lunes, 25 de marzo de 2024

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)


 VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

Primera: Isaías 52,13 – 53,12; Salmo: Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25; Segunda: Hebreos 4, 14-16; 5,7-9 Evangelio: Juan 18, 1 – 19, 42

Nexo entre las LECTURAS

"Nosotros", "nuestros" son términos repetidos en los textos litúrgicos del Viernes Santo. No es un "nosotros" sin adición alguna, sino con una nota muy propia: en cuanto pecadores. En el cuarto canto del Siervo de Yahvéh los términos son frecuentes: "Con sus llagas nos curó", "nosotros lo creíamos castigado...", "llevaba nuestros dolores", "eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban", etc. (primera lectura). En la segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos hallamos frases como "mantengámonos firmes en la fe que profesamos", o "no tenemos (en él) un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades;". También en el Evangelio, aunque no se empleen los términos, están implícitos en toda la narración de la pasión y muerte de Jesús según san Juan, que fue "por nosotros los hombres y por nuestra salvación".

Temas...

La pasión según Juan: la victoria de Jesús. La Iglesia tiene ‘predilección’ por el evangelio de Juan. Cada año, el Domingo de Ramos, leemos la Pasión según uno de los tres primeros evangelios, el que toque; este año ha sido Marcos. Pero el día propiamente dicho de la Pasión, que es hoy, cada año se lee la pasión según san Juan.

En comparación con los otros tres evangelistas, la pasión según san Juan nos presenta a Jesús vencedor, triunfante en la cruz. Es como aquellos ‘cristos majestad románicos’, que lo representan en la cruz como en un trono, con corona real en vez de la de espinas y manto señorial, y a veces con casulla, como ofreciendo sacerdotalmente desde la cruz su propio sacrificio.

El centro de este relato es el juicio ante Poncio Pilato. Sin negar los sufrimientos y las burlas que Jesús sufre, Juan nos lo presenta dominando la escena, como si fuese él quien juzga a Pilato, y no al revés. Jesús está dentro del pretorio, mientras sus acusadores están fuera, ya que si entrasen en una casa pagana quedarían impuros y no podrían celebrar la Pascua. El evangelista distingue claramente siete escenas, ritmadas por las entradas y salidas de Pilato, que habla dentro con Jesús y fuera con los dirigentes judíos, hasta que les saca a Jesús azotado, burlado y escarnecido. Las idas y venidas de Pilato evocan nuestras propias ambigüedades. Pilato le manda poner una corona de espinas y un manto real, Lo hace por burla, pero en la intención del evangelista, Pilato, representante del emperador de este mundo, sin saberlo, está proclamando a Jesús como rey.

La adoración de la cruz: memoria de la Pasión. El rito más característico del Viernes Santo es la adoración de la cruz. Decimos que la adoramos, no porque la cruz sea Dios, sino porque en la cruz Dios hecho hombre mortal murió por nosotros.

Este día, en Jerusalén, en la basílica edificada en el lugar del Calvario y del Santo Sepulcro, los fieles pasaban a adorar y besar la reliquia de la Vera Cruz que se decía que había encontrado santa Elena. No hace falta que sea una reliquia auténtica: lo que importa es el signo de la cruz, símbolo del instrumento de la Pasión de Jesucristo y de nuestra redención. No tengamos prisa ni nos impacientemos cuando pasemos uno a uno a venerar la santa cruz mientras nos unimos a los cantos; y dediquemos también estos minutos a meditar el relato que acabamos de escuchar en el evangelio. Lo que los evangelistas nos explican con gran riqueza de detalles, ha quedado condensado en este signo, de forma que la religión cristiana es la religión de la cruz. La cruz proclama el amor infinito del Padre revelado en el Hijo, hecho por nosotros obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.

La comunión: unirse a la Pasión. Finalmente, recibimos la sagrada comunión. Hoy propiamente no hay Misa, porque no hay consagración, sino que comulgamos de la reserva eucarística guardada ayer. Con todo, al comulgar, nos unimos a la Pasión de una manera sacramental mucho más real que escuchando el evangelio de la Pasión o adorando a la cruz.

San Pablo nos decía ayer que cada vez que comemos de este pan y bebemos del cáliz anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva.

