domingo, 22 de enero de 2012

DIOS EL GRAN ENAMORADO


Señor, en tu nombre nos hemos reunido, y por tu amor queremos mantenernos unidos. Porque nos llamas a cada uno en particular y nos congregas para que hagamos realidad tu mandamiento de amor. Amor a Dios que se hace visible en el hermano. Amor de nuestro hermano Cristo presente en cada miembro de la comunidad. Amor de compañeros que quieren hacer pleno el don de la aceptación y la entrega. Amor de amigos que poniendo en común tristezas y alegrías quieren compartir la búsqueda de tu verdad. Amor de hijos, que ayudándose mutuamente persiguen la voluntad del Padre, porque se saben pequeños, necesitados, pero confiados en tu grandeza, en tu infinita misericordia que nos mantiene firmes en el deseo de ir hacia ti. Señor, como Iglesia te pedimos que nos guíes para que introducidos en tu Espíritu de Amor seamos constructores de un mundo mejor, ese mundo que vos quieres. Ayúdanos a vivir en unión y poner en común nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, porque para ser comunidad debemos arriesgarnos a poner nuestras vidas en común, no como un encuentro accidental sino como una opción de compromiso por nuestros hermanos. Ayúdanos a amar y aceptarnos con nuestras limitaciones, a descubrir nuestras riquezas, los dones que tú nos has dado, a alimentarnos mutuamente para progresar, porque tú nos ordenaste ser perfectos como tu Padre Celestial. Porque no es indistinto ser mejor o peor sino ser lo que tú quieres de cada uno. Señor, que nuestra unión tenga siempre su fuente en ti, en la oración común, en el perdón fraterno que busca tu perdón, en la participación de tu misa, tu eucaristía, abriéndose así a tu gracia y a tu amor. Amén. “





Queridos hermanos, seguimos en este día de profundización de esta Encíclica de Benedicto XVI, Dios es amor. Hoy vamos a compartir en la catequesis un tema muy hermoso que presenta Benedicto y que yo he querido ponerle un título que no está expresado así en la Encíclica pero que me parecía muy lindo como para poder comprender mejor la consigna que hoy vamos a compartir. El tema de hoy va a ser “Dios, el gran enamorado”. Queremos contemplar a Dios como el gran enamorado.


Nosotros descubrimos en la Palabra de Dios y en la historia de la salvación este amor personal, este amor eterno, este amor de pasión que Dios tiene por cada uno de nosotros. El Papa Benedicto nos va a ir introduciendo, siguiendo un poco la figura de algunos personajes, de algunos textos bíblicos especialmente del Antiguo y del Nuevo Testamento. Por eso en esta mañana queremos nosotros también hacer la experiencia de ese amor. Dios es el gran enamorado de vos. Dios está enamorado de vos, de la humanidad de cada uno de nosotros. Pero queremos comprender y profundizar cómo, qué significa esto, Dios el gran enamorado. ¿Es simplemente algo poético, una simple imagen, o es una realidad, una verdad? Vamos a compartirlo a medida que vayamos transcurriendo en la catequesis el papa Benedicto nos va a ir ayudando a comprender esta verdad y esta realidad.


Yo quisiera comenzar también ahora con un texto bíblico del libro del profeta Isaías.





Isaías 43


“Y ahora, así habla el Señor, el que te creó, el que te formó Israel: no temas, porque yo te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú me perteneces. Si cruzas por las aguas yo estaré contigo y los ríos no te anegarán, si caminas por el fuego no te quemarás, y las llamas no te abrazarán, porque yo soy el Señor, tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador. Porque tú eres de gran precio a mis ojos, porque eres valioso, y yo te amo, no temas, porque yo estoy contigo.”





Consigna: ¿Cómo te manifiesta el Señor que te ama? ¿Qué gestos y signos del amor de Dios encuentras en tu vida? Gestos y signos del amor de Dios que supera tus fuerzas, supera tus pecados, tus tropiezos, ese amor gratuito que más allá de tus errores y de tus equivocaciones Dios te sigue demostrando que te ama. Sería hermoso que te animes a compartir con nosotros en esta mañana, en esta catequesis, porque tu testimonio, tu compartir, nos ayuda a ver de una manera encarnada este amor, este Dios amante, este Dios que ama profundamente, con pasión, al punto de entregar su vida, de entregar a su único hijo. Por eso, ¿Cómo te manifiesta el Señor que te ama? Porque al compartirnos tu experiencia a lo mejor nos ayudas a descubrir que Dios también tiene gestos y signos parecidos con nosotros y a veces no nos damos cuenta.





