martes, 22 de enero de 2013

Gloria - MARTIN VALVERDE (Música Católica)

clave de la felicidad

La clave de la felicidad

La felicidad verdadera y profunda es mucho más que solo aprender a
disfrutar las cosas pequeñas y cotidianas, o aceptar nuestras
cualidades y limitaciones.
La época que nos ha tocado vivir tiene una obsesión por el bienestar y
el placer, que a veces son confundidos con la felicidad. Podemos caer
fácilmente en la trampa de buscar la felicidad por medio de los bienes
materiales, o por el reconocimiento social.
Si creemos que está en nosotros mismos la solución para la felicidad,
por supuesto terminaremos solos en esta búsqueda.
La felicidad verdadera y profunda es mucho más que solo aprender a
disfrutar las cosas pequeñas y cotidianas, o aceptar nuestras
cualidades y limitaciones. Una actitud positiva ayuda, pero no es
necesariamente la llave para la felicidad.
Cuando volvemos la mirada a Dios, encontramos la única felicidad
verdadera. Desde el Antiguo Testamento las Sagradas Escrituras nos
dicen que es feliz quien ama a Dios, quien le busca y espera en Él
(Sal 2, 12; 34, 9; 40, 5; 84, 13; 112, 1; Prv 16,20;28, 14;Ec/34,
15;Is30, 18; Tob 13, 14.) La felicidad, en último término, reside en
la comunión con Dios y en Dios como persona (Sal 73, 25).
Jesús es una auténtica puerta a la felicidad y a la esperanza.
Recordemos sus palabras cuando nos explica que son felices “Quienes
escuchan la palabra de Dios” (Lc 11, 28), “Quienes creen sin haber
visto” (Jn 20, 29), “Quienes practican la caridad con los necesitados”
(Lc 14, 14), “Los humildes y serviciales con sus hermanos” (Jn 13, 17)
San Juan Crisóstomo decía que las riquezas no proporcionan felicidad
ninguna cuando el alma vive en la pobreza. La felicidad, la dicha, no
se tiene por las riquezas, ni por el poder, la autoridad o la
dignidad. Tampoco por la sabiduría. Estos atributos no contienen la
felicidad.
“El abandono en la Voluntad de Dios es el secreto para ser feliz en la tierra.—Di, pues: «meas cibus est, ut faciam voluntatem ejus»—mi alimento es hacer su Voluntad.”
Nunca debemos olvidar como cristianos, que la verdadera felicidad no
se encuentra en esta tierra ni en esta vida, sino en la salvación del
alma. Jesús nos ha mandado desear los bienes divinos más, querer el
cielo.
No podemos aspirar a la felicidad “en solitario”. Jesús es el amigo
que nunca olvida, el consuelo siempre presente. Él nos explicó cómo
podemos reconciliarnos con Dios y llenar nuestra vida de alegría. Con
Él podemos encontrar la auténtica felicidad.
Ligado al tema de la felicidad, siempre está el concepto del
sufrimiento. Jesús, es bueno recordarlo, era verdaderamente Dios y
verdaderamente hombre. Nuestro Señor Jesucristo conoció el hambre, la
sed, el cansancio. A Dios no le es ajeno nuestro sufrimiento. Sin
embargo no olvidemos que para los católicos, el sufrimiento y la
prueba tienen un sentido.
Cada vez que experimentamos contradicciones, tristezas, traiciones,
son momentos de gran valor en nuestras vidas en los que podemos
recordar a Simón de Cirene, que le ayudó a Jesús con el peso de la
cruz. Cuando experimentamos penas y dolor o enfermedad, tenemos la
oportunidad de convertirnos en Cirineos que ayudan a Jesús con la
cruz.
Si vemos el mundo con ojos humanos, terminaremos sin entender por qué
del sufrimiento. Pero si impregnamos nuestra vida de Dios,
comenzaremos a ver las cosas de un modo distinto. Por contradictorio
que pudiera parecernos, el sufrimiento es uno de los caminos de la
felicidad cristiana, porque el sufrimiento a la luz de la cruz nos
acerca a Jesús.
Dios espera que seamos cristianamente felices, y eso lo podemos lograr
en nuestra vida ordinaria. Acercarse a Dios es encontrar la felicidad,
y a Él se le puede encontrar en todos los momentos de nuestras vidas:
en el taller, en la oficina, en la escuela, en la casa. Si nos vamos
haciendo conscientes de la intervención permanente de Dios en nuestras
vidas, iremos conociéndolo. Conocer a Dios es amarlo, y no hay un
medio más seguro para la felicidad que amar a Dios, que cumplir Su
voluntad. ¿Cuántas veces hemos visto el sufrimiento de nuestra vida en
el pasado para finalmente entender que era necesario para obtener un
bien mayor?
La llave de la felicidad está sintetizada en los dos mandamientos
fundamentales: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a
uno mismo.
Cuando toda nuestra atención está volcada hacia nosotros mismos,
encontraremos abundantes motivos de tristeza y contradicción. Quien es
egoísta y solo piensa en si mismo, va haciendo su vida solitaria y
deja de encontrar sentido en las contradicciones que le aquejan. En
cambio, quien vuelca su vida a los demás estará pendiente de auxiliar,
de solidarizarse con el dolor ajeno. Y, extraordinariamente, al dejar
de vernos a nosotros mismos sino de amar hacia fuera y volcarnos a los
demás, nuestros propios problemas y sufrimientos se vuelven menos
importantes. El gran antídoto contra el egoísmo es la caridad. Y la
caridad es un camino a la felicidad en la que vamos de la mano como
hermanos con quienes nos rodean.
Si queremos felicidad “instantánea” terminaremos llenos de
frustración. La felicidad “de aspirina” no existe. Solo Dios, Trino y
Uno es la felicidad verdadera. Conocerle y enamorarse de Él es un
proceso que no ocurre de la noche a la mañana. Pero si nos acercamos a
Jesús, Él nos abrirá las puertas del cielo. Conozcamos a Jesucristo
leyendo el Evangelio, reconozcamos cómo impregna nuestras vidas y
llevemos vidas rectas y apegadas a la voluntad de nuestro Padre.
Pidámosle a la Santísima Virgen, fiel intercesora nuestra, que nos
enseñe el camino de la cruz de esta vida para convertirlo en camino de
felicidad. Ella nos mostrará cómo un camino lleno de espinas puede
convertirse en un camino cubierto de pétalos cuando lo empecemos a
recorrer con Jesús.

fuente. encuentra.com

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