lunes, 21 de diciembre de 2020
HOMILIA Misa de NOCHEBUENA (24 de diciembre 2020)
Misa de NOCHEBUENA (24 de diciembre 2020)
Primera: Isaías 9, 1-6; Salmo: Sal 95, 1-3. 11-13; Segunda: Tito 2, 11-14; Evangelio: Lucas 2, 1-14
Nexo entre las LECTURAS
Nacimientos. Sí, también la resurrección es un nacimiento; pues aun cuando como solemnidad litúrgica se encuentre todavía muy lejos, viene incluida, sin embargo, en la solemnidad de Hoy, de la Navidad. Porque la resurrección es, a su vez, un nacimiento. Nacimiento de la tumba, que da plena perfección al nacimiento del seno de la Virgen. Encontramos al Cristo Niño en el pesebre y mejor aún, al Cristo resucitado, así lo muestra la liturgia de esta noche (la Eucaristía, Él vivo). El Apóstol nos invita a nacer para la vida eterna, el encuentro definitivo. Por la resurrección Cristo se muestra como Señor de la creación y punto central de todo el cosmos. En el Resucitado se complace el Padre celestial en contemplar la imagen ya madurada de la creación: el hombre. Por eso es muy natural que la liturgia de esta noche, al celebrar el primer nacimiento de Cristo, de la Virgen, evoque también la mística presencia de su segundo nacimiento, la Pascua. Detrás de la imagen del Niño, como Iglesia vemos resplandecer la gloria del Hombre y del Vencedor, y al tiempo que escuchamos las palabras de los pastores: “Vamos a Belén”, oímos también la palabra del Señor: “Miren, subimos a Jerusalén” (Lc 18, 31). Este es, pues, el “HOY vendrá y nos salvará”. Viene a salvarnos.
Temas...
El Amor lo hizo posible. Isaías, que nos ha acompañado a lo largo de este precioso adviento, ahora nos invita a entrar en la navidad. Es el idóneo servidor de la casa de Dios que hoy nos abre la puerta y nos deja entrever el tamaño de las promesas que nuestro corazón ha venido acunando con paciencia y cierto temor. ¡Gracias, Isaías, gracias!
La primera lectura, pues, deja claro un hecho: Jesús está entre nosotros, ante todo, como cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres. La fidelidad de Dios se ha hecho carne en Jesús. Pero esa fidelidad tiene una raíz más profunda: el amor. Esta es la gran lección de la Navidad: la fidelidad brota del amor; y el amor que es amor es fiel.
Una paz sin límites. Entre las numerosas promesas del anuncio del profeta hay una que nos enamora: "la paz no tendrá límites" (Is 9,7). El reino de David se hizo famoso porque en aquel tiempo Dios puso "paz en sus fronteras" (Sal 147,14). Ya era algo maravilloso y memorable: un límite para el mal. Lo que ahora se anuncia es mejor: la victoria sobre la maldad. No se trata de tener a los enemigos a raya, se trata de desaparecer la amenaza misma de la acechanza del mal.
Cristo trae la paz sin límites. ¿Por qué no vemos llegar esa paz? Porque se nos muestra como un proceso y es porque la llegada de Cristo -que trae esta paz- es la de su retorno y no solo la de su nacimiento en nuestra carne. Tal vez la explicación es otra. Esa paz, aunque tendrá su plenitud en el desenlace de la historia humana, al retorno de Cristo, ya tiene su inicio en todo lo que hizo y padeció Cristo. Su mansedumbre, su ofrenda de sí mismo, su amor que acoge son genuinas expresiones de una paz que no se deja vencer por el mal. El mismo Niño que padece un nacimiento tan sufrido padece una muerte de espanto. Y en ambos extremos la paz de su alma se deja sentir. Esa es la paz sin límites: la que sigue siendo paz en medio de la tribulación, el desaliento, la burla y la deshonra.
La Gracia de Dios se ha manifestado. La segunda lectura resume bien el regalo de la Navidad: "la gracia de Dios se ha manifestado" (Tito 2,11). Sabíamos que Dios nos amaba, lo habíamos oído, ahora lo ven nuestros ojos (cf. Sal 48,8). ¡Los ojos del Niño nos dejan ver el rostro del amor!
Es litúrgicamente bien significativo el texto que la Iglesia ha escogido. ¡El día mismo de Navidad se proclama la Pasión del Señor! Se ha manifestado la gracia, en la ternura de ese cuerpecito; pero, sobre todo: se ha manifestado la gracia en las llagas de ese Cuerpo en la Cruz. No podemos celebrar la querencia del Niño sólo porque es niño: le amamos porque nos ama, y nos ama para salvarnos. Lejos de una explosión de estéril afectuosidad que poco deja, la Navidad es el comienzo contemplativo del misterio de un amor que se dona hasta el extremo. La Hostia, Cuerpo suyo de Belén y del Calvario, está ahí para recordárnoslo cada día.
Sugerencias...