Nosotros, al seguir contemplando a este Dios como un gran enamorado, un gran enamorado de la humanidad de cada uno de nosotros nos vamos a introducir entonces en la Encíclica de Benedicto XVI “Dios es Amor”. La imagen de Dios que ofrece la revelación bíblica, que nos ofrece la Palabra de Dios, implica dos novedades importantes respecto a otras visiones del tiempo histórico y cultural del mundo judío. La primera es la afirmación de que Dios es uno, de que solamente el Señor es un solo Dios, no muchos dioses, como en otras religiones, los ídolos, que también se les llamaba así. Y de la total dependencia también de todas las realidades respecto a él. Es decir que la Palabra de Dios nos ofrece dos novedades, de que el Señor es uno solo, hay un único Dios, el Señor del Cielo y de la Tierra, y la otra novedad es la total dependencia de toda la creación respecto de Él. Entonces, el descubrimiento de que Dios ama al hombre, este amor suyo puede ser calificado sin duda como eros. Ahora lo vamos a ver en la Encíclica. El eros, recordemos, es este amor de pasión, este amor impulsivo, este amor que lleva a buscar el complemento en el otro, pero en Dios, no obstante, este eros también es totalmente ágape, es decir, este amor de donación, este amor de entregarse, de ofrecer. Nos dice Benedicto: “Ante todo está la nueva imagen de Dios, contemplando la Sagrada Escritura. En las culturas que circundan el mundo de la Biblia, la imagen de Dios y de los dioses al fin y al cabo queda poco clara y es contradictoria en sí misma”. Dice Benedicto que en el camino de la fe bíblica, por el contrario, resulta cada vez más claro y unívoco lo que se resume en las palabras de la oración fundamental de Israel, la Shemá, es decir: Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Esto aparece en el libro del Deuteronomio en el capítulo 6. Existe un solo Dios que es el creador del Cielo y de la Tierra y por tanto también es el Dios de todos los hombres. Si hay un único Dios, este Dios es el Dios de todos los hombres, y esto es lo que nos revela la Palabra de Dios especialmente ya en el Antiguo Testamento. En esta puntualización, dice Benedicto, hay dos elementos singulares que realmente todos los otros dioses no son Dios, son ídolos. No son Dios. Y que toda la realidad en la que vivimos se remite a Dios, es creación suya. Ciertamente, la idea de una creación, existe también en otros lugares, pero solo aquí, en la Palabra de Dios queda absolutamente claro que no se trata de un Dios cualquiera, sino que el único Dios verdadero, él mismo, es el autor de toda la realidad, esta proviene del poder de su Palabra creadora lo cuál significa que estima a esta criatura, precisamente porque ha sido él quién la ha querido, quién la ha hecho. Y así hermanos, entonces nos está diciendo el papa Benedicto que así pone de manifiesto el segundo elemento importante de que éste Dios ama al hombre. La potencia divina la cuál Aristóteles, nos dice aquí el papa haciendo alusión a una frase de Aristóteles, un gran filósofo griego, trató de llegar a través de la reflexión es ciertamente objeto de amor y de deseo por parte de todo ser, pero ella misma no necesita nada y no ama, solo es amada. Y entonces el papa dice: el único Dios en el que cree Israel, sin embargo, ama personalmente. Esta es la imagen de dios, un Dios que ama personalmente. Su amor además es un amor de predilección, por ejemplo, entre otros pueblos Dios escoge a Israel y lo ama, aunque con el objeto de salvar precisamente de este modo a toda la humanidad, el ama, y este amor suyo puede ser calificado como eros, pero no obstante también es totalmente ágape.


Queridos hermanos, a continuación, el papa nos muestra la fe bíblica como una historia de amor entre Dios y su pueblo, por eso el es el gran enamorado y Dios se nos presenta en el Antiguo Testamento como el Esposo, como el amado, y el pueblo como la amada, como la esposa, y en esta historia de amor, queridos hermanos, nosotros nos vemos reflejados. La Palabra de Dios utiliza esta imagen para que nosotros nos sintamos parte de esta historia de amor, esta historia de amor que supera la capacidad de nuestro razonamiento, esta historia de amor a la cuál estamos llamados. Nos dice el papa: “Los profetas Oseas y Ezequiel, sobre todo, han descrito esta pasión de Dios por su pueblo con imágenes eróticas audaces. La relación de Dios con Israel es ilustrada con la metáfora del noviazgo y del matrimonio, por consiguiente, la idolatría es adulterio y prostitución. Es decir, buscar y amar otros dioses que no son Dios, que no son el Dios verdadero. Si la Palabra de Dios nos presenta la historia de fe, la historia de amor entre Dios y su pueblo, cuando el pueblo persigue otros dioses u otras cosas que no son Dios, es lo mismo que un adulterio o una prostitución. Con esto se alude concretamente a los ritos de la fertilidad con su abuso del eros. Se acuerdan que ayer habíamos estado hablando de que habían algunas religiones antiguas en las que en los templos se pretendía, mediante una prostitución “sagrada”, entre comillas, que al tener estas relaciones con las prostitutas en un templo, se pretendía entrar en comunión con una divinidad. Bueno, aquí, el pueblo de Israel, descubre en la Palabra de Dios, a través de los profetas, que eso no es bueno, que eso es un abuso del eros. Pero al mismo tiempo se describe la relación de la fidelidad entre Israel y su Dios. Es decir que Dios, es un Dios que ama tanto a su pueblo que lo quiere para sí, y por lo tanto Israel, es decir, representados en él, nosotros, debemos amar solamente a nuestro Dios. Nos dice el papa que la historia de amor de Dios con Israel, consiste en el fondo en que él le da la Ley, le da la Torá, es decir, abre los ojos de Israel sobre la verdadera naturaleza del hombre y le indica el camino del verdadero humanismo. Esta historia consiste en que el hombre, viviendo en fidelidad al único Dios, se experimenta a sí mismo como quién es amado por Dios y descubre la alegría en la verdad y la justicia. La alegría en Dios que se convierte en su felicidad esencial. Nos dice el Salmo 73 (72): “¿No te tengo a ti en el cielo? Y contigo, ¿qué me importan las cosas de la tierra? Para mí, lo bueno, es estar junto a Dios”. Una imagen preciosa de este amor fiel de Dios, el siempre ha sido fiel, el siempre en su misericordia y su fidelidad nos demuestra ese amor tan profundo que es mucho más que un sentimiento y una pasión, es un amor que le da sentido a nuestra vida.


