lunes, 20 de julio de 2020

HOMILIA Domingo decimoséptimo del TIEMPO ORDINARIO cA (26 de julio de 2020)

Domingo decimoséptimo del TIEMPO ORDINARIO cA (26 de julio de 2020) Primera: 1 Reyes 3, 5-6a. 7-12; Salmo:118, 57. 72. 76-77. 127-130; Segunda: Rom 8, 28-30; Evangelio: Mateo 13, 44-46 Nexo entre las LECTURAS… Sugerencias… La sabiduría que procede de Dios y se orienta a la salvación: tal es el mensaje de la Liturgia del día. La primera lectura (1 Re 3, 5.7-12) reproduce la hermosa oración de Salomón a Dios, que se le apareció en sueños y le había invitado a pedirle lo que deseara. Con gran tino el rey pidió «un corazón dócil» para gobernar a su pueblo, capaz por lo tanto de «discernir el mal del bien» (ib 9). En suma, pedía la sabiduría. Esto agradó al Señor, que se la concedió junto con otros bienes. Por desgracia, Salomón malogró la respuesta y el fin de este gran rey no fue semejante a su comienzo; con todo, su sabia petición continúa indicando que: la verdadera sabiduría vale más que todos los tesoros de la tierra y que sólo Dios puede concederla. El Evangelio del día (Mt 13, 44-52), relatando las últimas parábolas del Reino, muestra a Jesús –Sabiduría encarnada– que enseña a los hombres la sabiduría necesaria para la conquista del Reino de los Cielos. Su enseñanza, en forma de parábolas, es particularmente viva y apta para mover la mente y el corazón y, por tanto, para inducir a la acción. Jesús compara el Reino de los Cielos a «un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo» (ib 44). O bien a «un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra» (ib 45-46). En ambos casos tenemos el descubrimiento de un tesoro: en el primero, hallado por casualidad; en el segundo, buscado de propósito. En los dos, el que lo encuentra se apresura a vender cuanto posee para conseguirlo. El Reino de los Cielos –el Evangelio, el cristianismo, la gracia, la amistad con Dios– es el tesoro escondido, pero presente en el mundo. Muchos lo tienen cerca, pero no lo descubren, o bien, descubierto, no saben valorarlo en lo que se merece y lo descuidan, prefiriendo a él el reino terrenal: los goces, riquezas y satisfacciones de la vida terrena (y en muchos casos dándole nombre de paraíso terrenal). Sólo quien tenga el corazón dócil para «discernir el mal del bien» (1 Re 3, 9), lo eterno de lo temporal–transitorio, la apariencia de la sustancia sabrá decidirse «a vender todo lo que tiene» para adquirirlo. Jesús no pide poco al que quiere alcanzar el Reino: lo pide todo. Pero es también cierto que no le promete poco; le promete todo: la vida eterna y la eterna y beatificante comunión con Dios. Si para conservar la vida terrena está dispuesto el hombre a perder todos sus bienes, ¿por qué no deberá hacer otro tanto, y aún más, para asegurarse la vida eterna? También la parábola de la red llena de toda clase de peces, que al término de la pesca son seleccionados, tirándose los malos fuera (Mt 13, 47-48), lleva a la misma conclusión. No son las situaciones temporales las que importan, sino las finales, definitivas y eternas; pero éstas las prepara en el tiempo el que obra con verdadera sabiduría. Para aprenderla no basta escuchar las parábolas; hay que comprenderlas: «¿Entendieron bien todo esto?» (ib 51) preguntaba Jesús a su auditorio. Entender no sólo de modo abstracto y genérico, sino en relación consigo mismo y con la vida y circunstancias personales. El que entiende de esta manera, viene a ser el discípulo que compara Jesús a «un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo» (ib 52), es decir, sabe hallar sea en el Evangelio –lo nuevo– sea en el Antiguo Testamento –lo viejo– la norma sabia para su conducta. Entonces ni las renuncias necesarias para conquistar el Reino, ni las adversidades de la vida le asustarán, porque habrá comprendido que lo que cuenta no es la felicidad terrena sino la Eterna, y estará convencido de que «a los que aman a Dios todo les sirve para el bien» (Rm 8, 28; Segunda Lectura). Temas... El Comienzo de la Sabiduría 1. Salomón tiene justa fama de hombre sabio, y así lo destaca el Antiguo Testamento. Sin embargo, para comprender bien lo que significa ese elogio tenemos que hacer tres precisiones. 