lunes, 29 de agosto de 2022

HOMILIA Domingo Vigesimotercero del TIEMPO ORDINARIO cC (04 de septiembre de 2022).

 Domingo Vigesimotercero del TIEMPO ORDINARIO cC (04 de septiembre de 2022).

Primera: Sabiduría 9, 13-18; Salmo: Sal 89, 3-6. 12-14. 17; Segunda: Filemón 9b-10. 12-17; Evangelio:

Lucas 14, 25-33

Nexo entre las LECTURAS…

La sabiduría es la palabra-clave en las tres lecturas. A la capacidad humana de razonar, débil y no siempre

cierta, se opone la sabiduría de Dios con la que Él educa a los hombres para que alcancemos la salvación

(primera lectura). La prudencia humana hace cálculos para saber si se cuenta con los medios suficientes para

construir una torre o con el número de soldados… Esta prudencia es necesaria, pero para ser discípulo de

Jesucristo se requiere además la sabiduría que proviene de Dios (evangelio) que es la misericordia y una

vida misericordiosamente vivida. La carta de san Pablo a Filemón, ¿no es por caso una cumbre de ‘tacto’

humano y de sabiduría, aprendida en la escuela de la fe? (segunda lectura). Todo pasa, menos el amor de

Cristo, decimos/rezamos con el salmista, toda la tierra se sacia de la misericordia divina y nuestras vidas se

ven colmadas de júbilo y alegría.

Temas...

Ciencia ‘del hombre’ y ‘sabiduría’ de la fe. Con esta expresión mostramos el esfuerzo del hombre por

conocer la verdad en todas sus dimensiones y vivir según ella; y la acción de Dios en nuestra inteligencia

para hacernos partícipes de su revelación y en nuestra voluntad para provocarnos a vivir conforme a Su

voluntad. ¡Cuántas diferencias entre ellas, pero también cuántas ayudas y cuánta complementariedad! La

ciencia se caracteriza por el límite; un límite que se supera continuamente, abriendo el paso a otro nuevo, y

así una y otra vez; por eso, en principio el hombre del presente tiene más ciencia que el del pasado, y el del

futuro tendrá más ciencia que el del presente. En el libro de la Sabiduría leemos: "Si a duras penas

vislumbramos lo que hay en la tierra y con dificultad encontramos lo que tenemos a mano, ¿quién puede

rastrear lo que está en los cielos?". La sabiduría no tiene límites, sino únicamente el límite que le pone

nuestra pobre inteligencia, que está en el cuerpo. Esto explica que exista la posibilidad de hombres con

mayor ciencia en el pasado que en el presente o de hombres con menor ciencia en el futuro. Siendo don de

Dios, la Sabiduría no está subyugada por el tiempo. "Y quién habría conocido tu voluntad si Tú mismo no

hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu" (Primera lectura). Se ve claro que la

ciencia es esfuerzo humano y la sabiduría don divino; lo que se ignora por la ciencia es con mucho más de lo

que se conoce,mientras que por la fe todo se sabe, aunque no todo se llegue a conocer. La ciencia

frecuentemente engríe y exalta a quien la posee, la sabiduría hace humilde y agradecido a quien la recibe, la

ciencia hincha y la sabiduría edifica. La ciencia se acabará con el hombre, la sabiduría es eterna, como lo es

Dios, su fuente perenne. En el evangelio hallamos bellamente formulada la sabiduría de la cruz, y en la

segunda lectura la sabiduría de la caridad con un esclavo que ha venido a ser - ¡algo inaudito! - hermano.

La sabiduría de la fe en acción. El seguimiento de Cristo no es una elección del hombre, sino elección a

partir de una llamada que viene de Dios. Precisamente por eso, el seguimiento de Cristo no es posible en

base a puros razonamientos humanos, sino que exige la sabiduría de la fe. El evangelio nos sitúa ante

algunas opciones que habrán de ser iluminadas por la sabiduría divina. Está el caso de la opción por el

seguimiento de Cristo, aun a costa de los más estrechos lazos familiares, cuando éstos entran en conflicto

con la llamada. Está la opción por la cruz, siguiendo las huellas de Cristo en su camino hacia Jerusalén. Está

la renuncia a todos los haberes, a todas las riquezas, a todo poder, con tal de vivir radicalmente la huella de

Cristo. ¿No requieren todas estas opciones una profunda sabiduría de fe? En la segunda lectura, Pablo en su

carta a Filemón nos brinda un magnífico ejemplo de esta sabiduría divina. Primeramente, la sabiduría de

Pablo que se manifiesta en la delicadeza, discreción y tacto admirables con que trata la situación de Onésimo