Yo quisiera compartir hermanos un poco de la Sagrada Escritura, del libro del profeta Oseas 2, 15, que un poco el papa hace referencia a estos escritos, quisiera compartir lo que la Palabra de Dios explícitamente nos dice. Una pequeña aclaración es que Dios aquí está hablando al pueblo de Israel que se ha alejado de Dios, que se ha ido a perseguir otros dioses, es decir, que le ha sido infiel. El pueblo de Israel, como la esposa, como esa novia tan amada, le ha sido infiel, ha ido tras otros amantes. Esos dioses aquí son llamados como Bahales. Bahal era uno de los ídolos que, por supuesto, no es Dios y entonces el pueblo de Israel, en su error, en su infidelidad, va detrás de estos otros dioses. Entonces ahora sí Dios nos dice en su Palabra: Oseas 2, 15 ss: Por eso yo les pediré cuenta por los días de los bahales a los que ella quemaba incienso cuando se adornaba con su anillo y su collar iba detrás de sus amantes olvidándose de mí, oráculo del Señor, por eso yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón. Aquél día, oráculo del Señor, tu me llamarás mi esposo y ya no me llamarás mi bahal. Yo te desposaré para siempre, te desposaré en la justicia y el derecho, en el amor y en la misericordia; te desposaré en la fidelidad y tu conocerás al Señor”.


Hermanos, este texto bíblico, nos va mostrando, y es la intención del papa también, mostrarnos este amor de predilección, este amor misericordioso, este amor que es mucho más que un impulso, es un amor benevolente, es un amor que sale de sí mismo para darse, para ofrecerse, el amor de Dios. Este eros que también es ágape. Nosotros podemos experimentar en nuestra propia vida esta experiencia también. ¿Cuántas veces nosotros nos hemos alejado de Dios? ¿Cuántas veces hemos puesto en el primer lugar, en primer lugar en nuestro corazón, el dinero, los placeres, otros dioses? Hoy los bahales, para nosotros pueden ser el dios del prestigio, el dios del lujo, el dios de la avaricia, del dinero, el dios del egoísmo, del querer todo solo para mí. ¿Cuántas veces nosotros en nuestras vidas hemos seguido otros dioses, le hemos sido infiel a nuestro amado, y sin embargo el nos vuelve a seducir, nos vuelve a hablar al oído, nos vuelve a dar una oportunidad? Por eso, contemplar a Dios como el gran enamorado que no se cansa de buscarte, no se cansa de llamarte, te pedimos que te comuniques con nosotros, que nos cuentes tu experiencia, ¿cómo te manifiesta el Señor que te ama? ¿Qué gestos y signos del amor de Dios encuentras en tu vida?, ese amor que supera tus fuerzas, tus pecados, que te renueva, que te llena de alegría. Cuéntanos como te manifiesta el Señor que te ama.


Al contemplar entonces esta imagen de este Dios enamorado que quiere seducir a su amada, a esta amada que lo ha abandonado siguiendo otros amantes, otros dioses, el papa Benedicto nos hace su comentario y su enseñanza a partir de este texto de Oseas. Nosotros escuchamos que el papa nos dice ahora en la encíclica: “El eros de Dios para con el hombre, como hemos dicho, es ahora el ágape, no solo porque se da del todo gratuitamente, sin ningún mérito anterior, sino también porque es amor que perdona. Oseas, de un modo particular, nos muestra la dimensión del ágape en el amor de Dios por el hombre, que va mucho más allá de la gratuidad. Israel ha cometido adulterio, ha roto la alianza, Dios debería juzgarla y repudiarla, pero precisamente en esto se revela que Dios es Dios y no hombre. ¿Cómo voy a dejarte Efraín? ¿Cómo entregarte Israel?, dice Dios en su Palabra. Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas, no cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín, yo soy el Señor, yo soy Dios, y no hombre, Santo en medio de t”. Esto aparece en el libro de Oseas 11, 8-9. Y nos sigue diciendo el papa: “El amor apasionado de Dios por su pueblo, por el hombre, es a la vez un amor que perdona, un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia”, y sigue diciendo el papa: “El cristiano ve perfilarse ya en esto, veladamente, el misterio de la cruz. Dios ama tanto al hombre que haciéndose hombre él mismo lo acompaña incluso en la muerte y de este modo reconcilia la justicia y el amor”. Es impresionante, queridos hermanos, poder contemplar este amor infinito de Dios. Realmente, cuando nosotros nos acercamos al sacramento de la reconciliación, Dios nos vuelve a seducir, mejor dicho, cuando en nuestro corazón aparece el deseo de querer reconciliarnos con Dios, es Dios que nos habla al oído, que nos quiere volver a seducir, nos lleva al desierto, nos lleva a un ámbito de encuentro con él nos lleva a la oración, y Dios nos quiere enamorar, quiere cautivar de nuevo nuestro corazón, no para esclavizarnos, sino para brindarnos sus gracias, sus ternuras, y entonces, cuando nos confesamos, cuando en la oración o con nuestros gestos le demostramos y le decimos que realmente lo amamos, el nos abraza y realmente experimentamos en lo profundo de nuestro ser un encuentro de amor. Por eso hermanos, teniendo esta imagen, esta experiencia de una historia de amor entre Dios y su pueblo, una historia de amor entre Dios y vos, tenemos que ser concientes entonces de que Dios espera de nosotros amor. Dios no espera tantos adornos, tantos agregados, Dios quiere tu corazón y está apasionado por enamorarte, por abrazarte, por tenerte. Por eso, también nosotros, hay un libro en el Antiguo Testamento, en el Cantar de los cantares, que la acogida de este libro en el canon de la Sagrada Escritura es comprensible precisamente porque los poemas de amor presentados en este libro describen la relación entre Dios y el hombre, hay una unificación entre ambos polos que no es un fundirse completamente sino un llegar a una unidad que crea amor en la que ambos, Dios y el hombre, siguen siendo ellos mismos, pero sin embargo se convierten en una sola cosa. Cuando contemplamos, en el libro del Cantar de los Cantares estas poesías en las que habla el amado, la amada, realmente Dios es el amado, la amada es su pueblo, pero también muchos santos han hecho de este poema, han podido hacer oración y a la vez en una experiencia mística, experimentar a Jesús como el amado y a nosotros como la amada, nuestra propia alma.


