lunes, 28 de diciembre de 2020

HOMILIA Solemnidad de la Bienaventurada VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS. (01.01.2021)

Primera: Números 6, 22-27; Salmo: Sal 66, 2-3. 5-6. 8; Segunda: Gálatas 4,4-7; Evangelio: Lc 2, 16-21 Nexo entre las LECTURAS La "MUJER" es el centro de atención de la Liturgia, particularmente la mujer como madre. Y esa mujer y esa madre es María. La bendición litúrgica de la primera lectura parece que fue escrita dirigida a María-Madre: “El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor te muestre su rostro y te de la paz”. Y también podemos decir que esa bendición es para el año 2021, en la realidad de sus horas, días, semanas y meses: ‘que el Señor te bendiga... año del Señor 2021’. Tengamos presente el mensaje del Papa con ocasión de la 54 Jornada mundial de la paz. Estas son sus palabras que nos iluminan: «Es doloroso constatar que, lamentablemente, junto a numerosos testimonios de caridad y solidaridad, están cobrando un nuevo impulso diversas formas de nacionalismo, racismo, xenofobia e incluso guerras y conflictos que siembran muerte y destrucción. Estos y otros eventos, que han marcado el camino de la humanidad en el último año, nos enseñan la importancia de hacernos cargo los unos de los otros y también de la creación, para edificar una sociedad basada en relaciones de fraternidad. Por eso he elegido como tema de este mensaje: La cultura del cuidado como camino de paz. Cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día» (…) La cultura del cuidado, como compromiso común, solidario y participativo para proteger y promover la dignidad y el bien de todos, como una disposición al cuidado, a la atención, a la compasión, a la reconciliación y a la recuperación, al respeto y a la aceptación mutuos, es un camino privilegiado para construir la paz. «En muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia». Temas... Una bendición. La primera lectura de hoy nos trae una bendición, pero sobre todo nos enseña a bendecir. No es un acto trivial ni una simple costumbre social; es nuestro modo de acoger en cada aspecto de la vida al Dios de la alianza. Nuestras bendiciones mutuas son prenda de la bendición del Señor. Podemos compendiar los buenos deseos de esta hermosa bendición del libro de los Números en tres aspectos, que son también los mejores deseos para el año que empieza: protección, amistad con Dios y paz. Defendidos del mal y fortalecidos en el bien: este es el rostro de la raza bendecida. La bendición bíblica, que han popularizado especialmente los frailes franciscanos, no habla directamente de la amistad con Dios, sino del resplandor de su rostro, la cercanía de su favor y benevolencia. Una vida bendecida va acompañada del brillo del rostro de Dios y de una cálida proximidad a su amor y su bondad. Corresponde, pues, a lo que solemos llamar "permanecer en la gracia de Dios". El gran anhelo al bendecir es en realidad la vida de la gracia. Nacido de mujer. La segunda lectura abre un tema distinto, relacionado con la solemnidad litúrgica de este día. Jesús el hijo de María; María es la madre de Jesús. La humildad del "nacido de mujer" se convierte en exaltación de la "madre de Dios". Jesús es el nacido en la "plenitud de los tiempos". El tiempo de Jesús es el tiempo cumplido, o mejor: Jesús es el que da su cumplimiento, su plenitud al tiempo; no hay tiempos plenos sin Jesús; sin Él, la vida queda sin plenitud; queda vacía. Nació de mujer; nació bajo la ley. Las dos cosas van paralelas, en la mente del apóstol Pablo. Y es lógico: nacer de mujer es entrar a participar de las leyes y condiciones fundamentales de la vida humana. Nacido de mujer significa: sometido a las leyes de nuestra existencia. En el otro sentido también hay una semejanza. Nacer "bajo la ley" es también "al amparo, en el seno de la ley". A su modo la ley era una madre, y alguna vida quería propagar, o por lo menos, no dejar perder. El paralelo continúa. El que nació de mujer trasciende esa condición a favor nuestro, pues nos hace hijos de Dios (Francisco, Nochebuena 2020). El que nació bajo la ley trasciende esa condición liberándonos del dominio de la ley de Moisés, al concedernos "el Espíritu de su hijo". Así pues, la condición humillada de Jesús, por la que se hace "nuestro", es el punto de partida de un movimiento trascendente que nos hace "suyos". En el corazón de esa maravillosa transformación cósmica está María. El Nombre de Jesús. El evangelio de hoy nos ofrece el tercer tema: el Nombre de Jesús. Antiguamente la Iglesia celebraba el 1° de enero la fiesta de la Circuncisión del Señor. El tema como tal queda hoy en un segundo o tercer plano, pero no deberíamos dejarlo oculto: por su circuncisión Jesús pertenece a la alianza que Dios selló con Abraham, y así como interesa ver que en Cristo se cumple lo prometido a David, así también interesa ver que la alianza con Abraham alcanza su plenitud en la plenitud de Cristo. En otro sentido, este es un día precioso para meditar en el significado del nombre de nuestro Salvador. Este es el nombre que fue revelado a José (Mt 1,21) y a María (Lc 1,31). Quiere decir: "Yahvé salva". ¡El hijo de María lleva la salvación ya en su nombre! Tanto es de valioso este NOMBRE que tiene Memoria Libre propia el 3 de enero. Invocar a menudo el nombre de Jesús es un modo místico de acercarnos al Nombre sobre todo nombre. No son las letras, no es magia; es la gloria de Dios hecha próxima, es la bondad de Dios entre nosotros, es verdaderamente el Dios-con-nosotros. Con el