viernes, 5 de octubre de 2018

HOMILIA Domingo Vigesimoséptimo del TIEMPO ORDINARIO cB (07 de octubre de 2018)

Domingo Vigesimoséptimo del TIEMPO ORDINARIO cB (07 de octubre de 2018) Primera: Génesis 2, 4b. 7a. 18-24; Salmo: Sal 127, 1-6; Segunda: Hebreos 2, 9-11; Evangelio: Marcos 10, 2-16 Nexo entre las LECTURAS El tema de la UNIDAD con el signo del “matrimonio” domina la liturgia de este Domingo. Están, la ley de Moisés que permite repudiar a la esposa y la enseñanza de Jesús que vuelve a la ley originaria puesta en la naturaleza, según la cual "el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán dos en una sola carne" (el evangelio citando la primera lectura). EL proyecto de Dios es la unidad, la comunión, no la exclusión, la división, la negación del otro. En la segunda lectura, se nos recuerda que Jesús, que es el esposo de la humanidad -Iglesia-, se entrega a ella hasta la muerte para purificarla y santificarla con su sangre… de esta manera viene a ser verdadero prototipo del amor esponsal… En la manera de decir del Papa Francisco desde el inicio de su pontificado que tenemos que ayudarnos unos a otros, sostenernos, custodiarnos… unirnos para la gloria de la Dios y salvación de todos… especialmente el 19 de marzo de 2013, en el Jubileo de la Misericordia y en Amoris Letitia. Temas... El anuncio maravilloso de Jesús. Deberíamos decir que nuestro Señor presenta un ideal, y que es el único que realiza verdaderamente el proyecto de Dios sobre los hombres. O sea, que es el único que hace que el hombre se realice verdaderamente como persona. Y ese ideal consiste en el AMOR que dura y crece siempre, que quiere seriamente el bien del otro, que hace todo lo necesario para cultivar ese amor. El amor que es consciente de que, en definitiva, está realizando el propio Amor de Dios. Este ideal (de la unidad) resulta muchas veces difícil, como difíciles son los ideales que presenta Jesús: amar a los enemigos, perdonar siempre, venderlo todo y darlo a los pobres... solo es posible con la ayuda de la gracia y sabemos que si se realizan todas estas virtudes sería de verdad, el Reino de Dios, la Civilización del Amor, que es el mejor mundo para los hombres. Y por tanto, debemos seguir anunciando estos ideales y trabajar por realizarlos en la práctica de las obras de misericordia y de las virtudes. El evangelio de hoy puede ser una buena ocasión para recordar -y valorar- el MATRIMONIO y a los matrimonios, en especial a los más cercanos a nosotros. Hablar y festejar la importancia de la grandeza del matrimonio y de su compromiso: conviene recuperar la decisión de amor de los orígenes, recordar que el amor sigue siendo bendecido por Dios y siguen siendo «sacramento», signo e instrumento de la unión de los hombres entre sí y de los hombres con Dios. También será ocasión para poner ante Dios, en la oración de la comunidad, la realidad actual -tan numerosa- de matrimonios rotos, de amor dividido… con todo lo que supone de consecuencias negativas para las familias y para la sociedad, y muy especialmente para los hijos. Puede ser ocasión para plantearse qué respuesta damos como comunidad cristiana (eclesial) a los matrimonios, a los que no son aún Matrimonio, a las familias, a los jóvenes. ¿Cómo ayudamos a que la voluntad de amor que Dios tiene para con las parejas sea posible en el día a día? También puede ser oportuno presentar la oración por el inicio y las tareas del Sínodo de la JUVENTUD, tal vez organizar jornadas de oración, de adoración, de ayuno, de abstinencia, de lectura, de práctica de la caridad para con familias de las periferias de nuestras comunidades, barrios y ciudades. Sugerencias... «Lo que Dios ha unido... ». El evangelio clarifica la cuestión del matrimonio, en la que Jesús, más allá de Moisés, se remite al orden original que se relata en el texto del Génesis (de la creación). Un orden que no es una ley positiva, cambiante, sino que está escrito en la naturaleza del hombre. Esta naturaleza es un misterio de comunión (varón y mujer) corporal y espiritual. El hombre y la mujer se convierten en «una sola carne» corporalmente, y como el hombre «abandona a su padre y a su madre para unirse a su mujer», y de esta unión nacen hijos que deben ser educados, ambos se convierten también en «un solo espíritu». Por eso la unión, que se remonta a un acto de Dios, es definitiva y no puede ser rota por el hombre. El episodio de la bendición de los niños, que se añade al final del evangelio, puede relacionarse con lo anterior. Los niños son aquí expresamente el modelo de todo hombre que acepta el reino de Dios, y por tanto también de los cónyuges cristianos, que, si conservan ante Dios la actitud del niño, no pueden adoptar frente al esposo o la esposa la actitud superior de dominio que suele ser propia del adulto que está alejado de los mandamientos y virtudes. Permanecer juntos como niños ante Dios hace posible una comprensión y una benevolencia mutuas, con las que se superan las inevitables tensiones de la existencia. «El Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre, haciendo una mujer». En la primera lectura aparece el relato de la creación de la mujer a partir de la costilla de Adán: el orden de la redención de Jesús confirma plenamente el orden de la creación del Padre. El sentido profundo de este texto es evidente: el hombre y la mujer son ya, desde los orígenes, una sola carne, de modo que su unirse y su «ser una sola carne» corresponde a su esencia más personal e intransferible. El varón domina los animales, pero en la mujer se reconoce a sí mismo: « ¡Esta sí que es carne de mi carne!». «Por eso» -se dice expresamente- el varón se une a la mujer y ambos se convierten en lo que ya son: una sola carne. A la fecundidad de esta unidad se alude en el primer relato de la creación; esta fecundidad pertenece, como ya se ha dicho, a la fundación de la indisolubilidad de la unión, como subraya Jesús. Virgen presente y buena en Caná de Galilea, ruega por nosotros y por todos los matrimonios y familias.

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