lunes, 9 de abril de 2018

HOMILIA DOMINGO TERCERO DE PASCUA cB (15 de abril 2018)

DOMINGO TERCERO DE PASCUA cB (15 de abril 2018)
PrimeraHechos 3, 13-15.17-19; Salmo: Sal 4, 2. 4. 7. 9; Segunda: 1Jn 2,1-5a; Evangelio: Lucas 24, 35-48
Nexo entre las LECTURAS
Debe alegrarnos hablar de conversión y misericordia en el período pascual. Ese es el tema en que se centra la atención de la liturgia dominical. Deben convertirse, ante todo, los discípulos de Jesús para aceptar, sin lugar a dudas, el misterio de la resurrección (evangelio). Deben convertirse los judíos, porque no aceptar a Jesús resucitado como Mesías es prácticamente autodestruirse (primera lectura). Deben convertirse, vivir en permanente estado de conversión, los cristianos, para no creer que por el solo conocimiento podrán alcanzar la vida verdadera (segunda lectura).
Temas...
Conversión de los discípulos. Los discípulos de Jesús no fueron ciertamente unos héroes en las largas horas de la pasión y muerte del Maestro. En su mente la resurrección de Jesús tampoco ocupaba lugar alguno. Ni siquiera en su imaginación o en su recuerdo. Estaban cerrados y cegados al misterio. Estaban sacudidos por su "fracaso" y miraban el futuro como un retorno al pasado. En su falta de fe y confianza, el Señor les sale al encuentro con muchas muestras de amor y de condescendencia, y comenzó a realizarse en ellos el proceso de conversión… Jesús les abrió la inteligencia para que comprendieran las Escrituras. La conversión de los discípulos no partió de una iniciativa propia, sino de la acción de Cristo resucitado. Y así será siempre.
La conversión de los judíos. Los judíos, ante la curación del paralítico llevada a cabo por Pedro, se quedan maravillados. Pedro aprovecha este momento favorable para dar testimonio de Jesús y de su resurrección. Como si les dijera: "No es admiración lo que debe invadir su espíritu, sino arrepentimiento y conversión". Es verdad que han obrado por ignorancia, y lo que han hecho es muy grave: "Entregaron y rechazaron a Jesús ante Pilato; rechazaron al Santo y al Justo; pidieron el indulto de un asesino; mataron al autor de la vida". Ante esta gravedad y disgusto -de Dios-, ¿qué se debe hacer? ¿Encerrarse en su ignorancia culpable? ¿Considerar ridículo e infundado el testimonio de Pedro? Pero entonces, ¿cómo explicar la curación del paralítico? Pedro les indica el camino: "Arrepentirse y convertirse, para que sean borrados sus pecados" (primera lectura).
La conversión permanente de los cristianos. Cristiano quiere decir convertirse y entrar en el camino de Cristo. La conversión es constante y permanente a lo largo de la vida. Nuestra conversión y nuestra fe pueden ser probadas, estar en peligro, por tentaciones, ante nuevos modos de pensar y de comportarse; pueden sufrir el contacto pernicioso de ideas y actitudes que no provienen de Dios, sino del padre de la mentira. Es lo que les estaba pasando a los cristianos a quien Juan dirige su primera carta. Su fe corría peligro de ser contaminada en algo por el virus de movimientos que hoy podemos llamar relativismo. Quizás pensaban que, habiendo sido iluminados por Cristo resucitado, habían alcanzado el máximo grado de conocimiento, y creían, por ese mismo hecho, ya estar salvados, separando de ese modo su fe en Cristo resucitado y su conducta moral. Juan les sale al paso, poniéndoles en guardia ante el peligro: "El que dice: ‘yo lo conozco’, pero no guarda sus mandamientos, es un mentiroso". No basta creer, es absolutamente necesario unir las obras a la fe, practicar los mandamientos como exigencia del conocimiento íntimo que hemos recibido de Cristo resucitado.
Sugerencias...
Abrir los ojos. A quien está ciego o tiene los ojos cerrados, le resulta imposible ver la realidad. No puede ver la belleza de la luz y de los colores, no puede ver los obstáculos que se interponen en su camino, no puede ver una sonrisa ni la ternura de una mirada amiga. Si somos ‘ciegos’ en la fe o nuestros ojos están voluntariamente cerrados, jamás podremos comprender las obras maravillosas de Dios, la historia de la salvación llevada adelante por el Espíritu, el misterio de Cristo muerto y resucitado, la presencia, testimonio y acción de la Iglesia entre los hombres. Necesitamos que, como a los discípulos, Jesucristo resucitado nos abra los ojos de la inteligencia para entender las Escrituras. Pedir a Cristo resucitado que nos abra los ojos de la inteligencia. Pedirle que, una vez abiertos los ojos, nos haga testigo de lo que hemos visto y oído.
