lunes, 29 de enero de 2018

HOMILIA Quinto Domingo del TIEMPO ORDINARIO cB (04 de febrero 2018)

Quinto Domingo del TIEMPO ORDINARIO cB (04 de febrero 2018)
PrimeraJob 7, 1-4.6-7; Salmo: Sal 146, 1-2. 3-4. 5-6; Segunda: 1Corintios 9, 16-19.22-23;  Evangelio: Marcos 1, 29-39
Nexo entre las LECTURAS
Sufrimiento, enfermedad, debilidad son palabras que aparecen en las lecturas de la liturgia. Junto a ellas están también otras a modo de respuesta: curación, predicación, servicio. El Evangelio presenta una jornada típica del ministerio apostólico de Jesús: predica, cura, se retira a orar, parte a otros lugares para predicar y echar los demonios. Job en la primera lectura se lamenta: "noches de sufrimiento me han caído en suerte... Mi vida es un soplo y mis ojos no volverán a ver la dicha". Finalmente, Pablo se hace débil con los débiles para ganar a los débiles, se hace esclavo de todos para ganar a todos los que pueda (segunda lectura).
Nos puede ayudar considerar los ejemplos-testimonios de beato Artémides Zatti y del santo Cura Brochero… que a todos llevaban el consuelo de Dios y la medicina para el cuerpo.
Temas...
El sufrimiento. Job dice que la vida del hombre es como un servicio militar por lo que implica de lucha, dolor, sufrimiento y penalidades. Después de la herida del pecado original, en el inicio, centro y fin de la existencia humana está presente el dolor. Está el dolor de la fatiga diaria en el trabajo, y las pesadillas que acosan a los hombres desde la noche hasta el amanecer. Está la realidad de la enfermedad con todas sus variadas formas, y la angustia del morir, del ‘tener’ que morir, sintiendo ansias de eternidad. Está el sufrimiento físico con su rostro ‘fiero y perturbador’, y está el sufrimiento que llamamos del alma, que socava por dentro y va hundiendo en un abismo sin fondo. Está la renuncia obligada en razón de opciones superiores y hermosas, pero que al ser renuncia no deja de doler; y está la renuncia voluntaria por el bien de los demás, que lleva consigo también su carga de sufrimiento. Está sobre todo el dolor del pecado, ese dolor cuya huella queda en el alma, incluso cuando el pecado ya ha sido perdonado. ¡Inmenso dolor el de la humanidad! Conciencia de que el dolor y el sufrimiento durarán lo que dure el tiempo, por más que avance la medicina y la tecnología biomédica.
El misterio del dolor. El dolor es realidad en el exterior e interior mismo del hombre. El dolor es un misterio: algo que el hombre no logra entender, por más que posea una capacidad extraordinaria de inteligencia, algo incomprensible para todos. Es como que se impone y subyuga. Ni Job, ni la suegra de Pedro ni los "endemoniados" de que habla el evangelio querían sufrir o estar enfermos, eran más bien sujetos pasivos de una fuerza superior que se les imponía contra su querer. Misterio, también, porque nos remite a algo o Alguien superior y por encima y más allá de nosotros que entra en nuestra vida y con lo que tenemos que contar: la gracia de Dios. Misterio, finalmente, porque requiere de una "iniciación" de parte de un director espiritual, y no para entenderlo, sí para integrarlo en la propia vida… queremos la salud corporal, y lo mejor es lograr darle un sentido (al sufrimiento), ofrecerlo y dirigirlo para la gloria de Dios, para nuestro bien y en bien de la Iglesia y del mundo en comunión con Cristo, el Siervo Sufriente. Para nosotros, cristianos, el experto en el dolor es nuestro Señor Jesucristo. Sólo Él puede ‘iniciarnos (introducirnos)’ en la ciencia del dolor. Sólo Él puede predicarnos con autoridad el evangelio o buena nueva del sufrimiento. Y con Él, la Santísima Virgen María, que desde el inicio se la venera con el título del Perpetuo Socorro, Auxilio de los cristianos, María al pie de la Cruz y junto al Señor en la cuarta estación del Vía Crucis y Nuestra Señora de los Dolores… vayamos a ella, especialmente el próximo 11 de febrero, jornada mundial de los enfermos, instituida por su santidad san Juan Pablo II, en 1992. “A María, Madre de la ternura, queremos confiarle todos los enfermos en el cuerpo y en el espíritu, para que los sostenga en la esperanza. Le pedimos también que nos ayude a acoger a nuestros hermanos enfermos. La Iglesia sabe que necesita una gracia especial para estar a la altura de su servicio evangélico de atención a los enfermos. Por lo tanto, la oración a la Madre del Señor nos ve unidos en una súplica insistente, para que cada miembro de la Iglesia viva con amor la vocación al servicio de la vida y de la salud. La Virgen María interceda por esta XXVI Jornada Mundial del Enfermo, ayude a las personas enfermas a vivir su sufrimiento en comunión con el Señor Jesús y apoye a quienes cuidan de ellas. A todos, enfermos, agentes sanitarios y voluntarios, imparto de corazón la Bendición Apostólica (Papa Francisco, para el 11 de feb de 2018).
