lunes, 7 de abril de 2025

HOMILIA DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR cC (13 de abril 2025)

 

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR cC (13 de abril 2025)

Primera: Isaías 50, 4-7; Salmo: Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; Segunda: Filipenses 2, 6-11; Evangelio: Lucas 22, 14 – 23, 52

Nexo entre las LECTURAS

¡El dolor! Realidad histórica y designio de Dios. Aquí está el centro del mensaje del Domingo de Ramos. El Siervo de Yahvéh (primera lectura) sufre golpes, insultos y salivazos, pero el Señor le ayuda y le enseña el sentido del dolor. San Pablo, en el himno cristológico de la carta a los filipenses (segunda lectura), canta a Cristo que "se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo". En la narración de la pasión según san Lucas, Jesús afronta sufrimientos indecibles e incontables, a la manera de un esclavo, pero sabe que todo está dispuesto por el Padre y por ello confía al Padre su espíritu. Por eso decimos con fe que el dolor es redentor.

Temas...

«Perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34)

Esta palabra parece no encajar en lo que está ocurriendo. Porque, si nos paramos a pensar con detenimiento, ¿en qué cabeza cabe que después de ser traicionado y negado; después de recibir golpes y burlas y justo en el momento de ser clavado en la cruz, la primera palabra que salga de los labios de Jesús sea «perdón»? ¿Cómo antes de buscar cobijo y amparo para su madre –que observaba todo (cfr. Lc 23, 49)– es más, cómo antes de confiar su espíritu al Padre lo primero que suplica e implora es compasión para sus verdugos? En los cálculos mentales humanos es prácticamente impensable que pueda ocurrir semejante situación. Sin embargo, hay biblistas que afirman que esta palabra no solo es clave dentro del relato evangélico, sino necesaria, imprescindible, vital. ¿Por qué? Pues porque es la que hace que el texto se ajuste no a los cálculos humanos, sino a los de Dios. El tema del perdón es fundamental en el evangelio de Lucas. La conocida como parábola del hijo pródigo (cfr. Lc 15, 11-32), entre otros relatos, ejemplifica, y de qué manera, esto que decimos. Por ello, lo que podemos contemplar en esta palabra es que Jesús, en el momento de mayor dolor físico, abandono afectivo y sufrimiento racional sigue siendo coherente con su predicación y nos ofrece su propio ejemplo. No echemos en el olvido que Jesús de Nazaret, después de proclamar el mensaje de las Bienaventuranzas en el sermón del llano (cfr. Lc 6,20-26), la primera indicación que lanza es «amen a sus enemigos, traten bien a los que los odian; bendigan a los que los maldicen, recen por los que los injurian» (Lc 6,27-28). Y es que Jesús, al extender sus brazos en la cruz acoge tanto a ‘amigos’ como ‘enemigos’. Porque es así como podrá condenar todo odio, toda ira y toda cerrazón y dureza de corazón del ser humano de todos los tiempos.

«Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43)