Escuchar el relato de la Pasión, besar la cruz o recibir la comunión de nada nos servirían, si no estuviéramos dispuestos a morir también nosotros al pecado, para resucitar con Cristo a una vida de gracia y santidad.

Que él derrame sobre nosotros la gracia que brota de su cruz. Que él derrame su salvación, su amor, su paz, su vida inagotable, sobre todos los hombres y mujeres del mundo entero, y de un modo especial sobre aquellos que más de cerca viven el dolor y el abandono que Jesús vivió.

Sugerencias... Meditación

— Fratelli Tutti. Jesús, hermano universal. Se suele decir que todos somos hermanos porque todos somos hijos de Adán. Como cristianos, hemos de decir, además, que somos hermanos porque Cristo nos ha hermanado a todos haciéndonos hijos de Dios. Jesús, tanto por su condición humana como por su filiación divina. Además, amó y ama a todos, perdonó y perdona a todos, recibió y recibe a todos, a todos les ofreció y ofrece su salvación, a todos ayudó y ayuda con su poder sobre las fuerzas naturales. Es Hermano que nos comprende, porque ha vivido la experiencia humana en plenitud, ha sido tentado como nosotros, ha sufrido como nosotros y más que nosotros. Es Hermano cuyo poder nos fortalece ante nuestro pecado y debilidad, cuyo amor nos anima a amar a nuestros hermanos como Él nos ama, cuya ayuda nos conforta en los momentos de prueba y dificultad, cuyo consuelo nos infunde paz y alegría aun en el dolor, cuya grandeza de espíritu nos eleva hacia las alturas de Dios y nos invita a vivir y practicar las virtudes... Hemos de confesar a Jesús como Dios-Hermano ante los demás, para que Él nos reconozca ante el Padre celestial. Todos somos hermanos de Jesús porque nos ha redimido, y todos estamos llamados a practicar la fraternidad en Cristo Jesús, el hermano verdadero que nunca nos fallará. En un mundo en que los lazos familiares son a veces tan efímeros y quebradizos, ha de ganar cada vez mayor consistencia la fraternidad fundada en Jesucristo (cfr. Fratelli Tutti).

— La Liturgia del viernes santo es una conmovedora contemplación del misterio de la Cruz, cuyo fin no es sólo conmemorar, sino hacer revivir a los fieles la dolorosa Pasión del Señor, pidamos la gracia del “asombro” para vivir una vida nueva desde este Viernes. Dos son los grandes textos que la presentan: el texto profético atribuido a Isaías (Is 52, 13; 53, 12) y el texto histórico de Juan (18, 1-19. 42). La enorme distancia de más de siete siglos que los separa queda anulada por la impresionante coincidencia de los hechos, referidos por el profeta como descripción de los padecimientos del Siervo del Señor, y por el Evangelista como relato de la última jornada terrena de Jesús. «Muchos se espantaron de él —dice Isaías—, porque desfigurado no parecía hombre... Despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos» (52, 14; 53, 3). Y Juan, con los demás evangelistas, habla de Jesús traicionado, insultado, abofeteado, coronado de espinas, escarnecido y presentado al pueblo como rey burlesco, condenado, crucificado. El profeta precisa la causa de tanto sufrir: «Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes», y se indica también su valor expiatorio: «Nuestro castigo saludable vino sobre él, y sus cicatrices nos curaron» (Is 53, 5). No falta ni siquiera la alusión al sentido de repulsa por parte de Dios —«nosotros lo estimamos herido de Dios y humillado» (ib 4)— que Jesús expresó en la cruz con este grito: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46). Pero, sobre todo, resalta claramente la voluntariedad del sacrificio: voluntariamente, el Siervo del Señor «entregó su vida como expiación» (Is 53, 7. 10); voluntariamente Cristo se entrega a los soldados después de haberlos hecho retroceder y caer en tierra con una sola palabra (Jn 18, 6) y libremente se deja conducir a la muerte, Él, que había dicho: «Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego libremente» (Jn 10, 18). El profeta vislumbró incluso la conclusión gloriosa de este voluntario padecer: «A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará... Por eso —dice el Señor— le daré una parte entre los grandes... porque expuso su vida a la muerte» (Is 53, 11. 12). Y Jesús, aludiendo a su pasión, dijo: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). Todo esto demuestra que la Cruz de Cristo se halla en el centro mismo de la salvación, ya prevista en el Antiguo Testamento a través de los padecimientos del Siervo de Dios, figura del Mesías que salvaría a la humanidad, no con el triunfo terreno, sino con el sacrificio de sí mismo. Y es éste el camino que cada uno de los fieles debe recorrer para ser un salvado y un salvador,

