miércoles, 27 de diciembre de 2017

HOMILIA SANTA MARÍA, MADRE de DIOS. Solemnidad. (01 de enero 2018)



SANTA MARÍA, MADRE de DIOS. Solemnidad. (01 de enero 2018)
Primera: Números 6, 22-27; Salmo: Sal 66, 2-3. 5-6. 8; Segunda: Gálatas 4,4-7; Evangeli
o: Lc 2, 16-21
Nexo entre las LECTURAS
La "MUJER" es el centro de atención de la Liturgia. Particularmente la mujer como madre. Y esa mujer y esa madre es María. San Pablo en su carta a los gálatas dice de Jesucristo: “nacido de mujer, nacido bajo la ley” (segunda lectura), para indicarnos que como hombre-Dios necesariamente ha tenido que tener una madre. La bendición litúrgica de la primera lectura parece que fue escrita dirigida a María madre: “El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor te muestre su rostro y te dé la paz”. Aunque también podemos decir que esa bendición es el deseo para el año 2018, en la realidad de sus horas, días, semanas y meses: ‘que el Señor te bendiga... año del Señor 2018’.
Tengamos presente el mensaje del Papa con ocasión de la 51 Jornada mundial de la paz. El lema es: Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz. Las palabras de san Juan Pablo II nos alientan: «Si son muchos los que comparten el “sueño” de un mundo en paz, y si se valora la aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente en “casa común”». A lo largo de la historia, muchos han creído en este «sueño» y los que lo han realizado dan testimonio de que no se trata de una utopía irrealizable.
Temas...
Mujer y Madre de Dios. “Nacido de mujer” es Jesús. Mujer, con toda su feminidad, es María, la nueva Eva, origen y espejo de toda mujer redimida. Jesús es el Verbo de Dios, y María es la Madre de Dios, la Mujer. Dios, en su inmensa sabiduría, ha querido vivir la experiencia de tener una madre, de mirarse en la ternura de sus ojos, de acunarse en sus brazos y de ser estrechado en su regazo. Para ser Madre de Dios, María no tuvo que renunciar o dejar al margen nada de su feminidad, al contrario, la tuvo que realizar en nobleza y plenitud, santificada como fue por la acción del Espíritu Santo. Al nacer de una mujer Dios ha enaltecido y llevado a perfección "el genio femenino" (San Juan Pablo II) y la dignidad de la mujer y de la madre. La Iglesia, al celebrar el uno de enero la maternidad divina de María reconoce gozosa que María es también madre suya, que a lo largo de los días y los meses del año engendra nuevos hijos para Dios.
Además, como dijo el Papa Francisco en la Nochebuena de 2017: En los pasos de José y María se esconden tantos pasos. Vemos las huellas de familias enteras que hoy se ven obligadas a marchar. Vemos las huellas de millones de personas que no eligen irse, sino que son obligados a separarse de los suyos, que son expulsados de su tierra. En muchos de los casos esa marcha está cargada de esperanza, cargada de futuro; en muchos otros, esa marcha tiene solo un nombre: sobrevivencia. Sobrevivir a los Herodes de turno que para imponer su poder y acrecentar sus riquezas no tienen ningún problema en cobrar sangre inocente. María y José, los que no tenían lugar, son los primeros en abrazar a aquel que viene a darnos carta de ciudadanía a todos. Aquel que en su pobreza y pequeñez denuncia y manifiesta que el verdadero poder y la auténtica libertad es la que cubre y socorre la fragilidad del más débil.
Madre, bendición y memoria. En el designio de Dios, como a María, se puede decir a toda mujer-madre: "Bendito el fruto de tu vientre". Una bendición primeramente para la misma mujer y bendición para el matrimonio, en el que el hijo favorece la unidad, la entrega, la felicidad. Bendición para la Iglesia, que ve acrecentar el número de sus hijos y la familia de Dios. Bendición para la sociedad, que se verá enriquecida con la aportación de nuevos ciudadanos al servicio del bien común.
La maternidad es también memoria. "María hacía 'memoria' de todas esas cosas en su corazón" (evangelio). Memoria no tanto de sí misma, cuanto del Hijo, sobre todo de los primeros años de su vida en que dependía humanamente de ella. Memoria que agradece a Dios el don inapreciable del Hijo y toda madre de sus hijos. Memoria que reflexiona y medita las mil y variadas maneras de crecer y vivir que tienen los hijos. Memoria que hace sufrir y llorar, que consuela, alegra y enternece. Memoria serena y luminosa, que recupera retazos significativos del pasado para bendecir a Dios y cantar, como María, un "magníficat".
Sugerencias...
Hace pocos días hemos adorado la presencia del Verbo encarnado en el humilde pesebre de Belén. Ahora la Iglesia nos invita a dirigir la mirada llena de asombro a la otra persona magnífica del pesebre que es la Madre de Jesús, Dios hecho carne.
La Madre nos acompaña siempre hacia su Hijo y nunca nos aleja de Él (a Cristo por María). El Concilio Ecuménico Vaticano II lo ha dicho con estas palabras: “Todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo” (Lumen Gentium, n. 60). La Madre de Dios, con su pureza virginal, representa y defiende también la pureza de la doctrina cristiana. En el Breviario y en la “forma extraordinaria” (o rito antiguo) del Misal se encuentra la hermosa antífona mariana «Alégrate, Virgen María, tú sola has destruido todas las herejías del mundo entero».
Los primeros dogmas, que se refieren a la virginidad perpetua y a la maternidad divina, y también los últimos (Inmaculada Concepción y Asunción corporal al Cielo), son la base segura para la fe cristiana en la encarnación del Hijo de Dios. Pero también la fe en el Dios vivo, que puede intervenir en el mundo y en la materia, así como la fe en las realidades últimas (resurrección de la carne y, en consecuencia, la transfiguración del mismo mundo material) está confesada implícitamente en el reconocimiento de los dogmas marianos.
No es posible ser cristiano si no se es fuertemente mariano. En este día la Iglesia reza especialmente por la paz. Y es justamente a la siempre Virgen Madre de Dios a quienes se dirigen los fieles para obtener del Señor, a través de su intercesión, el don de la paz, para la Iglesia y para el mundo.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.

