viernes, 13 de noviembre de 2020

HOMILIA Domingo trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cA (15 de noviembre de 2020) Domingo de la Jornada Mundial de los POBRES. Primera: Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31; Salmo: Sal 127, 1-5; Segunda: 1 Tesalónica 5, 1-6; Evangelio: Mt 25, 14-30 Nexo entre las LECTURAS Trabajar para dar fruto -en el Reino de Dios-, EMPEZAR A PREPARAR LA COMUNIÓN DEFINITIVA, pues el Domingo próximo (34) es el último del Tiempo Ordinario… en esta ‘preparación’ puede condensarse la Liturgia de este Domingo. Hacer fructificar los talentos recibidos para realizar el encargo del que se nos pedirá luego cuenta (Evangelio). Trabajar para hacer el bien en el temor de Dios, como la mujer buena y hacendosa del libro de los Proverbios (primera lectura). Trabajar, no dormir, puesto que somos hijos del día y de la luz (tiempo en el que se puede trabajar), y no de la noche ni de las tinieblas (segunda lectura). Temas... Los tres hombres, el hombre. Los talentos. En el evangelio se habla de las cuentas que el hombre ha de rendir ante Dios. El Creador ha confiado «sus bienes» a las criaturas -y el Redentor a los redimidos-: «a cada cual según su capacidad», de una forma, por lo tanto, estrictamente personal. Los talentos (en el texto de san Mateo) son importantes cantidades de dinero, pero nosotros hablamos de talentos personales, que se dan también a cada cual individualmente: se nos han entregado en calidad de administradores y por eso mismo debemos trabajar con ellos no para nosotros mismos (en «beneficio propio»), sino para Dios. Pues nosotros mismos, con todo lo que tenemos, nos debemos a Dios. En la parábola el amo se va de viaje al extranjero y nosotros, sus empleados, nos quedamos con toda su hacienda; pero naturalmente esos talentos deben producir algo de ganancia. El empleado negligente y holgazán no quiere ver en esto la bondad, sino la severidad del amo, y se embrolla en las contradicciones: «Siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra». Si realmente veía en el talento que se le había confiado una prueba de la severidad del amo, debería haber trabajado con mayor motivo; pero su supuesto miedo (la humanidad y quienes nos gobiernan con la pandemia y la cuarentena) le hizo olvidar que en la misma naturaleza de los dones confiados está el que éstos produzcan su fruto. Dios nos ofrece, a nosotros los vivientes, algo que está vivo y que debe crecer (también en cuarentena). No tiene sentido enterrarlo bajo tierra como si fuera algo muerto, porque entonces ya no podremos devolvérselo a Dios como el don viviente que nos ha sido confiado. A los empleados fieles, por el contrario, a los que le devuelven el don que se les ha confiado junto con sus frutos, Dios les da como recompensa una fecundidad incalculable, eterna. Trabajo durante el día. San Pablo nos advierte, en la segunda lectura, que no debemos demorar nuestras buenas obras, porque no sabemos cuándo llegará el día en que infaliblemente hemos de dar cuentas a Dios de nuestros actos. Nosotros no vivimos en las tinieblas, sino que somos «hijos del día», del tiempo en que se debe trabajar. Los «demás», los que prefieren dormir (encerrarse), pretenden fabricarse un mundo en el que haya «paz y seguridad», en el que se pueda tranquilamente holgar y dormir; pero nuestra vida temporal, privada o pública, no está configurada de ese modo. Precisamente cuando los hombres se han instalado cómodamente en la seguridad, sobreviene de improviso la ruina, «como los dolores de parto a la que está encinta». La paz no viene por sí misma: ésta sólo se puede conseguir, en caso de que pueda lograrse en la tierra, mediante un esfuerzo «sobrio» y claro como la luz del día. Pero el que realiza este esfuerzo con un espíritu auténticamente cristiano está siempre preparado para dar cuentas a Dios y el día del Señor no puede sorprenderle «como un ladrón». El modelo de la mujer. El Antiguo Testamento pone ante nuestros ojos en la primera lectura el modelo de este compromiso genuinamente cristiano en la mujer hacendosa. El cristiano, ante esta trabajadora ejemplar, piensa enseguida en María: «Su marido se fía de ella»; Cristo puede confiarle todos sus bienes, pues «le trae