— Entre la lectura de Isaías y la de Juan, la Liturgia inserta un tramo de la carta a los Hebreos (4, 14-16; 5, 7-9). Jesús, Hijo de Dios, es presentado en su cualidad de Sumo y Único Sacerdote, no tan distante, sin embargo, de los hombres «que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado». Es la prueba de su vida terrena, y, sobre todo, de su pasión, por la que ha experimentado en su carne inocente todas las arrugas, los sufrimientos, las angustias, las debilidades de la naturaleza humana. Así, a un mismo tiempo, Él se hace Sacerdote y Víctima, y no ofrece en expiación de los pecados de los hombres sangre de toros o de corderos, sino la propia sangre. «Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte». Es un eco de la agonía en Getsemaní: «¡Abba! (Padre): tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres» (Mc 14, 36). Obedeciendo a la voluntad del Padre, se entrega a la muerte, y, después de haber saboreado todas sus amarguras, se ve liberado de ellas por la resurrección, convirtiéndose, «para, todos los que obedecen, en autor de salvación eterna» (Heb 5, 9). Obedecer a Cristo Sacerdote y Víctima significa aceptar como Él la cruz, abandonándose con Él a la voluntad del Padre: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (LC 23, 46; Cf Salmo resp.).  

Pero a la muerte de Cristo siguió inmediatamente su glorificación. El centurión de guardia exclama: «Realmente, este hombre era justo», y todos los presentes, «habiendo visto lo que ocurría, se volvían, dándose golpes de pecho» (Lc 23, 4748). La Iglesia sigue el mismo itinerario, y tras de haber llorado la muerte del Salvador, estalla en un himno de alabanza y se postra en adoración: «Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos, Por el madero ha venido la alegría al mundo entero», Con los mismos sentimientos, la Liturgia invita a los fieles a nutrirse con la Eucaristía, que, nunca como hoy, resplandece en su realidad de memorial de la muerte del Señor. Resuenan en el corazón las palabras de Jesús: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes; hagan esto en memoria mía» (Lc 22, 19), y las de Pablo: «cada vez que comen de este pan y beben del cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1Cor 11, 26),

HOMILIA JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR (28 de marzo 2024)

 


JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR (28 de marzo 2024)

Primera: Éxodo 12, 1-8.11-14; Salmo: Sal 115, 12-13.15-16bc.17-18; Segunda: 1Corintios 11, 23-26; Evangelio: Juan 13, 1-15

Nexo entre las LECTURAS

“Llevó su amor hasta el fin” (Evangelio). Estas palabras son la clave de comprensión de la Palabra de Dios en este Jueves Santo. Este amor es el que celebraban los israelitas anualmente al conmemorar la fiesta de Pascua, fiesta de liberación de la esclavitud egipcia (primera lectura). Este amor lo manifestó Jesús de forma suprema en el lavatorio de los pies (Evangelio) y en la donación de sí mismo en pan y en vino, convertidos en su Cuerpo y en su Sangre (segunda lectura). Éste es el amor que se repite cada vez que los cristianos nos reunimos para celebrar la Cena del Señor (segunda lectura).

Temas...

La hora de Jesús. Con esta misa vespertina de la Cena del Señor empieza la celebración del Triduo pascual, los tres días que conmemoran la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

Las primeras palabras del evangelio que acabamos de escuchar suenan a manera de pregón. Es la hora de Jesús. Allí, en Jerusalén, en aquella sala del cenáculo, alrededor de aquella mesa, empieza el momento decisivo para él, que es también el momento decisivo para nosotros, para cada uno de los que nos hemos reunido en esta iglesia, y para cada uno de los hombres y mujeres del mundo entero. Y por eso estamos aquí, con el corazón atento, contemplándole. ¿Qué otra cosa mejor podríamos hacer hoy, que reunirnos aquí, en torno a la mesa, con Jesús?