La propuesta cristiana. El Señor, por medio de la Liturgia, nos fortalece frente a la realidad del dolor y el misterio del sufrimiento y nos invita para un nuevo modo de vivir. Primero: nos enseña Job, que hemos de adoptar una postura, no de resignación, sino de búsqueda de sentido. Mucho más importante que buscar calmantes al sufrimiento, es buscar sentido. Una búsqueda que perdura la vida entera, porque el dolor nos acompaña hasta el fin. Segundo: los cristianos hemos de tratar de aliviar el dolor. El hallar sentido al dolor no es una comodidad para no suavizar y aliviar el sufrimiento de los hombres. Siendo el sufrimiento un mal, estrechamente enlazado con el pecado, hemos de combatirlo con decisión y eficacia. Jesús no se cruzó de brazos ante tantos enfermos, endemoniados, y gente atenazada por cualquier dolor. La actitud de servicio ante el sufrimiento, al estilo de Pablo que se hacía siervo de todos, es un imperativo exquisitamente cristiano. La enseñanza sobre el sentido del dolor, y el testimonio auténtico frente al propio sufrimiento, a la luz del misterio de Cristo, constituye una cumbre en la propuesta cristiana. Queridos hermanos y hermanas: La Iglesia debe servir siempre a los enfermos y a los que cuidan de ellos con renovado vigor, en fidelidad al mandato del Señor (cf. Lc 9,2-6; Mt 10,1-8; Mc 6,7-13), siguiendo el ejemplo muy elocuente de su Fundador y Maestro. (Mensaje del Papa Francisco).
Sugerencias...
¿Puede ser "bello" el dolor? Para algunas personas, hoy en día, el dolor es más horrible que la muerte, hasta el extremo de elegir la eutanasia o el suicidio como alternativa. Para los médicos, cuya profesión es combatir el dolor, y para quienes éste es su enemigo, debe ser difícil pensar en el lado bello del sufrimiento. HOY podríamos decir a los familiares de un moribundo o de un enfermo terminal, o de quien ha sufrido un atropello inhumano, que el dolor tiene también un rostro bello, resulta quizá insolente o al menos un despropósito. Con todo, el sufrimiento tiene una cierta "belleza" humana y cristiana. El dolor humaniza, dignifica al hombre que es digno en su humanidad por ser imagen y semejanza de Dios, lo hace más plenamente hombre, cuando se ofrece, acepta y se vive con nobleza de espíritu, aunque el cuerpo entero se retuerza y sufra las convulsiones más indecibles. Dignifica al que lo sufre, y dignifica por igual a sus seres queridos, cuando éstos lo soportan y viven con noble elegancia. Sobre todo, el dolor "cristianiza", es decir, nos asemeja al gran Maestro y artista del dolor que es Jesucristo. Su dolor es bello porque embellece a toda la humanidad, limpiándola de la lepra de pecado e infundiendo en el viejo cuerpo de una humanidad caída la hermosura de la pureza e inocencia.
Una pastoral del sufrimiento no puede prescindir de este rostro bello del dolor. ¿Cuáles son los modos y los momentos más apropiados para predicar la buena nueva, el rostro bello del sufrimiento?
