lunes, 25 de junio de 2018

HOMILIA Domingo Decimotercero del TIEMPO ORDINARIO cB (01 de julio de 2018)

Primera: Sabiduría 1,13-15. 2,23-24; Salmo: Sal 29, 2. 4-6. 11-12a. 13b; Segunda: 2Corintios 8, 7.9.13-15;  Evangelio: Marcos 5, 21-43
Nexo entre las LECTURAS
El punto de ‘unión’ de las lecturas se sitúa en la eficacia de la fe. En el Evangelio, a la incapacidad de los médicos para curar a la hemorroísa responde la fuerza curativa de la fe en Jesús y, a la potencia de la muerte que se ha impuesto a la vida de la hija de Jairo responde un poder mayor de Cristo para volverla a la vida en virtud de la fe. Estos dos ejemplos evangélicos evidencian que Dios -Jesús, Mesías e Hijo de Dios- no ha creado la muerte, sino que Él es el Señor de la vida (primera lectura) y tiene, por tanto, poder sobre la misma muerte. La fuerza de la fe y el poder de Dios se manifiestan en la vida de los cristianos, pues, gracias a la potencia de la fe somos capaces de superar barreras étnicas y culturales, y expresar la caridad fraterna a los hermanos de Judea -mediante la colecta- (segunda lectura).
Temas...
La fe vence a la muerte. El poder de la muerte, con características universales, es un poder inquietante que suscita intranquilidad, angustia. Es un interrogante clavado en el corazón de la historia: ¿Quiere Dios la muerte del hombre? ¿Tiene la muerte la última palabra? ¿Tiene algún sentido el morir? Un esbozo de respuesta hallamos en la liturgia de hoy. 1) La muerte como pérdida de la relación con la fuente de la vida que es Dios, como ladrón que nos arranca violentamente el tesoro de la vida, no tiene en Dios su origen, sino que ha entrado en el mundo por envidia del diablo. La carga de angustia, de desesperación y de nada que la muerte trae sobre sus hombros, proviene del enemigo de Dios y del hombre, del enemigo de la vida, que es el demonio. 2) El hombre ha sido creado a imagen de Dios, Señor de la vida; por ello, el hombre ha sido creado para la vida, no para la muerte; ha sido hecho ‘inmortal’, como el mismo Dios. Quien cree en Dios, Señor de la vida, cree en su poder y en la victoria de la vida sobre la muerte. 3) La potencia de la vida sobre la enfermedad y sobre la muerte encuentra dos ejemplos en la Liturgia de hoy -en los relatos de la hemorroísa y de Jairo-. Por eso decimos que queremos las dos vidas… porque queremos toda vida PORQUE queremos a Dios y le creemos a Él y en Él todos los pueblos tienen vida y vida abundante.
Impotencia de los hombres y poder de la fe. El evangelio presenta un altísimo contraste entre la incapacidad humana ante la enfermedad y la muerte, y por otro la fuerza impresionante de la fe. La hemorroísa llevaba doce años enferma. Había recurrido a todos los medios humanos, pero todos habían resultado un fracaso. No sólo no mejoró, sino que había empeorado. La mujer, en su adversa situación, está desesperada. La incapacidad humana es manifiesta. La única actitud que corresponde, siempre, es la fe. Lo que el hombre, con todos sus medios, no puede hacer, lo puede conseguir el poder de la fe. Con esta convicción se acerca a Jesús, la toca con la mano y con la fe, y queda curada. A Jairo le sucede lo mismo. Su hija ha muerto. Ya no hay remedio: la muerte ha vencido. No pertenece a la experiencia humana el poder volver a la vida. Pero la fe es más fuerte que la muerte. Y por eso Jesús dirá a Jairo: "No temas. Basta con que tengas fe". Y Jairo, con la fe, dio por segunda vez la vida a su hija. ¡Magníficos ejemplos de la potencia de la fe! En cada Comunidad y según la propia espiritualidad podemos hablar de ejemplos de santos, de los grandes santos y de los santos de al lado (Papa Francisco). Puede ser beato Ceferino, san Cura Brochero, santa Teresa de Calcuta, san Juan Bosco… ¡que inmensa cantidad de cosas buenas hicieron! sin medios humanos posibles y solo con la fe.
El poder de la fe se llama CARIDAD. La segunda lectura nos habla de la colecta organizada por Pablo en algunas de las comunidades por él fundadas en favor de los hermanos necesitados de Judea. La colecta muestra el poder de la fe. Pablo y los cristianos, provenientes del mundo greco-romano, tienen que vencer prejuicios raciales muy poderosos; tienen que superar un cierto antisemitismo existente ya en la cultura helenística; tienen que sobreponerse sobre todo a obstáculos culturales: mentalidad cerrada de los cristianos de Judea, idea de que todos tienen que ser como ellos (circuncidarse, no comer alimentos impuros, observar el calendario de fiestas judío...), si quieren ser auténticos cristianos. El poder de la fe en Cristo Señor se impone sobre todos estos aspectos, y empuja a los cristianos gentiles a un gesto extraordinario de caridad, porque todos somos hermanos en Cristo, y nos debemos ayudar unos a otros.
Sugerencias...
La fe hace milagros, ciertamente la fe en Jesucristo y en las verdades que Él nos propone para creer. Pero, de modo especial, la fe como confianza y abandono en el amor misericordioso de Jesucristo. No pensemos que el poder de la fe es algo del pasado, de tiempos “oscuros” donde la fe, la superstición y la irracionalidad caminaban al mismo paso y en mezcolanza. La grandeza de la fe no está limitada ni en el espacio ni en el tiempo; tampoco está limitada por el cuerpo o por el alma. El poder de la fe es total. Hoy sigue habiendo milagros, y milagros frecuentes, y muchos -dice el Papa Francisco-, en gente que con una fe inmensa pide a Dios, por intercesión de la Virgen Santísima o de los santos, la curación del cuerpo o la del alma. Si juntamos los milagros que anualmente son reconocidos por la Congregación de los Santos, suman varias decenas. Existen además esos miles de pequeños hechos extraordinarios que llamamos "milagros", que nadie conoce la cantidad ni la profundidad, sino los cercanos (y hasta como interesados), pero que ellos, los que pedían ese milagro, saben que son obra del poder de Dios en favor de su pueblo. Y si la fe es tan poderosa, ¿por qué los hombres, en muchas ocasiones, tenemos tan poca fe? ¿Qué miedos hay agazapados en nuestro espíritu que nos impiden esa fe gigantesca capaz de hacer florecer el milagro, en el desierto de un mundo quizá excesivamente racional, tecnológico, relativista o informático?
"La fe actúa mediante la caridad", nos dice san Pablo. La fe crea la solidaridad. Gracias a Dios, en la conciencia colectiva de nuestro tiempo, hay una sensibilidad mayor para con las necesidades de nuestros hermanos cristianos y de todos los hombres, esto también quedo mostrado, por ejemplo, en la aceptación universal de la encíclica del Papa “Laudato Si’”, también fue muy aceptado en el año jubilar de la misericordia. El Papa, como lo hizo en otro tiempo san Juan Pablo II, recuerda que se nos pide dar la bienvenida a la solidaridad internacional de los cristianos presentes en los gobiernos y en los parlamentos, para comprometerse con el bien común. Dar la bienvenida a la solidaridad ante las calamidades naturales que afectan al mundo, y sea en nuestro país u otros países. Bienvenida a la caridad entre las diversas Iglesias cristianas, entre las diversas conferencias episcopales, entre las diversas diócesis. Bienvenida a la caridad entre los mismos cristianos, de modo que en lugar de aumentarse la distancia entre ricos y pobres se vea poco a poco disminuida. Es ya mucho lo que se hace, iluminados por la fe, en el campo de la solidaridad. Queda muchísimo por hacer. ¿Qué podemos hacer? ¿Queremos hacerlo?
María, Madre de Misericordia, ruega por nosotros.
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miércoles, 20 de junio de 2018

