lunes, 26 de marzo de 2018

HOMILIA JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR (29 de marzo 2018)

JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR (29 de marzo 2018)
PrimeraÉxodo 12, 1-8.11-14; Salmo: Sal 115, 12-13.15-16bc.17-18; Segunda: 1Corintios 11, 23-26; Evangelio: Juan 13, 1-15
Nexo entre las LECTURAS
“Llevó su amor hasta el fin” (Evangelio). Estas palabras son la clave de comprensión de la Palabra de Dios en este Jueves Santo. Este amor es el que celebraban los israelitas anualmente al conmemorar la fiesta de Pascua, fiesta de liberación de la esclavitud egipcia (primera lectura). Este amor lo manifestó Jesús de forma suprema en el lavatorio de los pies (Evangelio) y en la donación de sí mismo en pan y en vino, convertidos en su Cuerpo y en su Sangre (segunda lectura). Éste es el amor que se repite cada vez que los cristianos nos reunimos para celebrar la Cena del Señor (segunda lectura).
Temas...
El amor de Dios. La historia del amor de Dios para con el hombre resulta no pocas veces incomprensible, porque Dios ama siempre con un amor puro, desinteresado, buscador del bien de la persona amada, mientras que el amor humano no siempre goza de estas características. En la historia del amor de Dios para con el hombre, la liturgia de hoy nos sale al encuentro con momentos importantes de ese amor: el éxodo de Israel de Egipto en la segunda mitad del siglo XIII a. de C. y la última Cena de Jesús con sus discípulos para celebrar con ellos la nueva Pascua en su sangre. No por mérito propio, sino por el amor que Dios tiene a Israel, éste pasa de una condición de esclavitud y opresión en tierra ajena a una situación de libertad y en camino hacia la tierra prometida. Israel conocía perfectamente que jamás se hubiera podido liberar por sí mismo de la mano poderosa del faraón egipcio. Pero Dios, que ama a Israel, si podía y lo hizo de modo sorprendente, imprevisible, desconcertante.
Amor paciente y misericordioso. Pasaron los siglos y el pueblo israelita se olvidó de Yahvéh y de sus maravillas, siguió su propio camino y se ‘embarró’ en el pecado. Los profetas, sabiendo que Dios es fiel a su amor, comenzaron a hablar de un nuevo éxodo, de una nueva Pascua, como algo que habría de venir en el futuro y revelar de modo todavía más maravilloso y sorprendente el amor de Dios. Jesucristo es el nuevo éxodo y la nueva Pascua. Él realiza la nueva liberación de la esclavitud del pecado y concede a los liberados el don de poder entrar en la patria definitiva, la Jerusalén celestial. Este amor definitivo y último de Dios al hombre es lo que los primeros cristianos celebraban cuando se reunían para la Fracción del Pan, para comer el Cuerpo y la Sangre de Cristo que alimentará nuestra mirada por toda la eternidad en el cielo.
El amor "humilde" de Dios. En el antiguo éxodo, Dios se mostró al faraón y a los israelitas con poder extraordinario y temible; en el nuevo éxodo, inaugurado por Jesucristo, Dios nos muestra su amor en la humillación y abajamiento, con lo que nos invita a cambiar nuestras categorías. En efecto, solemos pensar, de modo muy humano, que Dios puede triunfar sólo con la fuerza y el poder, y necesitamos ver cómo triunfa por el camino irreconocible de la humillación, es el “estilo de Dios” dice el Papa Francisco. En la última Cena Jesús muestra el amor "humilde" de Dios humillándose en el lavatorio de los pies a los discípulos. ¡Es impresionante! Se hace esclavo para señalar que es Señor. Se humilla para manifestar su divina grandeza. Sin humillación no hay humildad.
El amor de Dios continúa actuando en la Eucaristía. …humillándose en las especies del pan y del vino y  …también, queriendo que su presencia se ‘lleve a cabo’ por hombres llamados a la consagración sacerdotal y a entregar su vida fielmente en el ejercicio del ministerio de la caridad pastoral… por eso hoy también rezamos por los sacerdotes y por el aumento de las vocaciones sacerdotales.
Sugerencias...
Vivir es servir amando. En las comunes categorías humanas relacionamos ‘vivir’ con ‘pasarlo bien, disfrutar, tener éxito, etc.’. No es que haya que reprobar todo eso, pero tampoco identificarlo con el ‘vivir’. Al menos el concepto cristiano del ‘vivir’ se relaciona más con el “servir”, pero no de cualquier manera, sino por amor. El gran peligro que nos puede acechar es confundir el servir a los demás con el servirse de los demás. Esto puede suceder dentro de la familia: los padres -se sirven- de los hijos en lugar de servirlos, o los hijos de los padres, que también es posible. Puede suceder en la parroquia: servirse de la parroquia o del párroco para el propio beneficio, o al revés: que el párroco se sirva de sus feligreses para fines egoístas. Esto puede suceder igualmente en una empresa, en un banco, en una oficina administrativa, en un ministerio. Porque todos sabemos que las instituciones están al servicio del bien común, pero no pocas veces los hombres las ponemos al servicio de nuestro bien particular. Quien quiera ser discípulo misionero deberá examinarse a fondo para ver si para él la vida es un servicio, como lo fue para Jesucristo, y pedir aumento de gracia para servir.

