Segundo Domingo de ADVIENTO cB (10 de diciembre 2017)
Primera: Isaías 40, 1-5. 9-11; Salmo: Sal 84, 9-14; Segunda: 2 Pedro 3, 8-14; Evangelio: Marcos 1, 1-8
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El Bautista, que aparece en el evangelio, como «una voz en el desierto». Nuestro mundo es un desierto y hoy parece que lo es más que nunca; «el desierto crece»: materialmente, por la deforestación de los bosques, contra la que todos los planes de cultivo, conservación y repoblación forestal parecen impotentes. Además, para constatarlo solo es preciso caminar con los ojos bien abiertos a través de los barrios de nuestras ciudades, por los lujosos y por aquellos que vergonzosamente ocultamos, establecidos al margen de nuestras ciudades. Los desconsuelos tienen nombres, causas y densidades distintas: soportar día tras día el sinsabor de una vida sin sentido; no poder asegurar los elementales gastos cotidianos para vivir sobriamente; convivir con un cuerpo o una mente enfermo sin remedio; padecer el aparente silencio de Dios, su fingida malévola indiferencia. Y tantos otros desconsuelos…; y espiritualmente, por la desertización del paisaje religioso, pues la humanidad apenas puede oír ya la voz que clama «prepárenle el camino al Señor». La «voz» se va extinguiendo en el griterío confuso y turbulento de los medios de comunicación, de las primicias informativas, de las noticias sensacionalistas que se pisan y devoran unas a otras y de las mismas redes sociales. Y si el profeta aparece con unos hábitos sorprendentemente anti-culturales -vestido de piel de camello; saltamontes y miel silvestre como alimento-, nosotros hoy estamos bastante habituados a un comportamiento similar por parte de la juventud inconformista; pero estos jóvenes que ahora protestan, a menos que quieran explícitamente convertirse en seres marginales, terminarán entrando por el aro y participarán en el gran juego de los adultos, más todavía, hay movimientos que quieren ser tan fuertes en la protesta que tienden a sacarse la ropa o cubrirse, para no ser identificados. Hoy sólo es noticia, a lo sumo, la teología que se inmiscuye en los asuntos políticos o promueve los cambios sociales. El Bautista lo tendría hoy más difícil que entonces, cuando la gente acudía a oírle, confesaba sus pecados y le concedía al menos un ‘cierto crédito’, creyendo que alguien más grande, al que había que preparar el camino, vendría después de él.
La primera lectura aporta todo el contexto de su mensaje. El contenido de éste es mucho más grande que lo que se puede realizar mañana y pasado mañana: que los israelitas desterrados en Babilonia podrán volver a su patria y reconstruir su templo. El mensaje habla de un futuro, un futuro que está ciertamente próximo y en el que «todos los hombres juntos verán la gloria del Señor», en el que Dios mismo, como un pastor, reunirá a toda la humanidad para conducirla finalmente a casa. Este acontecimiento escatológico debe ser proclamado desde «lo alto de un monte», pues es un mensaje de gozo. La turbulenta historia del mundo, con sus hondonadas y sus colinas -es decir, con sus caminos escabrosos y tortuosos- se manifestará finalmente como el camino recto y llano por el que Dios ha transitado desde siempre. La historia, que desde el punto de vista intramundano parece encaminarse hacia catástrofes imprevisibles, es, vista desde el final -con esperanza-, una vuelta a casa segura y entrañable.
El tiempo de Dios. La segunda lectura nos dice que no tenemos una visión panorámica del tiempo; calculamos los días y los años, pero nuestros cálculos resultan siempre falsos. En todos los siglos se ha pronosticado el día de la venida de Dios, pero éste nunca ha llegado. Esto ocurre porque el tiempo de Dios no es como el de los hombres: para Dios «mil años son como un día». Por eso algunos hablan con un tono de superioridad y de sarcasmo de «retraso», de una espera ingenua del fin. Pero el Señor no tarda en cumplir su promesa. Está viniendo constantemente y saca como un pescador la gigantesca red de la historia del mundo sobre la playa. Que el fin del mundo, visto de una forma puramente intramundana, deba ser catastrófico, no turba ni el plan de Dios ni la confianza de los cristianos. Estos simplemente deben procurar que Dios los encuentre «inmaculados» y «en paz con Él» cuando vuelva. El Adviento prepara esta paz y ayuda a vivir en paz, preparando, también, la jornada mundial de la paz (1 de enero de 2018).
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