lunes, 30 de diciembre de 2024

homilia SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS. (01 de enero 2025).

 SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS. (01 de enero 2025).

58 Jornada mundial de la paz (en el Jubileo Ordinario). Un camino de esperanza: Perdona

nuestras ofensas, concédenos tu paz.

EN EL ALBA DE UN NUEVO AÑO

En la liturgia de la iglesia, el año nuevo es simplemente el día octavo después de la Navidad, después del

nacimiento del Señor. En esta subordinación del comienzo del año civil bajo el misterio de la fe y de su

nuevo inicio, se advierte a las claras la transformación del tiempo que se opera mediante la fe. Sin la fe,

nuestro calendario no es otra cosa que la medida de las rotaciones de la tierra: en un poco más de

veinticuatro horas gira la tierra en torno a sí misma, y más o menos en trescientos sesenta y cinco días, en

torno al sol. Día y año son dimensiones puramente mecánicas, expresión de una marcha circular que siempre

se repite de nuevo. El tiempo es un círculo; no tiene ningún de dónde y adónde. La tierra realiza su carrera,

prescindiendo del sufrimiento y de las esperanzas de los hombres que sobre ella viven.

La fe transforma el tiempo. Su unidad de medida no son los movimientos de los astros, sino las acciones de

Dios, en las cuales él nos aplica su corazón. Los dos grandes acontecimientos que proporcionan al tiempo un

nuevo eje son el nacimiento y la resurrección del Señor. A partir de estos hechos de Dios, surge la festividad

cristiana, que no tiene nada que ver con las órbitas descritas por los astros. La repetición de las fiestas es

algo totalmente distinto del discurrir de los días desde el principio del año al final del mismo. No es un

circular eterno, sino la expresión de lo inagotable del amor, del corazón que apunta hacia nosotros en la

acción del recuerdo. Así el comienzo cristiano, que significan las navidades, posee también un nuevo

contenido frente al inicio del año civil: es, ni más ni menos, que la posibilidad siempre nueva de retornar a la

bondad de Dios encarnada, y de convertirnos en hijos y de vivir de nuevo a partir de ello.

Pero se hace, asimismo, patente algo nuevo: el octavo día después de la Navidad tiene, en la liturgia y en el

derecho de Israel, un significado bien determinado: es el día de la circuncisión y de la imposición del

nombre, esto es, el día de la aceptación legal en la comunidad de Israel, en su promesa y de la recepción

responsable de la carga que supone la ley. Un hombre no nace propiamente con su nacimiento biológico.

Porque no consta sólo de lo biológico, sino de espíritu, de lenguaje, de historia, de comunidad. Pero, para

ello, necesita de los otros, que le otorgan el lenguaje, la comunidad, la historia y el derecho. El día octavo en

la vida del Niño Dios significa que él se naturalizó legalmente con su pueblo. Dios se naturalizó en ese

mundo y recibió su nombre, Jesús, que le muestra como ciudadano de nuestra historia y que hace que se le

pueda denominar o nombrar como hombre. Y sólo por su naturalización en nuestra historia llega a plenitud y

se completa, a la inversa, el oscuro misterio de nuestro propio nacimiento: el comienzo humano, que se halla

indeciso entre la bendición y la maldición, entró en el signo de la bendición. Nuestro signo estelar es, a partir

de ahí, él, el Niño nacido y naturalizado entre nosotros, el cual lleva nuestra historia humana hacia Dios.

Finalmente, se puede también afirmar esto: el octavo día es asimismo el día de su resurrección y, al mismo

tiempo, el día de la creación; la creación no queda establecida estéticamente, sino que se orienta hacia la

resurrección. Así el día octavo se convierte en el símbolo del bautismo, en el símbolo de la esperanza

cristiana en fin de cuentas: la resurrección, la vida del Niño es más fuerte que la muerte. Nuestro camino es

esperanza: en medio del tiempo que pasa se halla el nuevo comienzo, que ha entrado en la marcha del amor

eterno. Seguimos en tiempo de Navidad, estrenando un Año Santo de gracia para fortalecer y compartir la

Esperanza.

EL JUBILEO DEL AÑO DEL SEÑOR 2025.

Según el Papa Francisco, podrá ser un signo de renacimiento, y de confianza, de paz y bendiciones para

todos, como Peregrinos de Esperanza, pero sin perder de vista tantos vacíos y sufrimientos de nuestro

mundo, que sólo puede llenar Dios. Hay un hueco con forma de Dios en el corazón humano, que sólo lo

puede llenar Él (San Agustín: nos hiciste para Ti y solo en Ti hallamos descanso/gozo/paz).