Es la hora del encuentro. La última Cena es la hora del encuentro con Jesucristo bajo el velo del misterio, y la Eucaristía es el lugar donde se encuentra al Amado. Cuando se ama a Jesús y se le ama con pasión, como el amor de la vida, entonces se anhela la hora y el lugar del encuentro. Jesucristo no tiene horarios para la cita, somos nosotros los que podemos escoger “la hora del encuentro”. Puede ser en la mañana, antes de ir al trabajo. Puede ser al final de la tarde, cuando fatigados de la actividad diaria, nos rejuvenecemos al contacto con Jesucristo Eucaristía. Puede ser en cualquier momento de la jornada, porque Él siempre está a la espera. Lo importante es que busque de veras encontrarme con el amor de Jesucristo y al contacto con el fuego de su amor pueda sentir que se enciende también mi corazón de amor a Dios y de amor a los hombres. Jesucristo, sin embargo, es un amante verdadero y por eso exigente: su amor es hondo, transformante, eterno. Hay que perseverar en el “encuentro” y hay que perseverar en el amor. Demos gracias a Dios que haya muchas personas para quienes el encuentro diario con Jesucristo en la Eucaristía les sea tan imprescindible como el respirar. Recemos para que haya sacerdotes que celebren la Eucaristía en todos los altares del mundo y feligresía que, creyendo y amando, quiera comulgar.
Concédenos, Señor, la protección de tu Madre, consuelo de los afligidos, para poder nosotros consolar a los que están atribulados, mediante el consuelo con que tú nos consuelas.



Otra manera de acercarse a la Liturgia del Jueves...
La liturgia de esta celebración se sale de lo normal en cuanto que la primera lectura describe la anticipación veterotestamentaria de la cena: la comida del cordero pascual, y la segunda lectura, de san Pablo, su consumación en el Nuevo Testamento, por lo que el evangelio no necesita narrar otra vez la institución de la Eucaristía, sino que más bien describe la actitud interior de Jesús en esta su entrega a la Iglesia y al mundo: en la conmovedora escena del lavatorio de los pies. Esta escena, seguramente histórica, debe abrir los ojos de los discípulos para que comprendan lo que en verdad se realiza en la institución de la Eucaristía y a partir de ella en toda celebración eucarística de la Iglesia.

