miércoles, 27 de septiembre de 2023

HOMILIA Domingo vigesimosexto del TIEMPO ORDINARIO cA (01 de octubre de 2023)

 imagen de Librería San Pablo

Domingo vigesimosexto del TIEMPO ORDINARIO cA (01 de octubre de 2023)

Primera: Ezequiel 18, 24-28; Salmo: Sal 24, 4-9; Segunda: Filipenses 2, 1-11; Evangelio: Mateo 21, 28-

32.

Nexo entre las LECTURAS

La conciencia de la responsabilidad personal es el tema predominante en esta liturgia. A los exiliados que culpan a Dios de injusticia porque se comporta de modo desigual con el honrado que comete maldad y con el malvado que se comporta honradamente, Dios les dice: ¿acaso no es el proceder de ustedes, y no el mío, el que no es correcto? El honrado que ha cometido la maldad, muere por la maldad que ha cometido, y el malvado que practica la justicia vivirá porque se aparta de la maldad. Tanto uno como otro son responsables de sus obras. La verdadera responsabilidad personal, nos enseña Jesús en el Evangelio, se manifiesta no tanto en el decir sino en el obrar, como resulta claro de la parábola. San Pablo pone, ante los ojos de los Filipenses, como ejemplo de responsabilidad y coherencia, a Jesucristo: El sí de Cristo es un sí operativo, encarnado en las obras para realizar la redención (segunda lectura).

Temas...

La responsabilidad personal de cada uno. ¡Qué buen maestro es Jesús! ¡Con qué claridad nos va guiando para que aprendamos cuáles son las actitudes de un buen seguidor suyo!

Uno dijo ;¡¡no quiero!!;, pero fue. El otro dijo ¡voy!;, pero no fue. Jesús quiere que conformemos nuestra conducta al estilo de su evangelio, no sólo con palabras, sino con hechos. Y a veces, los que más oficialmente parecen los ;buenos; son los que menos dóciles se muestran a los caminos de Dios.

Lo primero que nos dice hoy la Palabra de Dios es que cada uno es responsable de sus actos, de sus opciones ante el bien y el mal. El profeta Ezequiel, ante un pueblo que se refugiaba demasiado fácilmente en las ;culpas de la comunidad; o de los antepasados, hace una llamada urgente a la decisión personal de cada uno.

Es verdad que la conducta de cada uno repercute en la totalidad, y que la comunidad influye en nuestras opciones personales. El que otros se muestren flojos me afecta, porque me quita las pocas fuerzas que pudiera tener para seguir por el buen camino. Pero eso no nos exime ni del mérito ni de la culpa: la responsabilidad de nuestra vida la tenemos nosotros.

La parábola de los dos hijos también nos pone ante la decisión personal: el que dijo que sí, pero no fue, o el que respondió que no quería ir, pero luego cambió de idea y fue a trabajar. En el fondo, este segundo cumplió la voluntad de Dios. El que elige el camino del mal entra él mismo en la esfera de la muerte. El que opta por el bien, en la esfera de la vida. Podrán haber influido, en una o en otra dirección, el ejemplo de los demás, o las estructuras deficientes o el ambiente neopagano de este mundo, incluso la poca ayuda que nos presta la comunidad eclesial, también ella pobre muchas veces. Pero no vale recurrir a excusas a la hora de admitir la propia responsabilidad.

Hoy apreciamos mucho la libertad personal y la dignidad de nuestras propias decisiones: no tendremos que refugiarnos, por lo tanto, en ;lo que hace la mayoría; según las estadísticas, o en lo poco que nos ayudan

desde fuera las instituciones. El cristiano debe tener personalidad, saber ir ‘contra corriente’, ser responsable de sus actos, seguir a Cristo en lo fácil y en lo difícil.

¿Quién cumple de verdad? El evangelio de hoy nos orienta también en otra dirección que es consecuencia de la primera: que no bastan las palabras, que lo que cuenta son “los hechos”.

Jesús dedicó esta enseñanza a los que oficialmente eran guías del pueblo de Israel, pero no se daban por enterados de la buena noticia. Debió ser una palabra inquietante y hasta escandalosa: sentirse comparados a los “pecadores y pecadoras” públicos, y oír que estos, si cambian de vida, han sabido cumplir la voluntad de Dios mejor que los maestros de Israel. Los fariseos decían oficialmente ;sí, voy;, pero en realidad no cumplían: todo era fachada y apariencia. Se tenían por perfectos. Jesús, una y otra vez, los desenmascara, cuando les llama; sepulcros blanqueados; o cuando asegura que el publicano que oró humildemente, bajó del Templo perdonado, y el fariseo, que se creía perfecto, no. ¡Cuántas veces alabó Jesús a personas que en las medidas sociales y religiosas de su tiempo eran consideradas poco menos que indeseables: publicanos, el centurión romano, la mujer cananea, la pecadora arrepentida.

