jueves, 19 de enero de 2012

LA ORACION


Distintas maneras de orar: oración vocal, contemplación, meditación

“Tú, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, y después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que allí está, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.”


Mt., 6, 6





¿Cuál es tu forma más sencilla para comunicarte con Dios? ¿Será a través de la oración vocal, de la meditación o de la contemplación? ¿Qué te ayuda para orar? ¿Cuál es tu forma de conversar con el Señor? Estamos buscando, a través de estas catequesis, un modo de volver, por el camino de la oración, a renovar nuestras vidas.


Distintas manera que tienen un mismo lugar, donde nosotros queremos estar y permanecer. Es el cuarto del que habla la Palabra de Dios, tu habitación, es decir el lugar de tu corazón, donde la intimidad no te encierra sino que te abre a los silencios habitados por Dios. Y desde ese lugar darle curso a toda la vida, toda la existencia, en contacto con la profundidad de lo más íntimo de tu ser, donde Dios, el Dios del universo, el que todo lo abraza -también lo más escondido de tu persona- viene a ponerle palabras a lo que tantas veces no encuentra palabras.





La oración vocal





La oración vocal es ponerle palabras a los silencios que, a veces, aturden nuestro corazón, donde no podemos terminar de comunicarnos.


Es por medio de su Palabra que Dios nos habla, nos sale al encuentro. Es por medio de palabras mentales, vocales, que nuestra oración toma cuerpo. Es encuentro de Palabra con palabra. La Palabra, que puso su morada en lo más íntimo del corazón de toda la humanidad, encuentra eco en nuestro ser cuando nosotros le damos lugar en ese espacio de silencio en la intimidad, donde, lejos de encerrarnos en nosotros mismos, nos abrimos al encuentro totalizante que la Palabra nos regala. Palabra que abre sentidos y que le da la oportunidad al silencio del corazón a ponerle expresiones mentales, vocales; a darle cuerpo a nuestro sentir interior. Lo más importante es la presencia del corazón ante Aquél a quien hablamos en la oración. Decía San Juan Crisóstomo que nuestra oración se oiga no depende de la cantidad de palabras sino del fervor de nuestras almas. Y ese fervor es fervor cuando está habitado por la Palabra.


La oración vocal es un elemento indispensable para la vida cristiana. A los discípulos, atraídos por la silenciosa oración del Maestro, Jesús les enseña una oración vocal: el Padre Nuestro. Jesús no solamente ha rezado las oraciones litúrgicas de la sinagoga, sino que además elevando la voz, ha expresado su oración personal: desde la bendición al Padre por haber revelado las cosas a los pequeños y sencillos, hasta su agonía en Getsemaní cuando, sudando sangre, le pide a Dios Padre si es posible, aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la Tuya.





La oración vocal es indispensable para darle cuerpo a nuestro espíritu orante. En el camino de la oración vocal se produce una asociación entre los sentires más profundos e interiores, y las palabras que encuentra nuestra inteligencia para poder expresar eso que interiormente nos pasa. Somos cuerpo y espíritu, y experimentamos la necesidad de traducir exteriormente el sentir interior. Es necesario rezar con todo nuestro ser; más aún, expresar lo vocal y también lo gestual, ya que expresar con gestos nuestra oración nos ayuda mucho. San Ignacio, cuando nos invita a la oración, dice que el modo corporal de estar ubicado determina también la forma en que uno se está comunicando. Puede ser acostado, arrodillado, de pie, con los brazos en alto, puede ser en sentido de adoración, con la mirada puesta en el cielo. La expresión corporal habla de nuestro modo de querer comunicarnos con Dios. También puede ser con un clamor, con gemidos, con un grito, y hasta con llantos puede ser que la oración exprese corporalmente lo que es nuestro sentir. Siempre y cuando sea en serenidad, sin estridencias. Porque el Espíritu obra en suavidad, sin estrépitos. El Espíritu es como una gota que cae en la esponja y es absorvida. No es como una gota que cae en la piedra, donde se rompe la gota. No, el Espíritu obra buscando penetrar en lo más profundo del corazón.


Esta necesidad de ponerle palabra a nuestro sentir interior brota también de un clamor divino: Dios busca adoradores, en espíritu y en verdad. Y por lo tanto, la oración que sube viva desde las profundidades del alma, necesita expresarse verazmente. Reclama de una expresión exterior que asocia al cuerpo a la interioridad. La palabra y el cuerpo le ponen expresión al sentir. El Espíritu obra como un susurro, como un gemido en el alma. Hay que saberlo captar y decodificarlo, traducirlo; hay que ponerle palabras para que pueda el Espíritu expresarse en nosotros, a Dios el Padre en Cristo como el Espíritu quiere expresarse, tomando de nuestra corporeidad.





