lunes, 11 de diciembre de 2023

HOMILIA DEL Tercer Domingo de ADVIENTO cB (17 de diciembre 2023). Domingo del GAUDETE - IMAGEN DE MISIONEROS DIGITALES

Primera: Isaías 61, 1-2a. 10-11; Salmo: Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54; Segunda: 1Tesalónica 5, 16-24; Evangelio: Juan 1, 6-8. 19-28 Nexo entre las LECTURAS "El espíritu del Señor me ha enviado para dar la buena nueva...me ha enviado para anunciar..." (Is 61,1-2). Un personaje, figura de Cristo, se siente investido de una misión liberadora y salvífica. También Juan Bautista, que reconoce honestamente su ‘misión’ en el plan de Dios, se sabe enviado no como suplantador ni usurpador, sino como testigo de la Luz, del Mesías por todos esperado (Evangelio). Finalmente, Pablo, apóstol-enviado, discípulo-misionero, de Cristo, lleva a cabo su misión mediante la predicación y mediante cartas. En ésta, a los tesalonicenses, les exhorta a vivir en conformidad con la salvación que Cristo, el enviado de Dios, nos ha conferido (segunda lectura). Temas... Un mensaje de liberación. Hoy es el Domingo Tercero de Adviento, Domingo de la alegría mesiánica por la cercanía del Salvador. Entramos en la espera inmediata de Navidad y es justo que pongamos nuestra mirada en aquel que sólo puede ser causa de nuestro gozo cumplido, el Señor que es fiel a sus promesas, que no falla, que no hace acepción de personas, que viene para los pobres, los que están tristes, los que en las noches oscuras de la fe y de la esperanza ponen su confianza sólo en él. Y de gozo nos hablan las lecturas. La del profeta Isaías nos recuerda la unción del Mesías con la fuerza del Espíritu y su misión universal: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido... Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren...". Son las palabras que Jesús mismo se aplica en la sinagoga de Nazaret al principio de su misión, según el evangelio de Lucas. Pocas palabras bíblicas han tenido tanta resonancia en la teología de los últimos decenios, especialmente lo subraya el Papa Francisco. El Papa ha sido capaz de plasmar una teología del pueblo y una espiritualidad liberadora de hondas raíces bíblicas. Y de consecuencias espirituales y sociales… y nos invita a dar ese paso. Y eso quiere decir que la dimensión del Adviento y de la salvación que estamos celebrando no es ficticia y no es sólo ritual; es real. Esperamos un Mesías que nos traiga la liberación y la plenitud de la vida divina. Allí donde hay sufrimiento, falta de libertad, opresión, injusticia, se despiertan los sentimientos del Adviento y se mira con esperanza la venida del Cristo libertador. Un mensaje jubilar (2025 y 2033). En la perspectiva de los Jubileos que están a las puertas, ese texto de Isaías que Jesús hace suyo, nos habla de la misión mesiánica del Salvador, hecha del anuncio del amor liberador del Padre y de la efectiva realización por parte de Cristo de un vasto programa de obras que manifiestan la presencia del Reino entre los pobres. Nos invita a tomarnos en serio estos Jubileos en los que tenemos que ser a la vez beneficiarios de la salvación y testigos de las palabras y de las obras de Dios iniciando este Tercer Milenio de la Redención. De gozo nos habla también Pablo. Mientras se va acercando el Mesías, la lectura de Pablo nos recomienda una serie de actitudes nobles de los cristianos que ponen su esperanza sólo en el Señor. Ante todo la alegría, siempre. Lo del siempre es lo más difícil, porque hay días en que vienen a faltar los estímulos más inmediatos para el gozo y hay muchas razones para el desánimo. Por eso hay que ahondar hasta reencontrar en el corazón la fuentecilla en la que mana siempre la alegría por lo que es siempre razón perenne de gozo, pase lo que pase: la cercanía de Dios en la vida. Y para ello hay que ahondar; en la oración constante, profunda, la que nos pone ante Dios, con la certeza absoluta de que él está con nosotros. Cristianos de esperanza son aquellos que no sólo aterrizan, siendo concretos con su vivir, sino sobre todo los que ahondan, los que no se quedan en la superficialidad, los que tratan de entender el misterio, desde el corazón. Sí, desde el corazón, y esto no es intimismo; porque los Advientos y las Navidades, o se realizan en el corazón y desde aquí salen a la vida, o es que no sucede nada importante en nuestra vida concreta. Y en el centro, entre el corazón y la vida, la certeza celebrada, compartida, en la acción de gracias, en la eucaristía. Donde celebramos la presencia de Cristo, el regalo de Dios cada día, y hacemos crecer la bondad del corazón cuando, juntos, aprendemos a reconocer los dones de Dios, a compartirlos. Todo desde esa actitud de gratuidad que tan lejos está de los intereses mezquinos, de ese "Cuánto cuesta esto" que parece resumir la cultura de lo económico que a veces predomina en nuestra sociedad. Una sabiduría carismática. Pablo nos dice además que el cristiano no debe ser apagafuegos del Espíritu, ni amordazador de profetas. No hay que apagar el Espíritu ni despreciar la profecía. Podríamos correr el riesgo de quedarnos sin el estímulo de la renovación que viene del Espíritu del Señor sin la palabra que orienta, aunque tenga su fuerza de conversión y hasta de denuncia. El cristiano más bien tiene que ser fino catador de espíritus, un especialista en el discernimiento, esa actitud, don del Espíritu, que san Pablo VI llamaba "el carisma de los carismas". El cristiano lo examina todo, sabe descubrir las semillas del Verbo y el soplo del Espíritu allí donde hay algo de verdadero, de bueno, de bello. Y sabe que todo, secretamente, viene de Dios, de su presencia en el mundo, más allá de nuestras fronteras confesionales o religiosas. Y espera que se cumplan las promesas de Dios, para un Adviento gozoso. Así era el gozo de Juan, el Precursor. Que no cedió a la tentación de quitarle el puesto a Jesús, ni envanecerse con un protagonismo falso. Cuando le preguntaron quién era dijo que no era la Palabra, sino la voz que la precedía. Que no era el Mesías Salvador, sino su siervo; no era el dador del Espíritu, sino apenas el que lo había recibido, Que sólo Jesús era el Mesías. Vivir el gozo del Adviento, con esa alegría profunda que viene de la humildad y de la caridad, es también dar paso al único Maestro, al único Señor, al único Santo. Sugerencias... Cristianos con misión. No se puede separar el nombre de cristiano de la misión y ahora el Papa nos ilumina agregando la de SINODALIDAD. Por definición, cristiano es el discípulo-misionero de Cristo, el que participa de la misma misión de Jesucristo. Los cristianos hemos de ser conscientes de la misión que tenemos en la Iglesia: santificar la vida y colaborar en la santificación de la de los demás. Los primeros destinatarios de la misión somos nosotros mismos (San Pablo VI), porque sólo cuando nosotros somos evangelizados podemos ayudar en la evangelización de otros. ¿Cómo ser "misioneros" de nosotros mismos? El Espíritu Santo, que nos habla al corazón mediante la Biblia –Palabra de Dios– y a través de las enseñanzas de la Iglesia, nos irá mostrando a cada uno las formas personales y concretas de conseguirlo. Somos “discípulos-misioneros” entre nuestros hermanos, todos, hagan lo que hagan, independientemente de las circunstancias existenciales en que se hallen (Papa Francisco). Somos "de Cristo", y enviados por el mismo Cristo a anunciar en la escuela, en la casa, en la oficina, en la calle, en el club, en el parlamento, etc., que Él es el Salvador de todos, que Él es la Luz del mundo que ilumina todas las oscuridades de la conciencia individual y de la existencia social y colectiva, que Jesucristo Salvador crea un hombre nuevo y un estilo de vida nuevo, dignos de vivirse (cfr.: Papa León XIII y Pío XI). Testimonio y Eucaristía. El “discípulo-misionero” vive en fidelidad su misión sobre todo cuando es testigo, es decir, cuando encarna en su vida de todos los días lo que va predicando de palabra en los diversos lugares y circunstancias diarias (San Pablo VI). El encuentro con Cristo Eucaristía consolida la vocación de testigo. En efecto, se da testimonio ante todo de que la Eucaristía es el centro de convergencia y punto de referencia de la fe y de la santidad, de todo el año, de toda la semana, de todo el día. Además, participando al misterio de la redención y alimentándonos con el Cuerpo y la Sangre del Señor, se recibe una fuerza espiritual inimaginable para ser testigo de Cristo Salvador, Luz del mundo y Rey de los corazones de los hombres. Finalmente, con la Eucaristía damos testimonio de pregustar ya al Señor que VIENE –en la Navidad mediante la actualización litúrgica del misterio– y VENDRÁ al fin de los tiempos para la plena comunión (abrazo definitivo) … misterio que ahora pregustamos sacramentalmente. María, causa de nuestra alegría, ruega por nosotros.

martes, 5 de diciembre de 2023

HOMILIA Segundo Domingo de ADVIENTO cB (10 de diciembre 2023)

Primera: Isaías 40, 1-5. 9-11; Salmo: Sal 84, 9-14; Segunda: 2 Pedro 3, 8-14; Evangelio: Marcos 1, 1-8 Nexo entre las LECTURAS La imagen del "desierto" aparece en la primera lectura y en el evangelio y en ella se compendia el mensaje litúrgico de este Domingo de Adviento. En el exilio babilónico, a punto ya de que se acabe, una voz grita: "Preparen en el desierto un camino al Señor" (primera lectura). En el evangelio la voz que así grita es la de Juan Bautista, el precursor del Mesías, cuya venida está ya cerca. También en el "desierto" el hombre debe prepararse para la Última Venida del Señor, en la que "esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en que habite la justicia" (segunda lectura). Temas... Un "desierto" necesario. En el mundo hay fenómenos nada evangélicos, nada cristianos. Como los judíos exiliados de Babilonia estaban encandilados por la grandeza del imperio y por la fastuosidad de sus ritos religiosos, los hombres de hoy sienten la seducción del progreso técnico, el prurito de otras religiones que no son cristianas, el reclamo de paraísos alucinantes en que reinan la droga, el sexo y el alcohol, la dulce y adormecedora inconciencia del pecado incluso ante las exigencias básicas de los diez mandamientos... (cfr. Francisco). En estas circunstancias surge la necesidad del "desierto": lugar o estado del espíritu donde recrear el ambiente propicio y favorable para encontrarse con Dios y con la propia dignidad de imagen e hijo de Dios, mediante el silencio interior y el recogimiento de los sentidos, mediante la meditación y la plegaria asiduas. Ante la pérdida del sentido de Dios y del sentido del pecado se requieren "espacios", sean exteriores o interiores, de recuperación de sentido, de readquisición de principios, valores y convicciones anclados en el mismo ser del hombre y del cristiano. La intervención divina. Dios desea intervenir en la historia y en la vida del hombre, día a día. El espíritu del mundo no acepta la intervención divina, es más, la niega. Por eso se nos llama a una actitud interior de "desierto", abandonarnos en las manos de Dios con confianza y fortalecer el deseo de la conversión. Sólo así nos daremos cuenta, como los judíos de Babilonia, que hay ‘valles que elevar’, ‘colinas que abajar’ y ‘caminos torcidos que enderezar’, y podremos encaminarnos a la tierra prometida (primera lectura) que ya no es en este mundo, sino en el Cielo. Sólo en este abandono en la Divina Providencia podremos escuchar la Palabra que nos llama a convertirnos y recibir el bautismo y, los ya bautizados, renovar las promesas bautismales. Dios continúa interviniendo en nuestros días -nos da su gracia- en la vida de cada uno y de los pueblos. No podemos reconocer y aceptar Su presencia si no vivimos la experiencia purificadora y meditativa del "desierto". El "desierto" florece. En el ambiente sereno y silencioso de "desierto" nos vamos empapando de la verdad de Dios, del sentido del tiempo, de la norma suprema de la existencia. Dios es nuestro rey que viene con poder y brazo dominador para liberarnos del pecado y de sus secuelas; Dios es nuestro Señor que trae consigo su salario de vida y salvación eternas; Dios es nuestro pastor, que reúne al rebaño y lo cuida amorosamente (primera lectura). En el "desierto" conoceremos que el día del Señor llega como un ladrón y que el cómputo del tiempo que Dios hace no coincide con el de los hombres. En el "desierto" sabremos que Dios no quiere que alguien se pierda, sino que todos se conviertan. En el "desierto" veremos con claridad que la espera de la venida del Señor debe llevar al hombre a una conducta santa y religiosa, es decir, al cumplimiento perfecto de la voluntad santísima de Dios (segunda lectura). Sugerencias... Un "desierto" en tu vida. La vida es movimiento, acción, ir y venir, hacer, proyectar, progresar, cambiar. El hombre contemporáneo, desde la mañana a la noche, está lleno de trabajos y tareas, de citas y reuniones, de contactos y relaciones, de ruido, smog, tensión nerviosa... (cfr. San Juan Pablo II). A veces se puede pensar que, más que vivir, uno es "vivido" por las cosas de cada día. ¿Cómo hay que vivir? ¿Cómo ser plenamente humano (cristiano)? ¿Cómo infundir espíritu cristiano a lo cotidiano, al materialismo que nos invade? Tenemos necesidad de “estar con Quien sabemos que nos ama” (Santa Teresa). Pidamos la gracia de la paciencia, para vivir el "desierto" y nos será posible vivir bien y prepararnos para una buena celebración de Navidad. ¿Sabes quién viene? La respuesta catequética: "El Verbo de Dios que se hizo hombre y nació de María la Virgen en Belén de Judá". La respuesta espiritual, la debe dar cada uno examinando como incide Jesucristo en su vida (pensamientos, decisiones, ideales, proyectos) y en la relación personal con Dios; y finalmente, la respuesta moral, la debo dar con los comportamientos virtuosos diarios según el estilo de Cristo, aceptando que Cristo modele mi forma de vivir y de actuar, todos los días, hasta el fin de los días. ...