El cordero pascual. En el relato del Éxodo (que se compone de diversos elementos) de la cena pascual todo debe comprenderse en función de su futura consumación en la celebración cristiana. Primero se exige «un animal sin defecto, macho (de un año), cordero o cabrito» como víctima: sólo el mejor será lo bastante bueno para ello, pues debe ser sin tacha. Después la cena ha de comerse «con la cintura ceñida, las sandalias en los pies y un bastón en la mano», y «a toda prisa». Cristianamente hablando esto sólo puede significar que el cristiano debe estar dispuesto a dejar el mundo (lo temporal) para ir hacia Dios a través del desierto de la historia y de la muerte, para entrar en la tierra prometida y vivir al lado de Dios; no para continuar viviendo en la comodidad o caminar sin preocupaciones hacia un futuro terrestre. Porque el Cordero cristiano es el Resucitado que nos introduce, tras resucitar con Él, en «una vida escondida con el Mesías en Dios» (Col 3,3). Y finalmente con la sangre del cordero debemos rociar las jambas y dinteles de nuestras puertas para que el juicio de Dios pase de largo. Sólo si se encuentra sobre nosotros la sangre de Cristo el tentador pasará de largo no haciéndonos daño y, más todavía, nos libraremos del justo juicio y entraremos en la Patria definitiva.
La Eucaristía. Pablo refiere la «tradición que ha recibido»: la oración de acción de gracias de Jesús sobre el pan: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». Lo mismo con el cáliz, que es «la nueva alianza sellada con mi sangre». Y añade que toda comida eucarística es «proclamación de la muerte del Señor». La ceremonia veterotestamentaria adquiere ahora todo su sentido, de una profundidad insondable: «El cuerpo que se entrega por nosotros, la alianza sellada con la sangre», significa abnegación, entrega de amor hasta el extremo, y esto hasta tal punto que el que se sacrifica se convierte en comida y bebida de aquellos por los que se entrega. Y no sólo esto, sino que el poder de seguir realizando este sacrificio se deja en manos de aquellos por los que se ha ofrecido: se dice «hagan esto» y no simplemente «reciban esto». Lo mismo se repetirá en Pascua cuando el Resucitado diga: «A quienes les perdonen los pecados», y no simplemente «reciban mi perdón y el de mi Padre». Es como si lo máximo que podríamos imaginarnos, que el Hombre-Dios se entrega a nosotros, sus ‘asesinos’, como comida para la vida eterna, quedara superado una vez más: que nosotros mismos debemos realizar lo que ha sido hecho por nosotros, ofreciendo el sacrificio del Hijo al Padre.

El lavatorio de los pies es una «prueba del amor hasta el extremo» (Jn 13,1), un acto de amor que Pedro percibe, y es comprensible que así lo perciba, como algo completamente inadmisible, como el mundo al revés. Pero precisamente esta inversión de la realidad es lo más correcto, lo que hay que dejar que suceda primero en uno (y exactamente así, como lo hace Jesús, ni más ni menos), en la humillación por su amor infinito, para después tomar «ejemplo» de ello (Jn 13,14) y realizar el mismo abajamiento de amor con los hermanos. En el evangelio esto es la demostración tangible de lo que se dará inmediatamente después a la Iglesia en el misterio de la Eucaristía: en correspondencia, los cristianos deben convertirse en comida y bebida agradables los unos para los otros, para TODOS.

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HOMILÍA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (30 de marzo 2018)

VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (30 de marzo 2018)
PrimeraIsaías 52,13 – 53,12; Salmo: Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25; Segunda: Hebreos 4, 14-16; 5,7-9 Evangelio: Juan 18, 1 – 19, 42
Nexo entre las LECTURAS
"Nosotros", "nuestros" son términos repetidos en los textos litúrgicos del Viernes Santo. No es un "nosotros" sin adición alguna, sino con una nota muy propia: en cuanto pecadores. En el cuarto canto del Siervo de Yahvéh los términos son frecuentes: "Con sus llagas nos curó", "nosotros lo creíamos castigado...", "llevaba nuestros dolores", "eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban", etc. (primera lectura). En la segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos hallamos frases como "mantengámonos firmes en la fe que profesamos", o "no tenemos (en él) un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades;". También en el Evangelio, aunque no se empleen los términos, están implícitos en toda la narración de la pasión y muerte de Jesús según san Juan, que fue "por nosotros los hombres y por nuestra salvación".
Temas...
Jesús, siervo de Yahvéh. El misterio de Jesús, Varón de dolores, constituye una paradoja a la mentalidad común de los hombres. Es el misterio formidable de la cruz, no como suplicio o castigo, sino como instrumento de salvación y trono de gracia. En el siglo V antes de Cristo, el autor de los cantos del Siervo de Yahvéh intuyó ya con gran realismo el desafío, imponente para la razón humana, de un hombre amado por Dios y al mismo tiempo humillado en su dignidad hasta el punto de "no parecer hombre ni tener aspecto humano". ¿Cómo es posible tal situación? No son los hombres quienes la hacen posible, sino únicamente el poder de Dios. Ciertamente, el amor de Dios brilla en la bendición que otorga a sus elegidos y amigos, y esto la mente humana lo percibe con claridad. Pero no resulta tan claro para el hombre el resplandor del poder divino en el desprecio, sufrimiento y muerte ignominiosa de aquellos que Él ama. ¿Cómo comprender que el poder divino se nos muestre tan impotente? He aquí el misterio del Siervo de Yahvéh, el misterio de Jesús en las largas horas de la noche del jueves y del viernes de pasión. Jesús, sufriendo hasta la muerte de cruz, encarna en sí y realiza plenamente la figura del Siervo de Yahvéh, y pone así en evidencia el gran misterio del poder-amor de Dios, desconcertante si lo consideramos aisladamente, pero eficaz y profundo si no lo separamos del misterio de la resurrección.
Cristo, sumo sacerdote. La carta a los Hebreos nos ofrece otro rostro de Jesús: el de sumo sacerdote que expía por los pecados del pueblo. En la liturgia hebrea, sólo el día de la expiación podía el sumo sacerdote descargar sobre el chivo expiatorio los pecados de toda la nación y así entrar purificado en el lugar santísimo del antiguo Templo y, en la presencia misma de Dios, ofrecerle la sangre purificadora de las víctimas sacrificadas. Para nosotros, los cristianos, el verdadero día de la expiación es el viernes de pasión, en que Jesús rasga el velo del templo, entra en el santuario de Dios y se ofrece a sí mismo como víctima de propiciación por los pecados del mundo. La sangre de Jesús oferente es la sangre preciosa del Hijo que purifica los pecados del mundo y reconcilia la humanidad con Dios. En la pasión, Cristo, sacerdote de la nueva alianza, abre las puertas del perdón y de la salvación a todos los hombres bien dispuestos: "Se hizo causa de salvación eterna para todos los que le obedecen". Para el hombre salvarse equivale, por tanto, a reconocer a Cristo como sumo sacerdote de la nueva alianza en su sangre.