Pero no nos quedemos en los fariseos de entonces. Seamos sinceros y apliquemos las palabras de Cristo a nuestra vida. También nosotros podemos tener la tentación de conformarnos con palabras, sin pasar a los hechos. Decir SI con los labios, casi profesionalmente, y luego vivir en la práctica una continuada incoherencia, sin practicar lo que decimos. Esto puede pasarnos a nosotros, los sacerdotes, los que hablamos y exhortamos a los demás a cumplir el evangelio, y luego puede ser que nuestro ejemplo sea muy poco creíble. Y puede pasar con las ;personas de bien;, los de buena fama. A todos se nos podría aplicar aquello de que ;del dicho al hecho hay un buen trecho;.

Lo peor sería que los; oficialmente buenos; miremos con aires de suficiencia a los que consideramos ;pecadores; y alejados. O a los migrantes que han venido desde lejos a nuestras tierras en busca de una vida más humana, y a los que demasiado fácilmente podemos considerar como menos dignos de respeto (Francisco, Papa). Tampoco a nosotros nos resulta cómodo oír que es posible que ;los otros a lo mejor han escuchado con mayor sinceridad la palabra de Dios o están practicando mejor las actitudes cristianas (de servicialidad, o de perdón, o de esperanza, o de apertura para con Dios) que los que nos llamamos más solemnemente cristianos.

Los que participamos cada Domingo de la Eucaristía hemos de recordar que no todo termina ahí. El ;pueden ir en paz; del final no significa que ;aquí no ha pasado nada;. Precisamente queda lo más difícil: que lo que hemos escuchado y creído y celebrado en la Misa lo cumplamos luego significativamente en nuestro estilo de vida. Si en la Eucaristía decimos convencidos ;sí, voy ;, que en la vida no resulte que de veras no vamos, sino que prolongamos en nuestro modo de vivir la fe que hemos profesado aquí.

Sugerencias...

En la parroquia, el barrio, están los cristianos auténticos, que han vivido y continúan viviendo en actitud de fe y conversión permanentes. ¡Magnífico, y que sean muchos! Hay también posiblemente cristianos ;delantes;, que son cristianos por tradición y herencia, y a veces con esa fe “de los de siempre”. Dan ;si! a la liturgia y a la vidriera y un;no; a ciertas exigencias de la vida apostólica; o viceversa, un;sí ; a ciertas

conductas morales y un ;no; al ejercicio de la fe. ¿Cuántos son estos ;viejos; cristianos? No faltan quienes han sido religiosamente fríos, han pertenecido a otra religión, incluso han sido laicistas y hasta ateos, pero se han convertido y ahora tratan de ser fervientes cristianos. ¿Son muchos los que pertenecen a este grupo? Y están, muy probablemente, quienes han dicho y continúan diciendo ;no; a la fe y a la conversión interior,

con las palabras y con las obras. Es una descripción elemental, tal vez real, en nuestro entorno. ¿Qué PUEDO hacer ante esta situación? Haz todo lo que el Espíritu de Dios te inspire, deja hacer a otros lo que el mismo Espíritu les está pidiendo, y mantente siempre con la esperanza muy alta (Francisco, Papa). Necesidad de testigos. A ser responsables, aprendemos viendo el modo responsable de comportarse de otros. A permanecer en actitud responsable, nos ayuda e impulsa el ejemplo de los demás. El Papa Francisco vuelve a decir que en la Iglesia son más necesarios los predicadores-testigos que los solo predicadores. ¡He aquí una hermosa tarea para llevar a cabo en nuestra responsabilidad pastoral! Hemos de trabajar por ser nosotros mismos TESTIGOS… hemos de interesarnos activamente por formar testigos creyentes, por crear entre los cristianos la conciencia de que ser cristiano y ser testigo son una misma cosa (Aparecida). Con un grupo de testigos es grande el bien que se puede hacer en una parroquia, en una comunidad, en una diócesis.

Ser testigos, discípulos-misioneros, es un modo de realizar la nueva evangelización.


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