miércoles, 6 de mayo de 2020

HOMILIA DOMINGO QUINTO DE PASCUA cA (10 de mayo 2020)

DOMINGO QUINTO DE PASCUA cA (10 de mayo 2020) Primera: Hechos 6, 1-7; Salmo: 32, 1-2. 4-5. 18-19; Segunda: 1Pedro 2, 4-10; Evangelio: Juan 14, 1-12 Nexo entre las LECTURAS La liturgia de los últimos domingos de Pascua concentra nuestra atención sobre las enseñanzas de Jesús contenidas en el sermón de la Cena, testamento precioso dejado a sus discípulos antes de dirigirse a la Pasión. Hoy aparece en primer plano la gran declaración: «Yo soy el camino, la verdad y la Vida» (Jn 14, 6), que había sido provocada por la pregunta de Tomás, quien, no habiendo comprendido cuanto Jesús había dicho sobre su vuelta al Padre, le había preguntado: «Señor, no sabemos adónde vas: ¿cómo, pues, podemos saber el camino?» (ib 5). El apóstol pensaba en un camino material, pero Jesús le indica uno espiritual, tan excelente que se identifica con su persona: «Yo soy el camino»; y no sólo le muestra el camino, sino también el término -la verdad y la vida- a que conduce, que es también él mismo. Jesús es el camino que lleva al Padre: «Nadie viene al Padre sino por mí» (ib 6); es la verdad que lo revela: «El que me ha visto a mi ha visto al Padre» (ib 9); es la vida que comunica a los hombres la vida divina: «Como el Padre tiene la vida en sí mismo», así la tiene el Hijo y la da «a los que quiere» (Jn 5, 26. 21). El hombre puede ser salvado con una sola condición: seguir a Jesús, escuchar su palabra, dejarse invadir por su vida que le es dada por la gracia y el amor. De esta manera no sólo vive en comunión con Cristo, sino también con el Padre que no está lejos ni separado de Cristo, sino en Él mismo, pues Cristo es una sola cosa con el Padre y el Espíritu Santo. «Créanme, que yo estoy en el Padre y el Padre en mí» (Jn 14, 11). Sobre esta fe en Cristo verdadero hombre y verdadero Dios, camino que conduce al Padre e igual en todo al Padre, se funda la vida del cristiano y la de toda la Iglesia. La primera y la segunda lectura nos presentan el desarrollo y la Vida de la Iglesia primitiva bajo el influjo de Jesús, «camino, verdad y vida». La lectura de los Hechos (6, 1-8) nos hacen asistir al rápido crecimiento de los creyentes como fruto de la predicación de los Apóstoles y de la elección de sus primeros colaboradores que, haciéndose cargo de las obras caritativas, dejaban a los primeros la libertad de dedicarse por entero «a la oración y al ministerio de la palabra» (ib 4). Se trataba del culto litúrgico -celebración de la Eucaristía y oración comunitaria, pero también ciertamente de la oración privada en la cual habían sido instruidos los Apóstoles con las enseñanzas y los ejemplos de Jesús. Del mismo modo que el Maestro pasaba largas horas en oración solitaria, también el apóstol reconoce la necesidad de adquirir nuevo vigor en la oración personal hecha en íntima unión con Cristo, pues sólo de esta manera será eficaz su ministerio y podrá llevar al mundo la palabra y el amor del Señor. Mientras la lectura de los Hechos nos habla de los Apóstoles y de sus colaboradores, la segunda lectura se ocupa del sacerdocio de los fieles, escribe San Pedro a los primeros cristianos: «Ustedes son linaje escogido, sacerdocio regio, gente santa» (1 P 2, 9). Nadie está excluido de este sacerdocio espiritual que se extiende a todos los bautizados asociándolos al sacerdocio de Cristo Jesús, único camino que conduce al Padre, es también el único Sacerdote que por propia virtud reconcilia a los hombres con Dios y le ofrece un culto digno de su majestad infinita; pero, «allegados a él», también los fieles son levantados a un «sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por Jesucristo» (ib 4-5). Jesús es la única fuente de vida en la Iglesia, la única fuente del sacerdocio ministerial y del de los fieles; no hay culto ni sacrificio digno de Dios si no va unido al de Cristo, lo mismo que no hay santidad ni fecundidad apostólica si no derivan de Él. El Salmo nos invita a fortalecer nuestro ánimo… ¡Dios está! y por eso lo alabamos. Motivo de alabanza es la confianza ilimitada en el poder conquistador (misericordia amorosa) de Dios, porque su «plan subsiste