Cristo, rey sobre el trono de la cruz. Es algo característico del evangelio según san Juan presentar la figura de Jesús, en todo el camino de la pasión, como un gran rey que va a tomar posesión de su reino. En Getsemaní revela, a los que quieren prenderle, que abraza libremente la pasión, mediante un gesto de poder divino (Jn 18,6). A Anás le responde con una dignidad verdaderamente real (Jn 18, 20.21). A Pilato le confiesa su realeza, una realeza asentada sobre el poder de la verdad y del amor (Jn 18,36-37). Pilato, por su parte, presentará a Jesús ante los judíos con estas palabras: "¡He aquí a su rey!" (Jn 19,14). Finalmente, aunque los judíos han declarado que no tienen otro rey que el César, Pilato manda colocar sobre la cruz un letrero con esta inscripción: "Jesús de Nazaret, el rey de los judíos" Jn 19,19), y además en tres lenguas (hebreo, latín y griego), para que todo el mundo se enterara. Sólo Dios puede hacer de la cruz un trono, de un ajusticiado un rey soberano, de un hombre viejo un hombre nuevo, y más, prototipo de la humanidad. Sobre la cruz refulge el rostro de Cristo, sangriento y deforme, pero ya transfigurado por un poder real que lo corona y lo ensalza y lo constituye vencedor del pecado y de la muerte, Señor de los hombres y de la historia.
Sugerencias...
Jesús, hermano universal. Se suele decir que todos somos hermanos porque todos somos hijos de Adán. Como cristianos, hemos de decir, además, que somos hermanos porque Cristo nos ha hermanado a todos haciéndonos hijos de Dios. Jesús, tanto por su condición humana como por su filiación divina. Además, amó y ama a todos, perdonó y perdona a todos, recibió y recibe a todos, a todos les ofreció y ofrece su salvación, a todos ayudó y ayuda con su poder sobre las fuerzas naturales. Es Hermano que nos comprende, porque ha vivido la experiencia humana en plenitud, ha sido tentado como nosotros, ha sufrido como nosotros y más que nosotros. Es Hermano cuyo poder nos fortalece ante nuestro pecado y debilidad, cuyo amor nos anima a amar a nuestros hermanos como Él nos ama, cuya ayuda nos conforta en los momentos de prueba y dificultad, cuyo consuelo nos infunde paz y alegría aun en el dolor, cuya grandeza de espíritu nos eleva hacia las alturas de Dios y nos invita a vivir y practicar las virtudes... Hemos de confesar a Jesús como Dios-Hermano ante los demás, para que Él nos reconozca ante el Padre celestial. Todos somos hermanos de Jesús porque nos ha redimido, y todos estamos llamados a practicar la fraternidad en Cristo Jesús, el hermano verdadero que nunca nos fallará. En un mundo en que los lazos familiares son a veces tan efímeros y quebradizos, ha de ganar cada vez mayor consistencia la fraternidad fundada en Jesucristo (cfr. Catequesis del Papa Francisco).
Confianza en Cristo salvador. Jesús, como Siervo de Yahvéh ha descargado sobre sí nuestros pecados. En cuanto sumo Sacerdote de la nueva alianza ha rasgado el velo que separaba al hombre de Dios y ha dado acceso al hombre a la misma intimidad del Padre y del misterio de Dios. Como rey, que tiene su trono en la cruz, ha dignificado el dolor humano y lo ha puesto al servicio de su reino de verdad, de justicia y de amor. ¿Cómo no vamos a tener confianza en él? Es la confianza de quien se apoya en roca y no en arena movediza; de quien sirve a un rey poderoso, que nos asegura la victoria sobre nuestro egoísmo y nuestro pecado, cualquiera que éste sea; de quien, como sumo y eterno sacerdote, nos purifica de toda mancha y nos otorga el don de su gracia y amistad. Confianza porque es un rey, no altanero, sino manso y humilde de corazón; porque es el siervo de Yahvéh, muy consciente de que ha venido no a ser servido sino a servir y a dar su vida para rescate de muchos; porque es un sumo sacerdote que nos comprende porque aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer (Heb 5,9). ¿Seremos capaces de confiar en Él? Escuchemos con gozo la voz de Jesús: “Tengan confianza. Yo he vencido al mundo”, como enseña el Papa Francisco en muchas de sus homilías.
María, Madre del Amor Hermoso, ruega por nosotros. Pedimos al Señor que, así como ha querido que la Virgen Madre estuviera junto al Hijo moribundo para participar de sus dolores, también nosotros, imitando a la Virgen, acompañemos generosamente a tantos hermanos que sufren para llevarles Su amor y Su consuelo.