HOMILIA Solemnidad de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre de 2023)

Primera: Génesis 3, 9-15.20; Salmo: Sal 97, 1. 2-3b. 3c-4; Segunda: Éfeso 1, 3-6. 11-12; Evangelio: Lucas 1, 26-38 Nexo entre las LECTURAS Las palabras del ángel a la Virgen María: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo" nos dan el sentido profundo de la solemnidad que hoy celebramos. El ángel se dirige a María como si su nombre fuese precisamente "la llena de gracia" (Evangelio). A lo largo de los siglos la Iglesia ha tomado conciencia de que María –"llena de gracia"– había sido redimida por Dios desde su concepción. Se trata de un singular don concedido a María para que pudiese dar el libre asentimiento de su fe al anuncio de su vocación. Era necesario que ella estuviese totalmente habitada por la gracia de Dios para responder adecuadamente al plan de Dios sobre ella (Prefacio). El Padre eligió a María "antes de la creación del mundo para que fuera santa e inmaculada en su presencia en el amor" (Cfr. Ef 1,4). El así llamado "protoevangelio" del libro del Génesis, por su parte, hace presente la promesa de un redentor: pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo, éste te aplastará la cabeza y tú le morderás el calcañal (1 Lectura). En la carta a los Efesios (2 Lectura) san Pablo indica cómo el Padre nos ha elegido desde la eternidad en Cristo para ser santos e inmaculados en su presencia en el amor. El primer fruto excelente de este plan salvífico es María, quien, en previsión de los méritos de Cristo, fue preservada de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción. Temas... La Inmaculada Concepción, signo del Adviento, raíz de Navidad. La solemnidad de la Inmaculada Concepción se celebra en su clima propio, el Adviento. Porque no podemos entrever el misterio del Mesías prometido sin vislumbrar el de su Madre. Una Madre que desde el principio tiene una misión de salvación en la que participa como beneficiaria y colaboradora. De hecho en la Inmaculada Concepción de María admiramos la gracia y la salvación de María desde el principio y su asociación al misterio salvador de su Hijo. Adviento es el tiempo litúrgico que hace memoria de los episodios y maravillas de la salvación que se desarrollan en los lentos siglos de espera de la venida del Mesías, el río de la historia, desde su fuente misma, Contemplar el misterio, fijado desde el principio, es reinterpretar la historia. No como una derrota de los planes de Dios con el pecado original, sino como una misteriosa tensión hacia la comunión de Dios con la humanidad en Cristo. Es ver en María realizada la ilusión de Dios, el proyecto de una humanidad nueva, que sin perder nada de su original configuración, ha sido exenta de toda sombra de pecado y aparece ante nosotros como el modelo, real e ideal a la vez, de una humanidad salvada y asociada a la salvación. El tríptico de la Palabra. El mensaje de la Palabra ofrece esta grandiosa perspectiva con un tríptico muy logrado con el proyecto inicial de Dios, la tentación y caída de la humanidad, el cumplimiento del proyecto y de las promesas en María. En el centro del tríptico hay que colocar la segunda lectura, el himno inicial de la carta a los Efesios, solemne bendición al Padre por el misterio de una salvación en Cristo, pletórica de bienes espirituales y celestiales. Pablo parece olvidarse del pecado de los orígenes para remontarse hasta el designio primitivo, nacido del amor eterno de Dios. Un designio con varias etapas: nos eligió para ser santos e irreprochables ante él por el amor; nos destinó a ser hijos, para que en nosotros resplandezca su gloria y nuestra respuesta redunde en alabanza suya. San Juan Pablo ll, inspirándose en este texto paulino de la liturgia, ha ilustrado el misterio de María en su Encíclica "Redemptoris Mater", a Partir de esta bendición original, Porque en María se cumple perfectamente lo que fue un proyecto para todos: elegida por Dios, destinada a ser esplendor de su gracia y alabanza de su gloria. Ella finalmente, en Cristo, fue santa e inmaculada por el amor. Desde el principio. La Inmaculada es realización cabal de este proyecto que no naufraga con el pecado original. En la parte izquierda del tríptico tenemos la narración de la tentación y de la caída en el paraíso. Presencia de Dios en el jardín donde ha puesto al hombre y a la mujer. Tentación satánica para el hombre: ser como Dios. Fruto amargo de un árbol que parecía de vida y es de muerte, y sólo posee la triste sabiduría de conocer el pecado. Pero a la vez, junto al castigo, hay una promesa de salvación. La estirpe de la mujer quebrantará la cabeza de la serpiente tentadora. Todo vislumbrado desde muy lejos, en una casi imperceptible realización que llegará muchos siglos más tarde y que sólo entonces podrá dar cabal explicación de este misterioso fracaso inicial del hombre, la mujer y su semilla: María y Cristo. Finalmente, contemplamos la parte derecha del tríptico con el evangelio de la Anunciación. Nazaret no es el jardín antiguo del pecado, es más bien el paraíso de la obediencia donde Dios planta en María el árbol de la vida. Ahí está la mujer de la que brota la semilla que quebrantará la cabeza de la serpiente. La primera victoria se la apunta Dios, con la colaboración de la humanidad. María es la Virgen obediente, la humanidad cómplice y colaboradora. Pero en las palabras del ángel hay alusión a ese principio inmaculado de su existencia que lleva la firma de su autor, Dios. María es la llena de gracia. Así la llama Dios, porque así la ha hecho, desde el principio. Y ese nombre no es sólo expresión de una ausencia de pecado. Dice más. Habla de bendición primordial y de comunicación inicial de vida divina. María está puesta al principio de la nueva creación como signo de la iniciativa de Dios, de su amor gratuito y preveniente. La belleza salvará el mundo. Esa exclusión de mancha o de pecado es sólo el revés de la medalla; el ángel la llama "llena de gracia", que es la pureza positiva, el volcarse de Dios en su amor sobre ella, la plenitud de los favores de Dios, la plenitud de la bendición, para que en ella se salve el proyecto divino. Los orientales llaman a la Virgen "la Toda santa"; la suponen impregnada de Espíritu Santo, plasmada por él, guiada por él, desde el principio, Dios quiso salvar al mundo por medio de la belleza. E hizo bella ante sus ojos a la Virgen María, No se cansa la Iglesia de contemplarla, como en un espejo, a la que expresa lo que todos ansiamos alcanzar, para que también en nosotros, al final, permanezca el designio inicial de Dios, recordado en esta fiesta: ser santos e inmaculados ante él por el amor. Esa belleza de María, belleza real y no ficticia, dentro de la normalidad de una criatura, puede ser para muchos hoy la nostalgia de esa belleza que salvará el mundo. Sugerencias... El cultivo de la vida de gracia. Al contemplar a María Inmaculada apreciamos la belleza sin par de la creatura sin pecado: "Toda hermosa eres María". La Gracia concedida a María inaugura todo el régimen de Gracia que animará a la humanidad hasta el fin de los tiempos. Al contemplar a María experimentamos al mismo tiempo la invitación de Dios para que, aunque heridos por el pecado original, vivamos en gracia, luchemos contra el pecado, contra el demonio y sus acechanzas. Los hombres tenemos necesidad de Dios, tenemos necesidad de vivir en gracia de Dios para ser realmente felices, para poder realizarnos como personas y ser verdaderamente humanos y solo se alcanza si somos cristianos (Papa Francisco). Y la gracia la tenemos en Cristo. En el misterio de la Redención el hombre es "confirmado" y en cierto modo es nuevamente creado. ¡Somos creados de nuevo! ... El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo -no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes- debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo (san Juan Pablo II; Redemptor Hominis 10). Para vivir en gracia es necesario: orar y vigilar. La oración nos da la fuerza que viene de Dios. La vigilancia rechaza los ataques del enemigo. Vigilemos atentamente para rechazar las tentaciones que nos ofrece el mundo: el placer desordenado, el poder y la negación del servicio, la avaricia, el desenfreno sexual, las pasiones… Por el contrario, formemos una conciencia que busque, en todo, amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo en Dios. Nuestra participación en la obra de la redención. La peregrinación que nos corresponde vivir al inicio de este Año Litúrgico tiene mucho de peregrinación ascendente y de combate apostólico y de conquistas para la casa de Dios que es la Iglesia y el Mundo. Aquella enemistad anunciada en el protoevangelio sigue siendo hoy en día una dramática realidad, se trata de una especie de combate del espíritu, pues las fuerzas del mal se oponen al avance del Reino de Dios. Vemos que, por desgracia, sigue habiendo guerras, muertes, crímenes, olvido de los más pobres, débiles y sufrientes. Más aún, advertimos amenazas, en otro tiempo desconocidas, para el género humano: la manipulación genética, la corrupción del lenguaje, la amenaza de una destrucción total, el eclipse de la razón ante temas fundamentales como son la familia, la defensa de la vida desde su concepción hasta su término natural, el relativismo y el nihilismo que conducen a la pérdida total de los valores (San Pablo VI). Nuestro peregrinar cristiano por esta tierra, más que el paseo del curioso transeúnte tiene rasgos del hombre que conquista terreno para su ‘bandera’ (cfr.: Santo Cura Brochero). Nuestro peregrinar es un amor que no puede estar sin obrar por amor de Jesucristo, el Jefe supremo (San Ignacio de Loyola). Es anticipar la llegada del Reino de Dios por la caridad. Es avanzar dejando a las espaldas surcos regados de semilla. No nos cansemos de sembrar el bien en el puesto que la providencia nos ha asignado, no desertemos de nuestro puesto, que las futuras generaciones tienen necesidad de la semilla que hoy esparcimos por los campos de la Iglesia. Santa Teresa de Jesús que experimentó también la llamada de Dios para tomar parte en el singular combate del bien contra el mal, nos dejó en una de sus poesías una valiosa indicación de cómo el amor, cuando es verdadero, no puede estar sin actuar, sin entregarse, sin luchar por el ser querido. María Inmaculada, ruega por nosotros y por el mundo entero.

martes, 21 de noviembre de 2023

Último domingo del tiempo «durante el año». JESUCRISTO, REY UNIVERSAL, Solemnidad. cA (26 de noviembre 2023)