Jesucristo fue médico de cuerpos y almas. El sacerdote y los discípulos misioneros tenemos que seguir las huellas de Cristo. Por vocación, hemos de estar siempre disponibles para aliviar, de las maneras mejores, los sufrimientos de los hombres. Acompañar al que sufre, consolarlo con las palabras o con la simple presencia, compartir una angustia o una pena muy honda, orar por quien sufre y hacer oración con él desde su condición sufriente... Escuchar al pecador en su angustia interior, decirle palabras sencillas pero veraces, auténticas, salidas del corazón, alentar al desanimado y deprimido, infundir serenidad a quien está perturbado y como devorado por el dolor... El discípulo misionero, como Cristo, médico amoroso y compasivo de cuerpos y de almas. Médico a tiempo completo, infatigable, entregado con totalidad a todos, como se nos presenta Jesucristo en el Evangelio de este Domingo. ¿Visito a los enfermos, a los ancianos? ¿Les llevo el consuelo de mi palabra, y sobre todo de los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía, rezar con ellos, leerles la Palabra de Dios? ¿Creo que es un elemento fundamental de mi ministerio el servicio a los enfermos del cuerpo y del espíritu? ¿Qué se puede hacer en mi parroquia, en mi comunidad religiosa, para dar un rostro "bello" al sufrimiento?

jueves, 11 de enero de 2018

HOMILIA Segundo domingo del TIEMPO ORDINARIO cB (14 de enero 2018)

Segundo domingo del TIEMPO ORDINARIO cB (14 de enero 2018)
Primera: 1Samuel 3, 3b-10. 19; Salmo: Sal 39, 2 y 4ab. 7-8. 9. 10; Segunda: 1Corintios 6, 13c-15a. 17-20;  Evangelio: Juan 1, 35-42
Nexo entre las LECTURAS
En el centro de las lecturas está la llamada o vocación, así iniciamos el tiempo ordinario. Una llamada al seguimiento, es decir, a permanecer con Jesucristo, como los dos discípulos del Evangelio. Una llamada a la que hay que dar una respuesta generosa, como hizo Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha” (primera lectura). Una llamada que implica un desprendimiento, un no pertenecerse a sí mismo, sino a Dios y a su Espíritu; de ahí, la clara conciencia y exigencia de una vida pura, lejos de los desórdenes y de todo aquello que contravenga la pertenencia al Señor (segunda lectura). Una llamada a formar parte del ‘difícil y apasionado’ catecismo discipular de Jesús. PIDAMOS el auxilio de la gracia para responder con prontitud y fidelidad como nos lo muestra el Salmista: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
Temas...
La llamada. En el origen de la concepción cristiana de la vida está la realidad de una llamada. Dios que llama a la existencia, a la fe cristiana, a la vida laical, consagrada o sacerdotal, al encuentro feliz con Él en la eternidad. Esta llamada implica ya en sí la conciencia de que el hombre no es absolutamente autónomo. Depende de Alguien que pronuncia su nombre, le llama y lo ama. En el origen mismo de la existencia está el amor  misericordioso de Dios y el llamado de Dios… y el mismo desarrollo de la vida no será sino el de las llamadas divinas. Todo hombre, varón y mujer, es "llamado", y en la correcta respuesta a la llamada se juega su identidad, su realización personal, y su felicidad temporal y eterna.
Un lugar y un modo de llamar. Cada vocación es irrepetible en el tiempo, en el espacio y en el modo. No somos los hombres los que determinamos estas circunstancias, sino el mismo Dios que llama. Dios puede llamar a los niños (Samuel), jóvenes (san Juan) y mayores (san Pedro), sin que tengamos que buscar explicaciones que nos distraigan de lo esencial, que es: la llamada y la urgencia de la respuesta fiel: ¿por qué me llamaste tan temprano? o ¿por qué tan tarde? El lugar, la manera y el momento es Dios quien lo elige: En la escuela, en casa, en una salida con amigos, en una Iglesia, en un servicio a los necesitados, en un momento de distracción y diversión. Y te llama a amar y servir en esta vida y gozar de Él después de santa muerte.
Algunos aspectos del llamado. El primer paso de la llamada es la búsqueda que el mismo Dios siembra en el corazón del hombre. La inquietud, que entraña la búsqueda, surge espontánea en el hombre, pero es Dios quien la ha puesto, como paso previo de la vocación de especial consagración o servicio. Así la llamada divina aparece, a los ojos del hombre, como una desembocadura de su inquietud y de su búsqueda. A los dos discípulos que iban tras él, junto a la ribera del Jordán, Jesucristo les pregunta: ¿Qué buscan? No buscarían si Dios no hubiese puesto en ellos el deseo de buscar, pero la búsqueda misma es algo personal, intransferible; es ya una primera respuesta.
