lunes, 24 de junio de 2019
HOMILIA Domingo Decimotercero del TIEMPO ORDINARIO cC (30 de junio 2019).
Domingo Decimotercero del TIEMPO ORDINARIO cC (30 de junio 2019).
Primera: 1Reyes 19, 16b. 19-21; Salmo: Sal 15, 1-2a. 5. 7-11; Segunda: Gálatas 5, 1. 13-18; Evangelio: Lucas 9, 51-62
Nexo entre las LECTURAS…
“Llamada y respuesta”… dos palabras que pueden reunir el mensaje de las lecturas del presente Domingo. El ser humano, nosotros, es un ser llamado. Llegamos a ser nosotros mismos gracias a la llamada, la mirada, la palabra de otro... otro, con alegría y por gracia, nos puso un nombre por el que seremos llamados hasta el fin… Dios nos llama a un estilo de vida que es ‘imitar’ a Jesucristo. Jesús en su caminar hacia Jerusalén llama a algunos a seguirle y a darle una respuesta activa (evangelio). En esto Jesús supera las exigencias de la llamada y del seguimiento en el Antiguo Testamento, particularmente en la vocación de Eliseo (primera lectura). Los gálatas, y todos los cristianos, han sido llamados a la libertad del Espíritu, y por consiguiente tienen que responder, con su comportamiento, a su nueva condición de hombres libres, evitando caer otra vez en la esclavitud (segunda lectura). La opción de seguir a Jesús, lejos de ser un peso, muestra el salmista, es para nosotros fuente de dicha -incomprensible para los no creyentes-, y describe nuestra vida de intimidad con Dios… y por eso brotan de nuestros labios las palabras del salmista: "mi refugio"... "mi dicha"... "mi heredad"... "mi copa embriagadora"... "mi destino"... "suerte maravillosa"... "mi herencia"… "mi alegría"... "mi fiesta"... simplemente Él lo es todo.
Temas...
Algunas características fundamentales de la respuesta a la llamada que Cristo nos hace:
Con Jesús hacia el Gólgota. Con el pasaje evangélico comienza, dice san Lucas, la gran marcha de Jesús hacía el lugar de la muerte y del triunfo, de la glorificación (Galilea). Jesús inicia esta marcha "con firme decisión". Él camina por delante, Él, el primero, el abanderado de los designios del Padre: "para cumplir los días de su asunción", es decir, los días de su martirio fuera de los muros de Jerusalén y de su exaltación gloriosa mediante la resurrección. Los discípulos han dicho sí a la llamada y ahora siguen sus pasos, sin comprender muy bien a dónde van y/o como van. Jesús, en esta larga marcha hacia Jerusalén, les irá instruyendo, como si fuera un catecismo, y poco a poco captarán que el camino termina en una cruz. Jesús habla claro, pero la ceguera de los discípulos no es fácil de vencer. Necesitarán la luz de la Pascua. Con este pasaje empieza el difícil y apasionante catecismo de Jesús.
Como Jesús, pasar haciendo el bien. Los “hijos del trueno” quieren arrojar fuego y centellas sobre el pueblo que rechaza darles hospedaje. Seguramente habían escuchado en la sinagoga que Elías había hecho caer fuego del cielo (1 Re 18, 38) y ellos no querían ser menos que aquel gran profeta. Pero Elías hizo bajar el fuego de Dios no sobre una ciudad y sus habitantes, sino sobre el sacrificio en el monte Carmelo. Santiago y Juan, como buenos discípulos de Juan el Bautista, van más allá, porque ellos han escuchado decir a su antiguo maestro que "el Mesías quemará la paja con fuego que no se apaga" (Lc 3,17). Lucas nos dice que Jesús "los reprendió con dureza". Pero ¿es que no se han enterado de que Jesús no ha venido para hacer el mal, sino sólo el bien? ¿No entienden que Jesús camina hacia Jerusalén para vencer el mal con el bien sobre el Calvario?