La oración vocal, expresada también corporalmente, es la oración por excelencia de las multitudes, por ser exterior y tan plenamente humana. Pero incluso lo más interior de las oraciones no podría prescindir de la oración vocal. La oración se hace interior en la medida en que tomamos conciencia de Aquél a quien hablamos, dice Teresa de Jesús.


La oración vocal se convierte en una primera forma de oración contemplativa. Orar vocalmente no es repetir palabras vacías de sentido, sino orar con la mirada puesta en el misterio que el Espíritu suscita que oremos: de la vida, del encuentro con Jesús, de la historia habitada por el Señor.


Renovarnos en la oración vocal es posible, en la medida en que interiorizamos la oración vocal y le ponemos cuerpo de vínculo entre lo que oramos y lo que sentimos.


Ayuda mucho, cuando hacemos oraciones vocales convencionales, estar atentos a lo que decimos y abrirnos a los sentidos de lo que las palabras dicen. Por ejemplo, Dios te salve, María, es lo mismo que decir alégrate María. Después puede seguir el Ave María, pero nosotros nos quedamos en el rostro exultante de María, en el gozo del anuncio hecho carne en su vida, en su deseo de salir impulsada al encuentro con Isabel para cantar el Magníficat, dar gloria a Dios y profetizar sobre los tiempos nuevos que el Espíritu ha sembrado en su corazón al encarnar al Hijo de Dios. Dios te salve, alégrate María. Es una expresión nuestra de todos los días cuando la oramos. Hay que vincular la expresión al sentido que la palabra esconde. Después podemos seguir rezando el Ave María, pero la primera expresión puede vincularnos a lo más bello de la obra de Dios, que es María, criatura sin igual creada por Dios como ninguna otra para llevar adelante su plan de Redención. Así, nos abrimos al sentido de una oración convencional, sin quedarnos en una repetición vacía de contenido.


Otra forma es que el susurro del Espíritu en lo más profundo de nuestro corazón nos vincule a nuestra historia, nuestros vínculos, nuestro trabajo, a todo nuestro quehacer y a todo nuestro ser, nuestro proceso; y desde ese lugar dejar que el Espíritu le ponga palabras orantes al Padre, en Cristo, por la vida y desde la vida, con palabras nuestras. Eso también es oración vocal. Siempre el sentir interior necesita de un cuerpo vocal, una expresión que lo manifieste. Y Dios, a eso, lo está esperando.





La meditación





Santa Teresa de Jesús dice: llamo yo meditación a discurrir mucho con el entendimiento.


A la oración vamos siempre con lo que llamamos “el material con el que, en la presencia de Dios, nos disponemos a orar”.


Cuando vamos al encuentro de una persona importante, en forma previa nos vestimos y disponemos de una manera distinta y pensamos de qué se va a tratar el encuentro (pensemos, por ejemplo, en lo que presupone una entrevista de trabajo, cómo nos preparamos...). Cuánto más cuando vamos a este encuentro, tenemos que llevar “materia” para meditar. Es más que aconsejable, por no decir indispensable, llevar el contenido de la oración acompañado por un texto de la Palabra. ¿Cuáles son los contenidos de la oración? En realidad, es un único contenido: la presencia de Dios en la propia vida. Por eso a la oración llevamos el día, orando desde la agenda; la realidad familiar, laboral, vincular, de amistad, comunitaria, en lo que busco luz en Dios para ubicarme desde Dios poniendo lo que me ocupa y me preocupa en Él, en el Señor. También pueden ser la “materia de la oración” los procesos personales de crecimiento; u otro, que me pidió que orara por él; a veces puedo orar desde la vida de mi hermano, o una realidad social.


Un contenido ineludible, presente siempre, básico, es mi vulnerabilidad. No puedo ir a orar sino con la materia primera: un corazón contrito, humillado, recto y sincero. Allí es donde encontrás tu morada, Señor. Danos una disposición de ese tipo para que te hagas habitable en nosotros. Esta disposición de rectitud de intención, esta conciencia de sencillez con la que nos presentamos delante de Dios, y este saber que somos pecadores y que en nuestra vulnerabilidad, aquello tanto menos querible para nosotros es lo más aceptable y amable a los ojos de Dios. Es donde Dios más se regala y entrega, donde Dios más se hace cercano. Diría que esto es la primera materia orante de meditación: nuestra condición.