Les voy a compartir entonces un pequeño fragmento de uno de los poemas del cantar de los cantares que habla de esta experiencia amorosa y tierna de dios con su pueblo, de Dios con nosotros:


Cantar de los Cantares 2


“MI amado es como una gacela, como un ciervo joven. Ahí está. Se detiene detrás de nuestro muro, mira por la ventana, espía por el enrejado. Habla mi amado y me dice: Levántate amada mía, Y ven hermosa mía, porque ya pasó el invierno, cesaron y se fueron las lluvias, aparecieron las flores sobre la tierra, llegó el tiempo de las canciones y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. La higuera dio sus primeros frutos y las viñas en flor exhalan su perfume. Levántate amada mía y ven hermosa mía, paloma mía, que anidas en las grietas de las rocas, en lugares escarpados, muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz, porque tu voz es suave y es hermoso tu semblante”.


Hermanos, en esta imagen tan bella de dos enamorados, del amado y de la amada, se va entretejiendo entonces la historia de nuestra propia salvación. Dios, nos dice el papa Benedicto, es en absoluto la fuente originaria de cada ser, pero este principio creativo de todas las cosas es al mismo tiempo un amante con toda la pasión de un verdadero amor. Así, el eros, es sumamente ennoblecido pero también tan purificado que se funde con el ágape. Todo esto que acabamos de citar, queridos hermanos, nos sirve de puente para pasar de esta nueva imagen de Dios que nos presenta el Antiguo Testamento y ya la Palabra de Dios, a la nueva imagen del ser humano, al poder contemplar la verdadera imagen de Dios, el verdadero rostro de Dios, en ese rostro de Dios podemos ver nuestro verdadero rostro, nuestra verdadera identidad.


Por eso también en esta mañana sería muy lindo que nosotros nos animemos a hacer esta experiencia. Esa experiencia de sentirnos amados, de sentir que el Señor nos dice “Ven amada mía, ven paloma, ven hermosa mía”. Qué hermoso sería aprender a escuchar la voz de Dios que te habla al corazón para enamorarte, para realmente hacerte feliz.


¿Cómo te manifiesta el Señor que te ama? ¿Con qué signos del amor de Dios te encuentras en el camino? Este amor de Dios que supera tus fuerzas, tus pecados, que va más allá de tus méritos, ese amor que no merecemos y que nos renueva interiormente, nos llena de alegría.


Seguimos profundizando entonces en esta historia de amor. El papa Benedicto nos sigue introduciendo en la profundidad de este amor a través de su encíclica, y continúa con una serie de reflexiones sobre el relato bíblico que presenta la creación del hombre. No podemos dejar de lado esta realidad y nuestra pertenencia a Dios. Ante la multiplicidad de criaturas que encuentra ante sí el hombre, no logra identificar ninguna capaz de darle aquella ayuda que necesita desde lo profundo de su ser. Dios crea las plantas, los animales, pero el hombre no encuentra en ellos ninguna ayuda adecuada. Puede ciertamente darle un nombre a cada una de estos seres vivientes que le son presentados, puede acogerlos así en su entorno vital pero no basta, entonces Dios forma a la mujer a partir de una costilla del hombre y es entonces cuando el varón puede exclamar: “Ésta sí es hueso de mis huesos, y carne de mi carne”. Voy a compartir ahora un fragmento de la encíclica en la que el papa recoge un mito narrado por Aristófanes en el simposio de Platón. Una obra escrita en el siglo IV antes de Cristo. El papa nos va a decir en su encíclica: “En el trasfondo de esta narración se pueden considerar concepciones como la que aparece también por ejemplo en el mito redactado por Platón según el cuál el hombre era originariamente esférico, porque era completo en sí mismo y autosuficiente, pero en castigo por su soberbia fue dividido en dos por Zeus, de manera que ahora anhela siempre su otra mitad, y está en camino hacia ella para recobrar su integridad. Este es un escrito muy antiguo, en el siglo IV antes de Cristo, el papa lo toma en interés a esta alusión a un mito de la literatura griega en la que también se ofrece un breve resumen de las ideas contenidas en el pasaje platónico, radica en ilustrar el trasfondo de ideas que expresa un dato de importancia, es decir la necesidad que tiene el hombre de reunirse con una mitad complementaria, el anhelo de un encuentro que permita recobrar su integridad. Y es comprensible que el papa no contextualice el texto platónico ni que haga ninguna alusión al momento y al personaje que ofrece la historia, o leyenda sobre el hombre esférico. Pues la encíclica no es un trabajo de exégesis filosófica, pero es interesante que haya introducido este pasaje para ilustrar desde el mismo una importante dimensión humana, y que el ser humano es incompleto, la incompletez. El papa sigue con la encíclica ofreciendo algunas precisiones que diferencian y separan la idea bíblica del génesis respecto a este mito que acabamos de hacer alusión sin que se rompa el contenido básico de tal mito ofrece en la narración bíblica que no se habla de castigo, pero sí aparece la idea de que el hombre es de algún modo incompleto, constitutivamente en camino para encontrar en el otro la parte complementaria, o sea para su integridad. Es decir, la idea de que solo en la comunión con el otro y solo en la comunión con el otro sexo puede considerarse completo. Difieren por tanto el mito puesto en boca de Aristófanes y la visión cristiana sobre el amor entre el hombre y la mujer, porque en primer lugar difieren a la hora de indicar cuál sea el origen de la necesidad de una reunificación. El cristianismo no encuentra tal necesidad en un castigo, no es que Dios, por castigo nos haya dividido sino que la evidencia en la estructura misma del ser humano, en su constitución creatural, por el hecho de ser criatura, y en un segundo lugar, algo no subrayado explícitamente por el papa pero evidente a la luz de la exposición del discurso de Aristófanes, notamos que el deseado, es decir el complementario, según la visión bíblica se logra a través de la unión con el otro sexo y no a través de la unión con un ser humano del mismo sexo masculino o femenino, como también sería posible según el texto platónico, es decir como que lo deja abierto a eso el texto de platón, en cambio para nosotros es clara la enseñanza y lo que el Génesis nos quiere decir, esta complementariedad no se da entre dos hombres o dos mujeres, se da entre un hombre y una mujer. La revelación no dice que Dios ofrecía a Adán otro varón sino que una mujer. Solo ante la mujer el hombre reconoce a aquella que puede darle eso que necesitaba en lo más profundo de su estructura antropológica. Por eso prosigue la encíclica en continuidad con el texto del Génesis: “El hombre deja a su padre y a su madre, se une a su mujer, y así los dos llegan a ser una sola carne. ¡Qué importante que es esto!, desde el principio esta complementariedad entre el varón y la mujer, que no es algo meramente así enunciativo, es una realidad. Ya desde el principio entonces, la unión del varón y la mujer expresan este amor que Dios tiene por su pueblo. Cuando un hombre y una mujer se casan, cuando celebramos el matrimonio, este matrimonio es un signo visible del amor que existe entre Dios y su pueblo, de esta historia de amor entre Dios y su pueblo, y Jesús eleva este amor humano entre un varón y una mujer, lo eleva a la categoría de sacramento, es decir, se transforma realmente en un signo visible del amor que existe entre Jesús y la Iglesia. Nosotros realmente reconocemos en esta encíclica como Dios tiene una característica especial en su relación con la humanidad. Dios ama personalmente, Dios es siempre fiel, Dios es uno, por lo tanto, si Dios es uno, solamente a él lo tenemos que amar, solamente a él lo tenemos que servir, y si Dios en definitiva nos ama eternamente, el amor de nosotros hacia el también debe ser de la misma manera, para siempre. Y entonces fíjense ustedes, el papa indica que en cierto sentido lo que sabemos de Dios permite comprender mejor al hombre, y lo que comprendemos del hombre nos lleva a profundizar mejor en la idea de Dios. Asimismo, tales comprensiones nos aclaran como han de ser las relaciones entre el hombre y la mujer, entre el ser humano y Dios. Esto es muy hermoso. Es decir, el papa nos dice explícitamente en la encíclica: A la imagen del Dios monoteísta, es decir del único Dios, corresponde el matrimonio monógamo, es decir una mujer y un varón. El papa nos dice: A la imagen del Dios monoteísta, es decir del único Dios, corresponde el matrimonio monógamo. El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y viceversa. El modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano. Esta estrecha relación entre el eros y el matrimonio que presenta la Biblia no tiene prácticamente paralelo en alguna literatura fuera de ella.