Último domingo del tiempo «durante el año». JESUCRISTO, REY UNIVERSAL, Solemnidad. cA (26 de noviembre 2023) Primera: Ezequiel 34, 11-12. 15-17; Salmo: Sal 22, 1-3. 5-6; Segunda: 1 Corintios 15, 20-26. 28; Evangelio: Mt 25, 31-46 Nexo entre las LECTURAS... En las tres lecturas de la misa se ve la unidad. Cuando el pueblo judío está sufriendo el destierro en Babilonia, el sacerdote y profeta Ezequiel recuerda que Dios es el buen pastor que cuida siempre de su pueblo y cura sus heridas. En la segunda lectura san Pablo anima la esperanza en los fieles cristianos de Corinto: nuestro destino es la victoria sobre la muerte. Y en esa perspectiva debemos leer el evangelio en la festividad de Jesucristo rey del universo (Mt 25,31-46). Este domingo último del año litúrgico, desde la instauración de la fiesta de Cristo Rey del universo (en 1925, por Pío XI), en un contexto social y religioso muy distinto al de hoy, nos introduce muy de lleno a una dimensión salvífica de la historia de la humanidad. Esta historia no es simplemente una producción, aunque sea de los mejores valores culturales, sino que los cristianos estamos llamados a dimensionar el mundo para que un día, Cristo, quien ha dado su vida por todos, pueda presentarlo redimido y liberado de todo lo que hoy es oprobio e ignominia. Los cristianos confesamos que nosotros, la humanidad sola, no puede hacer una historia hermosa y liberadora. Cristo es nuestra esperanza. Temas... Jesucristo es rey en cuanto es camino, verdad y vida. En su conducta por amor, siendo para los demás hasta entregar la propia vida, reveló que Dios es amor y las personas crecen amando a los otros. Siguiendo la conducta de Jesús la vocación de la humanidad es hacer la verdad de Dios afirmando la dignidad de todo ser. En su primera encíclica, san Juan Pablo II escribió: “el profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama Evangelio”. En este sentido Jesucristo es rey ofreciendo un camino nuevo de auténtica realización humana. Rey del universo porque es camino abierto para todos. Siguiendo esa conducta de Jesucristo, la Iglesia se hace cada día más ‘cristiana’, es signo creíble del Evangelio y realiza su misión. Según el Concilio, “no impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido”. En otras palabras, ser testigo fiel de Jesucristo rey del universo. Lógica del amor vs. lógica del poder. Nada tiene ver esta lógica del amor con la lógica del poder en que frecuentemente proceden los príncipes y gobernantes de este mundo que frecuentemente dominan y someten a los otros. El ejercicio del poder solo humaniza como mediación del amor. La ideología imperialista no solo infecta la relación entre los pueblos; todavía están sangrando las víctimas de guerras provocadas por esa ideología. También se da dentro de cada pueblo, en las familias e incluso dentro de la misma religión cristiana. En una oración litúrgica invocamos a Dios “que manifiesta su poder en la misericordia”. En el “credo” confesamos que Dios es Padre (Abba) antes de todopoderoso y creador. Esta novedad singular de la fe o experiencia cristiana, participación de la fe o experiencia de Jesús, Cristo rey, es la buena noticia de salvación para nuestro mundo roto por la injusticia y la fiebre posesiva. Reino de paz y justicia; reino de vida y verdad. Siglos antes de Jesucristo los profetas soñaron con un banquete preparado por Dios en el monte Sion para todos los pueblos. Jesús se refiere al reino de Dios o fraternidad sin discriminaciones en la parábola sobre un banquete nupcial en que todos, incluidos “cojos, ciegos y tullidos”, se sientan como hermanos en la misma mesa. Es la invitación que hoy el papa Francisco hace a todos en la encíclica “Fratelli tutti” y en el Sínodo de la sinodalidad. Celebrando la fiesta de Jesucristo rey del universo, se abre un camino para construir esa fraternidad universal. Una luz para toda la humanidad oprimida por violencias y guerras. También una llamada urgente para la misma Iglesia que cada día necesita nueva conversión a Jesucristo y reforma contante para ser totalmente Iglesia identificada con el reino de Dios. El juicio final. Según el evangelio hoy proclamado, habrá un juicio final donde la humanidad y la creación llegarán a esa fraternidad universal o reinado de Dios. Será la plena liberación realizada ya en la conducta de Jesucristo y que aún está en proceso dentro de nuestra historia. Se rectificará lo torcido y entraremos por fin de modo pleno en esa presencia de amor que nuestro corazón ansía. Celebremos de verdad en nuestra vida la fiesta de Jesucristo rey del universo. Sugerencias... El cristiano tiene que personalizar la fe, encarnarla en su propia vida, pero ha de personalizar y encarnar la fe de la Iglesia, tal como se nos presenta en el Credo, en los sacramentos, en los mandamientos y en el padrenuestro, como oración del creyente (el Papa Francisco en la catequesis del miércoles 19.11). No es correcto "fabricar" la propia fe, perdiéndose la unidad de los cristianos, unidad de fe y de costumbres. El reino y el reinado de Cristo, ya aquí en la historia, y luego en el ámbito de la eternidad, es algo objetivo, que no está a merced de lo que piense cada cual. Está claro que la eternidad no es un invento, una hija de la imaginación o de la creatividad humanas, tiene la objetividad austera, pero firme y segura, de la fe. El reino y reinado de Dios es también una realidad temporal e histórica. Dios reina en el cosmos, en cuanto éste ha sido creado al servicio de un designio divino en favor del hombre. Dios reina, de modo muy especial, en la Iglesia, aunque ciertamente no sólo en ella. Reina en los hombres, cuando en ellos reina la verdad, la justicia, la inocencia, la solidaridad, la santidad de vida... Es importante que nosotros, cristianos, reconozcamos, promovamos el reinado de Cristo en la humanidad, en la Iglesia, en el cosmos. Estamos todos invitados por el mismo Cristo a trabajar por extender y dilatar las fronteras internas (las existentes en el interior de cada hombre) y externas (la extensión espacial y temporal) del reino. Puede ser provechoso para los cristianos celebrar con gran solemnidad esta fiesta última del ciclo litúrgico: mediante una buena preparación para que la gente participe y viva la fiesta con más conciencia e intensidad de fe, mediante la memoria de tantos hombres y mujeres que murieron, por ejemplo en México, gritando: "¡Viva Cristo Rey!", mediante un mejor conocimiento de que el reino de Cristo es un reino de amor, de justicia y de paz.

lunes, 13 de noviembre de 2023

HOMILI Domingo trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cA (19 de noviembre de 2023)

Primera: Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31; Salmo: Sal 127, 1-5; Segunda: 1 Tesalónica 5, 1-6; Evangelio: Mt 25, 14-30 Nexo entre las LECTURAS La liturgia nos invita a considerar que la vida es un talento, un don, que el Señor nos dio y que debemos hacer fructificar. Este domingo 33 del tiempo ordinario prepara de un modo inmediato la solemnidad de Cristo Rey del Universo. El día del Señor, nos dice Pablo en la carta a los Tesalonicenses, llegará como un ladrón, de modo inesperado y, por ello, debemos vigilar y vivir sabiamente para no ser sorprendidos (2L). El evangelio compara la vida humana a un don que Dios nos hace para que lo hagamos rendir. Al crearnos, Dios ha querido compartir con nosotros algo de sí mismo. Él desea que también su creatura se convierta en una "dispensadora de bien". Por eso, lo sensato en nuestras vidas es usarlas apropiadamente para producir frutos abundantes; lo sensato es negociar con los talentos recibidos; poner en juego todas las capacidades de la inteligencia y de la voluntad para producir aquellos frutos que Dios espera de nosotros. Así pues, cada uno con los dones recibidos debe ponerse al servicio de los demás, con la clara conciencia de que el Señor volverá y que deberemos rendir cuentas, no de nuestras intenciones, sino de las obras realizadas (Ev). El libro de los Proverbios nos muestra el ejemplo de una mujer que hace rendir su vida y cualidades. Es una mujer hacendosa, activa, laboriosa en la caridad, diligente en el obrar. No es remisa, vanidosa o egoísta. Su especial sensibilidad no la vuelve hacia sí misma, sino que trabaja con sus manos y extiende sus brazos a los necesitados. Quien encuentra una mujer así, encuentra un tesoro (1L) Temas... El Señor volverá. Es una verdad que proclamamos en el credo: el Señor volverá para juzgar a los vivos y a los muertos. Su venida, como lo afirma san Pablo, es cierta, más aún es inminente, pero nos sabemos el día, ni la hora. El catecismo de la Iglesia católica expresa muy bien esta verdad: "Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente, aun cuando a nosotros no nos toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad’ (Hch 1,7). Este advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento, aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén ’retenidos’ en las manos de Dios." Catecismo de la Iglesia Católica No. 673 El día del Señor llegará de modo improviso, cuando todos se sientan seguros. Por eso, la actitud que corresponde al cristiano es la de la vigilancia. Así como el padre de familia vigila para que el ladrón no robe en la noche (Cf. Lc 12, 39), así el cristiano no se abandona al sueño negligente en esta vida. Es decir, no se abandona al descanso y a la pereza cuando tiene ante sus ojos muchas oportunidades de bien. A este hombre atento y vigilante se le pueden aplicar las palabras de la Escritura: yo dormía, pero mi corazón vigilaba. (Cantar de los cantares 5,2). En realidad la gran tentación de esta vida es pensar que todo se concluye aquí; pensar que las esperanzas son para aquí abajo y que, por lo tanto, lo más rentable es disfrutar cuanto sea posible de las posibilidades presentes dado que nada sabemos de la eternidad. La tentación de transformar la esperanza de los bienes celestiales en esperanzas terrenas es muy insidiosa en nuestro mundo secularizado. Dicha tentación consiste en considerar la estación presente como la única, como la definitiva y, en consecuencia, buscar de ella el máximo disfrute y placer, pues el futuro es incierto. Hemos de reaccionar firmemente ante tan grande error. El cristiano sabe que ha pasado de las tinieblas del pecado a la luz admirable de la gracia. Él ha sido iluminado y posee una viva conciencia de su quehacer en este mundo. Se sabe peregrino hacia la posesión eterna de Dios. Sabe que su paso por esta vida es breve, un punto en la eternidad; pero es un paso en el que debe dejar una huella de bien y de bondad. El tiempo se le hace corto para hacer todo el bien que quisiera hacer. Lejos de él el pasar sin ofrecer frutos de vida eterna. Como un centinela, no duerme, vela, observa, llama a rebato, convoca, es un obrero diligente, hace rendir las dotes recibidas. Es un centinela guiado por el amor y el amor desconoce la dilación, el retraso, la omisión. El amor es diligente y se muestra en las obras. El amor vigila y pone todos los medios para producir buenos frutos. El amor desea lo mejor para el amado y para los que vienen detrás. El Señor volverá. Habrá que grabar en el alma esta verdad porque ella es suficiente para dar un sentido trascendente a la vida. Ella nos ayudará a considerar todo el acontecer humano con la relatividad de quien mira y espera la eternidad de Dios. El Señor volverá: sacudamos la pereza de nuestras manos, limpiemos las salpicaduras de una mentalidad de mundo, sin esperanza sobrenatural, sin mirada de eternidad. Hemos de “negociar” (personal y sinodalmente) con los talentos recibidos de Dios. No importa si se han recibido muchos o pocos talentos, lo importante es que ninguno de ellos permanezca ocioso, sino que se ponga enteramente al servicio de Dios, de la Iglesia y de mis hermanos los hombres. Nadie es tan pobre que no tenga algo que dar a los demás, algo que ofrecer, algo con qué negociar. En este sentido rico, no es el que más tiene, sino el que más da, el que más ofrece lo que tiene como don para los demás. El enemigo que hay que vencer, por tanto, es la indolencia, la somnolencia, la omisión; esa especie de sueño que anestesia las mejores cualidades del corazón y nos derrumba en una vida estéril y temerosa. El enemigo que hay que vencer es el miedo que nos hace esconder el talento para no arriesgar un fracaso. El cristiano no puede acobardarse ante el mundo y ante la vida, porque su ejercicio es el amor; porque su vida ha pasado de las tinieblas a la luz; él es hijo de la luz y vive en el amor y el amor es donación, el amor es valentía, el amor es entrega sincera de sí sin límites. “Negociar” en esta vida puede significar: - Superar el egoísmo y el subjetivismo individualista que nos retrae a nuestro propio mundo y nos hace ver sólo por nuestros intereses. La persona se hace insensible ante el sufrimiento de los inocentes y del prójimo. La persona egoísta no es capaz de descubrir los avatares y las desgracias del mundo y los sufrimientos de la Iglesia. Su horizonte de interés y de generosidad se restringe. Nada más triste que vivir para sí. Nada más triste que tomar el talento que está destinado para dar frutos y enterrarlo en el propio egoísmo. El egoísta es infeliz en esta vida y pone en riesgo su salvación eterna: siervo malvado y perezoso, lo llama el Señor. - Practicar la abnegación de nuestras tendencias desordenadas. El hombre tiende al bien, pero al examinar su corazón descubre tendencias desordenadas que no pueden tener su origen en su creador. Si quiere poner sus dones y su vida al servicio de los demás, deberá poner orden en esas tendencias que lo obstaculizan, lo retrasan y desvían del camino. Debe aprender a renunciarse a sí mismo en sus gustos y placeres desordenados, debe aprender a negarse a sí mismo de acuerdo con la ascética cristiana. Palabras duras de entender para el hombre moderno y posmoderno, pero palabras ciertas que responden a la verdad sobre la vocación y la dignidad del ser humano. - Participar en la misión apostólica de la Iglesia. Por definición un cristiano es un apóstol. Es un hombre enviado (en salida) a dar frutos de vida eterna. Es una persona llamada por Cristo para tomar parte en los trabajos de la redención. Por tanto, es una persona que tiene una misión en la vida y que cuenta con un tiempo determinado para ponerla por obra. Decir que no se tiene tiempo para hacer apostolado y participar en la misión de la Iglesia, es lo mismo que decir que no se tiene tiempo para ser cristiano, puesto que el apostolado es esencial en la vida cristiana. Habrá, pues, que preguntarse si se posee esta conciencia apostólica; si se siente la corresponsabilidad en la tarea de la salvación de las almas. Habrá que preguntarse si se siente la urgencia de hacer poco o mucho, lo que está en la propia mano, para ayudar a esta humanidad dolorida que sufre tanto por la falta de Dios. Las posibilidades de bien son enormes, los talentos son múltiples. Sugerencias... 1. El cristiano vive sobriamente. El cristiano sabe que todos los bienes materiales de los que dispone en esta vida son sólo medios para alcanzar a Dios y para darle gloria. Sería insensato acumular bienes sabiendo que la polilla de este mundo y el paso del tiempo los corroe y que no valen para la eternidad. Quien acumula bienes terrenos, se apega a ellos y los convierte en un fin, se parece a aquel alpinista que junta enseres, vituallas y equipo de montaña, pero nunca se decide a emprender la ascensión. ¿Para qué sirve tanto equipo y material? ¡Qué grave error! Como si esos bienes fueran eternos, como si esos bienes pudiesen colmar las aspiraciones del corazón, como si al final de la vida no estuviese el encuentro definitivo con el Señor de nuestras vidas. Por eso, el cristiano usa de los bienes tanto cuanto le ayudan a dar gloria a Dios e ir al cielo. Aquí aparece el tema del desprendimiento de las cosas creadas, el tema de la caridad y de la generosidad para repartir los bienes con los necesitados; el tema de vivir sobriamente usando los bienes necesarios y practicando la benevolencia con los pobres. 2. El cristiano vive diligentemente. Uno de los más grandes talentos que hemos recibido y al cual, lamentablemente, damos poca importancia es el tiempo. El tiempo es un don hermoso de Dios. Con él vamos construyendo nuestra porción en la obra de la salvación. Con él colaboramos con Cristo en la redención de la humanidad. Sin embargo, con frecuencia usamos con descuido el tiempo. Parece que, en ocasiones, más que usar el tiempo, lo perdemos; dejamos que se nos escape entre las manos sin hacer nada constructivo, nada que sirva para las futuras generaciones, nada que lleve paz, consuelo y alegría a los demás. Pasa un día y otro, y vivimos sin dar trascendencia a nuestras vidas y sin hacer nada duradero, sin emplearnos a fondo en las cosas importantes. Corremos de aquí para allá para ajustar negocios, adquirir bienes, disfrutar de los placeres de esta vida, y nos olvidamos de atesorar bienes para el cielo. Descuido importante. El cristiano, por ello, se esfuerza por vivir diligentemente, haciendo todo el bien que esté en su mano hacer. La consigna, pues, para nuestro tiempo es la de trabajar con diligencia, aprovechar cada minuto para dar fruto de eternidad. Vivir con una sana militancia que, como san Pablo, me lleve a gastarme y desgastarme por el bien de mis hermanos. foto: Sitio dominicos