Misa de La SAGRADA FAMILIA. Fiesta. cB (31 de diciembre 2017)




Primera: Génesis 15, 1-6; 17, 5; 21, 1-3; Salmo: Sal 104, 1b-6. 8-9; Segunda: Hebreos 11, 8. 11-12. 17-19; Evangelio: Lucas 2, 22-40
Nexo entre las LECTURAS
Podemos rezar, como tema central de este Domingo, la fe y la familia. La primera lectura trata de la fe de Abraham, una fe inquebrantable, probada. Esta misma fe es objeto de la segunda lectura en la que el autor de la carta a los Hebreos nos hace una verdadera ponderación de los grandes hombres de fe en la historia de la salvación. Finalmente, el evangelio resalta la fe de la Virgen María, al escuchar las palabras que Simeón dirige a su niño: ‘gloria de Israel y luz de las naciones’, y a ella: “Una espada te atravesará el alma”.
Temas...
Fe en el Dios de la promesa, de la prueba y del cumplimiento. “Por la fe Abraham (…) se fió del que se lo había prometido” (Heb 11, 8.11). Dios promete a Abraham tierra y descendencia, y Abraham, fiado de Dios, no duda un instante en dejar su patria y en esperar lo humanamente imposible (primera lectura). María y José contemplan a Simeón que tiene en sus manos a su hijito, el Niño Dios, y dice de Él cosas maravillosas y sorprendentes. Pero María es mujer de fe, es la madre de los creyentes, y no admite la más mínima duda sobre el destino y la misión grandiosa de su Hijo, en ese momento ‘Niño pequeño y necesitado’: gloria de Israel y luz de las naciones. Comprendemos en el caso de Abraham y de la Virgen María que “no hay imposible para Dios” y que ‘todo es posible para el que tiene fe’. Las promesas de Dios no han terminado con aquellas familias. Las promesas de Dios continúan, son presente: la gran promesa de la salvación, la promesa de unos cielos nuevos y una tierra nueva en donde reine la justicia... Nosotros, creyentes, ¿tenemos fe en las promesas de Dios? Así como Dios cumplió la promesa hecha a Abraham y a María, así cumplirá su promesa a los hombres y familias de todos los tiempos.
Dios no ahorra a ningún creyente las pruebas de la fe: La cruz forma parte de la misma ‘lógica’ divina. Una fe no probada, ¿sería fe? Fue probado Abraham, el padre de los creyentes; fueron probados los patriarcas, y Moisés y David, y los profetas...Y fue probada, al llegar la plenitud de los tiempos, la Virgen María. ‘Será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón’. Nuestra fe es probada por Dios como Educador y Padre que quiere afirmar y perfeccionar nuestro abandono total a Él mismo. Ante las pruebas de la fe, la actitud del hombre debe ser la de Abraham, la de María, la de san Pedro, ‘que una vez convertido tiene que confirmar en la fe a sus hermanos’. Podemos hacer mención de la ceguera y lepra del Cura Brochero y de la afonía de san Juan Pablo II…