Tres actitudes para seguir a Jesús. Entrega total, decisión absoluta, desprendimiento pleno. Hay que estar dispuesto a dejar el pasado, a no mirar hacia atrás, sino a tender los ojos hacia adelante, hacia la tierra que hay que labrar y que un día dará su fruto. En el seguimiento de Jesucristo no se admiten condiciones… queremos lo que el Señor quiere. Se pide entrega total, porque el reino de Dios apremia y no puede esperar: Eliseo pudo poner condiciones a Elías (ir a despedirse de sus padres), pero el cristiano, si así lo requiere el Reino, ha de librarse de esta ocupación por un bien “urgente y superior”. Finalmente, al discípulo-misionero, Jesús le pide el poner exclusivamente en Él su seguridad, renunciando a todo tipo de seguridades materiales y humanas. Jesús nada tiene, sólo a su Padre en comunión con el Espíritu. El que va detrás de Jesús tendrá que estar dispuesto a no tener (despojarse), sólo un camino (el Evangelio) y un Caminante (Cristo Jesús) que nos va llevando hacia la meta... y vamos con gozo y alegría, de la mano del Espíritu, como nos dice el Salmo de hoy.
Seguir a Cristo con alegría y libertad. Antes del bautismo el cristiano era esclavo de sí mismo (y del Maligno). Cristo lo ha liberado, pero no para arrojarle otra vez a una nueva esclavitud, sino para que viva siempre en clave de libertad, bajo la guía del Espíritu Santo. El cristiano, liberado por Cristo para hacer el bien a todos en todas partes, ha de aceptar y vivir el riesgo y el desafío de la libertad, especialmente esto se notará con la práctica de las obras de misericordia… una urgencia: conocer los mandamientos y practicarlos… conocer las bienaventuranzas y, con la fuerza del Espíritu, practicarlas.
Sugerencias...
Un Camino y muchos senderos. Cristo es el único camino, un camino sobre el que se extiende poderosamente la luz de la cruz. Este es el único camino del seguimiento, de la misión, de la plenitud cristiana (experiencia de nuestras muchas peregrinaciones y procesiones). Son, sin embargo, muchos los senderos que conducen a este camino. Son muchos los modos -y tiempos- con que Cristo llama a los hombres a caminar con Él, junto a Él. Está el sendero de la fidelidad conyugal y el de la consagración especial, está el sendero del sufrimiento y el de la entrega amorosa en el servicio a los necesitados, está el sendero de la vida pública y el de la vida oculta en el quehacer diario del hogar, está el sendero del espectáculo para descanso del hombre y el de la escuela para su crecimiento en las ciencias. Está el sendero de... (pensar y reflexionar sobre el modo en que cada uno está siguiendo a Cristo). Todos los senderos pueden y deben encontrarse en el mismo y único camino: Jesucristo, maestro de los hombres, redentor del mundo, hay que seguir andando nomás, seguir andando (beato mártir Angelelli). Al entroncar nuestro sendero con el camino de Cristo percibiremos que no llegamos vacíos al Camino, sino que portamos con nosotros nuestra cruz y nuestro calvario, nuestra entrega (san Ignacio de Loyola). Y comprenderemos, de alguna manera, que la cruz de Cristo está unida a cada una de nuestras cruces, y el Calvario del Señor nos sostiene en nuestros calvarios (san José Gabriel Brochero). Es el momento de preguntarnos si el sendero de nuestra vida está entroncado al camino de Cristo. Es el momento de suplicar al Señor que nuestros senderos confluyan siempre en el camino de Cristo, Maestro y Redentor.
Caminar sin “entender” del todo. En las cosas del espíritu no todo es claro, ni todo evidente. Pero uno no puede quedarse paralizado, hay que caminar aunque no se entienda todo ni del todo. Caminar mirando una estrella que un día se vió, y que ahora quizá está cubierta por una densa nube. Caminar, como Jesús, con paso firme, sin miedo, aunque la inteligencia quiera que detenga el paso e incluso que retroceda ante la niebla del camino. Caminar en el claroscuro de la fe (san Juan de la Cruz), mirando siempre hacia adelante, hacia Jerusalén, la meta de nuestra existencia. Caminar, caminar, caminar... ¿No nos sucede a veces que nuestra inteligencia nos frena en el camino de la vida espiritual, del trabajo apostólico? Caminar iluminados por la fe y la esperanza y la caridad… practicando las obras de misericordia.
Nuestra Señora del Camino y de la Esperanza, ruega por nosotros.
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