martes, 31 de octubre de 2023

HOMILIA TODOS LOS SANTOS, solemnidad. Miércoles (01de noviembre de 2023)

Primera: Apocalipsis 7, 2-4.9-14; Salmo: Sal 23, 1-6; Segunda: 1Juan 3, 1-3; Evangelio: Mateo 5, 1-12a Nexo entre las LECTURAS Todos los Santos, es una fiesta cristiana-católica, expresión de la esperanza verdadera: lo que Dios ha realizado en los santos esperamos lo realice en nosotros, confiados en su amor, y lo vivimos ya ahora: "Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos... seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es" (2. lectura). También el prefacio: "y alcancemos, como ellos, la corona de gloria que no se marchita" (prefacio I). Las lecturas (también el prefacio) anuncian la dicha (vestiduras blancas, palmas, cantos de alabanza; seremos semejantes a Dios y le veremos tal cual es; dichosos, el Reino de los Cielos...) por los caminos del seguimiento realista de Jesús ("vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero"; "el mundo no nos conoce"; a los dichosos...). Si nos llenamos el corazón de júbilo, no nos apartamos de la lucha, y si nos invitan a mirar hacia el final de nuestra aventura, no dejan de decirnos que "ahora somos hijos de Dios" y hemos sido marcados con el sello del Dios vivo. El camino de los hijos -que es el que desemboca en la gloria de la Jerusalén celestial- no es otro que el camino del Hijo: Él ha pasado por la gran tribulación, el mundo no lo ha conocido, ha sido perseguido y calumniado. "Nos ofreces el ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión" (prefacio I). “Todos los Santos”: es una fiesta familiar: la de quienes han caminado con Jesús y ahora gozan con su dicha. Reconocemos en ellos a la Virgen María, san José, san Pedro, san Esteban, san Agustín, san Francisco, san Ignacio, san José Gabriel, san Zatti... Hombres y mujeres de carne y hueso como nosotros, que han recorrido esta tierra como nosotros. Es como una carrera de relevos, como una procesión inmensa, la cabeza de la cual ya ha "entrado", mientras nosotros vamos caminando y otros empiezan a salir o ‘esperan’ su turno: "para que, animados por su presencia alentadora, luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos, como ellos, la corona que no se marchita". Temas... Sugerencias… (I) La visión de la Apocalipsis. a) Podemos meditar brevemente las características de la visión de los últimos tiempos que nos ofrece el apóstol. Juan presenta al Ángel venido de Oriente, lugar de donde llega la salvación, que, llevando el sello de Dios, grita con voz potente a otros cuatro ángeles para que no dañen la tierra. Se trata de dar tiempo para que todos los "siervos de nuestro Dios reciban el sello sobre su frente". En realidad, se trata de una visión teológica del tiempo presente (Mensaje de la Virgen en Fátima). Del tiempo de la espera de Dios, del tiempo del perdón, del tiempo en el que es necesario extender el Reino de Cristo hasta los confines de la tierra edificando un reino de Misericordia, la cultura de la misericordia; es el tiempo para poner sobre la frente de los siervos de Dios el sello que los distingue. Así, nuestro tiempo terreno es el tiempo para evangelizar, para anunciar la buena nueva, para bautizar, para llamar a todos a la convocación de nuestro Dios y Señor (E. Gaudium). La vida de cada uno de nosotros tiene un tiempo determinado y cada uno de los momentos de la misma tiene un valor específico. Cada momento me propone un rasgo concreto de mi donación–entrega. A través de esos momentos voy construyendo mi porción en la historia de la salvación. Así, el tiempo terreno revela todo su valor: es la preparación de la Liturgia Celeste, de los coros angélicos y de los santos que alaban al Señor día y noche. Recorramos, pues, el tiempo presente con la alegría de los tiempos futuros. b) Ciertamente el tiempo presente es considerado también como "la gran tribulación" (oración del Salve). Desde el inicio de su evangelio, el apóstol Juan nos presenta la venida del Hijo de Dios hecho hombre como el inicio de un combate decisivo entre las tinieblas y la luz (la luz brilla en las tinieblas). La vida terrena de Jesús es una vida de entrega a la voluntad del Padre para dar testimonio de la verdad. Él es una bandera de contradicción. Él será juzgado en los acontecimientos de la pasión por defender el amor y la verdad. Es la "gran tribulación". Sus discípulos no seguirán una senda diversa. También ellos serán juzgados y llevados a tribunales a causa del nombre de Jesús. Pero todos son purificados por la sangre del Cordero, la sangre de Cristo derramada en la cruz por nuestra redención (meditaciones de los EE de san Ignacio). Es muy instructivo contemplar las escenas del cielo que nos ofrecen pintores como el Giotto en la Capilla de los Scrovegni en Padua, o de Giusto de' Menabuoi, o del Beato Angélico o el cuadro de San Juan Bosco. En ellas se distinguen, en orden jerárquico, todas las esferas de los santos que alaban a Dios. En primer lugar, María Santísima, reina de los santos; luego los apóstoles, los mártires, los confesores etc. En todos ellos se descubre la alegría, danzan, cantan, se felicitan. Parece que tocan con sus manos la luz que emana del cielo. En sus rostros hay paz, alegría, serenidad. Muchos de ellos tienen instrumentos y parece que entonan himnos y cánticos inspirados (Cf. Ef 5,19). Ciertamente son pinturas, pero nos ayudan a penetrar con la fe esa realidad que supera todo lo que podemos esperar y que llamamos cielo, vida eterna, encuentro definitivo con Dios que es amor. El amor con el que nos ha amado el Padre. a) El amor con el que Dios nos ama es una de las constantes en el pensamiento de san Juan. El apóstol hace memoria frecuentemente de este amor, para que los cristianos sientan el deseo de corresponder a tan grande amor... Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. (1 Jn 4, 16). Se trata, pues, de considerar el amor con el que el Padre nos ha amado, de forma que nos ha llamado Hijos de Dios y los somos en realidad. Por ello, el Verbo se encarnó, para manifestar el amor del Padre. En un mundo transido/herido por conflictos sociales, políticos, económicos, hasta enfrentamientos por posiciones diferentes; un mundo en el que vemos sucederse genocidios y venganzas violentas; guerras atroces; un mundo que se inicia temeroso y superficial el tercer milenio por el riesgo del terrorismo y la ruina de la civilización y el avance de las tecnologías y las ciencias; en un mundo así marcado por lo que fue la pandemia y las cuarentenas; un mundo marcado por una agenda relativista y endiosada (2030), parece especialmente importante la predicación del amor del Padre; la predicación del triunfo del bien sobre el mal; la predicación de la necesidad de amar porque Dios nos ha amado y nos ha enviado a su Hijo en rescate de todos. En un mensaje mundial de la paz, el 1 de enero de 2002, el san Juan Pablo II nos decía: "Ante estos estados de ánimo, la Iglesia desea dar testimonio de su esperanza, fundada en la convicción de que el mal, el mysterium iniquitatis (misterio del mal), no tiene la última palabra en los avatares humanos. La historia de la salvación descrita en la Sagrada Escritura proyecta una gran luz sobre toda la historia del mundo, mostrando que está siempre acompañada por la solicitud diligente y misericordiosa de Dios, que conoce el modo de llegar a los corazones más endurecidos y sacar también buenos frutos de un terreno árido y estéril". b) Si nos preguntamos, pues, cuál es el camino de santidad que debe recorrer un cristiano, podemos responder: el camino de las bienaventuranzas. Allí encontramos como la "carta magna" del cristianismo. En las bienaventuranzas encontramos la respuesta a la pregunta ¿Cómo ser cristiano, discípulo–misionero? ¿Cómo serlo especialmente en este mundo tan conflictivo? El camino es de la pobreza de espíritu, de la mansedumbre, del sufrimiento tolerado por amor, el camino de la justicia y del perdón, el camino de la paz y concordia de corazones. ¡Qué tarea tan enorme y entusiasmante nos espera! ¡Que nada nos detenga en este camino de santidad, en este itinerario (peregrinación) del cielo! Ahora es el tiempo de la salvación, ahora es el tiempo del perdón, ahora es el tiempo de la evangelización, no dejemos nuestras manos estériles u ociosas ante tan grande y hermosa tarea… no dejemos que nos roben la esperanza (Papa Francisco). Temas… Sugerencias... (II) La doxología de una vida santa. "Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos": ésta es la doxología que resuena sin cesar en labios de los santos del cielo. Esta doxología la hemos de pronunciar aquí en la tierra, de manera particular, los cristianos mediante una vida santa. Una doxología con la que manifestamos nuestra felicidad y nuestro agradecimiento a Dios. Somos felices en medio del sufrimiento, y alabamos a Dios. Somos felices, aunque a los ojos de los hombres no nos vaya bien, porque intuimos en ello la sabiduría divina. Somos felices, viviendo en la pobreza y en la falta de poder, y agradecemos a Dios las muestras de su providencia sobre nosotros. Somos felices, por más que la enfermedad nos tenga postrados y hasta inutilizados, para que Dios sea glorificado en nuestra carne enferma y haga más patente el poder de su resurrección. Somos felices, porque estamos en paz con Dios y con nuestra conciencia, porque creemos en la victoria de la gracia sobre el pecado, porque buscamos únicamente la voluntad y la gloria de Dios. La falsa felicidad que vende el mundo al por mayor, pero que dura lo que la flor de un día, y que recibe nombres efímeros como diversión, pasatiempo, placer, alborozo, contento y otros semejantes, son sólo deseos de pasarla bien. La felicidad es la posesión y el amor de Dios, iniciado aquí en la tierra y que tendrá su culminación en el cielo. Esta doxología de una vida santa se puede cantar, aquí en la tierra, en cualquier parte: en la iglesia y en la casa, en la oficina y en el gimnasio, en la montaña y en la playa, en todas partes. Sólo hemos de tener en cuenta el consejo de san Agustín: "cantad con los labios, cantad con el corazón; cantad siempre, cantad bien". Comunión con los santos del cielo. La Iglesia, con la fiesta de todos los santos, celebra a todos los difuntos que ya gozan definitivamente y para siempre del amor a Dios y del amor a los hombres y entre sí. Tenemos la certeza, por otra parte, de que si vivimos en la gracia y amistad con Dios ya somos santos aquí en la tierra. Existe por tanto una comunión de los santos. Es decir, los santos del cielo están unidos a nosotros, se interesan por nosotros, iluminan nuestra vida con la suya, interceden por nosotros ante Dios. Todos podrían decir, como Teresa de Lisieux: "Me pasaré en el cielo haciendo el bien a la tierra". Yo quiero, sin embargo, referirme especialmente a la comunión de los santos de la tierra con los santos de cielo. Son nuestros hermanos mayores, que nos han precedido en la llegada a la meta y que anhelan que toda la familia vuelva a reunirse en la eternidad. Son las estrellas de nuestro firmamento que nos iluminan en la noche, no con luz propia, sino con la que han recibido del Sol Invicto, que es Cristo. Son modelos, por así decir caseros, que nos acercan de alguna manera una virtud o un aspecto de la plenitud de perfección y santidad que es Jesucristo. ¿No habrá que renovar y vitalizar nuestra comunión con los santos del cielo? Hoy es un buen día para hacerlo.