por siempre y los proyectos de su corazón de edad en edad». Tenemos la certeza de que nuestro servicio a Dios en su progresivo reinado tiene futuro y no es una ilusión. La certeza no nace de nuestro prestigio social, de nuestras cualidades humanas, de la cantidad numerosa que somos, de la cantidad de palabras que decimos o escribimos o de nuestras técnicas: «No vence el rey por su gran ejército, no escapa el soldado por su mucha fuerza... ni por su gran ejército se salva». La certeza brota de la seguridad de que Dios ha puesto sus ojos en nuestra pobre humanidad, reanimándonos en nuestra escasez, alegrándonos en nuestras penas, auxiliándonos en las situaciones que llamamos ‘desesperadas’: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor.», dichosos si nos sabemos edificados, en la Iglesia y en el mundo, por Dios y su amor misericordioso. Temas... La casa del Padre es el cielo. En él mora Jesucristo resucitado y nos tiene preparado un lugar a nosotros. Como enseña el catecismo: "Por su muerte y resurrección Jesucristo nos ha 'abierto' el cielo (1026). Desde el cielo nos invita a seguir sus pasos ("yo soy el Camino y la Verdad y la Vida"), porque nadie va a la casa del Padre sino por Cristo. La imagen de la casa, para describirnos el cielo, nos está hablando del cielo como un HOGAR, una familia, intimidad, amor, lugar en el que da gusto estar. El cielo es el encuentro definitivo y para siempre con nuestro Padre Dios, con nuestro Redentor Jesucristo, con nuestro Santificador el Espíritu Santo, con nuestra Madre, beatísima Virgen María; igualmente, es el encuentro con todos los hermanos redimidos por la sangre de Cristo, en un abrazo indescriptible de fraternidad y comunión. El cielo es la patria del amor inmortal, del amor que ha vencido el odio y la injusticia, del amor que une a todos en una participación inefable de la vida misma de Dios-Amor, del Amor que es creador y Redentor. El cielo es nuestra verdadera PATRIA, porque aquí en la tierra "no tenemos morada permanente". Aquí en la tierra, la casa del Padre es la Iglesia (y cada uno). Una casa que se construye con piedras vivas, una casa que nunca estará terminada, porque en cada generación se renueva y se restaura, una casa con las puertas abiertas a todos los que quieran entrar, una casa donde todos nos sentimos familia de Dios. El catecismo (756) nos dice que esta “construcción” recibe en la Escritura varios nombres: "casa de Dios (1Tim 3,15) en la que habita su familia, habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2,19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap 21,3), y sobre todo, templo santo (1Pe 2,5). La Iglesia es una familia, y por tanto deben estar muy unidos todos los miembros entre sí, y por tanto debe haber una vocación de servicio de los padres hacia los hijos y de los hijos hacia los padres, y, por tanto, todos juntos debemos buscar, cada uno según sus posibilidades y tareas, el bien y la felicidad de la familia. Esta es la Iglesia, la “asamblea convocada” … Dios convoca a todos. Y cada uno edifica con la practica de las virtudes y de las obras de misericordia en el marco referencial de los mandamientos. Esta familia de Dios no está exenta de problemas: la primera lectura, muestra que los problemas (también esta pandemia/cuarentena) se pueden resolver, cuando hay disposición sincera en oír a Dios que nos dispone a todos en buena voluntad, colaboración, y búsqueda común -del modo más apropiado- para hallar la solución. Esto es lo que sucedió en la comunidad de Jerusalén, y por eso volvió a reinar la paz y la concordia entre los miembros de la familia. Éste debe ser también hoy el camino para afrontar las dificultades y dolores en/de la Iglesia, en cuanto familia de Dios: crecer aún más en la oración y en la práctica de las obras de misericordia… una comunidad que adora, ama y sirve, es una comunidad que crece como familia de Dios. Sugerencias... Jesús se va con el Padre, y, sin irse, volverá: Los evangelios comienzan ya a hacer referencia a los acontecimientos de la Ascensión y Pentecostés. Pero Jesús invita primero a sus discípulos a no perder la calma: «Crean en mí». Tengan la seguridad de que lo