La familia de la fe. Así como cada familia de sangre puede mostrar su árbol genealógico, existe también la familia de la fe, con su árbol genealógico y con su historia concreta. Tal vez no podamos determinar documentalmente ese árbol ni esa historia, pero existe, es un dato que no se puede cancelar, por más que nos sea desconocido, y lo muestra el autor de la carta a los Hebreos, que  hace desfilar por el capítulo 11 grandes figuras de ese árbol genealógico en la historia de Israel. Cada Iglesia particular y doméstica tiene también su árbol genealógico. Recordemos por ejemplo las primeras: Jerusalén, Antioquía, Galacia, Corinto, Roma. Cada nación y cada Iglesia particular (diócesis) y doméstica, hoy en día se gloría también de su ‘padre en la fe’. La fiesta de la Sagrada Familia hace referencia en primer lugar a cada familia de sangre, pero incluye además esa otra familia de la fe, pues María, la creyente, es Madre de la Iglesia, y José es su patrono especial (León XIII). Podríamos hablar de los anteriores Párrocos de nuestras parroquias, de los matrimonios de antes que pueden ser puestos como modelos de los nuevos… catequistas… religiosas, religiosos… hablemos-recemos de la genealogía de la fe de la Comunidad y de cada uno de nosotros.
Sugerencias...
Los padres en la fe. Los padres de sangre dan la vida, pero no basta; tienen que dar también la fe para ser verdaderamente padres (san Juan Pablo II). La primera escuela de la fe, desde los inicios del cristianismo, ha sido la familia y deberá continuar siéndolo. La familia por la evangelización y la catequesis debe ser escuela de fe. Los padres y los adultos deben ocuparse de la educación religiosa de sus hijos, al menos hasta la mayoría de edad y rezar siempre, por ellos, hasta el fin de sus días para que conserven la fe. En una familia en la que los padres creen, pero no hay coherencia entre la vida y la fe ofrecen un mal modelo creyente a sus hijos. Para los padres cristianos el transmitir la fe no es algo opcional, ni algo que pueden transferir a los maestros del colegio o a los catequistas de la parroquia, ni algo carente de interés frente al estudio de otras materias llamadas o consideradas más importantes. Para los padres cristianos transmitir la fe es inherente al hecho mismo de transmitir la vida. Si todos los padres cristianos transmitieran a sus hijos, de palabra y con el ejemplo, la fe de la Iglesia, algo cambiaría en este mundo... (Beato Pablo VI y san Juan Pablo II).
La Iglesia es familia. Los hombres podemos formarnos imágenes diversas de la Iglesia, que subrayan aspectos reales de ella o secuelas históricas: la Iglesia-institución, la Iglesia-poder, la Iglesia-carisma, la Iglesia-sociedad perfecta, la Iglesia-pueblo... En este día dedicado a la Sagrada Familia es una valiosa oportunidad para subrayar que la Iglesia es familia: familia de Dios entre los hombres, familia de hermanos que se aman y se ayudan mutuamente en su fe y en su vida cristiana, familia herida en su unidad, pero que la busca sincera y ardientemente, familia que tiene una misma fe, un mismo bautismo, un mismo Dios y Padre, un mismo Señor y un mismo Espíritu. Si, somos Iglesia somos familia, por eso vivamos todos, con nuestros comportamientos, actitudes, pensamientos y palabras, el espíritu de familia.