Dios no llama, al menos de modo ordinario, por vía directa, sino a través de las mediaciones humanas. Elí fue el mediador entre Dios y Samuel, Juan Bautista lo fue entre Jesús y los primeros discípulos. Para el cristiano, la Iglesia, que es el "lugar" de la salvación, es también el lugar de la "mediación"; es en ella y a través de ella que Dios continúa llamando a los hombres. Dios no está atado a una manera ni a mediaciones.
La respuesta afirmativa a la llamada de Dios incluye un dejar lo que se tiene para ir a lo nuevo, abandonar un lugar para ir a otro, cambiar la manera de vivir por una nueva. Es empezar a vivir, de manera evangélica, la pobreza, la castidad y la obediencia. En este proceso el hombre no se "enajena", no sufre una alienación de su personalidad. Al contrario, alcanza el máximo grado de identidad y de autorrealización al responder en plena conciencia y libertad a la voz divina. Así, los santos, son plenamente hombres (varones y mujeres) como expresa el Papa Francisco en Evangelii Gaudium y lo reafirma, de manera especial, en muchos de sus viajes.
Respuesta al llamado. Cuando alguien llama hay que dar una respuesta. Usando nuestras palabras, la respuesta puede ser: positiva, negativa, neutra e indiferente. Lo que no se puede hacer es dejar la llamada sin respuesta. Cuando Jesús llama a los dos discípulos, les dice: "Vengan y vean", éstos ¿qué hicieron? "Se fueron con Él, vieron dónde vivía y pasaron con Él aquel día". Y cuando Samuel se entera de que es Dios que le llama, no duda en responder: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”. El hombre es libre para dar la respuesta.
Sugerencias...
Respuestas audaces (dice Aparecida). En nuestro mundo, ambiente, Dios continúa llamando a la vida, al servicio, al sacerdocio, a la vida consagrada… Hoy se constata un descenso muy notable en el número de respuestas ‘afirmativas’ y, consiguientemente, en el número de vocaciones sacerdotales, religiosas, misioneras, enfermeros y médicos cristianos, docentes y profesores, servidores públicos, gobernantes, políticos, empresarios, industriales, aunque en el último decenio la flexión descendente se ha detenido y parece que comienza de nuevo un movimiento ascendente en el número de vocaciones, ayudados por el servicio petrino de san Juan Pablo, Benedicto y Francisco. A veces parece que las vocaciones es cuestión de la que se deben interesar los "de la Iglesia" y para "cosas de la Iglesia", y por eso tarea de los encargados de la "pastoral vocacional". El ambiente en que crecen los jóvenes hoy en día requiere de respuestas audaces y contra corriente, pues frente a la cultura del "ya-todo-para mí" Dios nos llama al "amor y servicio de la entrega de la propia vida". Con la ayuda-oración de todos, la audacia de la respuesta será más sólida y convincente.
El Señor llama a pertenecerle y a estar con Él. Sin una espiritualidad consistente y bien fundada, el llamado cederá fácilmente a los reclamos del mundo y se derrumbará, como un castillo de naipes. Dios, pues, llama ante todo a vivir en el amor a Él, para con Él y desde Él abrir el alma y el corazón a todos. Dios nos llama también al ministerio de la salvación. El discípulo-misionero sirve al hombre, proponiéndole la salvación de Dios. Aquí está nuestra propuesta específica.
Nuestra Señora del SI, ruega por nosotros.