HOMILIA EL NACIMIENTO DE JUAN BAUTISTA. Solemnidad. Misa del día. Año B (24 de junio de 2018)

PrimeraIsaías 49, 1-6; Salmo: Sal 138, 1-3. 13-5; Segunda: Hechos de los apóstoles 13, 22-26; Evangelio: Lucas 1, 57-66. 80

Hoy, 24 de junio, celebramos la solemnidad del Nacimiento de san Juan Bautista. Con excepción de la Virgen María, el Bautista es el único santo del que la liturgia celebra el nacimiento y el martirio, y lo hace porque está íntimamente vinculado con el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. De hecho, desde el vientre materno Juan es el precursor de Jesús: el ángel anuncia a María su concepción prodigiosa como una señal de que «para Dios nada hay imposible» (Lc 1, 37), seis meses antes del gran prodigio que nos da la salvación, la unión de Dios con el hombre por obra del Espíritu Santo.
Los cuatro Evangelios dan gran relieve a la figura de Juan el Bautista, como profeta que concluye el Antiguo Testamento e inaugura el Nuevo, identificando en Jesús de Nazaret al Mesías, al Consagrado del Señor. De hecho, será Jesús mismo quien hablará de Juan con estas palabras: «Este es de quien está escrito: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para que prepare tu camino ante ti. En verdad les digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él» (Mt 11, 10-11).
El padre de Juan, Zacarías —marido de Isabel, pariente de María—, era sacerdote del culto del Antiguo Testamento. Él no creyó de inmediato en el anuncio de una paternidad tan inesperada, y por eso quedó mudo hasta el día de la circuncisión del niño, al que él y su esposa dieron el nombre indicado por Dios, es decir, Juan, que significa «el Señor da la gracia». Animado por el Espíritu Santo, Zacarías habló así de la misión de su hijo: «Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados» (Lc 1, 76-77). Todo esto se manifestó treinta años más tarde, cuando Juan comenzó a bautizar en el río Jordán, llamando al pueblo a prepararse, con aquel gesto de penitencia, a la inminente venida del Mesías, que Dios le había revelado durante su permanencia en el desierto de Judea. Por esto fue llamado «Bautista», es decir, «Bautizador» (cf. Mt 3, 1-6).
Cuando un día Jesús mismo, desde Nazaret, fue a ser bautizado, Juan al principio se negó, pero luego aceptó, y vio al Espíritu Santo posarse sobre Jesús y oyó la voz del Padre celestial que lo proclamaba su Hijo (cf. Mt 3, 13-17). Pero la misión del Bautista aún no estaba cumplida: poco tiempo después, se le pidió que precediera a Jesús también en la muerte violenta: Juan fue decapitado en la cárcel del rey Herodes, y así dio testimonio pleno del Cordero de Dios, al que antes había reconocido y señalado públicamente.
La fiesta del martirio se remonta a la dedicación de una cripta de Sebaste, en Samaría, donde, ya a mediados del siglo IV, se veneraba su cabeza. Su culto se extendió después a Jerusalén, a las Iglesias de Oriente y a Roma, con el título de Decapitación de san Juan Bautista (29 de agosto). En el Martirologio romano se hace referencia a un segundo hallazgo de la preciosa reliquia, transportada, para la ocasión, a la iglesia de San Silvestre en Campo Marzio, en Roma.
Estas pequeñas ‘referencias’ nos ayudan a comprender cuán antigua y profunda es la veneración de san Juan Bautista. En los Evangelios se pone muy bien de relieve su papel respecto a Jesús. En particular, san Lucas relata su nacimiento, su vida en el desierto, su predicación; y san Marcos nos habla de su dramática muerte. Juan Bautista comienza su predicación bajo el emperador Tiberio, en los años 27-28 d.C., y a la gente que se reúne para escucharlo la invita abiertamente a preparar el camino para acoger al Señor, a enderezar los caminos desviados de la propia vida a través de una conversión radical del corazón (cf. Lc 3, 4). Pero el Bautista no se limita a predicar la penitencia, la conversión, sino que, reconociendo a Jesús como «el Cordero de Dios» que vino a quitar el pecado del mundo (Jn 1, 29), tiene la profunda humildad de mostrar en Jesús al verdadero Enviado de Dios, poniéndose a un lado para