Nosotros somos testigos. La Iglesia tiene necesidad más que de maestros, de testigos, nos enseña el beato Papa Pablo VI. Todo cristiano, inmerso en el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo por el bautismo, está llamado a ser testigo. Los cristianos, discípulos-misioneros, comunidad de fe, debemos poder decir como Pedro: "Nosotros somos testigos". Y testigo es certificar con la propia vida lo que se dice y hace en virtud de la fe en Jesucristo. Como cristiano, he de estar dispuesto a poner el testimonio de Cristo resucitado, del amor infinito y paterno de Dios, de la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en corazón de los hombres, por delante de mi propia vida... por sobre todas las cosas han de estar la fe, los mandamientos de Dios, el amor y el servicio imitando a Cristo… hacer presente el Reino de los Cielos, la Civilización del Amor.
Puede ayudar (también)...
«Todo tenía que cumplirse». En su aparición a los discípulos reunidos, Jesús les quita en primer lugar el miedo -creían ver un fantasma-, haciéndoles reconocer su corporeidad del modo más tangible posible: deben ver -las llagas en sus manos y en sus pies-; deben palpar -para convencerse de que no se trata de un fantasma, sino de su propio cuerpo-; y deben finalmente verle comer un alimento terrenal el pez asado-. Pero todo esto no es más que la introducción a su auténtica enseñanza: los discípulos deben comprender que las declaraciones que Jesús hizo durante su vida mortal sobre el cumplimiento de toda la Antigua Alianza (según la clasificación judía: «La Ley, los Profetas y los Salmos»), se han cumplido ahora en su muerte y resurrección. Este acontecimiento, dice Jesús, constituye la sustancia de toda la Escritura, y esta sustancia, que tiene su centro en el «perdón de los pecados», debe ser anunciada en lo sucesivo por los testigos, por la Iglesia, «a todos los pueblos». Los lectores del Antiguo Testamento, si se atienen a los pasajes particulares, difícilmente descubrirán esta sustancia; sin embargo, toda la ‘dramática’ historia de Israel con su Dios (YHWH) no tiene otra finalidad y por tanto tampoco otro sentido que lo resumido en el testimonio que Jesús da aquí de sí mismo. El continuo y puramente terreno «descenso» de Israel al abismo (a las puertas del «infierno») y su liberación «de la perdición» por obra y gracia de Dios (1 S 2,6; Dt 32,39; Sb 16,13; Tb 13,2) es la iniciación a la inteligencia de la definitiva muerte y resurrección de Jesús por el mundo entero. Pero Jesús debe primero «abrir el entendimiento» de sus discípulos para que puedan comprender todo esto.
«Lo hicieron por ignorancia». Pedro lo ha comprendido muy bien en su predicación en el templo (primera lectura) y por eso puede reprochar al pueblo de forma tan enérgica su crimen («mataron al autor de la vida»), pero añadiendo que -el pueblo y sus autoridades- lo hicieron por ignorancia. No habían comprendido la enseñanza de los profetas, según la cual el Mesías tendría que padecer mucho; los profetas sufrientes y todo su destino eran ya quizá la mejor predicción de ello. Pedro no se pregunta si los judíos eran culpables o inocentes de semejante ignorancia; como dirá Pablo, «hasta hoy, cada vez que leen a Moisés, un velo cubre sus mentes». Un velo que sólo «se quitará» cuando Israel «se vuelva hacia el Señor» (2 Co 3,14-16). Por eso Pedro exhorta a los judíos en estos términos: «hagan penitencia y conviértanse, para que sus pecados sean perdonados». Las dos cosas son correlativas: la misteriosa «ignorancia» de Israel (Pablo hablará de ceguera, de dureza de corazón) y la exhortación a la conversión. No se habla de una superación de Israel mediante la Iglesia, pero tampoco de una doble vía de salvación: para Israel su Mesías esperado (cf. Hch 3,20ss) y para la Iglesia Jesucristo. No: esperar al Mesías y convertirse.
«Tenemos un abogado ante el Padre». Jesús dice a sus discípulos en el evangelio que su muerte y resurrección han operado el perdón de los pecados. Estas palabras se celebran en la segunda lectura como un acontecimiento sumamente consolador y lleno de esperanza para nosotros, pecadores. Todo hombre, cuando peca y se convierte, puede tener parte en la gran absolución que se pronuncia sobre el mundo. Pero para ello se requiere la conversión, porque el mentiroso que se confiesa cristiano y no cumple los mandamientos de Dios persiste en la ignorancia precristiana; más aún: vive en la contradicción y no en la verdad.

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