La primera parte del evangelio de Juan, que los comentaristas llaman "libro de los signos", explica siete grandes signos o milagros, que provocan la adhesión de unos pocos y la reacción de incredulidad y hasta de odio creciente en la mayoría, de manera que el evangelista, que en el prólogo había resumido su evangelio diciendo que Jesús "vino a su casa, y los suyos no le recibieron", al final de esta primera parte hace este triste balance: "Aunque había realizado tan grandes signos delante de ellos, no creían en él" (12,37).

La segunda parte es el "libro de la hora", el gran momento repetidamente anunciado en la primera parte, por ejemplo cuando en las bodas de Caná Jesús dice a su madre: "Todavía no ha llegado mi hora". Ahora, esta segunda parte empieza diciendo enfáticamente: "Sabiendo Jesús que había llegado la hora…, Y explica: ...de pasar de este mundo al Padre". Juan, sin negar el realismo de los sufrimientos de la pasión, los ve como el camino necesario para volver a la gloria de que disfrutaba, cerca del Padre, antes de la Encarnación, Dice de Jesús, antes de lavar los pies a los discípulos: "Sabiendo que venía de Dios y a Dios volvía..., y en el discurso de aquella cena. "Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre" (16,28).

El evangelista proclama el sentido del relato de la Pasión que vendrá después, el amor infinito de Jesús al entregarse por nosotros: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo". El Padre del cielo había dado muchas pruebas de su amor por todos los hombres y mujeres que ha creado, pero la máxima revelación del amor de Dios es la Pasión. Dice san Pablo: "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Romanos 5,8).

Entregarse por amor. Si durante esta semana seguimos día a día y hora a hora todo lo que Jesús hizo y dijo, esta noche nos tocaría leer todo el sermón o discurso de la Cena, pero se alargaría demasiado la celebración, de por sí suficientemente densa en textos y ritos. Lo iremos escuchando y meditando en diferentes fragmentos durante los domingos después de Pascua. También es el momento de la institución de la Eucaristía, y por eso hemos escuchado el relato de la primera carta de san Pablo a los corintios.

Pero el rito más característico del Jueves santo es el mandato, el lavatorio de pies. Así como después de instituir la Eucaristía dijo: "Hagan esto en memoria mía", después de lavarles los pies también les dijo: "¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? [...] También ustedes deben lavarse los pies unos a otros; les he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con ustedes, ustedes también lo hagan". Al lavar los pies de los discípulos —un servicio propio de esclavos—, Jesús expresaba que se quería entregar completamente, hasta la muerte, a todos nosotros, los hombres y mujeres de todos los tiempos.

Aquel gesto precedió la donación sacramental que esa misma noche hizo de su Cuerpo y de su Sangre: el PAN partido y repartido, la COPA derramada hasta el final. Y el signo eucarístico simbolizaba la donación cruenta que se consumaría en la cruz a la mañana siguiente. Por eso hoy es el día del amor fraterno, porque el amor de Cristo nos urge a entregarnos a nuestros hermanos. No solo a ayudarlos, sino a amarlos como Jesús nos ha amado.

Sugerencias...

La celebración del misterio pascual, centro y vértice de la historia de la salvación, se abre con la Misa vespertina del jueves santo, que conmemora la Cena del Señor.

Todas las lecturas se centran en el tema de la cena pascual. El tramo del Éxodo (12, 1-8; 1 1-14) nos recuerda la antigua institución, establecida cuando Dios ordenó a los Hebreos que inmolasen en cada familia «un animal sin defecto [macho, de un año, cordero o cabrito]», que rociasen con la sangre los dos postes y el dintel de las casas para librarse del exterminio de los primogénitos, y que lo comiesen a toda prisa y en atuendo de caminantes. En aquella misma noche, preservados por la sangre del cordero y nutridos con sus carnes, iniciarían la marcha hacia la tierra prometida. El rito había de repetirse cada año en recuerdo de tal hecho. «Es la Pascua [fiesta] en honor del Señor» (Ex 12, 11), que conmemora «el Paso del Señor» por en medio de Israel para liberarlo de la esclavitud de Egipto.

