SANTA MARÍA, MADRE de DIOS. Solemnidad. (01 de enero 2018)
Primera: Números 6, 22-27; Salmo: Sal 66, 2-3. 5-6. 8; Segunda: Gálatas 4,4-7; Evangeli
o: Lc 2, 16-21
Nexo entre las LECTURAS
La "MUJER" es el centro de atención de la Liturgia. Particularmente la mujer como madre. Y esa mujer y esa madre es María. San Pablo en su carta a los gálatas dice de Jesucristo: “nacido de mujer, nacido bajo la ley” (segunda lectura), para indicarnos que como hombre-Dios necesariamente ha tenido que tener una madre. La bendición litúrgica de la primera lectura parece que fue escrita dirigida a María madre: “El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor te muestre su rostro y te dé la paz”. Aunque también podemos decir que esa bendición es el deseo para el año 2018, en la realidad de sus horas, días, semanas y meses: ‘que el Señor te bendiga... año del Señor 2018’.
Tengamos presente el mensaje del Papa con ocasión de la 51 Jornada mundial de la paz. El lema es: Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz. Las palabras de san Juan Pablo II nos alientan: «Si son muchos los que comparten el “sueño” de un mundo en paz, y si se valora la aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente en “casa común”». A lo largo de la historia, muchos han creído en este «sueño» y los que lo han realizado dan testimonio de que no se trata de una utopía irrealizable.
Temas...
Mujer y Madre de Dios. “Nacido de mujer” es Jesús. Mujer, con toda su feminidad, es María, la nueva Eva, origen y espejo de toda mujer redimida. Jesús es el Verbo de Dios, y María es la Madre de Dios, la Mujer. Dios, en su inmensa sabiduría, ha querido vivir la experiencia de tener una madre, de mirarse en la ternura de sus ojos, de acunarse en sus brazos y de ser estrechado en su regazo. Para ser Madre de Dios, María no tuvo que renunciar o dejar al margen nada de su feminidad, al contrario, la tuvo que realizar en nobleza y plenitud, santificada como fue por la acción del Espíritu Santo. Al nacer de una mujer Dios ha enaltecido y llevado a perfección "el genio femenino" (San Juan Pablo II) y la dignidad de la mujer y de la madre. La Iglesia, al celebrar el uno de enero la maternidad divina de María reconoce gozosa que María es también madre suya, que a lo largo de los días y los meses del año engendra nuevos hijos para Dios.
Además, como dijo el Papa Francisco en la Nochebuena de 2017: En los pasos de José y María se esconden tantos pasos. Vemos las huellas de familias enteras que hoy se ven obligadas a marchar. Vemos las huellas de millones de personas que no eligen irse, sino que son obligados a separarse de los suyos, que son expulsados de su tierra. En muchos de los casos esa marcha está cargada de esperanza, cargada de futuro; en muchos otros, esa marcha tiene solo un nombre: sobrevivencia. Sobrevivir a los Herodes de turno que para imponer su poder y acrecentar sus riquezas no tienen ningún problema en cobrar sangre inocente. María y José, los que no tenían lugar, son los primeros en abrazar a aquel que viene a darnos carta de ciudadanía a todos. Aquel que en su pobreza y pequeñez denuncia y manifiesta que el verdadero poder y la auténtica libertad es la que cubre y socorre la fragilidad del más débil.
Madre, bendición y memoria. En el designio de Dios, como a María, se puede decir a toda mujer-madre: "Bendito el fruto de tu vientre". Una bendición primeramente para la misma mujer y bendición para el matrimonio, en el que el hijo favorece la unidad, la entrega, la felicidad. Bendición para la Iglesia, que ve acrecentar el número de sus hijos y la familia de Dios. Bendición para la sociedad, que se verá enriquecida con la aportación de nuevos ciudadanos al servicio del bien común.
La maternidad es también memoria. "María hacía 'memoria' de todas esas cosas en su corazón" (evangelio). Memoria no tanto de sí misma, cuanto del Hijo, sobre todo de los primeros años de su vida en que dependía humanamente de ella. Memoria que agradece a Dios el don inapreciable del Hijo y toda madre de sus hijos. Memoria que reflexiona y medita las mil y variadas maneras de crecer y vivir que tienen los hijos. Memoria que hace sufrir y llorar, que consuela, alegra y enternece. Memoria serena y luminosa, que recupera retazos significativos del pasado para bendecir a Dios y cantar, como María, un "magníficat".
Sugerencias...
Hace pocos días hemos adorado la presencia del Verbo encarnado en el humilde pesebre de Belén. Ahora la Iglesia nos invita a dirigir la mirada llena de asombro a la otra persona magnífica del pesebre que es la Madre de Jesús, Dios hecho carne.
La Madre nos acompaña siempre hacia su Hijo y nunca nos aleja de Él (a Cristo por María). El Concilio Ecuménico Vaticano II lo ha dicho con estas palabras: “Todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo” (Lumen Gentium, n. 60). La Madre de Dios, con su pureza virginal, representa y defiende también la pureza de la doctrina cristiana. En el Breviario y en la “forma extraordinaria” (o rito antiguo) del Misal se encuentra la hermosa antífona mariana «Alégrate, Virgen María, tú sola has destruido todas las herejías del mundo entero».
Los primeros dogmas, que se refieren a la virginidad perpetua y a la maternidad divina, y también los últimos (Inmaculada Concepción y Asunción corporal al Cielo), son la base segura para la fe cristiana en la encarnación del Hijo de Dios. Pero también la fe en el Dios vivo, que puede intervenir en el mundo y en la materia, así como la fe en las realidades últimas (resurrección de la carne y, en consecuencia, la transfiguración del mismo mundo material) está confesada implícitamente en el reconocimiento de los dogmas marianos.
No es posible ser cristiano si no se es fuertemente mariano. En este día la Iglesia reza especialmente por la paz. Y es justamente a la siempre Virgen Madre de Dios a quienes se dirigen los fieles para obtener del Señor, a través de su intercesión, el don de la paz, para la Iglesia y para el mundo.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.