viernes, 22 de diciembre de 2017

HOMILIA MISA DE NAVIDAD

Misa de NAVIDAD (Lunes 25 de diciembre 2017)
Primera: Isaías 52, 7-10; Salmo: Sal 97, 1-6; SegundaHebreos 1,1-6;  Evangelio: Juan 1, 1-18
Nexo entre las LECTURAS
Las lecturas del día de Navidad se centran todas ellas en el "misterio". Se trata primeramente de un misterio escondido en la eternidad de Dios (evangelio), preanunciado y prefigurado por medio de los profetas a lo largo de siglos (primera y segunda lectura), revelado en la "carne" del Verbo (evangelio), testimoniado por Juan el Bautista y por todos los que aceptaron a Jesús, al venir a este mundo (evangelio).
Temas...
Misterio escondido y revelado. “Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios” (Jn). En el ámbito misterioso de lo eterno es la Palabra junto al Padre y al Espíritu. Una Palabra pronunciada, Engendrado no creado, por el Padre de una vez para siempre. Una Palabra sin palabras, Única, definitiva, completa. El Padre, rico en misericordia, quiso que su Palabra comenzara a resonar en la historia y en la vida de los hombres, “muchas veces y de diversos modos por medio de los profetas” (Heb), “mensajeros que anuncian la paz, que traen la buena nueva y proclaman la salvación” y “centinelas que ven con sus propios ojos que el Señor vuelve a Sión” (Isaías). De este modo, al resonar en labios proféticos, la Palabra se hizo múltiple, la Palabra, de alguna manera por Dios querido, vino a ser parcial y limitada, la Palabra definitiva se hizo provisoria. ¡Gran misterio de la Palabra, misterio que culminará en la Encarnación en el seno de María Santísima! ¡Qué abismo de misterio nos revela este acontecimiento imprevisible, inefable, infinitamente gratuito, aunque esperado y ardientemente deseado por la humanidad entera!
Misterio testimoniado y que pide respuesta. “Juan dio testimonio de él”. “La luz resplandece en las tinieblas y las tinieblas no la sofocaron”, la recibieron (cfr. Evangelio). Es el testimonio de quienes han visto y han oído. ¿Qué cosa? O mejor, ¿a quién? Han “visto” y “oído” la Palabra en la carne y en los labios de Jesús de Nazaret. El Espíritu les ha hecho “ver” y “oír” la Buena Nueva, el Evangelio traído del cielo y que conduce al cielo. ¿Qué Evangelio? Jesús es la Luz que con su venida al mundo ilumina a todo hombre; Jesús es la Vida por la que nacemos de Dios y llegamos a ser hijos de Dios; Jesús es la Gracia y la Verdad, que estando en el seno del Padre nos puede revelar y explicar el misterio del Padre (cfr. Evangelio). Jesús es el resplandor de la gloria del Padre e imagen perfecta de su ser (segunda lectura), es decir, plenamente igual al Padre en su ser, en su poder y en su amor.
Este Jesús, que nos llega mediante el testimonio de Juan el Bautista y de los apóstoles y primeros cristianos, interpela a cada uno para que acepte su misterio personal y sea su testigo entre los demás. Ante el misterio de Jesús, hay quienes lo rechazan y quienes lo aceptan, quienes se ponen a su servicio y quienes se desinteresan de Él. La Navidad es magnífica ocasión para que el hombre examine su actitud ante el Niño Dios: ¿Acogida y testimonio, o rechazo e indiferencia?