San Pablo VI, con la Fiesta de María, Madre de Dios, puso de manifiesto el vínculo del Nacimiento de

Cristo con la Maternidad de María. Desde María, Madre de Dios, contemplamos hoy el Misterio central del

Nacimiento del Verbo, en la humildad de nuestra carne, con el deseo de hacerlo nuestro como ella.

María es conocida por todos como la Madre de Jesús, pero ¿cómo es que la Iglesia católica le dio el título de

Madre de Dios? Porque en ella la Palabra se hizo Carne y acampo entre los hombres el Hijo de Dios,

príncipe de la Paz, cuyo nombre, Salvador, está por encima de todo otro nombre.


Esta Fiesta de María, Madre de Dios, nos ayuda a acoger hoy la Palabra como ella en el corazón, y

entregarla hecha vida en la fe. El Hijo de Dios se hizo hombre naciendo como todos, de una mujer, marcado

por la fragilidad y la debilidad inherentes a toda carne, que Jesús hizo suyos. Por eso, Él es el ancla de

nuestra esperanza.

En este día en que el Papa abre la puerta de la Basílica de Santa María la Mayor a todos los peregrinos de la

Esperanza, nos abrimos nosotros en oración, a la Misericordia y la Caridad de la Salvación para todo el

año.

homilia SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS. (01 de enero 2025).

 SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS. (01 de enero 2025).