A veces ese vínculo de oración con la vida surge de lo que nos despierta una lectura, una conversación, lo que estoy pensando o reflexionando. Esta posibilidad de llevar la vida a la oración y la oración a la vida hace que toda la existencia permanezca a la luz de la presencia de Dios como modo habitual de vivir sobrenaturalmente lo diario, lo cotidiano. En lo que me ocupa existencialmente, elijo un material de meditación en la lectura. Meditar es leer la propia vida y existencia a la luz de la presencia de Dios. Cuando meditamos, se abre otro libro, el libro de la vida. Se pasa de los pensamientos a la realidad. Según sean la humildad y la fe, se descubren los movimientos que agitan el corazón y se los puede discernir. Se trata de llegar a la luz para hacer lo que el Señor quiere que hagas. Es la pregunta que brota del corazón que medita, que ora meditando y discerniendo en la presencia de Dios.


Los métodos de meditación son tan diversos como los maestros de la vida espiritual, dice el Catecismo de la Iglesia Católica. Un cristiano debe querer meditar regularmente; y cuando lo hace en conciencia, despierta en lo profundo de su corazón la posibilidad de que la semilla de la Palabra caiga en tierra fértil y produzca mucho fruto.


El proceso de la meditación de la vida en la presencia de Dios es como arar y abonar la tierra permanentemente, para que la Palabra de Dios traiga fruto de vida nueva en nosotros. La meditación hace intervenir el pensamiento, la imaginación, las emociones, los deseos. Esta movilización es necesaria para poder profundizar en las convicciones de fe. Para suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de querer ser discípulos. La oración de meditación aparece particularmente vinculada a los misterios de Jesús, como de hecho ocurre en la Lectio Divina, o en la oración del Rosario. Esta forma de reflexión orante es de un inmenso valor. Pero la oración cristiana tiene que ir más lejos, hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús y a la unión profunda con Él; lo que Ignacio de Loyola llama el “interno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” en calidad de vínculo contemplativo, amante y adherido al querer y hacer de Dios en nuestro vida.





La contemplación




¿Qué es la oración? Santa Teresa de Jesús responde: no es otra cosa para mí la oración mental, sino tratar de amistad muchas veces a solas con quien sabemos nos ama.


Cuando oramos, como dice el Cantar de los Cantares, en la contemplación se busca al amado del alma, esto es, a Jesús, y en Él, al Padre. Es buscarlo porque desearle es siempre el comienzo del amor. Y es buscado en la fe pura, esa fe que nos hace ser de Él, vivir en Él. En la contemplación se puede también meditar, pero la mirada está centrada en la búsqueda del Señor.


Cuando contemplamos estamos siempre atentos a la presencia de Dios y a dónde Dios se nos esconde. La elección del tiempo y de la duración de la contemplación dependen de una voluntad decidida, reveladora de los secretos del corazón. No se hace contemplación cuando se tiene tiempo, sino que se toma tiempo para estar con el Señor, con la firme decisión de no dejarlo, y de volver a tomarlo, cualesquiera sean las pruebas y la sequedad que nos haya dejado el anterior encuentro, o que sentimos como perspectiva que va a tener el próximo encuentro. No se puede orar de momento. Hay que entrar en la presencia de Dios para permanecer. La entrada a la contemplación es semejante a la de la Liturgia de la Eucaristía: esto es, hay que recoger el corazón y todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de Aquél que nos está esperando, hacer que caigan nuestras máscaras, volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama, para ponernos en sus manos, como una ofrenda que hay que purificar, que busca transformarse. La contemplación es la oración del hijo de Dios, que se sabe pecador, perdonado y que consiente en acoger el amor con el que es amado y quiere responder a ese amor poniendo la vida en clave de amor. Pero sabe que su deseo de amar, al estilo del que es amado, solo es posible si el Espíritu Santo se derrama en su corazón, porque todo termina siendo gracia por parte de Dios. La contemplación es la entrega sencilla, humilde, a la voluntad amante del Padre, en unión cada vez más profunda con Jesús, por lo que obra el Espíritu Santo en nosotros.


La oración de contemplación es la expresión más sencilla del misterio orante; es un don, es una gracia. Nos sorprende, descubriéndonos pobres y humildes delante de Dios, permaneciendo en su presencia con la conciencia clara de que Él está allí y nos quiere allí. Mirarlo y dejarnos mirar por Él. Contemplamos sencillamente cruzando miradas.