Jesús elige la celebración de la pascua judía para instituir la nueva, su Pascua, en la que Él es el verdadero «cordero sin defecto» inmolado y consumado por la salvación del mundo. Y desde el momento en que se sienta a la mesa con los suyos, inicia el nuevo rito, «El Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo —se lee en la segunda lectura (1Cor 1 1, 23-26)— tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes..." Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: "Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre"». Aquel pan milagrosamente trasformado en el Cuerpo de Cristo y aquel cáliz que ya no contiene vino, sino la Sangre de Cristo, ambos ofrecidos, pero separadamente ofrecidos, eran, en aquella noche, el anuncio y anticipo de la muerte del Señor, en la que derramaría toda su Sangre, y son hoy su vivo memorial.

«Hagan esto en memoria mía». Bajo esta luz presenta san Pablo la Eucaristía cuando dice: «cada vez que comen de este pan y beben del cáliz, proclaman la muerte del Señor». La Eucaristía es «pan vivo» que da la vida eterna a los hombres (Jn 6, 51), porque es el «memorial» de la muerte de Cristo, porque es su Cuerpo «entregado» en sacrificio, y es su Sangre «derramada por todos para el perdón de los pecados» (Lc 22, 19; Mt 26, 28). Nutridos con el Cuerpo de Cristo y lavados con su Sangre, los hombres podemos soportar las asperezas del viaje terreno, pasar de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios, de la travesía fatigosa del desierto a la tierra prometida: la casa del Padre.

«Tomen y coman todos de él, porque esto es mi Cuerpo. Tomen y beban todos de él, porque este es el cáliz de mi Sangre» (MR). Si la costumbre hubiera amortiguado en los creyentes la vitalidad de la fe, la Liturgia de este día les invita a reavivarse, a penetrar con la más profunda y amorosa de las miradas la inefable realidad del misterio que se realizó por vez primera en el cenáculo ante las miradas atónitas (asombrados) de los discípulos y que hoy se renueva del mismo modo concreto que entonces, sigue siendo el Señor Jesús quien, en la persona de su ministro, realiza el gesto consecratorio, y hoy, aniversario de la institución de la Eucaristía y vigilia de la muerte del Señor, todo eso adquiere una actualidad impresionante.

Jesús «habiendo amado a los suyos... los amó hasta el extremo», dice Juan prologando el relato de la última cena (Jn 13, 1-15); «en la noche en que iban a entregarlo», precisa Pablo refiriendo la institución de la Eucaristía. Tremendo contraste: por parte de Cristo, el amor infinito, «hasta el extremo», hasta la muerte; por parte de los hombres, la traición, la negación, el abandono. La Eucaristía es la respuesta que da el Señor a la traición de sus criaturas. Parece estar impaciente por salvar a los hombres, tan débiles y perjuros, y anticipa místicamente su muerte ofreciéndoles como nutrimento ese cuerpo que en breve sacrificará en la cruz y esa sangre que derramará hasta la última gota. Y si dentro de pocas horas la muerte le arrebatará de la tierra, en la Eucaristía, sin embargo, se perpetuará su presencia viva y real hasta el fin de los siglos.

Pero juntamente con el sacramento del amor, Jesús deja a la Iglesia el testamento del amor: su «mandato nuevo». De repente, los Doce ven que el Maestro se arrodilla delante de ellos en la actitud de un siervo: «echa agua en la palangana y se pone a lavarles los pies a los discípulos». La escena se concluye con una advertencia: «Pues si yo, el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros». No se trata tanto de imitar el gesto material, cuanto la actitud de humildad sincera en las relaciones recíprocas, considerándose y comportándose los unos como siervos de los demás. Sólo esta humildad hace posible el cumplimiento del precepto que Jesús está a punto de dar; «Les doy el mandato nuevo: que se amen entre ustedes (mutuamente) como yo los he amado» (ib 34), El lavatorio de los pies, la institución de la Eucaristía, la muerte de cruz, indican cómo y hasta qué punto hay que amar a los hermanos para realizar y hacer verdad el precepto del Señor.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...