ganancias y no pérdidas». Gracias a su sí, a su perfecta disponibilidad para todo, para la encarnación, para el abandono, para la cruz, para su incorporación a la Iglesia: gracias a todo lo que Ella es y hace, puede Él construir lo mejor de lo que Dios ha proyectado con esta creación y redención. En medio de los múltiples pecadores que dicen no y fracasan, ella es la Inmaculada, la sin mancha ni arruga y que nos ayuda para crecer en la pureza interior y presentarnos como ‘vírgenes consagradas’ en la Jerusalén celestial. «Cántale por el éxito de su trabajo». E incluso desde el cielo se ve que a ella se le encomienda la «gran tarea» de la parábola: «Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre». Sugerencias... Las lecturas bíblicas de hoy graban a fuego en el alma el pensamiento de la “vigilancia cristiana” y, por ende, de la vida presente, vivida como espera y preparación de la futura. Nos puede servir de punto de partida la lectura segunda (1Ts 5, 1-6) en la que San Pablo declara inútil el indagar cuándo vendrá «el día del Señor», o sea cuándo se efectuará el retorno glorioso de Cristo, porque llegará de improviso «como un ladrón en la noche» (ib 2). Es la imagen empleada ya por Jesús (Mt 24, 43), que se puede aplicar tanto a la parusía (el acontecimiento esperado al final de la historia: la Segunda -última- venida de Cristo a la Tierra) como al fin de cada hombre. Sobre esa hora sólo una hay certeza de fe: que vendrá sin duda; pero cuándo y cómo, sólo Dios lo sabe. Síguese de ahí la necesidad de la vigilancia y juntamente de un abandono confiado a sus divinas disposiciones. El que piensa sólo en gozar de la vida como si nunca hubiese de morir, justo cuando se promete «paz y seguridad», verá improvisamente sobrevenirle la «ruina», dice el Señor en otro pasaje: «insensato, esta misma noche morirás…». El que, por el contrario, como verdadero «hijo de la luz», no olvida lo transitorio de la vida terrena y vela en espera del Señor, no tendrá nada que temer. Es lo que enseñan las otras dos lecturas con ejemplos concretos. La primera, de Proverbios, bosqueja la figura de la mujer virtuosa, entregada a su familia, fiel a sus deberes de esposa y de madre, voluntariosa en el trabajo, caritativa con los pobres (podemos insistir en esta imagen por ser HOY la jornada mundial de los pobres). Se hace de ella un elogio lleno de entusiasmo: «Vale mucho más que las perlas. Su marido confía en ella... Ella le produce el bien, no el mal, todos los días de su vida» (ib 10-12). Aun cuando hoy la mujer con frecuencia, a propósito de las nuevas maneras de vivir, está dividida entre la casa y la profesión, nos parece bueno recordar el valor fundamental y no pequeño, al contrario inmenso, del cuidado de la familia, la transmisión de la fe católica y de la cultura cristiana, y si fuera el caso: la entrega con el marido a los hijos… la solicitud para que ellos encuentren en la casa un ambiente agradable y cálido y un ambiente de Dios y de fe como la Sagrada Familia de Nazareth. El texto termina prefiriendo la «mujer que teme al Señor» a la dotada de gracia y hermosura, que son caducas, mientras sólo la virtud es base de la felicidad de la familia y objeto de la alabanza de Dios. Una mujer semejante, al fin de su vida merecerá oír el elogio de Jesús al siervo fiel: «Muy bien... pasa al banquete de tu Señor» (Mt 25, 21). El Evangelio (Mt 25, 14-30), reproduciendo la parábola de los talentos, habla precisamente del siervo fiel que no derrocha la vida en pasatiempos o en la ociosidad, sino “negocia” con amor inteligente los dones recibidos de Dios, los ejemplos de los santos (especialmente los santos niños o adolescentes, son ejemplo de esto). Dios da a cada hombre unos talentos: el común a todos es la Palabra de Dios… y, según Su querer, nos da: el don de la vida, la capacidad de entender y querer, de amar y de obrar, la gracia, la caridad, las virtudes infusas, la vocación personal. A nadie hace daño distribuyendo sus dones en medida diferente, pues da a cada cual lo suficiente para su salvación. Lo importante no es recibir mucho o poco, sino AMAR Y SERVIR con empeño lo recibido y hasta el fin. Es falsa humildad no reconocer los dones de Dios, y es pusilanimidad y pereza