miércoles, 3 de enero de 2018

HOMILIA Solemnidad de la EPIFANÍA del SEÑOR. (6 de enero de 2018)



Nexo entre las LECTURAS
La luz de Cristo brilla de modo singular en los textos de la Epifanía. El tercer Isaías canta, bajo el símbolo de la luz, el triunfo y la centralidad de Jerusalén en el concierto de las naciones (primera lectura). La luz de Jerusalén es profecía, mira hacia una persona que será la luz de las naciones y la gloria de Israel (cf. Lc 2, 32). El evangelio nos narra la historia de unos "magos" que llegaron a Jerusalén porque habían visto en oriente la estrella del rey de los judíos y venían a adorarlo (evangelio). Y san Pablo en la carta a los efesios afirma que el misterio de Cristo ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas (segunda lectura); misterio de Cristo que consiste en ser luz y gloria de la humanidad.
Temas...
Cristo, luz universal. Es una verdad de nuestra fe que "Uno ha muerto por todos" y "que nadie más que Él puede salvarnos" (Hch 4,12). Este misterio salvífico de la muerte de Cristo (de su vida y de su resurrección) ilumina con su resplandor a la humanidad en su totalidad, sin exclusión alguna. Dice bellamente el catecismo: "La llegada de los magos a Jerusalén para 'rendir homenaje al rey de los judíos' (Mt 2, 2) muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David (cf Núm 24, 17; Ap 22, 16), al que será el rey de las naciones (cf Núm 24, 17-19)" (Catecismo 528). Los Padres del Concilio Vaticano II comenzaron la Constitución dogmática sobre la Iglesia con estas palabras: "Cristo es la luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo (...) desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando el Evangelio a todas las criaturas" (LG 1). Esta verdad forma parte del patrimonio perenne de la Iglesia y fundamenta su razón misma de ser en el mundo.
Cristo, misterio de Dios. La universalidad salvífica de Cristo no consta en los anales de la historia humana ni es deducible mediante estudios historiográficos profundos ni resulta del esfuerzo de penetración de una mente extraordinaria y sin igual. San Pablo, que tuvo que enfrentarse en primera persona con esta realidad y luego defenderla frente a los adversarios, quedó convencido íntimamente -y así nos lo dejó escrito- que está de por medio "un misterio", el cuál consiste en que todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa hecha por Cristo Jesús a través del evangelio (cfr.: Ef 3, 6). Un misterio de Dios y lo por tanto sólo Dios puede revelar y en el modo previsto por su providencia. A los magos el misterio se les reveló por medio de una estrella; a Pablo mediante la visión y experiencia de Cristo en el camino hacia Damasco. A nosotros, cada día en la oración y en la caridad y en la Misa Dominical.
A este Niño, Luz universal envuelta en el misterio de Dios, sentido y plenitud de la humana existencia (así fue para los magos, así fue para Pablo, así debe ser para todo hombre), debemos adorarlo y ofrecerle nuestros regalos, como hicieron los magos; tenemos que consagrarle nuestra vida, como hizo Pablo de Tarso. Sumisión y ofrecimiento, obediencia a la voluntad divina y donación es la manera de vivir del discípulo-misionero que acoge, con amor y gozo, el misterio de Cristo.
Sugerencias...
Cristiano, adora a Dios. Existe en el hombre una tendencia innata a "adorar", es decir, a someterse sumisamente a alguien o a algo que da razón de su existir. En la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento, se mencionan con frecuencia a los ídolos y se previene contra ellos. "No te harás ídolos... No te postrarás ante ellos ni les darás culto" (Dt 5, 8-9). "Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen boca y no hablan... son como dioses que no pueden salvar". Esos ídolos pueden ser realidades materiales que con su poder encandilan la mirada del hombre y atraen su corazón, ídolos realmente numerosos y potentes; pueden ser también personas que, con su gracia y encanto, seducen y enajenan los pensamientos y el corazón de los hombres; el ídolo puedo ser yo para mí (mismo), haciendo del yo un sujeto adorante y adorado en un narcisismo inmaduro y cegador. Frente a los ídolos, el cristiano oye la voz de la Iglesia y de la conciencia que le dice: "Adora a Dios", el único Dios verdadero, el Dios vivo y fuente de vida. Sólo Él merece adoración, obediencia, entrega. Sólo Él te respeta sin avasallarte, sólo Él te libera de cualquier ídolo dentro o fuera de ti. Como enseña el catecismo: "La adoración del único Dios libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo" (Catecismo 2097).
Cristo y las religiones. Los magos del oriente no vinieron a Belén a convertirse a una nueva religión, sino a adorar al Rey de los judíos. Nada sabemos históricamente de ellos, después de este encuentro con el Niño Jesús, sino que "se fueron por otro camino". El hecho es que simbolizan las grandes religiones del oriente que adoran a Jesucristo, reconociendo en Él una "persona" importante capaz de hacer girar el eje de la historia, pero no necesariamente al Hijo de Dios. La figura de los magos no ha cesado de prolongarse en los siglos venideros del cristianismo, y hoy incluye a todos los no cristianos que buscan, en el claroscuro de sus creencias religiosas (san Juan de la Cruz), al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo. La actitud de dialogo (diálogo doctrinal, pero también ético y espiritual) con los no cristianos responde al designio de Dios, y es cada vez más apremiante no sólo en Oriente sino también en Occidente, dada la intensa emigración y el fenómeno de la movilidad humana y el llamado de Dios a todos (Papa Francisco). Este diálogo será fructuoso si el cristiano está firmemente asentado en su fe y busca con sinceridad discernir las "semillas del Verbo".




