Domingo vigesimosexto del TIEMPO
ORDINARIO cA (01 de octubre de 2023)
Primera: Ezequiel 18, 24-28;
Salmo: Sal 24, 4-9; Segunda: Filipenses 2, 1-11; Evangelio: Mateo 21, 28-
32.
Nexo entre las LECTURAS
La conciencia de la
responsabilidad personal es el tema predominante en esta liturgia. A los
exiliados que culpan a Dios de injusticia porque se comporta de modo desigual
con el honrado que comete maldad y con el malvado que se comporta honradamente,
Dios les dice: ¿acaso no es el proceder de ustedes, y no el mío, el que no es
correcto? El honrado que ha cometido la maldad, muere por la maldad que ha
cometido, y el malvado que practica la justicia vivirá porque se aparta de la
maldad. Tanto uno como otro son responsables de sus obras. La verdadera
responsabilidad personal, nos enseña Jesús en el Evangelio, se manifiesta no tanto
en el decir sino en el obrar, como resulta claro de la parábola. San Pablo
pone, ante los ojos de los Filipenses, como ejemplo de responsabilidad y
coherencia, a Jesucristo: El sí de Cristo es un sí operativo, encarnado en las
obras para realizar la redención (segunda lectura).
Temas...
La responsabilidad personal de
cada uno. ¡Qué buen maestro es Jesús! ¡Con qué claridad nos va guiando para que
aprendamos cuáles son las actitudes de un buen seguidor suyo!
Uno dijo ;¡¡no quiero!!;, pero
fue. El otro dijo ¡voy!;, pero no fue. Jesús quiere que conformemos nuestra conducta
al estilo de su evangelio, no sólo con palabras, sino con hechos. Y a veces,
los que más oficialmente parecen los ;buenos; son los que menos dóciles se
muestran a los caminos de Dios.
Lo primero que nos dice hoy la
Palabra de Dios es que cada uno es responsable de sus actos, de sus opciones ante
el bien y el mal. El profeta Ezequiel, ante un pueblo que se refugiaba
demasiado fácilmente en las ;culpas de la comunidad; o de los antepasados, hace
una llamada urgente a la decisión personal de cada uno.
Es verdad que la conducta de cada
uno repercute en la totalidad, y que la comunidad influye en nuestras opciones
personales. El que otros se muestren flojos me afecta, porque me quita las
pocas fuerzas que pudiera tener para seguir por el buen camino. Pero eso no nos
exime ni del mérito ni de la culpa: la responsabilidad de nuestra vida la
tenemos nosotros.
La parábola de los dos hijos
también nos pone ante la decisión personal: el que dijo que sí, pero no fue, o
el que respondió que no quería ir, pero luego cambió de idea y fue a trabajar.
En el fondo, este segundo cumplió la voluntad de Dios. El que elige el camino
del mal entra él mismo en la esfera de la muerte. El que opta por el bien, en
la esfera de la vida. Podrán haber influido, en una o en otra dirección, el
ejemplo de los demás, o las estructuras deficientes o el ambiente neopagano de
este mundo, incluso la poca ayuda que nos presta la comunidad eclesial, también
ella pobre muchas veces. Pero no vale recurrir a excusas a la hora de admitir
la propia responsabilidad.
Hoy apreciamos mucho la libertad
personal y la dignidad de nuestras propias decisiones: no tendremos que refugiarnos,
por lo tanto, en ;lo que hace la mayoría; según las estadísticas, o en lo poco
que nos ayudan
desde fuera las instituciones. El
cristiano debe tener personalidad, saber ir ‘contra corriente’, ser responsable
de sus actos, seguir a Cristo en lo fácil y en lo difícil.
¿Quién cumple de verdad? El
evangelio de hoy nos orienta también en otra dirección que es consecuencia de
la primera: que no bastan las palabras, que lo que cuenta son “los hechos”.
Jesús dedicó esta enseñanza a los
que oficialmente eran guías del pueblo de Israel, pero no se daban por enterados
de la buena noticia. Debió ser una palabra inquietante y hasta escandalosa:
sentirse comparados a los “pecadores y pecadoras” públicos, y oír que estos, si
cambian de vida, han sabido cumplir la voluntad de Dios mejor que los maestros
de Israel. Los fariseos decían oficialmente ;sí, voy;, pero en realidad no cumplían:
todo era fachada y apariencia. Se tenían por perfectos. Jesús, una y otra vez,
los desenmascara, cuando les llama; sepulcros blanqueados; o cuando asegura que
el publicano que oró humildemente, bajó del Templo perdonado, y el fariseo, que
se creía perfecto, no. ¡Cuántas veces alabó Jesús a personas que en las medidas
sociales y religiosas de su tiempo eran consideradas poco menos que
indeseables: publicanos, el centurión romano, la mujer cananea, la pecadora
arrepentida.