Área de archivos adjuntos

miércoles, 3 de enero de 2018

HOMILIA EL BAUTISMO del SEÑOR. Ciclo B. (07 de enero de 2018)

EL BAUTISMO del SEÑOR. Ciclo B. (07 de enero de 2018)
Primera: Isaías 55, 1-11; Salmo: Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6; Segunda: 1Juan 5, 1-9;  Evangelio: Marcos 1, 7-11

Nexo entre las LECTURAS
El tema que da unidad a los textos de hoy no es tanto el acto del bautismo como la unión entre agua y salvación. El agua es el símbolo de la gracia gratuitamente otorgada, purificante y refrescante a la vez. En el banquete de alianza entre Dios y los hombres, imaginado por Isaías, no puede faltar el agua, al lado de otras bebidas (primera lectura). San Juan en su primera carta nos dice que "Jesucristo vino con el agua y con la sangre" y que "tres son los que dan testimonio de Jesucristo: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo" (segunda lectura). En el evangelio, después de que Jesús, bautizado por Juan, salió del agua, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma de paloma. El agua es la realidad más presente en todos los textos, el agua con toda su riqueza simbólica y con los demás elementos que la acompañan y completan.
Temas...
El hombre, sediento de Dios. El hombre es un ser naturalmente sediento: sediento de gozo y felicidad, sediento de justicia y de paz, sediento de eternidad, sediento de Dios. "El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha de no cesar de buscar" (Catecismo 27). Esta sed de Dios solo Dios la puede apagar. Por eso, Dios, a través de Isaías, invita y exhorta a los hombres: "Vengan por agua todos los sedientos... presten atención, vengan a mí; escúchenme y vivirán" (primera lectura).
El agua y Jesús. El agua que apaga la sed del hombre es el agua del bautismo. Jesús, hombre perfecto, quiso sumergirse en las aguas de purificación, no por ser Él pecador, sino por cargar con el pecado del mundo. Al agua -sumergiéndose en el Jordán- Cristo, simbólicamente le dio el poder para purificar por el Bautismo, por eso se sumerge el Cirio -en la pila bautismal- en la Liturgia de la Vigilia Pascual. Así la sed de santidad que todo hombre tiene comienza a satisfacerse con el agua del bautismo y busca saciarse con el agua del Espíritu                 -Confirmación- (cfr Jn 7, 38), a través de una existencia espiritual, es decir, guiada y promovida por el Espíritu de Dios.
El agua y la sangre. ¿Basta el agua para apagar la sed? En la existencia cristiana, se muestra que no y se añade la sangre. La sangre que, junto con el agua, brotó del costado de Cristo (Jn. 19, 34). Del costado de Cristo, atravesado por una lanza, manaron, nos dirán los Padres de la Iglesia, dos sacramentos: el Bautismo y la Eucaristía. Ellos forman, junto con la Confirmación, los sacramentos de la iniciación cristiana. Ahora ya no sólo el hombre tiene sed de Dios, sino que tiene sed del Dios revelado en Jesucristo, "imagen perfecta de su ser" (Heb 1,3). "Beban todos de ella (la copa), porque ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados" (Mt 26, 28).
El agua, la sangre y el Espíritu. "Los tres están de acuerdo" (segunda lectura). ¿En qué consiste este acuerdo?: en revelar el amor de Dios que se nos ha hecho visible en Cristo Jesús. En efecto, el agua (bautismo de Jesús) y la sangre (crucifixión de Jesús) manifiestan que la humanidad de Jesús es una humanidad verdadera, contra toda idealización platónica o toda manipulación gnóstica. El Espíritu, por su parte, que viene del Cielo, revela que ese Jesús, enteramente hombre, es el Hijo en que Dios tiene todas sus complacencias. ¿En qué consiste este acuerdo?: consiste además en que el Espíritu es quien da eficacia al agua para purificar del pecado y a la sangre para saciar la sed de redención. "El Misterio de salvación se hace presente en la Iglesia por el poder del Espíritu Santo" (Catecismo 1111) y "la misión del Espíritu Santo es hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo con su poder transformador" (Catecismo 1112).
Sugerencias...
La espiritualidad bautismal. Por el bautismo, el cristiano se ha revestido de Cristo, imagen y prototipo del hombre nuevo, creado a imagen de Dios, y tiene delante de sí la tarea de hacerlo crecer hasta la plena madurez interior. La verdadera novedad abarca a todo el hombre, pero radica especialmente en el corazón, un corazón nuevo capaz de conocer, amar y servir a Dios con espíritu filial, y de amar a los hombres y a las cosas de Dios. Esta es la tarea inaplazable, fundamental y permanente de toda vida cristiana, en todo estado, en toda época y situación. A partir de este nuevo modo de ser, vivido conscientemente por acción del Espíritu Santo, el hombre nuevo imprime a su vida un dinamismo interior orientado a desarrollar los rasgos de su conducta religiosa y moral, en conformidad con su modelo “Jesucristo”, y mediante la purificación incesante de sus pasiones desordenadas: sensualidad, soberbia, banalidad, deseo de bienes superfluos y conversaciones estériles que hacen daño al hombre y perjudican la humanidad (Papa Francisco, 01 de ene 2018).