que hago es lo mejor para ustedes. Después habla con suma prudencia de su marcha: me voy a prepararles sitio y volveré para llevarlos conmigo, «a fin de que donde yo esté, estén también ustedes». Jesús se irá con el Padre. Los discípulos comprenden que eso está muy lejos y preguntan por el camino a seguir. La respuesta de Jesús es superabundante: el camino es Él mismo, no hay otro. Pero Jesús es aún más: Él es también la meta, porque el Padre, al que lleva el camino, está en Él, directamente visible para el que ve a Jesús como el que realmente es. El Señor se extraña de que uno de sus discípulos todavía no se haya dado cuenta de ello después de tanto tiempo de vida en común. En Él, que es la Palabra de Dios, Dios Padre habla al mundo; e incluso el Padre hace sus obras en Él: se alude aquí a los milagros de Jesús, que realmente deberían ayudar a todo hombre a creer que el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre. Jesús volverá con una figura que no dará lugar a ningún malentendido: con la gloria del Padre resplandeciendo en Él. Pero en el entretanto no dejará «desamparados» a los suyos: habitará con el Padre íntimamente en ellos, de una manera que Él les revelará a ellos solos (Jn 14,23), y el Espíritu Santo de Dios les hará comprender «que yo estoy con el Padre, ustedes conmigo y yo con ustedes». Al final aparece una promesa casi incomprensible para la Iglesia: ella hará, si cree en Jesús, «las obras que yo hago, y aún mayores». Ciertamente no se trata de milagros más espectaculares; lo que Jesús quiere decir es que a la Iglesia le está reservada una presencia, buena y misericordiosa, en el mundo para hacer que la salvación llegue a todos en todas partes. La oración dominical, la oración del Señor, el Padrenuestro, nos señala la espiritualidad de hijos y hermanos que tenemos que madurar todos los días hasta el fin de los días. La casa espiritual. Tras la marcha de Jesús al Padre y el envío del Espíritu Santo sobre la Iglesia, se construye (en la segunda lectura) el templo vivo de Dios en medio de la humanidad, y los que lo edifican como «piedras vivas» son al mismo tiempo los sacerdotes que ejercen su ministerio en él y que son designados incluso como «sacerdocio real», conviene volver a invitar a rezar por el aumento de las vocaciones sacerdotales y por la perseverancia fiel de los sacerdotes. Al igual que el templo de Jerusalén con sus sacrificios materiales era el centro del culto antiguo, así también este nuevo templo con sus «sacrificios espirituales» es el centro de la humanidad redimida; está construido sobre «la piedra viva escogida por Dios», Jesucristo, y por ello participa también de su destino, que es ser tanto “la piedra angular” colocada por Dios como la “piedra de tropezar”. La Iglesia no puede escapar a este doble destino de estar puesta como Luz de las Naciones y también “signo de contradicción”, la Iglesia participa del misterio que el anciano Simeón anunció de Cristo y de la Virgen María, está en el mundo “para que muchos caigan y se levanten” (Lc 2,34). Servicio espiritual y temporal. La primera lectura, en la que se narra la elección de los primeros diáconos para encargarlos de una tarea administrativa, temporal de la Iglesia, mientras que los apóstoles prefieren dedicarse «a la oración y al servicio de la palabra», muestra las dimensiones de la casa espiritual construida sobre Cristo. Del mismo modo que el Hijo era auténticamente hombre en contacto permanente de oración con el Padre y anunciando su palabra, pero al mismo tiempo había sido enviado a los hombres del mundo, a enfrentarse a sus miserias, enfermedades y problemas espirituales, así también se reparten en la Iglesia los diversos carismas y ministerios sin que por ello se pierda su unidad. Dicho con palabras del evangelio: Cristo va a reunirse con el Padre sin dejar de estar con los suyos en el mundo. Él sabe «que ellos se quedan en el mundo» (Jn 17,11) y no lo olvida en su oración; el Espíritu que les envía es Espíritu divino y a la vez Espíritu misional que dirige y anima la misión de la Iglesia. Nuestra Señora de la anunciación y de la misión, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...