(un esclavo de Filemón, que había huido de su dueño a causa posiblemente de un robo, que Pablo había

convertido y bautizado, y que ahora envía de nuevo a Filemón para que lo reciba no ya como esclavo, sino

como hermano). Y, en segundo lugar, la exhortación de Pablo a la sabiduría propia del creyente, en este

caso, Filemón, para que vea en Onésimo un "hijo" de Pablo, su corazón; para que vea en Onésimo no un

esclavo (aunque lo siguiera siendo), sino un hermano carísimo en el Señor. En base a esta sabiduría, ¿cómo

Filemón no le dará buena acogida en su propia casa? Sin dejar de estar Onésimo en la condición de esclavo,

ésta es superada con creces por la fraternidad nacida de la fe. Así, vivir misericordiosamente nos hace libres,

hermanos, hijos…

Sugerencias...

La sabiduría al alcance de todos. Una cosa podemos decir: no todos están dotados para ser "científicos",

hombres de ciencia, pero todos si podemos ser sabios, receptores de la sabiduría de la fe. Otra cosa es cierta,


y aparentemente paradójica: Que hay "científicos" que carecen de sabiduría, como hay también ignorantes

de ciencia que son, sin embargo, grandes por su sabiduría. No es que necesariamente haya que estar reñidas

la ciencia y la sabiduría; más bien, lo propio es que colaboren y se presten mutuo servicio. ¡Ojalá todos los

hombres volásemos con estas dos alas por los espacios de nuestra existencia! Pero no siempre es así, y no

son pocos los casos en que el hombre intenta volar con una sola ala, con el peligro real de estrellarse contra

el suelo. De todos modos, lo que nos debe llenar de agradecimiento es que Dios haya querido poner la

sabiduría al alcance de todos… y la misma Sabiduría encarnada se nos dio como alimento en la Eucaristía y

como texto en la Palabra. A la vez que afirmamos el alcance universal de la sabiduría, no podemos dejar de

decir que no todos la aceptan, ni todos la aman, ni todos viven conforme a ella. ¿Por qué no todos la

aceptan? ¡Los caminos de los pensamientos humanos son inescrutables! Entran en juego la educación, el

ambiente en que se ha crecido y vivido, los principios reguladores de la propia existencia... y el pecado y la

dolorosa experiencia de que no siempre hacemos el bien que queremos y que muchas veces hacemos el mal

que no queremos. ¿Por qué no todos la aman? ¡El corazón del hombre es un abismo insondable! Quizá se

deba a egoísmo, quizá a endurecimiento del corazón, tal vez a frialdad espiritual o a la fuerza de una

pasión... ¿Por qué no todos viven según ella? Está de por medio la libertad humana, y están en juego los

condicionamientos del mundo en que vivimos y de las propias pasiones, sumamente poderosas y no pocas

veces sin rienda alguna. Es evidente, por ello, que urge aprender desde pequeño esta sabiduría divina, en el

seno de la familia y de la parroquia, para que se vaya arraigando poco a poco en la vida… y hay que educar

la conciencia y los sacerdotes dedicar más tiempo a la dirección espiritual y al sacramento de la

Reconciliación.

¿Ciencia versus sabiduría? En la cultura relativista que opera por contrastes y por opuestos, la respuesta

positiva a esta pregunta sería la más lógica. A la ciencia del hombre se opone la sabiduría de Dios y a la

sabiduría de Dios se opone la ciencia del hombre. Con lo cual, entre ciencia y sabiduría no habría

reconciliación posible. Así siguen opinando muchos contemporáneos nuestros, y lo hacen a propósito y lo

sostienen con énfasis en la prensa y en los medios de comunicación social para debilitar la presencia de la fe

y de los discípulos misioneros. No es ésta, ni puede ser, la posición cristiana. La fe, la doctrina social de la

Iglesia nos enseña a decir: "ciencia y sabiduría"; por tanto, no oposición, sino colaboración, no exclusión,

sino complementariedad. La razón para nosotros los creyentes es sencilla: quien da al hombre la capacidad

de la ciencia es el mismo Dios que le otorga el don de la sabiduría. Para el no creyente habrá que decir que

en ambos casos se trata de la búsqueda de la verdad, aunque sea por caminos diferentes. En esa búsqueda

todos nos encontramos juntos: unos volando con un solo motor, otros con dos. ¿Por qué seguimos buscando

la verdad? “… porque nos hiciste para Ti y nuestro corazón no halla descanso hasta que esté en Ti”. Es por

eso que lo mejor que le puede suceder al hombre contemporáneo es acercarse a la Palabra de Dios y a la

Eucaristía y a la Bienaventurada Virgen María, sede de la sabiduría… así podremos vivir cada día en la

ciudad terrena preparándonos para la Celestial.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

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