58 Jornada mundial de la paz (en el Jubileo Ordinario). Un camino de esperanza: Perdona nuestras ofensas, concédenos tu paz.
Primera: Números 6, 22-2; Salmo: Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8; Segunda: Gálatas 4, 4-7; Evangelio: Lc 2, 16-21
Nexo entre las LECTURAS…
-1a. lectura. Espléndido texto del Antiguo Testamento, que puede ser leído como una invocación sobre el pueblo cristiano al iniciar un nuevo año. ¡Que el Señor siga bendiciéndonos y protegiéndonos, iluminando su rostro sobre nosotros y concediéndonos la paz! No son solamente palabras hermosas y deseos románticos. Navidad nos trae el mensaje de que Dios nos ama, de que comparte nuestra condición. ¿Cómo no hará que su rostro se ilumine sobre una humanidad cuyos destinos ha hecho suyos? En una situación difícil e inestable como la nuestra, en plena crisis económica, de guerras y conflictos y con dificultades para los creyentes cristianos, ¡resulta tan confortante la lectura de este texto al iniciar un nuevo año!
-2a. lectura: Contiene una alusión muy antigua a María: envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley". Jesús nace bajo la Ley, como todo israelita, y de una mujer, como todo hijo de nuestra raza. Y, por obra de este extraordinario intercambio (recordemos "oh admirabile commercium"), nosotros somos rescatados del dominio de la Ley y obtenemos la condición de hijos de Dios. Por eso podemos dirigirnos a Dios con la invocación confiada de Jesús -"abba"-. Es decir, podemos hacer nuestra su experiencia de Hijo, su familiaridad y su herencia.
Por algo hemos recibido su mismo Espíritu. Estamos en la plenitud de los tiempos. Porque el tiempo no es un simple fluir incesante de instantes exactamente iguales el uno al otro (nueva alusión al paso del tiempo, tema de Año nuevo, sino que tiene un movimiento interior: tiene un momento de plenitud, desde que "envió Dios a su Hijo", que supone un giro en las relaciones de los hombres con él.
-Evangelio. La imagen de Navidad se nos presenta de nuevo en aquel evangelio de la octava, continuación del de la noche de Navidad: los pastores encuentran "a María y a José y al niño acostado en el pesebre". Y se convierten en modelo para nosotros: "se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto". Es la experiencia que arde en su interior y que tienen que proclamar. A los cristianos de hoy, que celebramos la fiesta de Navidad, quizás nos falte este ardor de quien ha contemplado con los propios ojos. Tal debería ser el fruto de estas fiestas: dejarnos empapar por este dato primordial, original, maravilloso, capaz de transfigurarnos y de convertirnos en mensajeros de la Buena Nueva y de maravillar a los que nos escuchan. Quizás nos falte la sencillez de los pastores y la inmediatez del descubrimiento. O la memoria contemplativa de María, que "conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón".
El rito de la circuncisión enlaza el evangelio con la segunda lectura: Jesús nace bajo la Ley. Con esta ocasión tiene lugar la imposición oficial a aquel niño del nombre de "Jesús", que significa Salvador, "como lo había llamado el ángel antes de su concepción"; es decir, nombre que viene de lo alto, de Dios. En este caso no expresa un deseo -que Dios nos salve- ni una simple afirmación general de fe -Yahvé salva-, sino la misión de este niño: él es "Dios Salvador".
Temas… Sugerencias...
La bendición para el año. La solemne fórmula de bendición del Antiguo Testamento abre en la primera lectura la liturgia del nuevo año civil (2025). La fórmula es prescrita por el propio Dios a Moisés y contiene la doble plegaria del que bendice: que Dios se digne volver su rostro y hacer brillar su resplandor sobre nosotros para concedernos así la gracia y la salvación. La mirada de Dios sobre nosotros es (según Pablo) mucho más saludable que nuestra mirada sobre él («al que ama, Dios lo reconoce», 1 Co 8,3). «Ver al que ve» es según San Agustín la bienaventuranza suprema (Videntem videre). Pero nosotros somos mirados al mismo tiempo por la Madre de Dios con un amor infinito, como hijos suyos, y somos bendecidos por ella. Según el Nuevo Testamento esta bendición es inseparable de la de su Hijo y de la de todo el Dios Trinidad, con lo que su maternidad queda profundamente entroncada y enraizada en la fecundidad divina. Ella nos bendice al mismo tiempo como la Madre personal de Jesús y como el corazón de la Iglesia «inmaculada» (Ef S,27), que es la Esposa de Cristo.
María conservaba todo en su corazón. Estas sencillas palabras del evangelio, repetidas dos veces (Lc 2,19.51), muestran que la Bienaventurada Virgen María es la fuente inagotable de la memoria y de la interpretación para toda la Iglesia. Ella conoce hasta en lo más profundo todos los acontecimientos y fiestas que nosotros celebramos a lo largo del Año Litúrgico. Este es también el sentido del rosario: los misterios de Cristo deben contemplarse y venerarse con los ojos y el corazón de María para poder comprenderlos en toda su amplitud y profundidad, en la medida que esto nos es posible.  La veneración y la festividad del corazón de María no tienen nada de sentimental, sino que conducen a esa fuente inagotable de comprensión de todos los misterios salvíficos de Dios, que afectan a todo el mundo y a cada uno de nosotros en particular. Poner el año bajo la protección de su maternidad significa implorar de ella, como hermanos y hermanas de Jesús que somos, y por tanto como hijos de María, una comprensión continua para un constante seguimiento de Jesús. Como la Iglesia, de la que ella es la célula primigenia, María nos bendice no en su propio nombre, sino en el nombre de su Hijo, que a su vez nos bendice en el nombre del Padre y del Espíritu Santo.
La segunda lectura concede una gran importancia al Espíritu Santo. En ella se habla de María como de la mujer por la que nació el Hijo, quien con su pasión consiguió para nosotros la filiación divina. Pero como somos hijos de Dios, «Dios envió a nuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba! Padre». No seríamos hijos del Padre, si no tuviéramos el Espíritu y los sentimientos del Hijo; y este Espíritu nos hace gritar al Padre con agradecimiento e incluso con entusiasmo: «Sí, Tú eres realmente nuestro Padre». Pero no olvidemos que este Espíritu fue enviado por primera vez a la Madre, como el Espíritu que le trajo al Hijo, y de que de este modo es, como «Espíritu del Hijo», también el Espíritu del Padre. No olvidemos tampoco que el júbilo por ello, ese júbilo que nunca cesa a lo largo de la historia de la Iglesia, resuena en el Magnificat de la Madre. Es una oración de alabanza que surge enteramente del «Espíritu del Hijo» y se eleva hacia el Padre; una oración personal y a la vez eclesial que engloba toda acción de gracias desde Abrahán hasta  nuestros días; es la mejor forma de comenzar el año nuevo.
Que la Virgen María, Madre, nos haga celebrar con fe esta Eucaristía y nos dé ánimos para empezar con optimismo cristiano el nuevo año, preparando, desde ahora las festas de Pascua, para el 20 de abril y Pentecostés para el 8 de junio.

homilia SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS. (01 de enero 2025).

 SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS. (01 de enero 2025). 58 Jornada mundial de la paz (en el Jubileo Ordinario). Un camino de esperanza...