Puede ayudar…
- El evangelio describe la llegada de los astrólogos paganos que han visto salir la estrella de la salvación y la han seguido. Dios les ha dirigido una palabra mediante una estrella insólita en medio de sus constelaciones habituales; y esta palabra les ha sobresaltado y les ha hecho aguzar el oído, mientras que Israel, acostumbrado a la palabra de Dios, ha cerrado sus oídos a las palabras de la revelación: no quiere que nada turbe el curso habitual de sus dinastías (lo mismo suele ocurrir en la Iglesia, cuando se siente molesta por el mensaje inesperado de un santo y o del Magisterio). La pregunta “ingenua” de estos extranjeros: «¿Dónde está el Rey que ha nacido?», provoca desazón e incluso susto. La consecuencia será, en el caso de Herodes, un plan criminal secreta y arteramente urdido; pero los Magos, guiados por la estrella, consiguen su meta: rinden homenaje al Niño y, conducidos por la providencia divina, evitan a Herodes, volviendo a su tierra por otro camino. El acontecimiento es claramente simbólico: anuncia y preludia la elección de los paganos; más de una vez, Jesús encontrará en ellos una fe más grande que en Israel. A menudo son los conversos (raramente deseados) los que abren caminos nuevos y fecundos a la Iglesia (cfr. Hch 9, 26-3O).
- Isaías (en la primera lectura) exhorta a Jerusalén a brillar, ahora que no quiere reconocer a su salvador, «porque llega tu luz». Jerusalén no tiene luz en sí misma, aunque ella crea que la tiene: debe ver a los pueblos y a los reyes venir con sus tesoros, pero no a ella, sino a su luz. Sólo a esta luz podrá reunirse de nuevo a sí misma y salir de su fatal diáspora, pero no cerrándose ya a los pueblos que le traen «los tesoros del mar» desde los países más remotos, sino únicamente uniéndose con ellos. La multitud que así se congregará será un nuevo pueblo, el «Israel de Dios», y por este motivo Israel debería estar radiante de alegría y «ensanchar su corazón». Ahora vienen todos de Sabá, pero no como cuando la reina de Sabá vino a Jerusalén para ver la sabiduría de Salomón; ahora se trata realmente de un pueblo de Dios elegido entre todos los pueblos de la tierra y representado por los primeros en venir: unos Magos que han seguido la luz y han rendido homenaje y adorado al Niño.
- En el fondo Israel tendría que haber presentido algo del «Mysterium» que ahora se revela a Pablo (en la segunda lectura): que el viejo Israel va a abrirse a todos los pueblos, que éstos son también «partícipes de la promesa en Jesucristo» y «coherederos» junto con Israel. Pero, a pesar del anuncio hecho por Dios a Abrahán, de que los pueblos serían bendecidos en Él, Israel no ha comprendido la promesa e incluso ha rechazado «al rey de los judíos que acaba de nacer»; únicamente por el «Espíritu Santo» se reveló a los «apóstoles» y a los «profetas» del Nuevo Testamento que la antigua promesa hecha a Abrahán y la alianza de Noé -más antigua todavía- con la creación se ha cumplido en este recién nacido. Sólo la Iglesia de Cristo ve la estrella que de Él sale y cómo su epifanía brilla sobre el mundo entero.

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