Queremos entonces poder tomar conciencia, ahora pasando a una parte muy especial y esencial de la encíclica en la que el papa ahora nos habla de cómo Jesús es el amor encarnado de Dios que permitirá conocer plenamente qué es el amor, qué camino seguir para vivir y para amar. Nos dice el papa explícitamente en su encíclica: “Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo. Esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla San Juan en el capítulo 19 ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta carta encíclica, Dios es amor. Es allí en la cruz donde puede contemplarse esta verdad y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor, y desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar. Hermanos, en el acto de entrega del hijo, en el acto de entrega de Jesús totalmente en la cruz, acto presente y asequible a todos a través de la Eucaristía, encontramos en el misterio del abajamiento de Dios que busca al hombre y alcanzamos una elevación que va más lejos de cuánto pudiera conseguir nuestro esfuerzo más sincero. El papa nos dice, haciendo referencia también a como podemos descubrir todos estos acontecimientos en la eucaristía, nos dice el papa: Jesús ha perpetuado este acto de entrega, este ágape mediante la institución de la eucaristía durante la Última Cena, ya en aquella hora el anticipa su muerte y resurrección dándose a sí mismo a sus discípulos en el pan y en el vino, su cuerpo y su sangre como nuevo maná. La Eucaristía, la Misa, nos adentra en el acto oblativo de Jesús, este acto de entrega. No recibimos solamente de modo pasivo al Hijo de Dios encarnado sino que nos implicamos en esta dinámica de su entrega. La imagen de las nupcias entre Dios e Israel se hace realidad de un modo antes inconcebible, lo que antes era estar frente a Dios se transforma en la unión en la participación de la entrega de Jesús en su Cuerpo y en su Sangre. La mística del sacramento que se basa en el abajamiento de Dios hacia nosotros tiene otra dimensión de gran alcance y que lleva mucho más alto que cualquier elevación mística que el hombre podría alcanzar. Hermanos, tomar conciencia de que cuando te acercas a la Eucaristía, cuando comulgas, se produce un encuentro de amor tan grande, es un amor esponsal, un amor de predilección, un amor único, un tú, un yo, unidos profundamente. Pero también esta unión con Cristo nos une con nuestros hermanos, provoca un dinamismo de caridad que nos lleva a servir al prójimo y a todos a cuáles tengan necesidad de mí y que yo pueda ayudar. Es muy importante tener en cuenta esto. La historia de amor personal con Dios, esa historia de amor entre Dios y vos, te lleva, te impulsa a amar al hermano.

jueves, 19 de enero de 2012

LA ORACION


Distintas maneras de orar: oración vocal, contemplación, meditación

“Tú, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, y después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que allí está, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.”


Mt., 6, 6





¿Cuál es tu forma más sencilla para comunicarte con Dios? ¿Será a través de la oración vocal, de la meditación o de la contemplación? ¿Qué te ayuda para orar? ¿Cuál es tu forma de conversar con el Señor? Estamos buscando, a través de estas catequesis, un modo de volver, por el camino de la oración, a renovar nuestras vidas.