dejarlos inactivos. Así obró el siervo haragán que enterró el talento recibido, por lo que el Señor le reprendió duramente. Dios exige, en providencia, de lo que ha dado, y lo que ha dado se ha de usar para su servicio y para el de los hermanos. Por lo demás, a quien más se le ha dado, más se le exigirá. Por eso en la cuenta cada cual será tratado según sus obras, según la medida del amor en el propio corazón delante de Dios que conoce el corazón de cada uno. Castigo tremendo para el empleado holgazán, alabanza y premio para los empleados fieles, los cuales reciben un premio inmensamente superior a sus méritos. En efecto, a las palabras: «cómo has sido fiel en lo poco, te encargaré de mucho más», que indican la recompensa a la fidelidad de cada uno, se añaden estas otras: «pasa al banquete de tu Señor» (ib 21). Es el “premio” (don) de la liberalidad de Dios, que admite a sus siervos fieles a la comunión en su vida y felicidad eternas. Don que, si bien presupone el esfuerzo del hombre, es siempre infinitamente superior a sus méritos, pues es gracia providente y misericordiosa… IV JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES. Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario 10. «En todas tus acciones, ten presente tu final» (Si 7,36). Esta es la expresión con la que el Sirácida concluye su reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia. Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros. Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien el propósito, el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor. Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir en la alegría. La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo. En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en un establo. Por la amenaza de Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús huyó a otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada familia durante algunos años. Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada fraternidad. FRANCISCO. Roma, en San Juan de Letrán, 13 de junio de 2020, memoria litúrgica de san Antonio de Padua.

Domingo trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cA (15 de noviembre de 2020) Domingo de la Jornada Mundial de los POBRES. Primera: Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31; Salmo: Sal 127, 1-5; Segunda: 1 Tesalónica 5, 1-6; Evangelio: Mt 25, 14-30 Nexo entre las LECTURAS Trabajar para dar fruto -en el Reino de Dios-, EMPEZAR A PREPARAR LA COMUNIÓN DEFINITIVA, pues el Domingo próximo (34) es el último del Tiempo Ordinario… en esta ‘preparación’ puede condensarse la Liturgia de este Domingo. Hacer fructificar los talentos recibidos para realizar el encargo del que se nos pedirá luego cuenta (Evangelio). Trabajar para hacer el bien en el temor de Dios, como la mujer buena y hacendosa del libro de los Proverbios (primera lectura). Trabajar, no dormir, puesto que somos hijos del día y de la luz (tiempo en el que se puede trabajar), y no de la noche ni de las tinieblas (segunda lectura). Temas... Los tres hombres, el hombre. Los talentos. En el evangelio se habla de las cuentas que el hombre ha de rendir ante Dios. El Creador ha confiado «sus bienes» a las criaturas -y el Redentor a los redimidos-: «a cada cual según su capacidad», de una forma, por lo tanto, estrictamente personal. Los talentos (en el texto de san Mateo) son importantes cantidades de dinero, pero nosotros hablamos de talentos personales, que se dan también a cada cual individualmente: se nos han entregado en calidad de administradores y por eso mismo debemos trabajar con ellos no para nosotros mismos (en «beneficio propio»), sino para Dios. Pues nosotros mismos, con todo lo que tenemos, nos debemos a Dios. En la parábola el amo se va de viaje al extranjero y nosotros, sus empleados, nos quedamos con toda su hacienda; pero naturalmente esos talentos deben producir algo de ganancia. El empleado negligente y holgazán no quiere ver en esto la bondad, sino la severidad del amo, y se embrolla en las contradicciones: «Siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra». Si realmente veía en el talento que se le había confiado una prueba de la severidad del amo, debería haber trabajado con mayor