nombre de Jesús sucede como con la Hostia Consagrada, puede ser tan grande o tan pequeña como nuestra fe o como nuestro amor. "Jesús" puede ser el título de un recuerdo o el nombre que nos revela la más preciosa historia de gracia y de amor de todos los tiempos. Sugerencias... La bendición para el año. La solemne fórmula de bendición del Antiguo Testamento abre en la primera lectura la liturgia del nuevo año civil 2021. La fórmula es prescrita por el propio Dios a Moisés y contiene la doble plegaria del que bendice: que Dios se digne volver su rostro y hacer brillar su resplandor sobre nosotros para concedernos así la gracia y la salvación. La mirada de Dios sobre nosotros es (según Pablo) mucho más saludable que nuestra mirada sobre él («al que ama, Dios lo reconoce», 1Cor 8,3). «Ver al que ve» es según Agustín la bienaventuranza suprema (Videntem videre). Pero nosotros somos mirados al mismo tiempo por la Madre de Dios con un amor infinito, como hijos suyos, y somos bendecidos por ella. Según el Nuevo Testamento esta bendición es inseparable de la de su Hijo y de la de todo el Dios trinitario, con lo que su maternidad queda profundamente entroncada y enraizada en la fecundidad divina. Ella nos bendice al mismo tiempo como la Madre personal de Jesús y como el corazón de la Iglesia «inmaculada» (Ef 5,27), que es la Esposa de Cristo (Apocalipsis). María conservaba todo en su corazón. Estas sencillas palabras del evangelio, repetidas dos veces (Lc 2,19.51), muestran que la Bienaventurada Virgen es la fuente inagotable de la memoria y de la interpretación para toda la Iglesia. Ella conoce hasta en lo más profundo todos los acontecimientos y fiestas que nosotros celebramos a lo largo del Año Litúrgico. Este es también el sentido del rosario: los misterios de Cristo deben contemplarse y venerarse con los ojos y el corazón de María para poder entenderlos en toda su amplitud y profundidad, en la medida que esto nos es posible. La veneración y la festividad del corazón de María no tienen nada de sentimental, sino que conducen a esa fuente inagotable de comprensión de todos los misterios salvíficos de Dios, que afectan a todo el mundo y a cada uno de nosotros en particular. Poner el año bajo la protección de su maternidad significa implorar de ella, como hermanos y hermanas de Jesús que somos, y por tanto como hijos de María, una comprensión continua para un constante seguimiento de Jesús. Como la Iglesia, de la que ella es la célula primigenia, María nos bendice no en su propio nombre, sino en el nombre de su Hijo, que a su vez nos bendice en el nombre del Padre y del Espíritu Santo. La segunda lectura concede una gran importancia al Espíritu Santo. En ella se habla de María como de la mujer por la que nació el Hijo, quien con su pasión consiguió para nosotros la filiación divina. Pero como somos hijos de Dios, «Dios envió a nuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba! Padre». No seríamos hijos del Padre, si no tuviéramos el Espíritu y las impresiones del Hijo; y este Espíritu nos hace gritar al Padre con agradecimiento e incluso con entusiasmo: «Sí, Tú eres realmente nuestro Padre». Pero no olvidemos que este Espíritu fue enviado por primera vez a la Madre, como el Espíritu que le trajo al Hijo, y de que de este modo es, como «Espíritu del Hijo», también el Espíritu del Padre. No olvidemos tampoco que el júbilo por ello, ese júbilo que nunca cesa a lo largo de la historia de la Iglesia, resuena en el Magnificat de la Madre. Es una oración de alabanza que surge enteramente del «Espíritu del Hijo» y se eleva hacia el Padre; una oración personal y a la vez eclesial que engloba toda acción de gracias desde Abrahán hasta nuestros días; es la mejor forma de comenzar el año nuevo 2021. Parte del mensaje del santo padre Francisco. 5. La cultura del cuidado en la vida de los seguidores de Jesús: Las obras de misericordia espirituales y corporales constituyen el núcleo del servicio de caridad de la Iglesia primitiva. Los cristianos de la primera generación compartían lo que tenían para que nadie entre ellos pasara necesidad (cf. Hch 4,34-35) y se esforzaban por hacer de la comunidad un hogar acogedor, abierto a todas las situaciones humanas, listo para hacerse cargo de los más frágiles. Así, se hizo costumbre realizar ofrendas voluntarias para dar de comer a los pobres, enterrar a los muertos y sustentar a los huérfanos, a los ancianos y a las víctimas de desastres, como los náufragos. Y cuando, en períodos posteriores, la generosidad de los cristianos perdió un poco de dinamismo, algunos Padres de la Iglesia insistieron en que la propiedad es querida por Dios para el bien común. Ambrosio sostenía que «la naturaleza ha vertido todas las cosas para el bien común. [...] Por lo tanto, la naturaleza ha producido un derecho común para todos, pero la codicia lo ha convertido en un derecho para unos pocos». Habiendo superado las persecuciones de los primeros siglos, la Iglesia aprovechó la libertad para inspirar a la sociedad y su cultura. «Las necesidades de la época exigían nuevos compromisos al servicio de la caridad cristiana. Las crónicas de la historia reportan innumerables ejemplos de obras de misericordia. De esos esfuerzos concertados han surgido numerosas instituciones para el alivio de todas las necesidades humanas: hospitales, hospicios para los pobres, orfanatos, hogares para niños, refugios para peregrinos, entre otras». Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.

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