La edificación, día tras día, de este hombre nuevo es la misión del cristiano y del apostolado en la Iglesia. De aquí que sea necesario meditar asiduamente en la riqueza y hondura del don del bautismo y del compromiso que conlleva, una meditación individual y comunitaria. Porque "todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo y madura en la Confirmación, ya que nos hace capaces de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo y servirlo; nos concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo; nos permite crecer en el bien mediante las virtudes morales" (cfr Catecismo 1266). ¿Tenemos los cristianos suficiente conciencia de la espiritualidad bautismal? ¿Cómo deberíamos vivir para hacer crecer esta espiritualidad en cada uno y en los demás?

 Puede ayudar también...

- En el evangelio de hoy se describe el bautismo del Señor: el cielo se rasga tras su participación obediente en el bautismo con agua al final de la Antigua Alianza, el Espíritu desciende sobre el bautizado y el Padre declara que Jesús es su Hijo amado, su preferido, arquetipo de todos los cristianos que recibirán después el bautismo: todos ellos recibirán el Espíritu de lo alto y nacerán a una nueva vida como hijos de Dios. El agua terrenal no se convertirá por ello en algo superfluo, sino que quedará integrado en el acontecimiento trinitario del bautismo de Jesús. Lo que hasta ahora era un símbolo, se convertirá en lo sucesivo en parte de un sacramento, e incluso en una parte indispensable para todo el que quiera «nacer del agua y el Espíritu» (Jn 3,5) para participar en la vida divina. Esto es así porque el Hijo hecho hombre se sumerge en la historia de la salvación e integra los antiguos signos de esta historia -como la travesía salvífica del arca de Noé por en medio del agua del diluvio (1 P 3,2Os), el paso de los israelitas a través del Mar Rojo (1 Co 10,1-2) y finalmente el bautismo de Juan- en el nuevo acontecimiento salvífico de la Trinidad divina.
- En la primera lectura el agua se convierte anticipadamente en imagen de la gracia dispensada desde lo alto, sin la que tanto la tierra como el corazón sediento del hombre se quedarían resecos. «¡Vengan a tomar agua, todos los sedientos, y el que no tenga dinero, venga también!». Todo lo que se compra con dinero «no alimenta» ni «da hartura». Con Dios no hay trueque que valga, simplemente hay que aceptar sus dones, que se comparan a la «lluvia» que baja del cielo y sin la que nada germina ni da pan sobre la tierra (v. 10). Sólo lo que ha sido impregnado por Dios es capaz de restituir a Dios, en la lluvia enviada por Él, el fruto deseado: en la palabra de Dios podemos hablarle, en su Espíritu podemos renacer para Él.
- Pero… la segunda lectura no se conforma con «Espíritu y agua», sino que necesita como tercer elemento la sangre, esa sangre que junto con el agua fluye del costado traspasado de Cristo. Jesús, que en el bautismo es reconocido por el Padre como su Hijo amado y preferido, es también el elegido para la cruz, el que tendrá que cumplir en ella toda la voluntad del Dios trinitario. Ahora los «tres: El Espíritu, el agua y la sangre» se han convertido en un único «testimonio de su Hijo». Todo bautizado tiene que comprender que debe su filiación divina a esta unidad de agua y sangre de Cristo; el que entra en la vida de Cristo con el bautismo, tendrá que acompañarle de alguna manera hasta el final, para dar testimonio «junto con el Espíritu» (Jn 15,26-27) de la fe en Cristo.