motivo; pero su supuesto miedo (la humanidad y quienes nos gobiernan con la pandemia y la cuarentena) le hizo olvidar que en la misma naturaleza de los dones confiados está el que éstos produzcan su fruto. Dios nos ofrece, a nosotros los vivientes, algo que está vivo y que debe crecer (también en cuarentena). No tiene sentido enterrarlo bajo tierra como si fuera algo muerto, porque entonces ya no podremos devolvérselo a Dios como el don viviente que nos ha sido confiado. A los empleados fieles, por el contrario, a los que le devuelven el don que se les ha confiado junto con sus frutos, Dios les da como recompensa una fecundidad incalculable, eterna. Trabajo durante el día. San Pablo nos advierte, en la segunda lectura, que no debemos demorar nuestras buenas obras, porque no sabemos cuándo llegará el día en que infaliblemente hemos de dar cuentas a Dios de nuestros actos. Nosotros no vivimos en las tinieblas, sino que somos «hijos del día», del tiempo en que se debe trabajar. Los «demás», los que prefieren dormir (encerrarse), pretenden fabricarse un mundo en el que haya «paz y seguridad», en el que se pueda tranquilamente holgar y dormir; pero nuestra vida temporal, privada o pública, no está configurada de ese modo. Precisamente cuando los hombres se han instalado cómodamente en la seguridad, sobreviene de improviso la ruina, «como los dolores de parto a la que está encinta». La paz no viene por sí misma: ésta sólo se puede conseguir, en caso de que pueda lograrse en la tierra, mediante un esfuerzo «sobrio» y claro como la luz del día. Pero el que realiza este esfuerzo con un espíritu auténticamente cristiano está siempre preparado para dar cuentas a Dios y el día del Señor no puede sorprenderle «como un ladrón». El modelo de la mujer. El Antiguo Testamento pone ante nuestros ojos en la primera lectura el modelo de este compromiso genuinamente cristiano en la mujer hacendosa. El cristiano, ante esta trabajadora ejemplar, piensa enseguida en María: «Su marido se fía de ella»; Cristo puede confiarle todos sus bienes, pues «le trae ganancias y no pérdidas». Gracias a su sí, a su perfecta disponibilidad para todo, para la encarnación, para el abandono, para la cruz, para su incorporación a la Iglesia: gracias a todo lo que Ella es y hace, puede Él construir lo mejor de lo que Dios ha proyectado con esta creación y redención. En medio de los múltiples pecadores que dicen no y fracasan, ella es la Inmaculada, la sin mancha ni arruga y que nos ayuda para crecer en la pureza interior y presentarnos como ‘vírgenes consagradas’ en la Jerusalén celestial. «Cántale por el éxito de su trabajo». E incluso desde el cielo se ve que a ella se le encomienda la «gran tarea» de la parábola: «Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre». Sugerencias... Las lecturas bíblicas de hoy graban a fuego en el alma el pensamiento de la “vigilancia cristiana” y, por ende, de la vida presente, vivida como espera y preparación de la futura. Nos puede servir de punto de partida la lectura segunda (1Ts 5, 1-6) en la que San Pablo declara inútil el indagar cuándo vendrá «el día del Señor», o sea cuándo se efectuará el retorno glorioso de Cristo, porque llegará de improviso «como un ladrón en la noche» (ib 2). Es la imagen empleada ya por Jesús (Mt 24, 43), que se puede aplicar tanto a la parusía (el acontecimiento esperado al final de la historia: la Segunda -última- venida de Cristo a la Tierra) como al fin de cada hombre. Sobre esa hora sólo una hay certeza de fe: que vendrá sin duda; pero cuándo y cómo, sólo Dios lo sabe. Síguese de ahí la necesidad de la vigilancia y juntamente de un abandono confiado a sus divinas disposiciones. El que piensa sólo en gozar de la vida como si nunca hubiese de morir, justo cuando se promete «paz y seguridad», verá improvisamente sobrevenirle la «ruina», dice el Señor en otro pasaje: «insensato, esta misma noche morirás…». El que, por el contrario, como verdadero «hijo de la luz», no olvida lo transitorio de la vida terrena y vela en espera del Señor, no tendrá nada que temer. Es lo que enseñan las otras dos lecturas con ejemplos concretos. La primera, de Proverbios, bosqueja la figura de la mujer virtuosa, entregada a su familia, fiel a sus