lunes, 30 de octubre de 2023

HOMILIA Domingo trigésimo primero del TIEMPO ORDINARIO cA (05 de noviembre de 2023)

Domingo trigésimo primero del TIEMPO ORDINARIO cA (05 de noviembre de 2023) Primera: Malaquías 1, 14b-2, 2b. 8-10; Salmo: Sal 130, 1-3; Segunda: 1Tesalónica 1, 5b; 2, 7b-9. 13; Evangelio: Mateo 23, 1-12 Nexo entre las LECTURAS ¿Cómo deben comportarse las autoridades del pueblo de Israel y del pueblo cristiano? A esta pregunta dan respuesta los textos litúrgicos. En el evangelio y en la primera lectura se nos advierte sobre el comportamiento que no deben tener: "ustedes (sacerdotes) no siguen mis caminos y hacen acepción de personas al aplicar la Ley" (Mal 2,9); "En la cátedra de Moisés se han sentado los maestros de la ley y los fariseos...No imiten su ejemplo, porque no hacen lo que dicen" (Mt 23,2-3). En la segunda lectura se presenta la figura de san Pablo como modelo de dirigente de la comunidad cristiana: "Nos comportamos condescendientes con ustedes, como una madre que alimenta y cuida a sus hijos" (1Tes 2,7). Temas... La autoridad existe en la comunidad cristiana, y es además necesaria. a) La existencia de la autoridad no se justifica, en la Iglesia de Cristo, por razones sociológicas o políticas, sin que haya que quitar importancia a estas razones, sino por revelación de Jesucristo resucitado: "Me ha sido dada autoridad plena sobre cielo y tierra. Vayan, pues, en camino, hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo" (Mt 28,18-19). El ejercicio de la autoridad cambia, de hecho, con los tiempos y lugares, pero el origen siempre será el mismo: Cristo. La jerarquía eclesiástica (Obispo de Roma, demás obispos, presbíteros, diáconos), que ejerce la autoridad en la Iglesia, no es un invento de los hombres ni encargo de los hombres, sino un designio providencial de Dios y hay que vivirla en comunión con Dios y con los demás. b) La autoridad es además necesaria para mantener y consolidar la unidad y la comunión de fe y de vida en todos los miembros de la Iglesia. Lo es también para obtener mayor eficacia en el ministerio de la predicación, en el del culto divino y en el de guía espiritual de los hermanos, evitando cualquier manipulación del mensaje y del culto cristianos. Es necesaria para hacer presente a Cristo en medio de la comunidad por los sacramentos, porque con san Agustín podemos decir: cuando el sacerdote bautiza, es Cristo quien bautiza, y así con los demás sacramentos de la Iglesia. El abuso de la autoridad. En la primera lectura se nos advierte sobre algunos abusos de los sacerdotes, encargados del culto en el templo; en el evangelio, sobre los de los fariseos, encargados de la educación y enseñanza del pueblo. ¿Cómo se podrían traducir hoy en día esos abusos señalados en la Escritura? He aquí, a modo de ejemplo, algunas traducciones: Sustituyen en la predicación, no raras veces, la Palabra de Dios por la psicología y la sociología; dan mal testimonio de vida a sus fieles; se muestran incoherentes entre lo que dicen y lo que luego hacen; son tal vez elitistas, trabajando con grupúsculos selectos, y dejando el resto a la deriva y sin atención religiosa; buscan la alabanza de los hombres y el ser tenidos por simpáticos e inteligentes, etc. La autoridad como servicio al hombre y al creyente. "El mayor de ustedes será el que sirva a los demás" (evangelio). Un servicio que nace del amor al prójimo, y un servicio que se ejercita desde el amor más sincero y auténtico. Por eso, es que amar y servir tienen que ir juntos y complementarse: ni amor sin servicio ni servicio sin amor. Las formas concretas del servicio de la autoridad, algunas ya están establecidas por la Iglesia, otras, Dios mismo nos las irá inspirando a lo largo de los días, con tal de que en nuestro corazón (especialmente en los sacerdotes) haya arraigado la actitud de donación y servicio Sugerencias... Sacerdocio, ministerio de servicio. Todos los textos de la liturgia de hoy se refieren a la posición del clero en el pueblo de Dios. En el evangelio se critica ante todo el ejemplo falso y pernicioso que dan los letrados y fariseos, que ciertamente enseñan la ley de Dios, pero no la cumplen, cargan sobre las espaldas de los hombres fardos pesados e insoportables, pero ellos no mueven un dedo para empujar, y su ambición y vanagloria les llevan a buscar los primeros puestos y los lugares de honor en todo tiempo y lugar. La Iglesia de Dios, por el contrario, es un pueblo de hermanos, una comunión en Dios, el único Padre y Señor, en Cristo, el único Maestro. Y cuando Jesús funda su Iglesia sobre Pedro y los demás apóstoles, y les confiere unos poderes (carisma) del todo extraordinarios, unos poderes que no todo el mundo tiene –como Jesús inculca constantemente y demuestra con su propio ejemplo (Lc 22,26-27)–, es para ponerlos al servicio de sus hermanos. El ministerio instituido por Cristo es por su más íntima esencia servicio, «servicio hasta el fin». Se puede decir que el clero es hoy más consciente de esto que en tiempos pretéritos (sin olvidar la brillante homilía de san Agustín), y que los reproches que se esgrimen contra él de servirse del ministerio para dominar proceden de un modelo nada cristiano. Pero también hoy hay algunos que acceden al ministerio sacerdotal con ansia de poder y codicia de mando, como los fariseos, como si el ministerio les garantizara una posición superior, privilegiada, algo que ciertamente no se corresponde ni con el evangelio ni con la conciencia de la mayoría del clero mostrada con gestos y palabras por el Papa Francisco (Intervención en el Sínodo). El verdadero sacerdote. Pablo nos da –en la segunda lectura– una imagen ideal del ministerio cristiano; el apóstol trata a la comunidad que le ha sido confiada con tanto cariño y delicadeza como una madre cuida al hijo de sus entrañas, y se comporta en ella no como un funcionario, sino de una manera personal: hace participar a los hermanos en su vida, como hizo Cristo. Además, no quiere ser gravoso para la comunidad, su servicio no debe ser una carga material para ella, y por eso trabaja. Y su mayor alegría consiste en que la gente le reconozca realmente como un servidor: en que comprendan su predicación como una pura transmisión de la Palabra de Dios, «cual es en verdad», y no como la palabra de un hombre, aunque sea un santo. Él no quiere conseguir una mayor influencia en la comunidad, sino que únicamente busca que la Palabra de Dios «permanezca operante en ustedes los creyentes». También él será objeto de calumnias: será acusado de ambición, de presunción etc. Pero sabe que tales cosas forman parte de su servicio sacerdotal. «Nos difaman y respondemos con buenos modos; se diría que somos basura del mundo, desecho de la humanidad» (1 Co 4,13).