Solo Lucas pone voz al que se conoce como «buen Ladrón ». Los otros evangelistas –Mateo y Marcos– sobre los dos «ladrones» indican que se unían, desde sus patíbulos, a las ofensas y reproches que las autoridades tanto civiles como religiosas proferían contra Jesús. Pero en Lucas hemos de centrarnos en la actitud del ‘bueno’. Y en él podemos descubrir que era consciente de la injusticia que se estaba cometiendo con Jesús. Y no solo eso. También sabía que su destino –el de Jesús– iba a ser dichoso porque traspasa las fronteras de este mundo colmado de tanto malhechor y sinvergüenza. ¡Qué paradoja! ¿Quién iba a pensar que un absoluto desconocido; un maleante, delincuente culpable de delitos graves y condenado a muerte por ello, fuera el que reconoció a Jesús como portador de un Reino de felicidad plena en el que nadie, por muy inmoral que haya sido, es olvidado para siempre? Mientras que Pedro, el amigo, el confidente, el incondicional dispuesto a todo, incluso a lo más extremo (cfr. Lc 22,33), había negado rotundamente pocas horas antes, conocer siquiera la existencia de Jesús. Sabemos que bastó una mirada directa (cfr. Lc 22,61), indescriptible, pero con toda seguridad colmada de amor y ternura, para que el primer Papa de la historia reconociera la gravedad de su pecado: negar a Dios. Por ello, esta palabra dirigida al buen Ladrón nos ha de llevar a contemplar que en una vida repleta de errores siempre va a estar presente la posibilidad de transformación. Porque la conversión nos habla del hoy misericordioso de Dios que, actuando en la historia, cambia la necedad del hombre por conocimiento y sabiduría. Porque el buen Ladrón no pidió un puesto de honor en el Reino de Jesús, como otros se habían disputado (cfr. Lc 22,24). Eso lo había conseguido sin necesidad de pedirlo. Este delincuente solo imploraba que fuese recordado por Aquel en quien había descubierto, no la posibilidad de ser indultado de sus delitos, sino algo mucho mayor a la par que liberador. Porque la palabra que dirigió Jesús al Ladrón bueno antes de que ambos cerraran los ojos en este mundo, le abrió, en ese preciso instante, las puertas de la felicidad plena para que su conversión sincera, su confianza en Dios y su oración de petición fueran recordadas como ejemplo a seguir, por toda la eternidad.

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46)

Antes de que Jesús pronuncie esta última palabra, Lucas nos ha ido preparando para que descubramos que algo grande va a ocurrir. Y es que el mundo se ha quedado a oscuras; y en el Templo, el velo, ese que debía ocultar lo más sagrado, se ha roto por la mitad (cfr. Lc 23, 44-45). Por ello, después de esto, Jesús se lanza con una confianza absoluta a los brazos del Padre. A diferencia de otros evangelistas en Lucas no encontraremos grito alguno en este momento (cfr. Mt 27,50; Mc 15,37). ¿Es importante esta distinción? Y otra cuestión. ¿Por qué Lucas ha puesto en labios de Jesús el salmo 31 en lugar del salmo 22, como encontramos en otros relatos (cfr. Mt 27,46; Mc 15,34)? La respuesta al interrogante planteado quizá sea que Jesús, sin tener duda alguna, sabe que Dios jamás abandonará a nadie. Y menos en momentos de sufrimiento, angustia y soledad. Así pues, en esta palabra hemos de descubrir y contemplar el culmen de esa esperanza (Jubileo 2025) que Jesús de Nazaret había mostrado siempre a lo largo de su vida con sus dichos y hechos. Sin embargo, la realidad es que el mundo, en esa hora, ha quedado en tinieblas. La oscuridad lo domina todo. Tan solo falta dar sepultura (cfr. Lc 23, 50-56). ¿Y ahora? ¿De verdad que esta es la última palabra? ¿De verdad que no hay nada más que decir? Sabemos perfectamente que la respuesta es no. Cristo ha entregado su espíritu. Y aquí, en esta palabra –espíritu– está la clave. Porque será ahora el Espíritu el que va a dar el impulso necesario para que la predicación del Evangelio llene de luz la vida del ser humano. Para que descubra que hay una claridad nueva más allá de lo conocido. En definitiva, para que el confiar del hombre quede preñado de esperanza, y se siga lanzando, en cualquier situación de adversidad, a los brazos del Padre.

Sugerencias...