HOMILIA Solemnidad de la EPIFANÍA del SEÑOR. (6 de enero de 2018)



Nexo entre las LECTURAS
La luz de Cristo brilla de modo singular en los textos de la Epifanía. El tercer Isaías canta, bajo el símbolo de la luz, el triunfo y la centralidad de Jerusalén en el concierto de las naciones (primera lectura). La luz de Jerusalén es profecía, mira hacia una persona que será la luz de las naciones y la gloria de Israel (cf. Lc 2, 32). El evangelio nos narra la historia de unos "magos" que llegaron a Jerusalén porque habían visto en oriente la estrella del rey de los judíos y venían a adorarlo (evangelio). Y san Pablo en la carta a los efesios afirma que el misterio de Cristo ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas (segunda lectura); misterio de Cristo que consiste en ser luz y gloria de la humanidad.
Temas...
Cristo, luz universal. Es una verdad de nuestra fe que "Uno ha muerto por todos" y "que nadie más que Él puede salvarnos" (Hch 4,12). Este misterio salvífico de la muerte de Cristo (de su vida y de su resurrección) ilumina con su resplandor a la humanidad en su totalidad, sin exclusión alguna. Dice bellamente el catecismo: "La llegada de los magos a Jerusalén para 'rendir homenaje al rey de los judíos' (Mt 2, 2) muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David (cf Núm 24, 17; Ap 22, 16), al que será el rey de las naciones (cf Núm 24, 17-19)" (Catecismo 528). Los Padres del Concilio Vaticano II comenzaron la Constitución dogmática sobre la Iglesia con estas palabras: "Cristo es la luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo (...) desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando el Evangelio a todas las criaturas" (LG 1). Esta verdad forma parte del patrimonio perenne de la Iglesia y fundamenta su razón misma de ser en el mundo.
Cristo, misterio de Dios. La universalidad salvífica de Cristo no consta en los anales de la historia humana ni es deducible mediante estudios historiográficos profundos ni resulta del esfuerzo de penetración de una mente extraordinaria y sin igual. San Pablo, que tuvo que enfrentarse en primera persona con esta realidad y luego defenderla frente a los adversarios, quedó convencido íntimamente -y así nos lo dejó escrito- que está de por medio "un misterio", el cuál consiste en que todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa hecha por Cristo Jesús a través del evangelio (cfr.: Ef 3, 6). Un misterio de Dios y lo por tanto sólo Dios puede revelar y en el modo previsto por su providencia. A los magos el misterio se les reveló por medio de una estrella; a Pablo mediante la visión y experiencia de Cristo en el camino hacia Damasco. A nosotros, cada día en la oración y en la caridad y en la Misa Dominical.
A este Niño, Luz universal envuelta en el misterio de Dios, sentido y plenitud de la humana existencia (así fue para los magos, así fue para Pablo, así debe ser para todo hombre), debemos adorarlo y ofrecerle nuestros regalos, como hicieron los magos; tenemos que consagrarle nuestra vida, como hizo Pablo de Tarso. Sumisión y ofrecimiento, obediencia a la voluntad divina y donación es la manera de vivir del discípulo-misionero que acoge, con amor y gozo, el misterio de Cristo.
Sugerencias...
Cristiano, adora a Dios. Existe en el hombre una tendencia innata a "adorar", es decir, a someterse sumisamente a alguien o a algo que da razón de su existir. En la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento, se mencionan con frecuencia a los ídolos y se previene contra ellos. "No te harás ídolos... No te postrarás ante ellos ni les darás culto" (Dt 5, 8-9). "Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen boca y no hablan... son como dioses que no pueden salvar". Esos ídolos pueden ser realidades materiales que con su poder encandilan la mirada del hombre y atraen su corazón, ídolos realmente numerosos y potentes; pueden ser también personas que, con su gracia y encanto, seducen y enajenan los pensamientos y el corazón de los hombres; el ídolo puedo ser yo para mí (mismo), haciendo del yo un sujeto adorante y adorado en un narcisismo inmaduro y cegador. Frente a los ídolos, el cristiano oye la voz de la Iglesia y de la conciencia que le dice: "Adora a Dios", el único Dios verdadero, el Dios vivo y fuente de vida. Sólo Él merece adoración, obediencia, entrega. Sólo Él te respeta sin avasallarte, sólo Él te libera de cualquier ídolo dentro o fuera de ti. Como enseña el catecismo: "La adoración del único Dios libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo" (Catecismo 2097).