martes, 17 de octubre de 2023

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA C’EST LA CONFIANCE

DEL SANTO PADRE FRANCISCO SOBRE LA CONFIANZA EN EL AMOR MISERICORDIOSO DE DIOS CON MOTIVO DEL 150.º ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS Y DE LA SANTA FAZ 1. « C’est la confiance et rien que la confiance qui doit nous conduire à l'Amour»: «La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor». [1] 2. Estas palabras tan contundentes de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz lo dicen todo, resumen la genialidad de su espiritualidad y bastarían para justificar que se la haya declarado doctora de la Iglesia. Sólo la confianza, “nada más”, no hay otro camino por donde podamos ser conducidos al Amor que todo lo da. Con la confianza, el manantial de la gracia desborda en nuestras vidas, el Evangelio se hace carne en nosotros y nos convierte en canales de misericordia para los hermanos. 3. Es la confianza la que nos sostiene cada día y la que nos mantendrá de pie ante la mirada del Señor cuando nos llame junto a Él: «En la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo». [2] 4. Teresita es una de las santas más conocidas y queridas en todo el mundo. Como sucede con san Francisco de Asís, es amada incluso por no cristianos y no creyentes. También ha sido reconocida por la UNESCO entre las figuras más significativas para la humanidad contemporánea. [3] Nos hará bien profundizar su mensaje al conmemorar el 150.º aniversario de su nacimiento, que tuvo lugar en Alençon el 2 de enero de 1873, y el centenario de su beatificación. [4] Pero no he querido hacer pública esta Exhortación en alguna de esas fechas, o el día de su memoria, para que este mensaje vaya más allá de esa celebración y sea asumido como parte del tesoro espiritual de la Iglesia. La fecha de esta publicación, memoria de santa Teresa de Ávila, quiere presentar a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz como fruto maduro de la reforma del Carmelo y de la espiritualidad de la gran santa española. 5. Su vida terrena fue breve, apenas veinticuatro años, y sencilla como una más, transcurrida primero en su familia y luego en el Carmelo de Lisieux. La extraordinaria carga de luz y de amor que irradiaba su persona se manifestó inmediatamente después de su muerte con la publicación de sus escritos y con las innumerables gracias obtenidas por los fieles que la invocaban. 6. La Iglesia reconoció rápidamente el valor extraordinario de su figura y la originalidad de su espiritualidad evangélica. Teresita conoció al Papa León XIII con motivo de la peregrinación a Roma en 1887 y le pidió permiso para entrar en el Carmelo a la edad de quince años. Poco después de su muerte, san Pío X percibió su enorme estatura espiritual, tanto que afirmó que se convertiría en la santa más grande de los tiempos modernos. Declarada venerable en 1921 por Benedicto XV, que elogió sus virtudes centrándolas en el “caminito” de la infancia espiritual, [5] fue beatificada hace cien años y luego canonizada el 17 de mayo de 1925 por Pío XI, quien agradeció al Señor por permitirle que Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz fuera “la primera beata que elevó a los honores de los altares y la primera santa canonizada por él”. [6] El mismo Papa la declaró patrona de las Misiones en 1927. [7]Fue proclamada una de las patronas de Francia en 1944 por el venerable Pío XII, [8] que en varias ocasiones profundizó el tema de la infancia espiritual. [9] A san Pablo VI le gustaba recordar su bautismo, recibido el 30 de septiembre de 1897, día de la muerte de santa Teresita, y en el centenario de su nacimiento dirigió al obispo de Bayeux y Lisieux un escrito sobre su doctrina. [10] Durante su primer viaje apostólico a Francia, en junio de 1980, san Juan Pablo II fue a la basílica dedicada a ella y en 1997 la declaró doctora de la Iglesia, [11] considerándola además «como experta en la scientia amoris». [12] Benedicto XVI retomó el tema de su “ ciencia del amor”, proponiéndola como «guía para todos, sobre todo para quienes, en el pueblo de Dios, desempeñan el ministerio de teólogos». [13] Finalmente, tuve la alegría de canonizar a sus padres Luis y Celia en el año 2015, durante el Sínodo sobre la familia, y recientemente le dediqué una catequesis en el ciclo sobre el celo apostólico. [14] 1. Jesús para los demás 7. En el nombre que ella eligió como religiosa se destaca Jesús: el “Niño” que manifiesta el misterio de la Encarnación y la “Santa Faz”, es decir, el rostro de Cristo que se entrega hasta el fin en la Cruz. Ella es “santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz”. 8. El Nombre de Jesús es continuamente “respirado” por Teresa como acto de amor, hasta el último aliento. También había grabado estas palabras en su celda: “Jesús es mi único amor”. Fue su interpretación de la afirmación culminante del Nuevo Testamento: «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). Alma misionera 9. Como sucede en todo encuentro auténtico con Cristo, esta experiencia de fe la convocaba a la misión. Teresita pudo definir su misión con estas palabras: «En el cielo desearé lo mismo que deseo ahora en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar». [15] Escribió que había entrado al Carmelo «para salvar almas». [16] Es decir, no entendía su consagración a Dios sin la búsqueda del bien de los hermanos. Ella compartía el amor misericordioso del Padre por el hijo pecador y el del Buen Pastor por las ovejas perdidas, lejanas, heridas. Por eso es patrona de las misiones, maestra de evangelización. 10. Las últimas páginas de Historia de un alma [17] son un testamento misionero, expresan su modo de entender la evangelización por atracción, [18] no por presión o proselitismo. Vale la pena leer cómo lo sintetiza ella misma: «“ Atráeme, y correremos tras el olor de tus perfumes”. ¡Oh, Jesús!, ni siquiera es, pues, necesario decir: Al atraerme a mí, atrae también a las almas que amo. Esta simple palabra, “Atráeme”, basta. Lo entiendo, Señor. Cuando un alma se ha dejado fascinar por el perfume embriagador de tus perfumes, ya no puede correr sola, todas las almas que ama se ven arrastradas tras de ella. Y eso se hace sin tensiones, sin esfuerzos, como una consecuencia natural de su propia atracción hacia ti. Como un torrente que se lanza impetuosamente hacia el océano arrastrando tras de sí todo lo que encuentra a su paso, así, Jesús mío, el alma que se hunde en el océano sin riberas de tu amor atrae tras de sí todos los tesoros que posee... Señor, tú sabes que yo no tengo más tesoros que las almas que tú has querido unir a la mía». [19] 11. Aquí ella cita las palabras que la novia dirige al novio en el Cantar de los Cantares (1,3-4), según la interpretación profundizada por los dos doctores del Carmelo, santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. El Esposo es Jesús, el Hijo de Dios que se unió a nuestra humanidad en la Encarnación y la redimió en la Cruz. Allí, desde su costado abierto, dio a luz a la Iglesia, su amada Esposa, por la que entregó su vida (cf. Ef 5,25). Lo que llama la atención es cómo Teresita, consciente de que está cerca de la muerte, no vive este misterio encerrada en sí misma, sólo en un sentido consolador, sino con un ferviente espíritu apostólico. La gracia que nos libera de la autorreferencialidad 12. Algo semejante ocurre cuando se refiere a la acción del Espíritu Santo, que adquiere de inmediato un sentido misionero: «Esa es mi oración. Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan íntimamente a Él que sea Él quien viva y quien actúe en mí. Siento que cuanto más abrase mi corazón el fuego del amor, con mayor fuerza diré: “Atráeme”; y que cuanto más se acerquen las almas a mí (pobre trocito de hierro, si me alejase de la hoguera divina), más ligeras correrán tras los perfumes de su Amado. Porque un alma abrasada de amor no puede estarse inactiva». [20] 13. En el corazón de Teresita, la gracia del bautismo se convierte en un torrente impetuoso que desemboca en el océano del amor de Cristo, arrastrando consigo una multitud de hermanas y hermanos, lo que ocurrió especialmente después de su muerte. Fue su prometida «lluvia de rosas». [21] 2. El caminito de la confianza y del amor 14. Uno de los descubrimientos más importantes de Teresita, para el bien de todo el Pueblo de Dios, es su “caminito”, el camino de la confianza y del amor, también conocido como el camino de la infancia espiritual. Todos pueden seguirlo, en cualquier estado de vida, en cada momento de la existencia. Es el camino que el Padre celestial revela a los pequeños (cf. Mt 11,25). 15. Teresita relató el descubrimiento del caminito en la Historia de un alma: [22] «A pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Agrandarme es imposible; tendré que soportarme tal cual soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero buscar la forma de ir al cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo». [23] 16. Para describirlo, usa la imagen del ascensor: «¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más». [24] Pequeña, incapaz de confiar en sí misma, aunque firmemente segura en la potencia amorosa de los brazos del Señor. 17. Es el “dulce camino del amor”, [25] abierto por Jesús a los pequeños y a los pobres, a todos. Es el camino de la verdadera alegría. Frente a una idea pelagiana de santidad, [26] individualista y elitista, más ascética que mística, que pone el énfasis principal en el esfuerzo humano, Teresita subraya siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia. Así llega a decir: «Sigo teniendo la misma confianza audaz de llegar a ser una gran santa, pues no me apoyo en mis méritos —que no tengo ninguno—, sino en Aquel que es la Virtud y la Santidad mismas. Sólo Él, conformándose con mis débiles esfuerzos, me elevará hasta Él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará santa». [27] Más allá de todo mérito 18. Este modo de pensar no contrasta con la tradicional enseñanza católica sobre el crecimiento de la gracia; es decir que, justificados gratuitamente por la gracia santificante, somos transformados y capacitados para cooperar con nuestras buenas acciones en un camino de crecimiento en la santidad. De este modo somos elevados de tal manera que podemos tener reales méritos para el desarrollo de la gracia recibida. 19. Teresita, sin embargo, prefiere destacar el primado de la acción divina e invitar a la confianza plena mirando el amor de Cristo que se nos ha dado hasta el fin. En el fondo, su enseñanza es que, dado que no podemos tener certeza alguna mirándonos a nosotros mismos, [28] tampoco podemos tener certeza de poseer méritos propios. Entonces no es posible confiar en estos esfuerzos o cumplimientos. El Catecismo ha querido citar las palabras de santa Teresita cuando dice al Señor: «Compareceré delante de ti con las manos vacías», [29] para expresar que «los santos han tenido siempre una conciencia viva de que sus méritos eran pura gracia». [30] Esta convicción despierta una gozosa y tierna gratitud. 20. Por consiguiente, la actitud más adecuada es depositar la confianza del corazón fuera de nosotros mismos: en la infinita misericordia de un Dios que ama sin límites y que lo ha dado todo en la Cruz de Jesucristo. [31] Por esta razón Teresita nunca usa la expresión, frecuente en su tiempo, “me haré santa”. 21. Sin embargo, su confianza sin límites alienta a quienes se sienten frágiles, limitados, pecadores, a dejarse llevar y transformar para llegar alto: «Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de tu Teresita, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud». [32] 22. Esta misma insistencia de Teresita en la iniciativa divina hace que, cuando habla de la Eucaristía, no ponga en primer lugar su deseo de recibir a Jesús en la sagrada comunión, sino el deseo de Jesús que quiere unirse a nosotros y habitar en nuestros corazones. [33] En la Ofrenda al amor misericordioso, sufriendo por no poder recibir la comunión todos los días, dice a Jesús: «Quédate en mí como en el sagrario». [34] El centro y el objeto de su mirada no es ella misma con sus necesidades, sino Cristo que ama, que busca, que desea, que habita en el alma. El abandono cotidiano 23. La confianza que Teresita promueve no debe entenderse sólo en referencia a la propia santificación y salvación. Tiene un sentido integral, que abraza la totalidad de la existencia concreta y se aplica a nuestra vida entera, donde muchas veces nos abruman los temores, el deseo de seguridades humanas, la necesidad de tener todo bajo nuestro control. Aquí es donde aparece la invitación al santo “abandono”. 