Otra manera de acercarse a la Liturgia del Viernes...
Las grandes lecturas de la liturgia de hoy giran en torno al misterio central de la cruz… un misterio que ningún concepto humano puede expresar adecuadamente. Pero las tres aproximaciones bíblicas tienen algo en común: que el milagro inagotable e inefable de la cruz se ha realizado «por nosotros». El siervo de Dios de la primera lectura ha sido ultrajado  por nosotros, por su pueblo; el sumo sacerdote de la segunda lectura, a gritos y con  lágrimas, se ha ofrecido a sí mismo como víctima a Dios para convertirse, por nosotros, en el  autor de la salvación; y el rey de los judíos, tal y como lo describe la pasión según san Juan,  ha «cumplido» por nosotros todo lo que exigía la Escritura, para finalmente, con la sangre y  el agua que brotó de su costado traspasado, fundar su Iglesia para la salvación del mundo.

El siervo de Yahvé. Que amigos de Dios intercedieran por sus hermanos los hombres, sobre todo por el pueblo elegido, era un tema frecuente en la historia de Israel: Abrahán intercedió por Sodoma, la ciudad llena de pecado; Moisés hizo penitencia durante cuarenta días y cuarenta noches por el pecado de Israel y suplicó a Dios que no abandonara a su pueblo; profetas como Jeremías y Ezequiel tuvieron que soportar las pruebas más terribles por el pueblo.  Pero ninguno de ellos llegó a sufrir tanto como el misterioso siervo de Dios de la primera lectura: el «hombre de dolores» despreciado y evitado por todos, «herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes... que entregó su vida como expiación". Pero este sacrificio produce su efecto: «Sus cicatrices nos curaron». Se trata ciertamente de una visión anticipada del Crucificado, pues es imposible que este siervo sea el pueblo de Israel, que ni siquiera expía su propio pecado. No, es el siervo plenamente sometido a Dios, en el que Dios «se ha complacido», sólo Dios, pues ¿quién sino Él se preocupa de su destino? Durante siglos este siervo de Dios permaneció desconocido e ignorado por Israel, hasta que finalmente encontró un nombre en el Siervo Crucificado del Padre.

El sumo sacerdote. En la Antigua Alianza el sumo sacerdote podía entrar una vez al año en el Santuario y rociarlo con la sangre sacrificial de un animal. Pero ahora, en la segunda lectura, el sumo  sacerdote por excelencia entra «con su propia sangre» (Hb 9,12), por tanto como sacerdote  y como víctima a la vez, en el verdadero y definitivo santuario, en el cielo ante el Padre; por  nosotros ha sido sometido a la tentación humana; por nosotros ha orado y suplicado a Dios en la debilidad humana, «a gritos y con lágrimas»; y por nosotros el Hijo, sometido eternamente al Padre, «aprendió», sufriendo, a obedecer sobre la tierra, convirtiéndose así  en «autor de salvación eterna» para todos nosotros. Tenía que hacer todo esto como Hijo de Dios para poder realizar eficazmente toda la profundidad de su servicio y sacrificio obedientes.
El rey. En la pasión según san Juan Jesús se comporta como un auténtico rey en su sufrimiento: se deja arrestar voluntariamente; responde soberanamente a Anás que Él ha hablado abiertamente al mundo; declara su realeza ante Pilato, una realeza que consiste en ser testigo de la verdad, es decir, en dar testimonio con su sangre de que Dios ha amado al mundo hasta el extremo. Pilato le presenta como un rey inocente ante el pueblo que grita «crucifícalo». «¿Al rey de ustedes voy a crucificar?», pregunta Pilato, y, tras entregar a Jesús para que lo crucificaran, manda poner sobre la cruz un letrero en el que estaba escrito: «El rey de los judíos». Y esto en las tres lenguas del mundo, irrevocablemente. La cruz es el trono real desde el que Jesús «atrae hacia él» a todos los hombres, desde el que funda su Iglesia, confiando su Madre al discípulo amado, que la introduce en la comunidad de los apóstoles, y culmina la fundación confiándole al morir su Espíritu Santo viviente, que infundirá en Pascua.

Los tres caminos conducen, desde sitios distintos, al «refulgente misterio de la cruz» (fulget crucis mysterium); ante esta suprema manifestación del amor de Dios, el hombre sólo puede prosternarse en actitud de adoración.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...