Cristo y las religiones. Los magos del oriente no vinieron a Belén a convertirse a una nueva religión, sino a adorar al Rey de los judíos. Nada sabemos históricamente de ellos, después de este encuentro con el Niño Jesús, sino que "se fueron por otro camino". El hecho es que simbolizan las grandes religiones del oriente que adoran a Jesucristo, reconociendo en Él una "persona" importante capaz de hacer girar el eje de la historia, pero no necesariamente al Hijo de Dios. La figura de los magos no ha cesado de prolongarse en los siglos venideros del cristianismo, y hoy incluye a todos los no cristianos que buscan, en el claroscuro de sus creencias religiosas (san Juan de la Cruz), al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo. La actitud de dialogo (diálogo doctrinal, pero también ético y espiritual) con los no cristianos responde al designio de Dios, y es cada vez más apremiante no sólo en Oriente sino también en Occidente, dada la intensa emigración y el fenómeno de la movilidad humana y el llamado de Dios a todos (Papa Francisco). Este diálogo será fructuoso si el cristiano está firmemente asentado en su fe y busca con sinceridad discernir las "semillas del Verbo".




Puede ayudar…
- El evangelio describe la llegada de los astrólogos paganos que han visto salir la estrella de la salvación y la han seguido. Dios les ha dirigido una palabra mediante una estrella insólita en medio de sus constelaciones habituales; y esta palabra les ha sobresaltado y les ha hecho aguzar el oído, mientras que Israel, acostumbrado a la palabra de Dios, ha cerrado sus oídos a las palabras de la revelación: no quiere que nada turbe el curso habitual de sus dinastías (lo mismo suele ocurrir en la Iglesia, cuando se siente molesta por el mensaje inesperado de un santo y o del Magisterio). La pregunta “ingenua” de estos extranjeros: «¿Dónde está el Rey que ha nacido?», provoca desazón e incluso susto. La consecuencia será, en el caso de Herodes, un plan criminal secreta y arteramente urdido; pero los Magos, guiados por la estrella, consiguen su meta: rinden homenaje al Niño y, conducidos por la providencia divina, evitan a Herodes, volviendo a su tierra por otro camino. El acontecimiento es claramente simbólico: anuncia y preludia la elección de los paganos; más de una vez, Jesús encontrará en ellos una fe más grande que en Israel. A menudo son los conversos (raramente deseados) los que abren caminos nuevos y fecundos a la Iglesia (cfr. Hch 9, 26-3O).
- Isaías (en la primera lectura) exhorta a Jerusalén a brillar, ahora que no quiere reconocer a su salvador, «porque llega tu luz». Jerusalén no tiene luz en sí misma, aunque ella crea que la tiene: debe ver a los pueblos y a los reyes venir con sus tesoros, pero no a ella, sino a su luz. Sólo a esta luz podrá reunirse de nuevo a sí misma y salir de su fatal diáspora, pero no cerrándose ya a los pueblos que le traen «los tesoros del mar» desde los países más remotos, sino únicamente uniéndose con ellos. La multitud que así se congregará será un nuevo pueblo, el «Israel de Dios», y por este motivo Israel debería estar radiante de alegría y «ensanchar su corazón». Ahora vienen todos de Sabá, pero no como cuando la reina de Sabá vino a Jerusalén para ver la sabiduría de Salomón; ahora se trata realmente de un pueblo de Dios elegido entre todos los pueblos de la tierra y representado por los primeros en venir: unos Magos que han seguido la luz y han rendido homenaje y adorado al Niño.
- En el fondo Israel tendría que haber presentido algo del «Mysterium» que ahora se revela a Pablo (en la segunda lectura): que el viejo Israel va a abrirse a todos los pueblos, que éstos son también «partícipes de la promesa en Jesucristo» y «coherederos» junto con Israel. Pero, a pesar del anuncio hecho por Dios a Abrahán, de que los pueblos serían bendecidos en Él, Israel no ha comprendido la promesa e incluso ha rechazado «al rey de los judíos que acaba de nacer»; únicamente por el «Espíritu Santo» se reveló a los «apóstoles» y a los «profetas» del Nuevo Testamento que la antigua promesa hecha a Abrahán y la alianza de Noé -más antigua todavía- con la creación se ha cumplido en este recién nacido. Sólo la Iglesia de Cristo ve la estrella que de Él sale y cómo su epifanía brilla sobre el mundo entero.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...