24. La confianza plena, que se vuelve abandono en el Amor, nos libera de los cálculos obsesivos, de la constante preocupación por el futuro, de los temores que quitan la paz. En sus últimos días Teresita insistía en esto: «Los que corremos por el camino del amor creo que no debemos pensar en lo que pueda ocurrirnos de doloroso en el futuro, porque eso es faltar a la confianza». [35] Si estamos en las manos de un Padre que nos ama sin límites, eso será verdad pase lo que pase, saldremos adelante más allá de lo que ocurra y, de un modo u otro, se cumplirá en nuestras vidas su proyecto de amor y plenitud. Un fuego en medio de la noche 25. Teresita vivía la fe más fuerte y segura en la oscuridad de la noche e incluso en la oscuridad del Calvario. Su testimonio alcanzó el punto culminante en el último período de su vida, en la gran «prueba contra la fe», [36] que comenzó en la Pascua de 1896. En su relato, [37] ella pone esta prueba en relación directa con la dolorosa realidad del ateísmo de su tiempo. Vivió de hecho a finales del siglo XIX, que fue la “edad de oro” del ateísmo moderno, como sistema filosófico e ideológico. Cuando escribió que Jesús había permitido que su alma «se viese invadida por las más densas tinieblas», [38] estaba indicando la oscuridad del ateísmo y el rechazo de la fe cristiana. En unión con Jesús, que recibió en sí toda la oscuridad del pecado del mundo cuando aceptó beber el cáliz de la Pasión, Teresita percibe en esa noche tenebrosa la desesperación, el vacío de la nada. [39] 26. Pero la oscuridad no puede extinguir la luz: ella ha sido conquistada por Aquel que ha venido al mundo como luz (cf. Jn 12,46). [40] El relato de Teresita manifiesta el carácter heroico de su fe, su victoria en el combate espiritual, frente a las tentaciones más fuertes. Se siente hermana de los ateos y sentada, como Jesús, a la mesa con los pecadores (cf. Mt 9,10-13). Intercede por ellos, mientras renueva continuamente su acto de fe, siempre en comunión amorosa con el Señor: «Corro hacia mi Jesús y le digo que estoy dispuesta a derramar hasta la última gota de mi sangre por confesar que existe un cielo; le digo que me alegro de no gozar de ese hermoso cielo aquí en la tierra para que Él lo abra a los pobres incrédulos por toda la eternidad». [41] 27. Junto con la fe, Teresa vive intensamente una confianza ilimitada en la infinita misericordia de Dios: «la confianza puede conducirnos al Amor». [42] Vive, aun en la oscuridad, la confianza total del niño que se abandona sin miedo en los brazos de su padre y de su madre. Para Teresita, de hecho, Dios brilla ante todo a través de su misericordia, clave de comprensión de cualquier otra cosa que se diga de Él: «A mí me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas…! Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás ésta más aún que todas las demás) me parece revestida de amor». [43] Este es uno de los descubrimientos más importantes de Teresita, una de las mayores contribuciones que ha ofrecido a todo el Pueblo de Dios. De modo extraordinario penetró en las profundidades de la misericordia divina y de allí sacó la luz de su esperanza ilimitada. Una firmísima esperanza 28. Antes de su entrada en el Carmelo, Teresita había experimentado una singular cercanía espiritual con una de las personas más desventuradas, el criminal Henri Pranzini, condenado a muerte por triple asesinato y no arrepentido. [44] Al ofrecer la Misa por él y rezar con total confianza por su salvación, sin dudar lo pone en contacto con la Sangre de Jesús y dice a Dios que está segurísima de que en el último momento Él lo perdonaría y que ella lo creería «aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento». Da la razón de su certeza: «Tanta confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús». [45] Cuánta emoción, luego, al descubrir que Pranzini, subido al cadalso, «de repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas…!». [46] Esta experiencia tan intensa de esperar contra toda esperanza fue fundamental para ella: «A partir de esta gracia sin igual, mi deseo de salvar almas fue creciendo de día en día». [47] 29. Teresita es consciente del drama del pecado, aunque siempre la vemos inmersa en el misterio de Cristo, con la certeza de que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» ( Rm 5,20). El pecado del mundo es inmenso, pero no es infinito. En cambio, el amor misericordioso del Redentor, este sí es infinito. Teresita es testigo de la victoria definitiva de Jesús sobre todas las fuerzas del mal a través de su pasión, muerte y resurrección. Movida por la confianza, se atreve a plantear: «Jesús, haz que yo salve muchas almas, que hoy no se condene ni una sola [...]. Jesús, perdóname si digo cosas que no debiera decir, sólo quiero alegrarte y consolarte». [48] Esto nos permite pasar a otro aspecto de ese aire fresco que es el mensaje de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. 3. Seré el amor 30. “Más grande” que la fe y la esperanza, la caridad nunca pasará (cf. 1 Co 13,8-13). Es el mayor regalo del Espíritu Santo y es «madre y raíz de todas las virtudes». [49] La caridad como trato personal de amor 31. La Historia de un alma es un testimonio de caridad, donde Teresita nos ofrece un comentario sobre el mandamiento nuevo de Jesús: «Ámense los unos a los otros, como yo los he amado» ( Jn 15,12). [50] Jesús tiene sed de esta respuesta a su amor. De hecho, «no vacila en mendigar un poco de agua a la Samaritana. Tenía sed… Pero al decir: “Dame de beber”, lo que estaba pidiendo el Creador del universo era el amor de su pobre criatura. Tenía sed de amor». [51] Teresita quiere corresponder al amor de Jesús , devolverle amor por amor. [52] 32. El simbolismo del amor esponsal expresa la reciprocidad del don de sí entre el novio y la novia. Así, inspirada por el Cantar de los Cantares (2,16), escribe: «Yo pienso que el corazón de mi Esposo es sólo para mí, como el mío es sólo para él, y por eso le hablo en la soledad de este delicioso corazón a corazón, a la espera de llegar a contemplarlo un día cara a cara». [53] Aunque el Señor nos ama juntos como Pueblo, al mismo tiempo la caridad obra de un modo personalísimo, “de corazón a corazón”. 33. Teresita tiene la viva certeza de que Jesús la amó y conoció personalmente en su Pasión: «Me amó y se entregó por mí» ( Ga 2,20). Contemplando a Jesús en su agonía, ella le dice: «Me has visto». [54] Del mismo modo le dice al Niño Jesús en los brazos de su Madre: «Con tu pequeña mano, que halagaba a María, sustentabas el mundo y la vida le dabas. Y pensabas en mí». [55] Así, también al comienzo de la Historia de un alma, ella contempla el amor de Jesús por todos y cada uno como si fuera único en el mundo. [56] 34. El acto de amor “Jesús, te amo”, continuamente vivido por Teresita como la respiración, es su clave de lectura del Evangelio. Con ese amor se sumerge en todos los misterios de la vida de Cristo, de los cuales se hace contemporánea, habitando el Evangelio con María y José, María Magdalena y los Apóstoles. Junto a ellos penetra en las profundidades del amor del Corazón de Jesús. Veamos un ejemplo: «Cuando veo a Magdalena adelantarse, en presencia de los numerosos invitados, y regar con sus lágrimas los pies de su Maestro adorado, a quien toca por primera vez, siento que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de misericordia del corazón de Jesús y que, por más pecadora que sea, ese corazón de amor está dispuesto, no sólo a perdonarla, sino incluso a prodigarle los favores de su intimidad divina y a elevarla hasta las cumbres más altas de la contemplación». [57] El amor más grande en la mayor sencillez 35. Al final de la Historia de un alma, Teresita nos regaló su Ofrenda como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios. [58] Cuando ella se entregó en plenitud a la acción del Espíritu recibió, sin estridencias ni signos vistosos, la sobreabundancia del agua viva: «los ríos, o, mejor los océanos de gracias que han venido a inundar mi alma». [59] Es la vida mística que, aun privada de fenómenos extraordinarios, se propone a todos los fieles como experiencia diaria de amor. 36. Teresita vive la caridad en la pequeñez, en las cosas más simples de la existencia cotidiana, y lo hace en compañía de la Virgen María, aprendiendo de ella que « amar es darlo todo, darse incluso a sí mismo». [60] De hecho, mientras que los predicadores de su tiempo hablaban a menudo de la grandeza de María de manera triunfalista, como alejada de nosotros, Teresita muestra, a partir del Evangelio, que María es la más grande del Reino de los Cielos porque es la más pequeña (cf . Mt 18,4), la más cercana a Jesús en su humillación. Ella ve que, si los relatos apócrifos están llenos de episodios llamativos y maravillosos, los Evangelios nos muestran una vida humilde y pobre, que transcurre en la simplicidad de la fe. Jesús mismo quiere que María sea el ejemplo del alma que lo busca con una fe despojada. [61] María fue la primera en vivir el “caminito” en pura fe y humildad; así que Teresita no duda en escribir: «Yo sé que en Nazaret, Madre llena de gracia, viviste pobremente sin ambición de más. ¡ Ni éxtasis, ni raptos, ni sonoros milagros tu vida embellecieron, Reina del Santoral…! Muchos son en la tierra los pequeños y humildes: sus ojos hacia ti pueden sin miedo alzar. Madre, te place andar por la vía común, para guiar las almas al feliz Más Allá». [62] 37. Teresita también nos ha ofrecido relatos que dan cuenta de algunos momentos de gracia vividos en medio de la sencillez diaria, como su repentina inspiración cuando acompañaba a una hermana enferma con carácter difícil. Pero siempre se trata de experiencias de una caridad más intensa vivida en las situaciones más ordinarias: «Una tarde de invierno estaba yo, como de costumbre, cumpliendo con mi tarea. Hacía frío y era de noche… De pronto, oí a lo lejos el sonido armonioso de un instrumento musical. Entonces me imaginé un salón muy iluminado, todo resplandeciente de ricos dorados; unas jóvenes elegantemente vestidas se hacían unas a otras toda suerte de cumplidos y de cortesías mundanas. Luego mi mirada se posó sobre la pobre enferma a la que estaba sosteniendo: en vez de una melodía, escuchaba de tanto en tanto sus gemidos lastimeros; en vez de ricos dorados, veía los ladrillos de nuestro austero claustro apenas alumbrado por una lucecita. No puedo expresar lo que pasó en mi alma. Lo que sí sé es que el Señor la iluminó con los rayos de la verdad, que excedían de tal forma el brillo tenebroso de las fiestas de la tierra, que no podía creer en mi felicidad... No, no cambiaría los diez minutos que me llevó realizar mi humilde servicio de caridad por gozar mil años de fiestas mundanas». [63] En el corazón de la Iglesia 38. Teresita heredó de santa Teresa de Ávila un gran amor a la Iglesia y pudo llegar a lo hondo de este misterio. Lo vemos en su descubrimiento del “corazón de la Iglesia”. En una larga oración a Jesús, [64] escrita el 8 de septiembre de 1896, sexto aniversario de su profesión religiosa, la santa confió al Señor que se sentía animada por un inmenso deseo, por una pasión por el Evangelio que ninguna vocación por sí sola podía satisfacer. Y así, en busca de su “lugar” en la Iglesia, había releído los capítulos 12 y 13 de la Primera Carta de san Pablo a los corintios. 39. En el capítulo 12, el Apóstol utiliza la metáfora del cuerpo y sus miembros para explicar que la Iglesia incluye una gran variedad de carismas ordenados según un orden jerárquico. Pero esta descripción no es suficiente para Teresita. Ella continuó su investigación, leyó el “himno a la caridad” del capítulo 13, allí encontró la gran respuesta y escribió esta página memorable: «Al mirar el cuerpo místico de la Iglesia, yo no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por san Pablo; o, mejor dicho, quería reconocerme en todos ellos... La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre… Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares... En una palabra, ¡que el amor es eterno...! Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío..., al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor...! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado… En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor... Así lo seré todo... ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad…!!!». [65] 40. No es el corazón de una Iglesia triunfalista, es el corazón de una Iglesia amante, humilde y misericordiosa. Teresita nunca se pone por encima de los demás, sino en el último lugar con el Hijo de Dios, que por nosotros se convirtió en siervo y se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte en una cruz (cf. Flp 2,7-8). 41. Tal descubrimiento del corazón de la Iglesia es también una gran luz para nosotros hoy, para no escandalizarnos por los límites y debilidades de la institución eclesiástica, marcada por oscuridades y pecados, y entrar en su corazón ardiente de amor, que se encendió en Pentecostés gracias al don del Espíritu Santo. Es ese corazón cuyo fuego se aviva más aún con cada uno de nuestros actos de caridad. “Yo seré el amor”, esta es la opción radical de Teresita, su síntesis definitiva, su identidad espiritual más personal. Lluvia de rosas 42. Después de muchos siglos en que tantos santos expresaron con mucho fervor y belleza sus deseos de “ir al cielo”, santa Teresita reconoció, con gran sinceridad: «Yo sufría por aquel entonces grandes pruebas interiores de todo tipo (hasta llegar a preguntarme a veces si existía un cielo)». [66] En otro momento dijo: «Cuando canto la felicidad del cielo y la eterna posesión de Dios, no experimento la menor alegría, pues canto simplemente lo que quiero creer». [67] ¿Qué ha sucedido? Que ella estaba escuchando la llamada de Dios a poner fuego en el corazón de la Iglesia más que a soñar con su propia felicidad. 