lunes, 25 de marzo de 2019

PARA DIOS NADA ES IMPOSIBLE

Si Dios pudo venir a nuestra tierra y hacerse uno de nosotros, ha quedado también abierto el camino para que nosotros vayamos al cielo, para que participemos de nuestra naturaleza divina, como nos dice la Carta del Apóstol Pedro. El objetivo de la Encarnación, la meta, podríamos decir, de la Encarnación, no es que Cristo se quede en la tierra. Bien sabemos que Nuestro Señor Jesucristo, terminada su misión de amor aquí, ascendió a los cielos, y en el evangelio de Juan leemos: "Salí del Padre y vine al mundo, ahora, dejo el mundo y voy al Padre" San Juan 16,28. El objetivo de la Encarnación no es que Cristo llegue a la tierra, más bien, es aquello otro que nos dice el Apóstol San Pablo: "Subiendo la altura, llevó cautivos" Carta a los Efesios 4,8. Vino Cristo solo, nos enseña San Agustín, pero no se fue solo. La Encarnación es el comienzo de una aventura de amor, de gracia, de poder, de sabiduría; y nosotros estamos en esa aventura, porque Cristo que vino solo del Padre, no vuelve solo al Padre, sino que vuelve con todos nosotros. En ese sentido, apreciaremos más el don de la Encarnación, cuanto más unidos estemos en Cristo en su retorno al Padre. El que no acompaña a Cristo de vuelta al Padre, no tiene mucho que decir de la llegada de Cristo que viene del Padre. Sólo unidos a Cristo que retorna al Padre, entendemos por qué el Padre envió a su hijo. "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad" Carta a los Hebreos 10,7, dice Cristo. Y esa voluntad, ¿cuál es? Nuestra salvación, esto es lo que decimos en el Credo Niceno-Constantinopolitano: "Por nosotros y por nuestra salvación bajó del cielo y se hizo hombre". Nosotros, nuestra salvación, nuestra liberación, esa es la razón de la Encarnación, esa es la voluntad del Padre, esa es la obediencia del Hijo, ese es el motivo de ese despliegue único, singular e irrepetible del Espíritu Santo, según las palabras que el Ángel le dijo a la Virgen: "El Espíritu vendrá sobre ti, la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra" San Lucas 1,35. Agradezcamos este milagro y preparémonos para el otro milagro, para ir de vuelta con Cristo, que si ya es cosa grande ver a Cristo hecho hombre, no será menor sino mayor prodigio ver que nuestra naturaleza, en Cristo y por Cristo, contempla a Dios y se hace semejante a Él.

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