miércoles, 14 de agosto de 2019

Solemnidad de la Asunción de la VIRGEN MARÍA (15 de agosto de 2019)

Solemnidad de la Asunción de la VIRGEN MARÍA (15 de agosto de 2019) Primera: Apocalipsis 11, 19a; 12, 1-6a. 10ab; Salmo: Sal 44, 10bc. 11-12. 15b-16; Segunda: 1Corintios 15, 20-26; Evangelio: Lucas 1, 39-56 Nexo entre las LECTURAS Toda la celebración de hoy tiene un color de victoria y de esperanza que nos va muy bien en medio de un mundo sin demasiadas perspectivas del bien, de la verdad, de lo definitiva. Más bien este mundo es confuso en muchos aspectos y especialmente por la dictadura del relativismo reinante y los cristianos hacemos un alto para celebrar la victoria de María, la Madre de Jesús y de la Iglesia, y nos dejamos contagiar de su alegría. El nexo de las lecturas y centro de la Solemnidad es entonces la alegría en la victoria cierta. Teniendo en cuenta que ésta es una de las fiestas más grandes de la Virgen, todo el estilo de la celebración, de las moniciones y de la homilía y las actividades de los cristianos el 15, deberían mostrar nuestra alegría por la obra que Dios ha hecho en la Virgen y por lo que esto supone de esperanza para nosotros. ¡Vivamos de manera muy festiva esta Liturgia y este día! Temas... 1. «Una señal grandiosa apareció en el cielo: una mujer con el sol por vestido, la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas» (Entrada). Así saluda la Liturgia a María asunta al cielo aplicándole las palabras del Apocalipsis (12, 1) que se leen hoy también en la primera lectura. En la visión profética de Juan esa mujer excepcional aparece esperando un hijo y en lucha con el «dragón», el perpetuo enemigo de Dios y de los hombres. Este cuadro de luz y de sombras, de gloria y de guerra lleva a pensar en la realización de la promesa mesiánica contenida en las palabras dirigidas por Dios a la serpiente engañadora: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te aplastará la cabeza» (Gn 3, 15). Todo esto se realizó por medio de María, la Madre del Salvador, contra el que se precipitó Satanás, pero del que éste fue definitivamente vencido. Cristo, hijo de María, es el Vencedor… sin embargo, para que la humanidad pueda gozar plenamente de la victoria conseguida por Él, es necesario que, como Él, sostenga la lucha. En este duro combate, el hombre es sostenido por la fe en Cristo y por el poder de su gracia; pero también lo es por la protección materna de María que desde la gloria del cielo no cesa de interceder por cuantos militan/participan en seguimiento de su Hijo divino. Ellos vencerán en virtud de la sangre del Cordero (Ap. 12, 11), la sangre que le fue dada por la Virgen Madre (Sor Lucí de Fátima). María dio el Salvador al mundo; por medio de ella, pues, «llega la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios, y el mando de su Mesías» (ib 10). Así sucedió porque tal ha sido la voluntad del que ha establecido que lo tuviésemos todo por medio de María» (S. Bernardo, De aquaed. 7). Mientras la visión apocalíptica muestra al hijo de la mujer arrebatado y llevado junto al trono de Dios -alusión a la ascensión de Cristo al cielo-, presenta a la mujer misma en fuga a «un lugar preparado por Dios» (Ap. 12, 5-6), figura de la asunción de María a la gloria del Eterno. María es la primera en participar plenamente en la suerte de su Hijo divino; unida a él como madre y «compañera singularmente generosa» que «cooperó de forma enteramente impar» a su obra de Salvador (LG 61), comparte su gloria, asunta al cielo en alma y cuerpo. 2.El concepto expresado por la primera lectura es completado por la segunda (1 Cr 15, 20-26). San Pablo hablando de Cristo, primicia de los resucitados, concluye que un día todos los creyentes tendrán parte en su glorificación. Pero en diferente grado: «Primero Cristo como primicia: después, todos los cristianos» (ib 23). Y entre «los cristianos» el primer puesto pertenece sin duda a la Virgen, que fue siempre suya porque jamás estuvo atada por el pecado. Es la única criatura en quien el esplendor de la imagen de Dios nunca fue ofuscado; es la «Inmaculada Concepción», la obra intacta de la Trinidad, en la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo han podido siempre complacerse, recibiendo de ella una respuesta total a su amor. La respuesta de María al amor de Dios resuena en el Evangelio de este día (Lc 1, 39-59), tanto en las palabras de Isabel que exaltan la gran fe que ha llevado a María a adherirse sin vacilación al querer divino, como en las de la misma Virgen que entona un himno de alabanza al Altísimo por las cosas grandes que ha hecho en ella. María no se mira a sí misma sino para reconocer su pequeñez, y de ésta se eleva a Dios para glorificar su dignación y misericordia, su intervención y su poder en favor de los pequeños, de los humildes y de los pobres, entre los cuales se coloca ella con suma sencillez. Su respuesta al amor inmenso de Dios que la ha elegido entre todas las mujeres para madre de su Hijo divino es invariablemente la dada al ángel: «Aquí está la esclava del Señor» (ib 38). Para María ser esclava significa estar totalmente abierta y disponible para Dios: Él puede hacer de ella lo que quiera. Y Dios, después de haberla asociado a la pasión de su Hijo, la ensalzará un día realizando en ella las palabras de su cántico: «derriba del solio a los poderosos y enaltece a los humildes» (ib 52); pues la humilde esclava, en efecto, «fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial..., con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores» (LG 59). En María asunta al cielo la cristiandad entera tiene una poderosa abogada y también un magnífico modelo. De ella aprenden todos a reconocer la propia pequeñez, a ofrecerse a Dios en total disponibilidad a sus quereres y a creer en el amor misericordioso y omnipotente con fe inquebrantable Sugerencias... La Asunción es un grito de fe en que es posible esta salvación. Es una respuesta a los pesimistas y a los perezosos. Es una respuesta de Dios al hombre materialista y secularizado que no ve más que los valores económicos o humanos: algo está presente en nuestro mundo, que trasciende de nuestras fuerzas y que lleva más allá. El destino del hombre es la glorificación en Cristo y con Cristo. El hombre, cuerpo y alma, está destinado a la vida. Esa es la dignidad y futuro del hombre. Por eso en la Misa de hoy pedimos repetidamente que también a nosotros, como a la Virgen María, nos conceda "el premio de la gloria" (oración de la vigilia), que "lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo" (oración del día). Estamos celebrando nuestro propio futuro (optimistas) realizado ya en María. Nuestro Magníficat: la Eucaristía. Los Domingos, y también otros días (preceptos) como hoy que la Iglesia considera muy importantes, la comunidad cristiana se reúne y entona a Dios su alabanza y su acción de gracias. Como la Virgen prorrumpió en el canto del Magníficat, así nosotros expresamos nuestra alegría, con fe y esperanza, por lo que Dios hace, en cantos, en aclamaciones y, sobre todo, en la Plegaria Eucarística. Es nuestra respuesta a la acción de Dios: nuestro "Magníficat" continuado. Y no sólo damos gracias, sino que en la Eucaristía participamos del misterio pascual, la Muerte y Resurrección de Cristo, del que la Virgen ha participado en cuerpo y alma, y así tenemos la garantía de la vida: "quien come mi Carne y bebe mi Sangre tendrá la vida eterna, y yo le resucitaré el último día" (Jn 6.). La Eucaristía nos invita a mirar y a caminar en la misma dirección en la que nos alegra hoy la fiesta de la Asunción. María, Hija de Sión, Madre de misericordia, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...