43. La transformación que se produjo en ella le permitió pasar de un fervoroso deseo del cielo a un constante y ardiente deseo del bien de todos, culminando en el sueño de continuar en el cielo su misión de amar a Jesús y hacerlo amar. En este sentido, en una de sus últimas cartas escribió: «Tengo la confianza de que no voy a estar inactiva en el cielo. Mi deseo es seguir trabajando por la Iglesia y por las almas». [68] Y en esos mismos días dijo, de modo más directo: «Pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, yo quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra». [69] 44. Así Teresita expresaba su respuesta más convencida al don único que el Señor le estaba regalando, a esa luz sorprendente que Dios estaba derramando en ella. De este modo llegaba a la última síntesis personal del Evangelio, que partía de la confianza plena hasta culminar en el don total por los demás. Ella no dudaba de la fecundidad de esa entrega: «Pienso en todo el bien que podré hacer después de la muerte». [70] «Dios no me daría este deseo de hacer el bien en la tierra después de mi muerte, si no quisiera hacerlo realidad». [71] «Será como una lluvia de rosas». [72] 45. Se cierra el círculo. « C’est la confiance». Es la confianza la que nos lleva al Amor y así nos libera del temor, es la confianza la que nos ayuda a quitar la mirada de nosotros mismos, es la confianza la que nos permite poner en las manos de Dios lo que sólo Él puede hacer. Esto nos deja un inmenso caudal de amor y de energías disponibles para buscar el bien de los hermanos. Y así, en medio del sufrimiento de sus últimos días, Teresita podía decir: « Sólo cuento ya con el amor». [73] Al final sólo cuenta el amor. La confianza hace brotar las rosas y las derrama como un desbordamiento de la sobreabundancia del amor divino. Pidámosla como don gratuito, como regalo precioso de la gracia, para que se abran en nuestra vida los caminos del Evangelio. 4. En el corazón del Evangelio 46. En Evangelii gaudium insistí en la invitación a regresar a la frescura del manantial, para poner el acento en aquello que es esencial e indispensable. Creo que es oportuno retomar y proponer nuevamente aquella invitación. La doctora de la síntesis 47. Esta Exhortación sobre santa Teresita me permite recordar que, en una Iglesia misionera «el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante». [74] El núcleo luminoso es « la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado». [75] 48. No todo es igualmente central, porque hay un orden o jerarquía entre las verdades de la Iglesia, y «esto vale tanto para los dogmas de fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la enseñanza moral». [76] El centro de la moral cristiana es la caridad, que es la respuesta al amor incondicional de la Trinidad, por lo cual «las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu». [77] Al final, sólo cuenta el amor. 49. Precisamente, el aporte específico que nos regala Teresita como santa y como doctora de la Iglesia no es analítico, como podría ser, por ejemplo, el de santo Tomás de Aquino. Su aporte es más bien sintético, porque su genialidad consiste en llevarnos al centro, a lo que es esencial, a lo que es indispensable. Ella, con sus palabras y con su propio proceso personal, muestra que, si bien todas las enseñanzas y normas de la Iglesia tienen su importancia, su valor, su luz, algunas son más urgentes y más estructurantes para la vida cristiana. Allí es donde Teresita puso la mirada y el corazón. 50. Como teólogos, moralistas, pensadores de la espiritualidad, como pastores y como creyentes, cada uno en su propio ámbito, todavía necesitamos recoger esta intuición genial de Teresita y sacar las consecuencias teóricas y prácticas, doctrinales y pastorales, personales y comunitarias. Se precisan audacia y libertad interior para poder hacerlo. 51. Algunas veces, de esta santa se citan sólo expresiones que son secundarias, o se mencionan cuestiones que ella puede tener en común con cualquier otro santo: la oración, el sacrificio, la piedad eucarística, y tantos otros hermosos testimonios, pero de ese modo podríamos privarnos de lo más específico del regalo que ella hizo a la Iglesia, olvidando que «cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio». [78] Por lo tanto, «para reconocer cuál es esa palabra que el Señor quiere decir a través de un santo, no conviene entretenerse en los detalles […]. Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona». [79] Esto vale más aún para santa Teresita, por tratarse de una “doctora de la síntesis”. 52. Del cielo a la tierra, la actualidad de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz perdura en toda su “pequeña grandeza”. En un tiempo que nos invita a encerrarnos en los propios intereses, Teresita nos muestra la belleza de hacer de la vida un regalo. En un momento en que prevalecen las necesidades más superficiales, ella es testimonio de la radicalidad evangélica. En un tiempo de individualismo, ella nos hace descubrir el valor del amor que se vuelve intercesión. En un momento en el que el ser humano se obsesiona por la grandeza y por nuevas formas de poder, ella señala el camino de la pequeñez. En un tiempo en el que se descarta a muchos seres humanos, ella nos enseña la belleza de cuidar, de hacerse cargo del otro. En un momento de complicaciones, ella puede ayudarnos a redescubrir la sencillez, la primacía absoluta del amor, la confianza y el abandono, superando una lógica legalista o eticista que llena la vida cristiana de observancias o preceptos y congela la alegría del Evangelio. En un tiempo de repliegues y de cerrazones, Teresita nos invita a la salida misionera, cautivados por la atracción de Jesucristo y del Evangelio. 53. Un siglo y medio después de su nacimiento, Teresita está más viva que nunca en medio de la Iglesia peregrina, en el corazón del Pueblo de Dios. Está peregrinando con nosotros, haciendo el bien en la tierra, como tanto deseó. El signo más hermoso de su vitalidad espiritual son las innumerables “rosas” que va esparciendo, es decir, las gracias que Dios nos da por su intercesión colmada de amor, para sostenernos en el camino de la vida. Querida santa Teresita, la Iglesia necesita hacer resplandecer el color, el perfume, la alegría del Evangelio. ¡Mándanos tus rosas! Ayúdanos a confiar siempre, como tú lo hiciste, en el gran amor que Dios nos tiene, para que podamos imitar cada día tu caminito de santidad. Amén. Dado en Roma, en San Juan de Letrán, el 15 de octubre, memoria de santa Teresa de Ávila, del año 2023, décimo primero de mi Pontificado. FRANCISCO [1] Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, Obras completas, Cta 197, A sor María del Sagrado Corazón (17 septiembre 1896), ed. Monte Carmelo, Burgos 2006, p. 555. Para la versión española de los escritos de la santa se utiliza siempre dicha edición, con las siguientes siglas: Ms A: Manuscrito «A»; Ms B: Manuscrito «B»; Ms C: Manuscrito «C»; Cta: Cartas; PN: Poesías; Or: Oraciones; CA: Cuaderno amarillo de la madre Inés de Jesús; UC: Últimas conversaciones. [2] Or 6, Ofrenda de mí misma como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios (9 junio 1895), p. 758. [3] La UNESCO ha inscrito a santa Teresa del Niño Jesús entre las personalidades a homenajear durante el bienio 2022-2023, con motivo del 150.º aniversario de su nacimiento. [4] 29 de abril de 1923. [5] Cf. Decreto de Virtudes (14 agosto 1921): AAS 13 (1921), 449-452. [6] Cf. Homilía para la canonización (17 mayo 1925): AAS 17 (1925), 211. Texto italiano en D. Bertetto, Discorsi di Pio XI, vol. I, Torino 1959, 383-384. [7] Cf. AAS 20 (1928), 147-148. [8] Cf. AAS 36 (1944), 329-330. [9] Cf. Carta a Mons. François-Marie Picaud, obispo de Bayeux y Lisieux (7 agosto 1947). Texto francés en Analecta OCD 19 (1947), pp. 168-171. Texto español en Revista de Espiritualidad 24 (1947), pp. 241-245. Radiomensaje para la consagración de la Basílica de Lisieux (11 julio 1954): AAS 46 (1954), 404-407. [10] Cf. Carta a Mons. Jean-Marie-Clément Badré, obispo de Bayeux y Lisieux, con ocasión del centenario del nacimiento de santa Teresa del Niño Jesús (2 enero 1973): AAS 65 (1973), 12-15. [11] Cf. AAS 90 (1998), 409-413, 930-944. [12] Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 42: AAS 93 (2001), 296. [13] Catequesis (6 abril 2011): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (10 abril 2011), p. 12. [14] Catequesis (7 junio 2023): L’Osservatore Romano (7 junio 2023), pp. 2-3. [15] Cta 220, Al abate Bellière (24 febrero 1897), p. 575. [16] Ms A, 69vº, p. 217. [17] Cf. Ms C, 33vº-37rº, pp. 321-326. [18] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 14; 264: AAS 105 (2013), 1025-1026. [19] Ms C, 34rº, p. 322. [20] Ibíd., 36rº, p. 325. [21] CA (9 junio 1897, 3), p. 809; UC (9 junio 1897), p. 979. [22] Cf. Ms C, 2vº-3rº, pp. 273-275. [23] Ibíd., 2vº, p. 274. [24] Ibíd., 3rº, p. 274. [25] Cf. Ms A, 84vº, p. 247. [26] Cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 47-62: AAS 110 (2018), 1124-1129. [27] Ms A, 32rº, p. 139. [28] Lo explicó el Concilio de Trento: «Cualquiera, al mirarse a sí mismo y a su propia flaqueza e indisposición, puede temblar y temer por su gracia» ( Decreto sobre la justificación, IX: DS 1534). Lo retoma el Catecismo de la Iglesia Católica cuando enseña que es imposible tener certeza mirándose a sí mismo o a las propias acciones (cf. n. 2005). La certeza de la confianza no se encuentra en uno mismo, el propio yo no otorga fundamentos para esa seguridad, que no se basa en una introspección. De algún modo lo expresaba san Pablo: «Ni siquiera yo mismo me juzgo. Es verdad que mi conciencia nada me reprocha, pero no por eso estoy justificado: mi juez es el Señor» ( 1 Co 4,3-4). Santo Tomás de Aquino lo explicaba de la siguiente manera: puesto que la gracia «no sana perfectamente al hombre» ( Summa Theologiae, I-II, q. 109, art. 9, ad 1), «queda además cierta oscuridad de ignorancia en el entendimiento» ( ibíd., co). [29] Or 6, p. 758. [30] Catecismo de la Iglesia Católica, 2011. [31] Lo afirma también con claridad el Concilio de Trento: «Ningún hombre piadoso puede dudar de la misericordia de Dios» ( Decreto sobre la justificación, IX: DS 1534). «Todos deben colocar y poner en el auxilio de Dios la más firme esperanza» ( ibíd., XIII: DS 1541). [32] Ms B, 1vº, pp. 254-255. [33] Cf. Ms A, 48vº, pp. 171-173; Cta 92, A María Guérin (30 mayo 1889), pp. 416-418. [34] Or 6, p. 758. [35] CA (23 julio 1897, 3), p. 850. [36] Ms C, 31rº, p. 317. [37] Cf. ibíd., 5rº-7vº, pp. 277-281. [38] Ibíd., 5vº, p. 278. [39] Cf. ibíd., 6vº, pp. 279-280. [40] Cf. Carta enc. Lumen fidei (29 junio 2013), 17: AAS 105 (2013), 564-565. [41] Ms C, 7rº, p. 280. [42] Cta 197, A sor María del Sagrado Corazón (17 septiembre 1896), pp. 554-555. [43] Ms A, 83vº, p. 245. [44] Cf. ibíd., 45vº-46vº, pp. 165-168. [45] Ibíd., 46rº, p. 167. [46] Ibíd. [47] Ibíd., 46vº, p. 167. [48] Or 2 (8 septiembre 1890), pp. 753-754. [49] Summa Theologiae, I-II, q. 62, art. 4. [50] Cf. Ms C, 11vº-31rº, pp. 286-317. [51] Ms B, 1vº, p. 255. [52] Cf. ibíd., 4rº, p. 262. [53] Cta 122, A Celina (14 octubre 1890), p. 449. [54] PN 24, 21, p. 686. [55] Ibíd., 6, p. 682. [56] Cf. Ms A, 3rº, p. 85. [57] Cta 247, Al abate Belliére (21 junio 1897), p. 601. [58] Cf. Or 6, pp. 757-759. [59] Ms A, 84rº, p. 246. [60] PN 54, 22, p. 741. [61] Cf. ibíd., 15, p. 740. [62] Ibíd., 17, p. 740. [63] Ms C, 29vº-30rº, p. 315. [64] Cf. Ms B, 2rº-5vº, pp. 256-268. [65] Ibíd., 3vº, p. 261. [66] Ms A, 80vº, p. 239. No era una falta de fe. Santo Tomás de Aquino enseñaba que en la fe obran la voluntad y la inteligencia. La adhesión de la voluntad puede ser muy sólida y arraigada, mientras la inteligencia puede estar oscurecida. Cf. De Veritate 14, 1. [67] Ms C, 7vº, p. 281. [68] Cta 254, Al P. Roulland (14 julio 1897), p. 606. [69] CA (17 julio 1897), p. 846. [70] Ibíd. (13 julio 1897, 17), p. 839. [71] Ibíd. (18 julio 1897, 1), p. 846. [72] Ibíd. (9 junio 1897, 3), p. 809; UC (9 junio 1897), p. 979. [73] Cta 242, A sor María de la Trinidad (6 junio 1897), p. 596. [74] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 35: AAS 105 (2013), 1034. [75] Ibíd., 36: AAS 105 (2013), 1035. [76] Ibíd. [77] Ibíd., 37: AAS 105 (2013), 1035. [78] Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 19: AAS 110 (2018), 1117. [79] Ibíd., 22: AAS 110 (2018), 1117.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...