Sugerencias...
Mensajeros y centinelas. Desde los inicios de la historia de la salvación ha habido mensajeros y centinelas de Dios para anunciar el designio de Dios y proteger a los hombres, especialmente al pueblo de Israel y a la Iglesia, como nuevo Israel, de sus enemigos. Mensajeros para anunciar y proclamar las maravillas de Dios para con los hombres, para con su pueblo. Centinelas para avizorar el horizonte de la historia, prever los movimientos culturales, religiosos, ideológicos, políticos y sociales que van a afectar la vida de los hombres y de los cristianos. Podemos reflexionar: Jesucristo es "la clave, el centro y el fin de toda historia humana" (CIC 450) –Navidad, Pascua, Glorificación–, y por consiguiente de las culturas, religiones, ideologías, política y sociedad. Cada uno estamos llamados a ser mensajero y centinela (discípulo-misionero): mensajero que proclama con su vida y su palabra la conversión y la salvación en Jesucristo, porque en Cristo tenemos vida y vida abundante (Aparecida); centinela que advierte al hombre de las cosas buenas que aportan los movimientos históricos y que le previene y defiende de los peligros que los mismos encierran (Evangelii Gaudium). Al rezar, este 25, podemos preguntarnos –como hizo el Papa en Roma–: ¿eres mensajero y centinela para con los que entran en contacto contigo?, ¿eres mensajero y centinela en tu familia, barrio?, ¿eres mensajero y centinela con los niños, alumnos, jóvenes o adultos, con quienes compartes la vida cotidiana?
Aquí-hoy-ahora. El misterio escondido, revelado y testimoniado se celebra y actualiza "hoy–aquí". Es decir, en el lugar en que un sacerdote y una comunidad cristiana se reúnen para celebrar la Navidad. Aquí quiere decir Roma, Ámsterdam, Tokio, La Paz o Buenos Aires. Aquí quiere decir en tu parroquia, en tu comunidad religiosa, en el movimiento o grupo eclesial al que perteneces. El misterio además se celebra y actualiza " hoy–aquí ": esta Navidad de 2017. Esta Navidad, en la que no han cesado las guerras y hasta aumenta la persecución religiosa (Papa Francisco), en la que algún niño morirá o simplemente no participará del Banquete de la Vida, pues en muchos lugares no habrá Misa –recemos por el aumento de las Vocaciones–. Además, muchos hombres y mujeres si unirán sus manos en oración y sus vidas en la acción para orar y trabajar por la paz, para arrancar de la humanidad los males que la afligen, muchos celebrarán la Misa y comulgaran en gracia. El misterio finalmente se celebra y actualiza "ahora": en este momento de nuestra vida, de nuestra experiencia religiosa, de la madurez humana y cristiana, de la situación familiar y profesional. En este momento de la vida nuestra, Dios viene para transformar y ayudar en la carne de un Niño. El "aquíhoyahora" de la Navidad es un despertador y un impulso para nuestra vida cristiana.