El dolor, un tesoro escondido. El hombre tiene miedo del dolor. Quisiera eliminarlo, arrancarlo de la vida humana, e incluso de la vida animal. Parece como si el dolor fuera solo mal, un mal abominable, un ‘agujero negro’ en el gran universo humano que devora todo lo que entra en su campo de acción. Parece como si la gran batalla de la historia actual fuera contra el dolor en lugar de ‘por el hombre’. Hay que rezar y reflexionar sobre esto, porque a veces resulta que logramos destruir el dolor, pero de tal manera que destruimos también algo del hombre. Los padres, para que sus hijos no sufran, no les quieren negar nada, les dejan hacer todos sus caprichos, pero... ¿no están de esta manera perjudicándolos a largo plazo? A los ancianos, a los enfermos terminales se les amortiguan los dolores con medicinas que les hacen perder en gran parte la conciencia. ¿No se les hace perder así libertad y nobleza de espíritu ante el dolor? No respaldar el sufrimiento en sí, es necesario aliviarlo lo más posible, recemos por la asunción humana del sufrimiento. No son infrecuentes los casos de jóvenes y adultos que ante el fracaso escolar o profesional, ante una decepción amorosa, ante un escándalo de corrupción, prefieren acabar con la vida o entran en una desilusión aplastante que no quieren enfrentarse con el rostro doloroso de la situación. ¿Por qué? Porque no se conoce, no se ha descubierto el tesoro escondido en el dolor (Papa Francisco). Para el hombre es un tesoro escondido de humanización. Para el cristiano es un tesoro escondido de asimilación del estilo de Cristo, de valor redentor. También San Juan Pablo II ha tenido la osadía de hablar del Evangelio del sufrimiento, ciertamente del sufrimiento de Cristo, pero, junto con Él, del sufrimiento del cristiano. Estamos llamados a vivir este Evangelio en las pequeñas penas de la vida, estamos llamados a predicarlo con sinceridad y con amor, de manera especialísima este Año Jubileo.

Consuelo en el dolor. La medicina está descubriendo que la presencia amiga junto al lecho del enfermo puede aliviar el dolor más que una inyección de morfina. Hay una relación estrecha entre el alma y el cuerpo, y el consuelo espiritual de una cercanía suaviza los más terribles sufrimientos. Nos dice de manera buena y paternal el Santo Padre que las obras de misericordia espirituales (instruir, consolar, confortar, sufrir con paciencia...) y corporales (dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos...), son formas tradicionales y novedosas de ayudar al hombre en su dolor. Son formas que continúan siendo válidas e indispensables. Junto a ellas surgen y surgirán nuevas formas según las necesidades de nuestro tiempo. Lo que importa es tener conciencia de que, como discípulos misioneros, hemos de acompañar a los hombres en su dolor, hemos de ser serviciales con aquel que padece sufrimientos, hemos de aliviar con nuestra cercanía y nuestro consuelo sus sufrimientos y los nuestros. ¿No es una buena forma de alivio el enseñar a los que sufren a dar sentido y valor a sus sufrimientos? ¿y aprenderlo nosotros mismos?

Nuestra Señora de los dolores, ruega por nosotros.

viernes, 28 de marzo de 2025

HOMILIA Cuarto Domingo de CUARESMA cC (30 de marzo 2025)

 Cuarto Domingo de CUARESMA cC (30 de marzo 2025)