2. En primer lugar, la sabiduría según la Biblia es más que el simple conocimiento. Alguien puede amontonar muchos conocimientos y no ser sabio porque ser sabio no es tanto conocer sino saber qué hace uno con lo que conoce. Se relaciona más con saber vivir que con saber otras muchas cosas. 3. En segundo lugar, esta sabiduría es un don. Salomón pidió de Dios el regalo de ser sabio. Tenemos la imagen de que los científicos de nuestro tiempo son gente muy sabia, pero mucho de ellos despreciarían la fe como un camino para buscar nuestra ruta en esta vida. En la Biblia es lo contrario: la sabiduría empieza por reconocer que esta vida tiene mayor complejidad que todo lo que quepa en mi cabeza o mis palabras. Ser sabio es reconocer que necesito una luz más grande que la que yo me puedo dar. Nadie puede darme más y mejor luz que Dios, mi creador y quien más me ama. Según esto, la fe y la plegaria son caminos privilegiados para la genuina sabiduría. 4. La sabiduría, entendemos entonces, es patrimonio frecuente de los humildes. Tiene mucho que ver con el conocimiento de uno mismo. Salomón reza diciendo: "Yo no soy más un muchacho y no sé cómo actuar. Soy tu siervo y me encuentro perdido en medio de este pueblo tuyo, tan numeroso, que es imposible contarlo. Por eso te pido que me concedas sabiduría de corazón para que sepa gobernar a tu pueblo." En vez de considerarse jefe de un pueblo se considera siervo de Dios. Por consecuencia, cuanto más uno mira a quiénes tiene "debajo" y menos mira a Quién tiene "arriba," menos sabiduría real adquiere. Cosas Nuevas y Cosas Antiguas 1. Los que se tenían y eran tenidos por sabios en tiempos de Jesús eran los escribas. Llevaban ese apelativo porque sabían leer y escribir, cosas escasas en la época, y por esta capacidad podían entablar elevadas discusiones sobre las posturas de los distintos comentadores de la Escritura. 2. Tal vez llevados por esa seguridad en su propio saber, los escribas en general fueron hostiles a la enseñanza de Cristo. Lo veían como un entrometido y como alguien que exhibía demasiada confianza con Dios, hasta el punto de llamarlo "mi Padre." Casi siempre que vemos que se habla de escribas en los Evangelios, el tono es de polémica con Jesucristo (Marcos 3,22-29; Lucas 20,46) o de estar asociados con adversarios suyos (Lucas 15,2; 23,10; Juan 8,3); aunque hay excepciones, como cuando Cristo hizo callar a los saduceos (Lucas 20,27-39). Uno pensaría que es casi imposible que un escriba se abra al mensaje novedoso y poderoso del Reino de Dios anunciado por Nuestro Señor. 3. Sin embargo, hubo casos de escribas que aceptaron a Jesús de corazón, e incluso recordamos el caso de uno que no dudó en presentarse como discípulo suyo haciendo lo que los discípulos hacían con sus maestros en las escuelas rabínicas, a saber, repetir la lección (Marcos 12,28-34). 4. El evangelio de hoy nos presenta ese cuadro: ¿qué sucede cuando un escriba cree en el mensaje del Mesías? ¿Qué pasa con todo lo que sabía? ¿Se pierde simplemente? No es esa la opinión de Cristo. Cuando un hombre que tiene muchos conocimientos acepta el Evangelio, todo lo que sabía se vuelve parte de su tesoro, y de ese tesoro podrá sacar cosas antiguas, las que ya sabía, pero ahora desde otra luz, y cosas nuevas, las alhajas propias de la gracia y la redención que ha recibido últimamente. Nuestra Señora del SI, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...