martes, 19 de diciembre de 2017

HOMILIA Cuarto Domingo de ADVIENTO cB (24 de diciembre 2017)


Primera: 2 Samuel 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16; Salmo: Sal 88, 2-5. 27. 29; Segunda: Romanos 16, 25-27; Evangelio: Lucas 1, 26-38
Nexo entre las LECTURAS
Dios muestra a David su gratuidad anunciándole que le construiría una casa, es decir, una dinastía y que sería para él y sus descendientes como un padre (primera lectura). La misma gratuidad divina se hace evidente en el anuncio del ángel Gabriel a María sobre su vocación de Madre de Dios por obra del Espíritu Santo. María será la ‘nueva casa’, la ‘nueva arca’ construida por Dios en la plenitud de los tiempos (evangelio). La acción gratuita de Dios se manifiesta siempre en su poder para consolidar a los hombres en la fe, en su revelación del misterio mantenido en secreto desde la eternidad, y ahora dado a conocer a todas las naciones para que respondan a esta revelación con la fe (segunda lectura).
Temas...
La gratuidad de Dios. La redención es ante todo obra de la Santísima Trinidad. Es Dios quien promete a David una "casa", quien envía el ángel Gabriel a una virgen de nombre María y quien revela a los hombres su misterio; es en el Hijo de Dios (hijo de David según la carne) en quien tal promesa logra su perfecto cumplimiento: “El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin”, y en quien el Padre se revela a los hombres; es por obra del Espíritu que el Hijo de Dios se hizo hijo de David en el seno de María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”, y por quien los cristianos somos hechos hijos de Dios. Esta gratuidad trinitaria se caracteriza por tres notas: La absoluta iniciativa divina (ni David, ni María, ni los hombres han emprendido algo merecedor de la intervención de Dios), una iniciativa que tiene que ver exclusivamente con la salvación del hombre sin interés alguno por parte de la divinidad, y una salvación caracterizada por la universalidad: todas las naciones.
Los caminos de la gratuidadEl primero es el de la elección: Dios elige a quien quiere para realizar sus designios en la historia. Eligió a David, y no a Samuel o Saúl, para fundar la monarquía y la dinastía mesiánica. Eligió a María, no a Isabel o a Ana, para ser la Madre del Mesías y Madre de Dios. Eligió a Pablo y a los apóstoles para revelar a los hombres el misterio escondido desde la eternidad. Segundo camino de la gratuidad divina, es la misión que Él encomienda. No son los hombres quienes la buscan y se ocupan por alcanzarla; es Dios quien la da y quien acompaña al hombre en su realización. La misión concreta en la vida no se la inventó David, ni María Santísima ni Pablo. El inventor, dador e impulsor de la misión es sólo y exclusivamente Dios. Un tercer camino es la salvación. Sólo Dios salva. Los hombres somos únicamente instrumentos racionales y libres, colaboradores responsables de Dios en la realización de su obra salvífica. Quien quisiera proponerse como salvador por propia voluntad, buscaría usurpar un derecho exclusivo de Dios, como el relato del Génesis. En estos ámbitos de la gratuidad, hemos de colocar la Navidad. No es este acontecimiento ni su memoria litúrgica algo que nos es debido cada año. Como en su mismo origen, sigue siendo hoy absolutamente gratuito. Es un misterio, y éste es siempre don, gracia, pura liberalidad divina.
Sugerencias...
La Navidad, un don. En nuestra mentalidad "cristiana", damos por descontado que el día 25 de diciembre es Navidad. Esta fiesta forma parte del calendario civil, y marca, con sus tradiciones populares en los diversos países "cristianos", unos días de especial carga de ternura y de gozoso ambiente familiar y hogareño. En muchos países es costumbre intercambiar regalos, y abrir el corazón a los más necesitados con una sonrisa o con una ayuda en dinero o en especie. Todo eso es bueno y hermoso, y puede estar inspirado por el mismo acontecimiento de la Navidad, pero es obra del hombre, es resultado de la historia o exigencia de las circunstancias presentes. Todo eso rodea al misterio, pero no entra en él. Para poder entrar en el misterio de la Navidad requerimos de la intervención de Dios. Entonces la Navidad es sobre todo una realidad interior, una honda transformación, un compromiso exigente de Dios y del hombre. El Adviento es tiempo de preparación para acoger el don, para abrir la puerta del alma al poder de Dios sobre mi vida. ¿Cómo me estoy preparando, cómo me puedo preparar mejor para recibir esa gratuita y estupenda donación de Dios?
María, figura del Adviento. La vida de María, antes de la primera Navidad, puede ser considerada como el primer y más verdadero "adviento". María se preparó para acoger el don de Dios en un clima de oración, siendo como era una fervorosa hija de Israel. Se preparó viviendo la vida sencilla de una niña y adolescente judía, cumpliendo con perfección sus deberes religiosos y familiares. Se preparó con la lectura y la meditación de la Escritura y de las grandes maravillas de Dios en ella narradas. Se preparó con la docilidad al Espíritu Santo, que había llenado su alma desde su misma concepción haciéndola una mujer “llena de gracia”. Y tú, ¿cómo te estás preparando? ¿O ni siquiera has pensado que haya que prepararse al acontecimiento más crucial de la historia humana? ¿Qué estás haciendo para ayudar a otros a abrir el corazón a la irrupción misteriosa y gratuita de Dios en su vida personal y en la vida de sus hermanos?