que Cristo pueda crecer, ser escuchado y seguido. Como último acto, el Bautista testimonia con la sangre su fidelidad a los mandamientos de Dios, sin ceder o retroceder, cumpliendo su misión hasta las últimas consecuencias. San Beda, monje del siglo IX, en sus Homilías dice así: «San Juan dio su vida por Cristo, aunque no se le ordenó negar a Jesucristo; sólo se le ordenó callar la verdad» (cf. Hom. 23: CCL122, 354). Así, al no callar la verdad, murió por Cristo, que es la Verdad. Precisamente por el amor a la verdad no admitió componendas y no tuvo miedo de dirigir palabras fuertes a quien había perdido el camino de Dios.
Vemos esta gran figura, esta fuerza en la pasión, en la resistencia contra los poderosos. Preguntamos: ¿de dónde nace esta vida, esta interioridad tan fuerte, tan recta, tan coherente, entregada de modo tan total por Dios y para preparar el camino a Jesús? La respuesta es sencilla: de la relación con Dios, de la oración, que es el hilo conductor de toda su existencia. Juan es el don divino durante largo tiempo invocado por sus padres, Zacarías e Isabel (cf. Lc 1, 13); un don grande, humanamente inesperado, porque ambos eran de edad avanzada e Isabel era estéril (cf. Lc 1, 7); pero nada es imposible para Dios (cf. Lc 1, 36). El anuncio de este nacimiento se produce precisamente en el lugar de la oración, en el templo de Jerusalén; más aún, se produce cuando a Zacarías le toca el gran privilegio de entrar en el lugar más sagrado del templo para hacer la ofrenda del incienso al Señor (cf. Lc 1, 8-20). También el nacimiento del Bautista está marcado por la oración: el canto de alegría, de alabanza y de acción de gracias que Zacarías eleva al Señor y que rezamos cada mañana en Laudes, el «Benedictus», exalta la acción de Dios en la historia e indica proféticamente la misión de su hijo Juan: preceder al Hijo de Dios hecho carne para prepararle los caminos (cf. Lc 1, 67-79). Toda la vida del Precursor de Jesús está alimentada por la relación con Dios, en especial el período transcurrido en regiones desiertas (cf. Lc 1, 80); las regiones desiertas que son lugar de tentación, pero también lugar donde el hombre siente su propia pobreza porque se ve privado de apoyos y seguridades materiales, y comprende que el único punto de referencia firme es Dios mismo. Pero Juan Bautista no es sólo hombre de oración, de contacto permanente con Dios, sino también una guía en esta relación. El evangelista san Lucas, al referir la oración que Jesús enseña a los discípulos, el «Padrenuestro», señala que los discípulos formulan la petición con estas palabras: «Señor enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos» (cf. Lc 11, 1).
Celebrar el nacimiento (y el martirio de san Juan Bautista) nos recuerda también a nosotros, cristianos de nuestro tiempo, que el amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad, no admite componendas. La Verdad es Verdad, no hay componendas. La vida cristiana exige, por decirlo así, el «martirio» de la fidelidad cotidiana al Evangelio, es decir, la valentía de dejar que Cristo crezca en nosotros, que sea Cristo quien oriente nuestro pensamiento y nuestras acciones. Pero esto sólo puede tener lugar en nuestra vida si es sólida la relación con Dios. La oración no es tiempo perdido, no es robar espacio a las actividades, incluso a las actividades apostólicas, sino que es exactamente lo contrario: sólo si somos capaces de tener una vida de oración fiel, constante, confiada, será Dios mismo quien nos dará la capacidad y la fuerza para vivir de un modo feliz y sereno, para superar las dificultades y dar testimonio de él con valentía. Que san Juan Bautista interceda por nosotros, a fin de que sepamos conservar siempre el primado de Dios en nuestra vida.
La Virgen María ayudó a su anciana pariente Isabel a llevar a término el embarazo de Juan. Que ella nos ayude a todos a seguir a Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, a quien el Bautista anunció con gran humildad y celo profético.
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lunes, 4 de junio de 2018

