lunes, 3 de junio de 2019

HOMILIA Solemnidad de PENTECOSTÉS cC (9 de junio 2019)

Solemnidad de PENTECOSTÉS cC (9 de junio 2019) Primera: Hechos 2, 1-11; Salmo: Sal 103, 1ab. 24ac. 29b-31. 34; Segunda: 1 Corinto 12, 3b-7. 12-13 o bien Romanos 8, 8-17; Evangelio: Juan 14, 15-16.23-26 o bien Juan 20, 19-23 Nexo entre las LECTURAS El Espíritu, presente y eficaz entre los Doce y en la primera comunidad cristiana, anima la liturgia de este Domingo. En el Evangelio Jesús resucitado dice a los Doce: "Reciban el Espíritu Santo". En la primera lectura se hace referencia a ‘cincuenta días después de la Pascua’, un viento impetuoso irrumpe en el cenáculo y "todos quedaron llenos del Espíritu Santo". Pablo, en la segunda lectura, ante la tentación que acecha a los corintios de utilizar los carismas para crear divisiones, reafirma con fuerza: "Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo" y "A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos". El Espíritu Santo se nos da para que comprendamos que “todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (san Pablo a los romanos). Es por eso que la Iglesia nos hace rezar, con marcada insistencia hoy, con el salmista: “Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra”. Temas... «Se llenaron todos del Espíritu Santo». El Espíritu Santo puede manifestarse de múltiples formas: como viento impetuoso y fuego, tal y como lo presenta la primera lectura, en la que se narra el acontecimiento de Pentecostés; pero también de una forma enteramente suave, silenciosa e interior, como se lo describe en la segunda lectura, donde de lo que se trata es de dejarse guiar por su voz y su moción interior, o como agua (torrente de agua viva, según el evangelio de la Vigilia). Sea cual sea la forma en que se nos comunique, el Espíritu Santo es siempre el Paráclito, el Defensor, el Consolador, el Intérprete de Cristo. Cristo nos lo envía para que comprendamos el significado de su persona, de su palabra, de su vida y de su pasión en su verdadera profundidad. La llegada del Espíritu como un viento impetuoso nos muestra su libertad: «El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va» (Jn 3,8). Y si además desciende en forma de lenguas de fuego que se posan encima de cada uno de los discípulos, es para que las lenguas de los testigos, que empiezan a hablar enseguida, se tornen espiritualmente ardientes y de este modo puedan inflamar también los corazones de sus oyentes. Los fenómenos exteriores tienen siempre, en el Espíritu, una incidencia interior: su ruido, como de un viento fuerte, hace acudir en masa a los oyentes y su fuego permite a cada uno de ellos comprender el mensaje en una lengua que les es íntimamente familiar; este mensaje que los convoca no es un mensaje extraño que primero tengan que estudiar y traducir, sino que toca lo más íntimo de su corazón… como lo dice el texto que “llenos del Espíritu Santo, se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hch 2, 4). «Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios». San Pablo nos muestra al Espíritu que actúa en los corazones y en las conciencias de los cristianos. También aquí tiene algo del viento impetuoso por el que debemos «dejarnos llevar» si queremos ser hijos de Dios; pero ciertamente debemos dejarnos llevar como hijos libres, esto nos diferencia de los esclavos -del pecado-, que se mueven por una orden extraña y exterior que san Pablo lo llama «carne», es decir, una manera de entender, buscar y codiciar los bienes terrenos, perecederos y a menudo humillantes, que nos fascinan y esclavizan (Papa Francisco). Lo distintivo del Espíritu divino es que hace resonar en nosotros la voz del Hijo que clama: «¡Abba! (Padre)». «El Espíritu Santo será quien nos enseñe todo». El evangelio explica esta singularidad: el Espíritu se nos envía para introducirnos en la verdad completa de Cristo, que nos revela al Padre. Es el Espíritu del amor entre el Padre y el Hijo, y nos introduce en este amor. Al comunicarse a nosotros, nos comunica el amor trinitario, y para nosotros criaturas el acceso a este amor es el Hijo como revelador del Padre. De este modo el Espíritu acrecienta en nosotros el recuerdo y profundiza la inteligencia de todo lo que Jesús nos ha comunicado -de Dios- mediante su vida y su enseñanza. Sugerencias… El prefacio de hoy, pues, es una síntesis magnífica de la actividad múltiple del Espíritu Santo en la comunidad. Esta actividad se describe y concreta de distintos modos: - El Espíritu lleva a plenitud el misterio pascual. - El Espíritu lleva a su realización plena la obra de Jesús. - El Espíritu es el alma de la Iglesia desde el principio. De él vive la comunidad de bautizados. - El Espíritu infunde a todos los pueblos el conocimiento de Dios. - Por ser Espíritu del Padre y del Hijo puede darlos a conocer. - El Espíritu congrega en la profesión de la misma fe a los divididos por el pecado. Lo hace en el Bautismo, Penitencia y demás sacramentos. - El Espíritu da vida a la Iglesia. Él es Señor y fuente de vida. -Inspira a todos los hombres que buscan el Reino de Dios. Él es quien conduce a los hombres de buena voluntad por los caminos de la verdad y la justicia, hasta la plenitud de la verdad: Cristo. Hoy, también, podemos presentar una visión global de la celebración eucarística bajo la perspectiva de la acción del Espíritu. Es decir, mostrar cómo -a través de toda la celebración- se hace la experiencia de las manifestaciones del Espíritu. El centro de esta presentación debe ser, evidentemente, las epíclesis (invocar al Padre para que envíe al Espíritu, o bien al Espíritu para que venga. Lo invocamos en orden a una acción que está por encima de nuestra capacidad, que compete a Dios mismo) de la plegaria eucarística. La primera, como epíclesis de consagración: la fuerza del Espíritu creador es la que hace pasar el pan y el vino a ser el Cuerpo y la Sangre del Cristo glorioso, y por tanto la que nos hace posible el realismo pleno del memorial. La segunda, como epíclesis de comunión (o eclesiológica): la fuerza del Espíritu de Cristo es la que reúne en el cuerpo eclesial de Cristo a los participantes del Cuerpo sacramental, dándoles la unidad y el amor. En ambos casos, sin embargo, hay que destacar que la acción del Espíritu está estrechamente unida a la persona de Cristo: la narración de la institución, palabra de Cristo, y la comunión sacramental con el Cuerpo y la Sangre del Señor. También la liturgia de la Palabra es una manifestación del Espíritu. Es la actualización de la proclamación de las maravillas de Dios, la inspiración apostólica, la iluminación constante hacia toda la verdad. Y la profesión de fe es, toda ella, testimonio de que el Espíritu se nos ha dado. La misma asamblea reunida manifiesta la diversidad de los dones del Espíritu: los ministerios expresan los dones recibidos "para utilidad", dentro del conjunto de una Iglesia toda ella llena del Espíritu. Un tercer aspecto, aún, de esta misma actualización, es la derivación hacia la vida y el testimonio, que viene de la Eucaristía y es fruto del Espíritu. En este sentido se podría ‘aprovechar’ el texto de la oración sobre las ofrendas de la Misa de la Vigilia. La idea que se encuentra en ella es magnífica: la Eucaristía es la fuente del amor porque -bajo la bendición del Espíritu- es la actualización del misterio pascual; este amor vivido por los participantes se convierte en la manifestación "a todo el mundo" de la verdad del misterio de salvación. Área de archivos adjuntos

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...