lunes, 4 de diciembre de 2017

Segundo Domingo de ADVIENTO cB (10 de diciembre 2017) HOMILIA 2

Segundo Domingo de ADVIENTO cB (10 de diciembre 2017)
Primera: Isaías 40, 1-5. 9-11; Salmo: Sal 84, 9-14; Segunda: 2 Pedro 3, 8-14; Evangelio: Marcos 1, 1-8
Temas... Sugerencias...
El Bautista, que aparece en el evangelio, como «una voz en el desierto». Nuestro mundo es un desierto y hoy parece que lo es más que nunca; «el desierto crece»: materialmente, por la deforestación de los bosques, contra la que todos los planes de cultivo, conservación y repoblación forestal parecen impotentes. Además, para constatarlo solo es preciso caminar con los ojos bien abiertos a través de los barrios de nuestras ciudades, por los lujosos y por aquellos que vergonzosamente ocultamos, establecidos al margen de nuestras ciudades. Los desconsuelos tienen nombres, causas y densidades distintas: soportar día tras día el sinsabor de una vida sin sentido; no poder asegurar los elementales gastos cotidianos para vivir sobriamente; convivir con un cuerpo o una mente enfermo sin remedio; padecer el aparente silencio de Dios, su fingida malévola indiferencia. Y tantos otros desconsuelos…; y espiritualmente, por la desertización del paisaje religioso, pues la humanidad apenas puede oír ya la voz que clama «prepárenle el camino al Señor». La «voz» se va extinguiendo en el griterío confuso y turbulento de los medios de comunicación, de las primicias informativas, de las noticias sensacionalistas que se pisan y devoran unas a otras y de las mismas redes sociales. Y si el profeta aparece con unos hábitos sorprendentemente anti-culturales -vestido de piel de camello; saltamontes y miel silvestre como alimento-, nosotros hoy estamos bastante habituados a un comportamiento similar por parte de la juventud inconformista; pero estos jóvenes que ahora protestan, a menos que quieran explícitamente convertirse en seres marginales, terminarán entrando por el aro y participarán en el gran juego de los adultos, más todavía, hay movimientos que quieren ser tan fuertes en la protesta que tienden a sacarse la ropa o cubrirse, para no ser identificados. Hoy sólo es noticia, a lo sumo, la teología que se inmiscuye en los asuntos políticos o promueve los cambios sociales. El Bautista lo tendría hoy más difícil que entonces, cuando la gente acudía a oírle, confesaba sus pecados y le concedía al menos un ‘cierto crédito’, creyendo que alguien más grande, al que había que preparar el camino, vendría después de él.
La primera lectura aporta todo el contexto de su mensaje. El contenido de éste es mucho más grande que lo que se puede realizar mañana y pasado mañana: que los israelitas desterrados en Babilonia podrán volver a su patria y reconstruir su templo. El mensaje habla de un futuro, un futuro que está ciertamente próximo y en el que «todos los hombres juntos verán la gloria del Señor», en el que Dios mismo, como un pastor, reunirá a toda la humanidad para conducirla finalmente a casa. Este acontecimiento escatológico debe ser proclamado desde «lo alto de un monte», pues es un mensaje de gozo. La turbulenta historia del mundo, con sus hondonadas y sus colinas -es decir, con sus caminos escabrosos y tortuosos- se manifestará finalmente como el camino recto y llano por el que Dios ha transitado desde siempre. La historia, que desde el punto de vista intramundano parece encaminarse hacia catástrofes imprevisibles, es, vista desde el final -con esperanza-, una vuelta a casa segura y entrañable.
El tiempo de Dios. La segunda lectura nos dice que no tenemos una visión panorámica del tiempo; calculamos los días y los años, pero nuestros cálculos resultan siempre falsos. En todos los siglos se ha pronosticado el día de la venida de Dios, pero éste nunca ha llegado. Esto ocurre porque el tiempo de Dios no es como el de los hombres: para Dios «mil años son como un día». Por eso algunos hablan con un tono de superioridad y de sarcasmo de «retraso», de una espera ingenua del fin. Pero el Señor no tarda en cumplir su promesa. Está viniendo constantemente y saca como un pescador la gigantesca red de la historia del mundo sobre la playa. Que el fin del mundo, visto de una forma puramente intramundana, deba ser catastrófico, no turba ni el plan de Dios ni la confianza de los cristianos. Estos simplemente deben procurar que Dios los encuentre «inmaculados» y «en paz con Él» cuando vuelva. El Adviento prepara esta paz y ayuda a vivir en paz, preparando, también, la jornada mundial de la paz (1 de enero de 2018).

