la Celebración, la practiquemos... seamos obedientes/humildes al Misal y a la Liturgia… eso es verdad y eso es humildad… los ritos nos ponen en verdad delante de Dios y de los demás. Y como en el mundo sirve más bien la suficiencia, la dureza, el sentirse uno capaz de todo, el egoísmo… hagamos lo que Dios nos pide en la Iglesia y esa oración nos dará la fortaleza del mismo Dios para ser sus hijos practicando los mandamientos y obras de misericordia en el mundo… en las cosas de cada día. Y… ¿Qué es la HUMILDAD?: Podemos escuchar a Santa Teresa de Jesús que nos dice: "la humildad es la verdad". Resulta que la verdad de uno es una cosa, y lo que uno dice de uno y lo que uno se imagina de uno y lo que uno aparenta de uno, eso son “otras” cosas. La humildad no es negar lo bueno que uno tiene, ni mucho menos. La humildad lo conserva a uno en la verdad de uno, que es bastante pequeña, pero también bastante prometedora que esas fantasías en las que uno suele vivir y en lo que uno suele aparentar. Hoy la Liturgia muestra la relación muy estrecha que hay entre la humildad y la sabiduría… por algo la primera lectura -hermosa- del libro Eclesiástico, capítulo tercero, habla de la humildad y de la sabiduría. Lo podemos poner en un ejemplo: cuando uno se encuentra con un verdadero científico, es una persona humilde, es una persona discreta que reposa sus declaraciones, que da sus posiciones de una manera muy sencilla, muy modesta. El verdadero científico es modesto, es humilde y, ¿por qué? Porque el verdadero científico sí sabe todo lo que no sabe. En cambio, el fanfarrón, el que se ha leído dos o tres libritos por ahí, el que se ha leído en una revista de divulgación, entonces de pronto se siente súper seguro de su ciencia… lo mismo podíamos decir de la filosofía, de la teología o de la fe, de los de la Iglesia… conocer un poquito a Cristo nos puede volver fanáticos. Cuando conocemos mucho de Cristo descubrimos que todos necesitamos de la gracia que Él promete y seguramente no vamos a hacer ni presuntuosos ni aplastantes con las otras personas, porque nosotros mismos hemos descubierto todo lo que no somos. La humildad nos hace sabios porque nos pone en contacto con todo lo que nos hace falta… es la soberbia la que nos hace ciegos. El creer que se tiene la respuesta completa o el estilo completo, o la única modalidad POSIBLE… nos hace incapaces de creer y nos hace incapaces de crecer, nos congela en lo que somos… y no nos deja estar con los demás. Llenarse de soberbia es matarse, porque la persona que está llena de soberbia hasta ahí llega. No puede saber más y no puede hacer espacio en su corazón para que entren los demás… por eso debemos rezar cada vez más la jaculatoria: Corazón de Jesús, manso y humilde, haz nuestro corazón semejante al tuyo, también tenemos que crecer en la devoción al Corazón de María, como Maximiliano Kolbe, Antonio María Claret y tantos otros… para que en nuestro corazón HAYA lugar para TODOS. Sin esta humildad, en tu vida no va a suceder todo lo que Dios quiere para Ti, todo lo que podrías ser. La verdadera devoción (vida devota) nos ayuda a rezar para ser humildes, porque la vida mostrará los errores. Es mejor, es más sensato ser humildes porque a medida que va pasando el tiempo, van apareciendo las consecuencias de todas las fanfarronadas y todas las salidas orgullosas (de poder) y todas las altanerías de uno. Qué bien nos hace la devoción, tan recomendada por la Iglesia, de San José: hombre justo, obediente, humilde… Sugerencias… Humildad, o sea, la verdad. Lo que Jesucristo en el evangelio pretende darnos no es una clase de cortesía y buena educación. Jesús va más a fondo, a lo esencial, al sustrato íntimo de la persona. Y allí, ¿qué encuentra? Encuentra un letrero que dice: "todo es don, todo es gracia". El hombre que no sea capaz de admitirlo, está en la mentira, se autoengaña y procurará de muchos modos engañar también a los demás. Por ejemplo, complaciéndose con sus éxitos, hablando de sus triunfos, exaltando sus muchas cualidades, creyéndose y haciéndose el importante... Aquel que sea capaz de admitir que todo es Don y Gracia, está en la verdad, y será profundamente humilde. Porque la humildad es la verdad con la que nos vemos a nosotros mismos delante de Dios. Por sí mismo el hombre es polvo, viento, nada (Eclesiástico). Por la gracia de Dios es su imagen y es su hijo. Que podamos decir como san Pablo: "Por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido vana en mí". ¡Qué manera tan distinta de vivir cuando se vive en la verdad! El hombre humilde vive la verdad en el Amor: la verdad sobre sí mismo, la verdad sobre los demás y la verdad sobre Dios. No puedo no afirmar que una Iglesia de humildes será una Iglesia más auténtica, más fiel al designio original de su Fundador (San Pablo VI, Papa). Cada uno, en humildad, contribuye en algo para bien y salvación de los demás. ¡Atención a la ‘falsa humildad’! Hemos dicho que la humildad es la verdad, como enseña santa Teresa de Jesús. Existen, sin embargo, formas aparentes de humildad. Al faltarles la verdad, esas formas no pueden ser humildad auténtica. Recordemos algunas formas de falsa humildad. Un claro caso es el complejo de inferioridad: "Yo no valgo para ese encargo", "Yo no puedo hacer ese trabajo", "Yo no tengo esa cualidad". A veces detrás de esas frases se oculta una ingente pereza o un deseo de poder. La mayoría de las veces se esconde una astuta soberbia que quiere evitar a toda costa el hacer un mal papel o el quedar mal ante los demás pero le encantaría ocupar ese lugar. Humilde es aquel que reconoce sus cualidades, su valía, sus buenos resultados, y lo atribuye a Dios como a su fuente. Otro ejemplo de falsa humildad es no aceptar la alabanza de los demás, rechazar cualquier reconocimiento público, aparentar indiferencia ante la opinión de los demás. En el fondo muchas veces es sólo una pose para saborear de nuevo la alabanza escuchada, o para que vuelvan a insistirte en los buenos resultados obtenidos, o para adular sus oídos con la buena opinión de que goza ante los demás (lo hacen para ser vistos, dice el Señor). Humilde, al contrario, es quien acepta la alabanza, pero la eleva hasta Dios; acepta el reconocimiento público por una buena obra o la buena opinión de los demás sobre él, pero descubre en ello un gesto de caridad fraterna y una acción misteriosa de Dios. Un último caso, es el de quien cree que todo le sale mal, que ha nacido ‘con esa mala estrella’, y que no hay nada que hacer. En un tal individuo la soberbia es tan grande que le ciega para ver cualquier cosa buena que haga; sólo tiene ojos para las cosas malas, o para los límites e imperfecciones de las cosas buenas. El humilde, más bien, sabe ver la bondad en las cosas, incluso en aquellas que le salen mal. Y dice con san Pablo: "Para los que aman a Dios todas las cosas contribuyen a su bien". María, Virgen humilde y obediente, ruega por nosotros. Área de archivos adjuntos

homilia Domingo Undécimo del TIEMPO ORDINARIO cB (16 de junio de 2024)

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