La contemplación es también el tiempo fuerte de la oración. El Padre nos concede que seamos fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior nuestro. Que Cristo sea ese hombre interior, eso es lo que el Padre anhela: que Jesús sea el hombre interior, hasta llegar a decir nosotros -como el apóstol- es Jesús quien vive en mí. ¿Quién obra esto? El mismo que creó a la persona de Jesús en el vientre de María, el Espíritu Santo, es el que recrea la vida de Cristo en nosotros

Oración de la sangre de Cristo



Señor Jesús, en tu nombre, y con el poder de tu sangre preciosa sellamos toda persona, hecho o acontecimiento a través de los cuales el enemigo nos quiere hacer daño.

Con el poder de la sangre de Jesús sellamos, toda potestad destructora en el aire, en la tierra, en el agua, en el fuego, debajo de la tierra, en las fuerzas satánicas de la naturaleza, en los abismos del infierno y en el mundo en que nos moveremos hoy. Con el poder de la sangre de Jesús rompemos toda interferencia y acción del maligno.

Te pedimos Jesús que envíes a nuestros hogares y lugares de trabajo a la santísima Virgen acompañada de San Miguel, San Gabriel, San Rafael y toda su corte de Santos Ángeles.

Con el poder de la sangre de Jesús sellamos, nuestra casa, todos los que la habitan (nombrar cada uno de ellos), las personas que el Señor enviará a ella, así como los alimentos y los bienes que El generosamente nos envía para nuestro sustento.

Con el poder de la sangre de Jesús sellamos, personas, animales y objetos. El aire que respiramos, y en fe colocamos un círculo de su sangre alrededor de toda nuestra familia.

Con el poder de la sangre de Jesús sellamos, los lugares en donde vamos a estar este día y las personas, empresas o instituciones con quienes vamos a tratar (nombrar cada una de ellas)

Con el poder de la sangre de Jesús sellamos nuestro trabajo material y espiritual, los negocios de todos tus hijos y vehículos, las carreteras, los aires, las vías y cualquier medio de transporte que habremos de utilizar.

Con tu sangre preciosa sellamos los actos, las mentes y los corazones de todos los habitantes, dirigentes de nuestra Patria y de la Iglesia , a fin de que tu paz y tu corazón reine en ellas.

Te agradecemos Señor por tu sangre y por tu vida, ya que gracias a ellas hemos sido salvados de todo lo malo. Amén.

ESPIRITU SANTO


Espíritu Santo, fuente inagotable de todo lo que existe, hoy quiero darte gracias.
Gracias ante todo por la vida, porque respiro,
me muevo, siento cosas, mi cuerpo funciona, mi corazón late.
Hay vida en mí. Gracias porque a través de mi piel y mis sentidos
puedo tomar contacto con los seres que has creado.
Porque el aire roza mi piel, siento el calor y el frío,
percibo el contacto con las cosas que toco.
Gracias porque mi pequeño mundo está repleto
de pequeñas maravillas que no alcanzo a descubrir.
Gracias porque tu amor me llega cada día.
Me rodeas y me envuelves con tu luz.
Gracias porque estás conmigo en todo lo que me pasa,
para que pueda aprender algo de cada cosa que me suceda.
Gracias porque quieres transformar todo mi ser con tu vida divina.
Gracias porque cada día es una novedad,
porque siempre hay nuevos signos de tu amor,
porque siempre me invitás a algo más,
y siempre me llamás a volver a empezar.
¡Gracias Espíritu Santo!
Amén.

DESAPRENDIENDO

Señor Jesús, deseo progresar y seguir aprendiendo.

Para ello, siento en mi corazón que debo comenzar


a "desaprender", renunciando a toda rutina que me estanque.


Dame la gracia de profundizar el camino recorrido,

ahondar mis motivos, mi conciencia, mi receptividad.





Que sepa desaprender modelos cerrados,


que pueda desaprender mis modelos de tensión corporal

y mental, mis modelos de ansiedad permanente o recurrente,

quiero desaprender Señor mis mecanismos de defensa,


para que permita al amor llegar a mi corazón.





Quiero desaprender Señor, los modelos de apegos,


de dependencia, los modelos verbales estereotipados,


mis maneras de relacionarme, automática, superflua...







Señor Jesús, te pido la gracia en este tiempo de mi vida

a estar disponible, abierto, receptivo.


Que sepa aprender sin atributos, sin tantos adjetivos,


buenos o malos, que me fui agregando o me añadieron,


que aprenda mi Señor, a continuar caminando


sin el condicionamiento de tantas etiquetas.







Dios de mi corazón, conviérteme en ese discípulo pobre y receptivo


despójame de todo excesivo amor propio,


para dejarme enseñar y moldear por Vos, sin ruidos de palabras.

Amén!

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...