Distintas manera que tienen un mismo lugar, donde nosotros queremos estar y permanecer. Es el cuarto del que habla la Palabra de Dios, tu habitación, es decir el lugar de tu corazón, donde la intimidad no te encierra sino que te abre a los silencios habitados por Dios. Y desde ese lugar darle curso a toda la vida, toda la existencia, en contacto con la profundidad de lo más íntimo de tu ser, donde Dios, el Dios del universo, el que todo lo abraza -también lo más escondido de tu persona- viene a ponerle palabras a lo que tantas veces no encuentra palabras.





La oración vocal





La oración vocal es ponerle palabras a los silencios que, a veces, aturden nuestro corazón, donde no podemos terminar de comunicarnos.


Es por medio de su Palabra que Dios nos habla, nos sale al encuentro. Es por medio de palabras mentales, vocales, que nuestra oración toma cuerpo. Es encuentro de Palabra con palabra. La Palabra, que puso su morada en lo más íntimo del corazón de toda la humanidad, encuentra eco en nuestro ser cuando nosotros le damos lugar en ese espacio de silencio en la intimidad, donde, lejos de encerrarnos en nosotros mismos, nos abrimos al encuentro totalizante que la Palabra nos regala. Palabra que abre sentidos y que le da la oportunidad al silencio del corazón a ponerle expresiones mentales, vocales; a darle cuerpo a nuestro sentir interior. Lo más importante es la presencia del corazón ante Aquél a quien hablamos en la oración. Decía San Juan Crisóstomo que nuestra oración se oiga no depende de la cantidad de palabras sino del fervor de nuestras almas. Y ese fervor es fervor cuando está habitado por la Palabra.


La oración vocal es un elemento indispensable para la vida cristiana. A los discípulos, atraídos por la silenciosa oración del Maestro, Jesús les enseña una oración vocal: el Padre Nuestro. Jesús no solamente ha rezado las oraciones litúrgicas de la sinagoga, sino que además elevando la voz, ha expresado su oración personal: desde la bendición al Padre por haber revelado las cosas a los pequeños y sencillos, hasta su agonía en Getsemaní cuando, sudando sangre, le pide a Dios Padre si es posible, aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la Tuya.





La oración vocal es indispensable para darle cuerpo a nuestro espíritu orante. En el camino de la oración vocal se produce una asociación entre los sentires más profundos e interiores, y las palabras que encuentra nuestra inteligencia para poder expresar eso que interiormente nos pasa. Somos cuerpo y espíritu, y experimentamos la necesidad de traducir exteriormente el sentir interior. Es necesario rezar con todo nuestro ser; más aún, expresar lo vocal y también lo gestual, ya que expresar con gestos nuestra oración nos ayuda mucho. San Ignacio, cuando nos invita a la oración, dice que el modo corporal de estar ubicado determina también la forma en que uno se está comunicando. Puede ser acostado, arrodillado, de pie, con los brazos en alto, puede ser en sentido de adoración, con la mirada puesta en el cielo. La expresión corporal habla de nuestro modo de querer comunicarnos con Dios. También puede ser con un clamor, con gemidos, con un grito, y hasta con llantos puede ser que la oración exprese corporalmente lo que es nuestro sentir. Siempre y cuando sea en serenidad, sin estridencias. Porque el Espíritu obra en suavidad, sin estrépitos. El Espíritu es como una gota que cae en la esponja y es absorvida. No es como una gota que cae en la piedra, donde se rompe la gota. No, el Espíritu obra buscando penetrar en lo más profundo del corazón.


Esta necesidad de ponerle palabra a nuestro sentir interior brota también de un clamor divino: Dios busca adoradores, en espíritu y en verdad. Y por lo tanto, la oración que sube viva desde las profundidades del alma, necesita expresarse verazmente. Reclama de una expresión exterior que asocia al cuerpo a la interioridad. La palabra y el cuerpo le ponen expresión al sentir. El Espíritu obra como un susurro, como un gemido en el alma. Hay que saberlo captar y decodificarlo, traducirlo; hay que ponerle palabras para que pueda el Espíritu expresarse en nosotros, a Dios el Padre en Cristo como el Espíritu quiere expresarse, tomando de nuestra corporeidad.





La oración vocal, expresada también corporalmente, es la oración por excelencia de las multitudes, por ser exterior y tan plenamente humana. Pero incluso lo más interior de las oraciones no podría prescindir de la oración vocal. La oración se hace interior en la medida en que tomamos conciencia de Aquél a quien hablamos, dice Teresa de Jesús.


La oración vocal se convierte en una primera forma de oración contemplativa. Orar vocalmente no es repetir palabras vacías de sentido, sino orar con la mirada puesta en el misterio que el Espíritu suscita que oremos: de la vida, del encuentro con Jesús, de la historia habitada por el Señor.


Renovarnos en la oración vocal es posible, en la medida en que interiorizamos la oración vocal y le ponemos cuerpo de vínculo entre lo que oramos y lo que sentimos.


Ayuda mucho, cuando hacemos oraciones vocales convencionales, estar atentos a lo que decimos y abrirnos a los sentidos de lo que las palabras dicen. Por ejemplo, Dios te salve, María, es lo mismo que decir alégrate María. Después puede seguir el Ave María, pero nosotros nos quedamos en el rostro exultante de María, en el gozo del anuncio hecho carne en su vida, en su deseo de salir impulsada al encuentro con Isabel para cantar el Magníficat, dar gloria a Dios y profetizar sobre los tiempos nuevos que el Espíritu ha sembrado en su corazón al encarnar al Hijo de Dios. Dios te salve, alégrate María. Es una expresión nuestra de todos los días cuando la oramos. Hay que vincular la expresión al sentido que la palabra esconde. Después podemos seguir rezando el Ave María, pero la primera expresión puede vincularnos a lo más bello de la obra de Dios, que es María, criatura sin igual creada por Dios como ninguna otra para llevar adelante su plan de Redención. Así, nos abrimos al sentido de una oración convencional, sin quedarnos en una repetición vacía de contenido.