LETANIAS AL SAGRADO CORAZÓN DE JESUS

LETANIAS DEL SAGRADO CORAZÓN

-Señor, ten piedad.
-Cristo, ten piedad.
-Señor, ten piedad.
-Cristo, óyenos.
-Cristo, escúchanos.

-Dios Padre celestial,                                              R/. Ten piedad de nosotros. 
-Dios Hijo, redentor del mundo,
-Dios Espíritu Santo,
-
Trinidad Santa, un solo Dios.
-Corazón de Jesús, Hijo del eterno Padre,
-Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en las entrañas de María,
-Corazón de Jesús, unido substancialmente al Verbo de Dios,
-Corazón de Jesús, de majestad infinita,
-Corazón de Jesús, templo santo de Dios,
-Corazón de Jesús, santuario del Altísimo,
-Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo,
-Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad,
-Corazón de Jesús, sagrario de la justicia y del amor,
-Corazón de Jesús, lleno de amor y de bondad,
-Corazón de Jesús, abismo de todas las virtudes,
-Corazón de Jesús, dignísimo de toda alabanza,
-Corazón de Jesús, rey y centro de todos los corazones,
-Corazón de Jesús, donde se encuentran todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia,
-Corazón de Jesús, donde habita toda la plenitud de la Divinidad,
-Corazón de Jesús, en quien el Padre plenamente se ha complacido,
-Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos hemos recibido,
-Corazón de Jesús, deseo de los eternos collados,
-Corazón de Jesús, paciente y lleno de misericordia,
-Corazón de Jesús, magnánimo con todos los que te invocan,
-Corazón de Jesús, fuente de vida y de santidad,
-Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados,
-Corazón de Jesús, saturado de oprobios,
-Corazón de Jesús, lacerado por nuestros crímenes,
-Corazón de Jesús, hecho obediente hasta la muerte,
-Corazón de Jesús, atravesado por la lanza,
-Corazón de Jesús, fuente de toda consolación,
-Corazón de Jesús, nuestra vida y reconciliación,
-Corazón de Jesús, víctima de los pecadores,
-Corazón de Jesús, salvación de los que esperan en Ti,
-Corazón de Jesús, delicia de todos los Santos. 

V/. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
R/. Perdónanos Señor. V/. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
R/. Escúchanos Señor.V/. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Jesús, manso y humilde de corazón.
R/. Haz nuestro corazón semejante al tuyo.

Oración: Oh Dios, que en el corazón de tu Hijo, por nuestros pecados, has depositado infinitos tesoros de caridad: te pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestro amor, le ofrezcamos una cumplida reparación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...