deberes de esposa y de madre, voluntariosa en el trabajo, caritativa con los pobres (podemos insistir en esta imagen por ser HOY la jornada mundial de los pobres). Se hace de ella un elogio lleno de entusiasmo: «Vale mucho más que las perlas. Su marido confía en ella... Ella le produce el bien, no el mal, todos los días de su vida» (ib 10-12). Aun cuando hoy la mujer con frecuencia, a propósito de las nuevas maneras de vivir, está dividida entre la casa y la profesión, nos parece bueno recordar el valor fundamental y no pequeño, al contrario inmenso, del cuidado de la familia, la transmisión de la fe católica y de la cultura cristiana, y si fuera el caso: la entrega con el marido a los hijos… la solicitud para que ellos encuentren en la casa un ambiente agradable y cálido y un ambiente de Dios y de fe como la Sagrada Familia de Nazareth. El texto termina prefiriendo la «mujer que teme al Señor» a la dotada de gracia y hermosura, que son caducas, mientras sólo la virtud es base de la felicidad de la familia y objeto de la alabanza de Dios. Una mujer semejante, al fin de su vida merecerá oír el elogio de Jesús al siervo fiel: «Muy bien... pasa al banquete de tu Señor» (Mt 25, 21). El Evangelio (Mt 25, 14-30), reproduciendo la parábola de los talentos, habla precisamente del siervo fiel que no derrocha la vida en pasatiempos o en la ociosidad, sino “negocia” con amor inteligente los dones recibidos de Dios, los ejemplos de los santos (especialmente los santos niños o adolescentes, son ejemplo de esto). Dios da a cada hombre unos talentos: el común a todos es la Palabra de Dios… y, según Su querer, nos da: el don de la vida, la capacidad de entender y querer, de amar y de obrar, la gracia, la caridad, las virtudes infusas, la vocación personal. A nadie hace daño distribuyendo sus dones en medida diferente, pues da a cada cual lo suficiente para su salvación. Lo importante no es recibir mucho o poco, sino AMAR Y SERVIR con empeño lo recibido y hasta el fin. Es falsa humildad no reconocer los dones de Dios, y es pusilanimidad y pereza dejarlos inactivos. Así obró el siervo haragán que enterró el talento recibido, por lo que el Señor le reprendió duramente. Dios exige, en providencia, de lo que ha dado, y lo que ha dado se ha de usar para su servicio y para el de los hermanos. Por lo demás, a quien más se le ha dado, más se le exigirá. Por eso en la cuenta cada cual será tratado según sus obras, según la medida del amor en el propio corazón delante de Dios que conoce el corazón de cada uno. Castigo tremendo para el empleado holgazán, alabanza y premio para los empleados fieles, los cuales reciben un premio inmensamente superior a sus méritos. En efecto, a las palabras: «cómo has sido fiel en lo poco, te encargaré de mucho más», que indican la recompensa a la fidelidad de cada uno, se añaden estas otras: «pasa al banquete de tu Señor» (ib 21). Es el “premio” (don) de la liberalidad de Dios, que admite a sus siervos fieles a la comunión en su vida y felicidad eternas. Don que, si bien presupone el esfuerzo del hombre, es siempre infinitamente superior a sus méritos, pues es gracia providente y misericordiosa… IV JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES. Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario 10. «En todas tus acciones, ten presente tu final» (Si 7,36). Esta es la expresión con la que el Sirácida concluye su reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia. Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros. Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien el propósito, el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor. Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir en la alegría. La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo. En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en un establo. Por la amenaza de Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús huyó a otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada familia durante algunos años. Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada fraternidad. FRANCISCO. Roma, en San Juan de Letrán, 13 de junio de 2020, memoria litúrgica de san Antonio de Padua.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...