UNA PARÁBOLA FAMILIAR. Hoy sale a nuestro encuentro una parábola muy familiar. Familiar en un doble sentido. Por un lado, nos es muy conocida. Por eso nos parece que ya tenemos claro qué nos dice y no nos paramos demasiado a profundizar en ella. Por otro, nos plantea unos problemas de relaciones familiares, a través de las cuales Dios quiere hablarnos de nuestras relaciones con él, y de las que hemos de tener con todos los que se reúnen en el interior de su casa en el seno de su familia.
Para empezar a acercarnos, en nuestro caso, a esta parábola, será bueno recordar que se nos presenta en el marco de los Domingos en que la Iglesia nos propone decididamente sumergirnos en lo que significa "conversión" en la cuarta semana. Así pues, bajo esta óptica, básicamente tendrá que ser considerada.
EL HIJO MENOR. El hijo menor es el que habitualmente ha dado nombre a la parábola. De hecho, es de quien más cosas se explican. En lo referente a la enseñanza que hoy hemos de obtener, hemos de afirmar que, avanzando en lo dicho el pasado Domingo que se "paraba" en la necesidad que tenemos de conversión, aquí se nos describen todos los pasos que la conversión implica. El hijo menor, el que llamamos "pródigo", se prodiga en el pecado hasta que toca fondo y empieza a llorar su estado miserable. Puede parecer un punto de partida débil para que se reconozca pecador; pero se reconoce como tal y hace todo lo que requiere la más sincera conversión: rehacer el camino que lleva a la casa paterna, confesar arrepentido —ante Dios— su pecado, entrar a celebrar la fiesta del perdón. Se trata de los tres pasos que debemos plantearnos cómo damos, en concreto, cada uno de nosotros.
El HIJO MAYOR. Sabemos del hijo mayor que ha sido fiel al trabajo en la propiedad paterna. Pero no se ha fijado en la manera de ser del padre. Y eso le conduce hasta no querer entrar en casa cuando se encuentra frente a situaciones que no acaba de entender. Se trata de quien se cree justo y no tiene necesidad de conversión. ¿Cuál es su pecado? Podría pensarse en la envidia. En realidad es un pecado más sutil: la falta de misericordia. No se nos dice qué más hace, pero nos da ocasión, a partir de la respuesta del padre, para que aprendamos a comportarnos con los "pecadores arrepentidos"
EL PADRE. El padre, el tercer personaje de la parábola, respeta la libertad de los hijos con la confianza de que se comportarán como hijos. Desde lo lejos contempla el camino que hace el hijo que vuelve a casa. Sale al encuentro del hijo menor y también del hijo mayor. Se muestra misericordioso con el uno y con el otro. Hace que uno y otro se sepan invitados a la mesa familiar, a la comunión de la fiesta de los hijos reencontrados. Al hijo arrepentido lo abraza. Al hijo que cree estar libre de pecado, lo llama a la conversión mostrándole el sentido que tiene tratar con misericordia festiva a los pecadores arrepentidos.
NOSOTROS. La parábola ha sido narrada y escrita para nuestra enseñanza. Nosotros, por el bautismo, hemos llegado a ser hijos. Desde esta perspectiva, la parábola nos habla muy directamente. Cada cual sabrá en qué situación se halla en relación con Dios, a cuál de los hijos de la parábola se parece más. En todo caso, nos hemos de sentir llamados a conversión por la misericordia del Padre, y movidos a tratar a todos con misericordia para que Dios sea también misericordioso con nosotros (Cf. St 2,12-13 y el Jubileo 2025)).
CRISTO. En el evangelio de hoy vemos a Cristo, nuestro "hermano mayor" en la gran familia de los hijos de Dios, comportándose al revés del hijo mayor de la parábola: "Este hombre —Jesús— acoge a los pecadores y come con ellos". La comprensión de esta frase, o mejor, de esta manera de proceder de Jesús con los pecadores —un comportamiento que nos da a entender cómo en él se refleja el amor, la compasión y la misericordia del Padre— viene introducida con el texto de hoy de san Pablo a los Corintios: "Dios, por medio de Cristo, nos reconcilió consigo". Y añade: "Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios". En Cristo el Padre nos ha abierto los brazos y nos ha dado el abrazo del perdón.
Por eso podemos afirmar que el apóstol Pablo presenta un cambio de acento: de la conversión pasa a la "reconciliación". Nos exhorta —en nombre de Cristo—a reconciliarnos con Dios, a vivir reconciliados con Dios. Cristo cambia los términos de la parábola del "hijo pródigo". En Cristo, Dios sale a nuestro encuentro por medio del hijo mayor, quien nos acoge en nombre del Padre y nos invita a entrar en el banquete de la reconciliación. Cristo nos ofrece asiento en la mesa de los hijos (y él come con nosotros). Los pecadores convertidos reciben de este modo el trato de criados que esperan fieles cuándo volverá su amo de la fiesta de bodas: "El amo se ceñirá, los sentará a su mesa y empezará a servirles" (Lc 12,37). El Señor se muestra "pródigo" hasta tal punto en todo tipo de bienes con todos los pecadores que se convierten.
La Eucaristía es el banquete abundante de la misericordia divina, El banquete que hace afirmar a los pecadores arrepentidos: "Gusten y vean qué bueno es el Señor" (Salmo responsorial).

miércoles, 19 de febrero de 2025

TOCAME SEÑOR JESUS

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HOMILIA DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR cC (13 de abril 2025)

  DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR cC (13 de abril 2025) Primera : Isaías 50, 4-7 ; Salmo : Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; Segu...