Otra forma es que el susurro del Espíritu en lo más profundo de nuestro corazón nos vincule a nuestra historia, nuestros vínculos, nuestro trabajo, a todo nuestro quehacer y a todo nuestro ser, nuestro proceso; y desde ese lugar dejar que el Espíritu le ponga palabras orantes al Padre, en Cristo, por la vida y desde la vida, con palabras nuestras. Eso también es oración vocal. Siempre el sentir interior necesita de un cuerpo vocal, una expresión que lo manifieste. Y Dios, a eso, lo está esperando.





La meditación





Santa Teresa de Jesús dice: llamo yo meditación a discurrir mucho con el entendimiento.


A la oración vamos siempre con lo que llamamos “el material con el que, en la presencia de Dios, nos disponemos a orar”.


Cuando vamos al encuentro de una persona importante, en forma previa nos vestimos y disponemos de una manera distinta y pensamos de qué se va a tratar el encuentro (pensemos, por ejemplo, en lo que presupone una entrevista de trabajo, cómo nos preparamos...). Cuánto más cuando vamos a este encuentro, tenemos que llevar “materia” para meditar. Es más que aconsejable, por no decir indispensable, llevar el contenido de la oración acompañado por un texto de la Palabra. ¿Cuáles son los contenidos de la oración? En realidad, es un único contenido: la presencia de Dios en la propia vida. Por eso a la oración llevamos el día, orando desde la agenda; la realidad familiar, laboral, vincular, de amistad, comunitaria, en lo que busco luz en Dios para ubicarme desde Dios poniendo lo que me ocupa y me preocupa en Él, en el Señor. También pueden ser la “materia de la oración” los procesos personales de crecimiento; u otro, que me pidió que orara por él; a veces puedo orar desde la vida de mi hermano, o una realidad social.


Un contenido ineludible, presente siempre, básico, es mi vulnerabilidad. No puedo ir a orar sino con la materia primera: un corazón contrito, humillado, recto y sincero. Allí es donde encontrás tu morada, Señor. Danos una disposición de ese tipo para que te hagas habitable en nosotros. Esta disposición de rectitud de intención, esta conciencia de sencillez con la que nos presentamos delante de Dios, y este saber que somos pecadores y que en nuestra vulnerabilidad, aquello tanto menos querible para nosotros es lo más aceptable y amable a los ojos de Dios. Es donde Dios más se regala y entrega, donde Dios más se hace cercano. Diría que esto es la primera materia orante de meditación: nuestra condición.


A veces ese vínculo de oración con la vida surge de lo que nos despierta una lectura, una conversación, lo que estoy pensando o reflexionando. Esta posibilidad de llevar la vida a la oración y la oración a la vida hace que toda la existencia permanezca a la luz de la presencia de Dios como modo habitual de vivir sobrenaturalmente lo diario, lo cotidiano. En lo que me ocupa existencialmente, elijo un material de meditación en la lectura. Meditar es leer la propia vida y existencia a la luz de la presencia de Dios. Cuando meditamos, se abre otro libro, el libro de la vida. Se pasa de los pensamientos a la realidad. Según sean la humildad y la fe, se descubren los movimientos que agitan el corazón y se los puede discernir. Se trata de llegar a la luz para hacer lo que el Señor quiere que hagas. Es la pregunta que brota del corazón que medita, que ora meditando y discerniendo en la presencia de Dios.


Los métodos de meditación son tan diversos como los maestros de la vida espiritual, dice el Catecismo de la Iglesia Católica. Un cristiano debe querer meditar regularmente; y cuando lo hace en conciencia, despierta en lo profundo de su corazón la posibilidad de que la semilla de la Palabra caiga en tierra fértil y produzca mucho fruto.


El proceso de la meditación de la vida en la presencia de Dios es como arar y abonar la tierra permanentemente, para que la Palabra de Dios traiga fruto de vida nueva en nosotros. La meditación hace intervenir el pensamiento, la imaginación, las emociones, los deseos. Esta movilización es necesaria para poder profundizar en las convicciones de fe. Para suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de querer ser discípulos. La oración de meditación aparece particularmente vinculada a los misterios de Jesús, como de hecho ocurre en la Lectio Divina, o en la oración del Rosario. Esta forma de reflexión orante es de un inmenso valor. Pero la oración cristiana tiene que ir más lejos, hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús y a la unión profunda con Él; lo que Ignacio de Loyola llama el “interno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” en calidad de vínculo contemplativo, amante y adherido al querer y hacer de Dios en nuestro vida.





La contemplación




¿Qué es la oración? Santa Teresa de Jesús responde: no es otra cosa para mí la oración mental, sino tratar de amistad muchas veces a solas con quien sabemos nos ama.


Cuando oramos, como dice el Cantar de los Cantares, en la contemplación se busca al amado del alma, esto es, a Jesús, y en Él, al Padre. Es buscarlo porque desearle es siempre el comienzo del amor. Y es buscado en la fe pura, esa fe que nos hace ser de Él, vivir en Él. En la contemplación se puede también meditar, pero la mirada está centrada en la búsqueda del Señor.


