lunes, 3 de enero de 2022

HOMILIA EL BAUTISMO DEL SEÑOR. Fiesta (9 de enero 2022). P. ANGEL

Primera: Isaías 40, 1-5.9-11; Salmo: Sal 103, 1b-4. 24-25. 27-30; Segunda: Tito 2, 11-14; 3, 4-7; Evangelio: Lucas 3, 15-16.21-22 Nexo entre las LECTURAS… Sin que aparezca la palabra novedad en los textos litúrgicos, todos ellos se refieren, en cierta manera, a la novedad de la acción de Dios en la historia. Es nuevo el lenguaje de Dios en Isaías: "ha terminado la esclavitud..., que todo valle sea elevado y todo monte y cerro rebajado..., ahí viene el Señor Yahvéh con poder y su brazo lo juzga todo". Es absolutamente nuevo que Jesús sea bautizado por Juan, que el cielo se abra, que el Espíritu descienda en forma de paloma, que se oiga una voz del cielo: "Tú eres mi hijo predilecto". Es nueva la realidad del hombre que ha recibido el bautismo: "un baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Señor". En virtud de esta novedad es que le decimos al Señor con el Salmista: ¡Bendice al Señor, alma mía! Temas… La novedad viene de Dios. El hombre, desde el inicio, lleva en sí el deterioro y la vejez del pecado, del que es imposible salir por sí mismo. En este Tiempo litúrgico lo que se nos muestra con nitidez es que sólo Dios puede salvarnos. Sólo Él puede cambiar nuestra vieja situación de pecado en novedad de gracia y misericordia. También se nos muestra que Dios quiere intervenir y actuar para salvar al hombre, que lo "ha creado a imagen y semejanza suya". La liturgia presenta tres momentos históricos de la intervención de Dios: primero interviene para liberar al pueblo israelita de la esclavitud de Babilonia (primera lectura), luego para revelar al mundo la filiación divina de Jesús (evangelio), finalmente para manifestar a los hombres la nueva situación creada en quienes han recibido el bautismo (segunda lectura). La consecuencia es ‘lógica’: Si Dios ha intervenido en el pasado con una irrupción de vida y esperanza nuevas, Dios interviene en el presente e intervendrá en el futuro, porque es propio de Dios la fidelidad. La novedad es desde dentro. La novedad que Dios infunde en el corazón de los hombres incide y repercute en la historia, pero en sí es invisible, interior, netamente espiritual. Primero hace nuevo el corazón, luego desde el corazón del hombre y con la ayuda del hombre, cambia también la realidad histórica. En los exiliados de Babilonia primero forjó en sus corazones la añoranza de Sión, el deseo y la decisión del retorno, luego dispuso los hilos de la historia para que tal deseo y decisión llegase a cumplimiento. En el caso de la teofanía del bautismo en el Jordán nos hace descubrir una novedad inicial, que se irá desplegando a lo largo de toda su vida pública y sobre todo en el misterio de su muerte y resurrección. La novedad del bautizado sólo se irá percibiendo con el tiempo, en la medida en que exista una coherencia vital entre la novedad infundida por Dios y la existencia concreta y diaria del cristiano. Para nosotros no pocas veces resulta difícil desvelar la relación entre la novedad interior y sus manifestaciones históricas en la vida ordinaria de cada uno, pues, a veces parece que todo es igual y nada cambia para bien… y Él ¡está haciendo nuevas todas las cosas! La novedad es eficaz. A la iniciativa de Dios, el hombre debe responder libremente, lo meditamos en la Virgen María muy especialmente en los Tiempos de Adviento y Navidad… y lo seguiremos meditando a lo largo del Año Litúrgico… sigamos mirando a María, Madre de Dios y de la Iglesia para imitar su sí generoso. Sugerencias... El Bautismo, epifanía de Dios. En el evangelio, el bautismo de Jesús, es una epifanía… eso mismo debe ser el para el cristiano la vida sacramental y comprometida con la caridad, con las obras de misericordia: una epifanía de lo que Dios es y de lo que Dios hace en el hombre. El discípulo-misionero es un hombre en quien se manifiesta el Dios trinitario, en virtud de la relación personal que mantiene con cada una de las personas divinas. Como hijo del Padre vive una verdadera relación filial, sobretodo en la oración y adoración. Como redimido por el Hijo y sumergido en su misma vida, entabla con Él una relación principalmente de seguimiento e imitación. Como templo del Espíritu Santo, vive con la conciencia de una relación sagrada, santificante, vivificadora de su existir cotidiano, modelando en bien su vida familiar, profesional y social. El cristiano es al mismo tiempo epifanía de la acción de Dios en el hombre: una acción purificadora, que manifiesta el perdón de Dios; una acción transformante, que pone de relieve el poder de Dios; una acción unificadora de las energías y capacidades del cristiano, que subraya el misterio unitario de Dios; una acción vivificante, que revela, por medio del hombre, la extraordinaria vida de Dios uno y trino...

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