Navidad. Tanto en el evangelio de Lucas, que se lee en la misa de medianoche, como en el de Juan, que se lee en la del día, se insiste en un dato sorprendente. Lucas afirma que cuando José y María llegaron a Belén no encontraron posada, teniendo que cobijarse fuera del pueblo, en una gruta. Por su parte, Juan da testimonio de que “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Hoy celebramos la Navidad, recordamos aquella primera navidad, en que Dios-hombre nació en el mundo y el mundo que no quiso recibirlo. Hoy celebramos la navidad en un mundo que, después de tantos siglos, también parece no tener sitio para Dios. Parece que, en este mundo, al que viene Jesús, no hay sitio para todos (rezamos para que no aprueben la interrupción voluntaria del embarazo). No hay vivienda para los sintecho, no hay trabajo para los parados, no hay alimentos para los que se mueren de hambre, no hay sitio para los migrantes, no hay respeto hacia los diferentes... y por precariedad, casi que no hay ayuda suficiente para los que sufrimos las consecuencias del COVID-19 y de la cuarentena. En este mundo falta caridad, falta amistad social, falta solidaridad, falta hospitalidad y parece sobrar egoísmo, indiferencia, insolidaridad.
Encarnación. Navidad es la conmemoración del nacimiento de Jesús, el hijo de Dios que nace en Belén. Es un misterio de encarnación. Dios se hace hombre, toma nuestra condición con todas sus consecuencias hasta la muerte, para que nosotros podamos asumir la condición de hijos de Dios, con todas sus consecuencias, también de inmortalidad y resurrección. Es un misterio, pues, de solidaridad, que funda una nueva relación de Dios con los hombres, y debe fundar también una nueva relación de solidaridad entre los hombres. En Jesús, Dios se hace solidario de nuestra causa, para que todos seamos en Jesús solidarios en la causa de los hombres (Concilio Vaticano II), sobre todo, la de los pobres y excluidos. Dios está con nosotros, por nosotros, para nosotros, a fin de que también nosotros estemos los unos con los otros, por los otros, para todos.
Presencia. Que Dios esté con nosotros no significa que Dios esté contra los otros. Y mucho menos que los creyentes nos arroguemos una predilección divina ‘contra’ otros pueblos o religiones. Al contrario, Dios con nosotros significa que Dios está en todos los seres humanos, está en nosotros para que seamos útiles a los otros, pero está también en los otros para que le respetemos y escuchemos y amemos. De modo que nuestras relaciones interpersonales, las relaciones sociales, debemos ir conformándolas según esta nueva perspectiva de Navidad, como relaciones de solidaridad, de amistad social, de disponibilidad, de colaboración y de ayuda hacia todos, pero de modo especial hacia aquellos que más necesitan de nosotros.
Pesebre. A los primeros testigos de la Navidad, los pastores, les dieron los ángeles esta señal: “encontrarán un niño en pañales y acostado en un pesebre”. Dios se deja ver, sobre todo, en la debilidad, en la pobreza y en la candidez de un niño. Al hacerse niño se ha puesto al alcance de nuestro cariño y de nuestra ternura. Pero los niños pueden ser también fáciles víctimas de nuestra violencia y desconsideración. De ahí la posibilidad de descubrirlo y amarlo y servirlo en los pobres, con los que ha querido identificarse; pero de ahí también el riesgo de que pasemos de largo, de que no lo veamos o no queramos verlo, e incluso de que lo rechacemos. Jesús, que es la Palabra de Dios, se ha hecho apenas balbuceo en el niño de Belén, y se hará silencio al morir en la cruz. Así se ha puesto en su sitio, para indicarnos el nuestro, el último lugar, a la cola, al servicio de todos. Que para eso estamos, para servir, para ser útiles, para amar.
Solidaridad. La encarnación, la Navidad, al descubrirnos la solidaridad de Dios con el hombre, funda también la solidaridad entre los hombres. Frente a la cultura de la competitividad, que amenaza con convertir la convivencia en una lucha sin cuartel de todos contra todos, debemos sentar las bases de una nueva cultura, la de la amistad social, que nos predisponga a todos en favor de todos. Más allá de la competitividad, entendida y practicada como selectiva y eliminatoria de los débiles, hay que apostar por la competencia, entendida y practicada como capacitación para un servicio cada vez mejor y más operativo y con todos. Se trata de ir convirtiéndonos de nuestra cultura con todos los rasgos de inhumanidad que ha ido adquiriendo con la violencia, la explotación, la exclusión, la hostilidad y hostigamiento... a la nueva vida con rasgos nuevos de humanidad, de ayuda mutua, de ‘buen samaritano’, de comprensión y respeto, de amor y de servicio, de tolerancia y cooperación, de solidaridad, de caridad.
Podemos preguntarnos: ¿Cómo celebramos la Navidad 2020? ¿Qué celebramos, la Navidad o las navidades? ¿Un acontecimiento de salvación o unos días de vacaciones, de tradición cultural o solo recuerdos de días de niño y reunión de familiares? ¿Creemos de verdad que el Señor está con nosotros? ¿Con quién estamos nosotros? ¿Con Dios o con el dinero? ¿Con los ricos o con los pobres? ¿Con los poderosos o con los débiles? ¿Vivimos la encarnación? ¿Estamos encarnados con nuestro mundo? ¿O tratamos de vivir al margen de todo, a nuestro modo? Navidad es solidaridad, ¿somos solidarios? ¿Sólo en las grandes ocasiones? ¿Lo somos cada día, en los detalles, siempre y son todos?
¡Feliz NAVIDAD!
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