Cuando contemplamos estamos siempre atentos a la presencia de Dios y a dónde Dios se nos esconde. La elección del tiempo y de la duración de la contemplación dependen de una voluntad decidida, reveladora de los secretos del corazón. No se hace contemplación cuando se tiene tiempo, sino que se toma tiempo para estar con el Señor, con la firme decisión de no dejarlo, y de volver a tomarlo, cualesquiera sean las pruebas y la sequedad que nos haya dejado el anterior encuentro, o que sentimos como perspectiva que va a tener el próximo encuentro. No se puede orar de momento. Hay que entrar en la presencia de Dios para permanecer. La entrada a la contemplación es semejante a la de la Liturgia de la Eucaristía: esto es, hay que recoger el corazón y todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de Aquél que nos está esperando, hacer que caigan nuestras máscaras, volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama, para ponernos en sus manos, como una ofrenda que hay que purificar, que busca transformarse. La contemplación es la oración del hijo de Dios, que se sabe pecador, perdonado y que consiente en acoger el amor con el que es amado y quiere responder a ese amor poniendo la vida en clave de amor. Pero sabe que su deseo de amar, al estilo del que es amado, solo es posible si el Espíritu Santo se derrama en su corazón, porque todo termina siendo gracia por parte de Dios. La contemplación es la entrega sencilla, humilde, a la voluntad amante del Padre, en unión cada vez más profunda con Jesús, por lo que obra el Espíritu Santo en nosotros.


La oración de contemplación es la expresión más sencilla del misterio orante; es un don, es una gracia. Nos sorprende, descubriéndonos pobres y humildes delante de Dios, permaneciendo en su presencia con la conciencia clara de que Él está allí y nos quiere allí. Mirarlo y dejarnos mirar por Él. Contemplamos sencillamente cruzando miradas.


La contemplación es también el tiempo fuerte de la oración. El Padre nos concede que seamos fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior nuestro. Que Cristo sea ese hombre interior, eso es lo que el Padre anhela: que Jesús sea el hombre interior, hasta llegar a decir nosotros -como el apóstol- es Jesús quien vive en mí. ¿Quién obra esto? El mismo que creó a la persona de Jesús en el vientre de María, el Espíritu Santo, es el que recrea la vida de Cristo en nosotros

Oración de la sangre de Cristo



Señor Jesús, en tu nombre, y con el poder de tu sangre preciosa sellamos toda persona, hecho o acontecimiento a través de los cuales el enemigo nos quiere hacer daño.

Con el poder de la sangre de Jesús sellamos, toda potestad destructora en el aire, en la tierra, en el agua, en el fuego, debajo de la tierra, en las fuerzas satánicas de la naturaleza, en los abismos del infierno y en el mundo en que nos moveremos hoy. Con el poder de la sangre de Jesús rompemos toda interferencia y acción del maligno.

Te pedimos Jesús que envíes a nuestros hogares y lugares de trabajo a la santísima Virgen acompañada de San Miguel, San Gabriel, San Rafael y toda su corte de Santos Ángeles.

Con el poder de la sangre de Jesús sellamos, nuestra casa, todos los que la habitan (nombrar cada uno de ellos), las personas que el Señor enviará a ella, así como los alimentos y los bienes que El generosamente nos envía para nuestro sustento.

Con el poder de la sangre de Jesús sellamos, personas, animales y objetos. El aire que respiramos, y en fe colocamos un círculo de su sangre alrededor de toda nuestra familia.

Con el poder de la sangre de Jesús sellamos, los lugares en donde vamos a estar este día y las personas, empresas o instituciones con quienes vamos a tratar (nombrar cada una de ellas)

Con el poder de la sangre de Jesús sellamos nuestro trabajo material y espiritual, los negocios de todos tus hijos y vehículos, las carreteras, los aires, las vías y cualquier medio de transporte que habremos de utilizar.

Con tu sangre preciosa sellamos los actos, las mentes y los corazones de todos los habitantes, dirigentes de nuestra Patria y de la Iglesia , a fin de que tu paz y tu corazón reine en ellas.

Te agradecemos Señor por tu sangre y por tu vida, ya que gracias a ellas hemos sido salvados de todo lo malo. Amén.

ESPIRITU SANTO


Espíritu Santo, fuente inagotable de todo lo que existe, hoy quiero darte gracias.
Gracias ante todo por la vida, porque respiro,
me muevo, siento cosas, mi cuerpo funciona, mi corazón late.
Hay vida en mí. Gracias porque a través de mi piel y mis sentidos
puedo tomar contacto con los seres que has creado.
Porque el aire roza mi piel, siento el calor y el frío,
percibo el contacto con las cosas que toco.
Gracias porque mi pequeño mundo está repleto
de pequeñas maravillas que no alcanzo a descubrir.
Gracias porque tu amor me llega cada día.
Me rodeas y me envuelves con tu luz.
Gracias porque estás conmigo en todo lo que me pasa,
para que pueda aprender algo de cada cosa que me suceda.
Gracias porque quieres transformar todo mi ser con tu vida divina.
Gracias porque cada día es una novedad,
porque siempre hay nuevos signos de tu amor,
porque siempre me invitás a algo más,
y siempre me llamás a volver a empezar.
¡Gracias Espíritu Santo!
Amén.

DESAPRENDIENDO

Señor Jesús, deseo progresar y seguir aprendiendo.

Para ello, siento en mi corazón que debo comenzar


a "desaprender", renunciando a toda rutina que me estanque.


Dame la gracia de profundizar el camino recorrido,

ahondar mis motivos, mi conciencia, mi receptividad.





Que sepa desaprender modelos cerrados,


que pueda desaprender mis modelos de tensión corporal

y mental, mis modelos de ansiedad permanente o recurrente,

quiero desaprender Señor mis mecanismos de defensa,


para que permita al amor llegar a mi corazón.





Quiero desaprender Señor, los modelos de apegos,


de dependencia, los modelos verbales estereotipados,


mis maneras de relacionarme, automática, superflua...







Señor Jesús, te pido la gracia en este tiempo de mi vida

a estar disponible, abierto, receptivo.


Que sepa aprender sin atributos, sin tantos adjetivos,


buenos o malos, que me fui agregando o me añadieron,


que aprenda mi Señor, a continuar caminando


sin el condicionamiento de tantas etiquetas.







Dios de mi corazón, conviérteme en ese discípulo pobre y receptivo


despójame de todo excesivo amor propio,


para dejarme enseñar y moldear por Vos, sin ruidos de palabras.

Amén!

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...