Pero no nos quedemos en los
fariseos de entonces. Seamos sinceros y apliquemos las palabras de Cristo a nuestra
vida. También nosotros podemos tener la tentación de conformarnos con palabras,
sin pasar a los hechos. Decir SI con los labios, casi profesionalmente, y luego
vivir en la práctica una continuada incoherencia, sin practicar lo que decimos.
Esto puede pasarnos a nosotros, los sacerdotes, los que hablamos y exhortamos a
los demás a cumplir el evangelio, y luego puede ser que nuestro ejemplo sea muy
poco creíble. Y puede pasar con las ;personas de bien;, los de buena fama. A
todos se nos podría aplicar aquello de que ;del dicho al hecho hay un buen
trecho;.
Lo peor sería que los; oficialmente
buenos; miremos con aires de suficiencia a los que consideramos ;pecadores; y
alejados. O a los migrantes que han venido desde lejos a nuestras tierras en
busca de una vida más humana, y a los que demasiado fácilmente podemos
considerar como menos dignos de respeto (Francisco, Papa). Tampoco a nosotros
nos resulta cómodo oír que es posible que ;los otros a lo mejor han escuchado
con mayor sinceridad la palabra de Dios o están practicando mejor las actitudes
cristianas (de servicialidad, o de perdón, o de esperanza, o de apertura para
con Dios) que los que nos llamamos más solemnemente cristianos.
Los que participamos cada Domingo
de la Eucaristía hemos de recordar que no todo termina ahí. El ;pueden ir en
paz; del final no significa que ;aquí no ha pasado nada;. Precisamente queda lo
más difícil: que lo que hemos escuchado y creído y celebrado en la Misa lo
cumplamos luego significativamente en nuestro estilo de vida. Si en la
Eucaristía decimos convencidos ;sí, voy ;, que en la vida no resulte que de
veras no vamos, sino que prolongamos en nuestro modo de vivir la fe que hemos
profesado aquí.
Sugerencias...
En la parroquia, el barrio, están
los cristianos auténticos, que han vivido y continúan viviendo en actitud de fe
y conversión permanentes. ¡Magnífico, y que sean muchos! Hay también
posiblemente cristianos ;delantes;, que son cristianos por tradición y
herencia, y a veces con esa fe “de los de siempre”. Dan ;si! a la liturgia y a
la vidriera y un;no; a ciertas exigencias de la vida apostólica; o viceversa,
un;sí ; a ciertas
conductas morales y un ;no; al
ejercicio de la fe. ¿Cuántos son estos ;viejos; cristianos? No faltan quienes han
sido religiosamente fríos, han pertenecido a otra religión, incluso han sido
laicistas y hasta ateos, pero se han convertido y ahora tratan de ser
fervientes cristianos. ¿Son muchos los que pertenecen a este grupo? Y están,
muy probablemente, quienes han dicho y continúan diciendo ;no; a la fe y a la
conversión interior,
con las palabras y con las obras.
Es una descripción elemental, tal vez real, en nuestro entorno. ¿Qué PUEDO
hacer ante esta situación? Haz todo lo que el Espíritu de Dios te inspire, deja
hacer a otros lo que el mismo Espíritu les está pidiendo, y mantente siempre
con la esperanza muy alta (Francisco, Papa). Necesidad de testigos. A ser
responsables, aprendemos viendo el modo responsable de comportarse de otros. A
permanecer en actitud responsable, nos ayuda e impulsa el ejemplo de los demás.
El Papa Francisco vuelve a decir que en la Iglesia son más necesarios los
predicadores-testigos que los solo predicadores. ¡He aquí una hermosa tarea
para llevar a cabo en nuestra responsabilidad pastoral! Hemos de trabajar por
ser nosotros mismos TESTIGOS… hemos de interesarnos activamente por formar
testigos creyentes, por crear entre los cristianos la conciencia de que ser
cristiano y ser testigo son una misma cosa (Aparecida). Con un grupo de
testigos es grande el bien que se puede hacer en una parroquia, en una
comunidad, en una diócesis.
Ser testigos,
discípulos-misioneros, es un modo de realizar la nueva evangelización.