Segundo Domingo de ADVIENTO cB (10 de diciembre 2017) HOMILIA 1


Primera: Isaías 40, 1-5. 9-11; Salmo: Sal 84, 9-14; Segunda: 2 Pedro 3, 8-14; Evangelio: Marcos 1, 1-8
Nexo entre las LECTURAS
La imagen del "desierto" aparece en la primera lectura y en el evangelio y en ella se compendia el mensaje litúrgico de este Domingo de Adviento. En el exilio babilónico, a punto ya de que se acabe, una voz grita: "Preparen en el desierto un camino al Señor" (primera lectura). En el evangelio la voz que así grita es la de Juan Bautista, el precursor del Mesías, cuya venida está ya cerca. También en el "desierto" el hombre debe prepararse para la Última Venida del Señor, en la que "esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en que habite la justicia" (segunda lectura).
Temas...
Un "desierto" necesario. En el mundo hay fenómenos nada evangélicos, nada cristianos. Como los judíos exiliados de Babilonia estaban encandilados por la grandeza del imperio y por la fastuosidad de sus ritos religiosos, los hombres de hoy sienten la seducción del progreso técnico, el prurito de otras religiones que no son cristianas, el reclamo de paraísos alucinantes en que reinan la droga, el sexo y el alcohol, la dulce y adormecedora inconciencia del pecado incluso ante las exigencias básicas de los diez mandamientos... (cfr. Francisco). En estas circunstancias surge la necesidad del "desierto": lugar o estado del espíritu donde recrear el ambiente propicio y favorable para encontrarse con Dios y con la propia dignidad de imagen e hijo de Dios, mediante el silencio interior y el recogimiento de los sentidos, mediante la meditación y la plegaria asiduas. Ante la pérdida del sentido de Dios y del sentido del pecado se requieren "espacios", sean exteriores o interiores, de recuperación de sentido, de readquisición de principios, valores y convicciones anclados en el mismo ser del hombre y del cristiano.
La intervención divina. Dios desea intervenir en la historia y en la vida del hombre, día a día. El espíritu del mundo no acepta la intervención divina, es más, la niega. Por eso se nos llama a una actitud interior de "desierto", abandonarnos en las manos de Dios con confianza y fortalecer el deseo de la conversión. Sólo así nos daremos cuenta, como los judíos de Babilonia, que hay ‘valles que elevar’, ‘colinas que abajar’ y ‘caminos torcidos que enderezar’, y podremos encaminarnos a la tierra prometida (primera lectura) que ya no es en este mundo, sino en el Cielo. Sólo en este abandono en la Divina Providencia podremos escuchar la Palabra que nos llama a convertirnos y recibir el bautismo y, los ya bautizados, renovar las promesas bautismales. Dios continúa interviniendo en nuestros días -nos da su gracia- en la vida de cada uno y de los pueblos. No podemos reconocer y aceptar Su presencia si no vivimos la experiencia purificadora y meditativa del "desierto".
El "desierto" florece. En el ambiente sereno y silencioso de "desierto" nos vamos empapando de la verdad de Dios, del sentido del tiempo, de la norma suprema de la existencia. Dios es nuestro rey que viene con poder y brazo dominador para liberarnos del pecado y de sus secuelas; Dios es nuestro Señor que trae consigo su salario de vida y salvación eternas; Dios es nuestro pastor, que reúne al rebaño y lo cuida amorosamente (primera lectura). En el "desierto" conoceremos que el día del Señor llega como un ladrón y que el cómputo del tiempo que Dios hace no coincide con el de los hombres. En el "desierto" sabremos que Dios no quiere que alguien se pierda, sino que todos se conviertan. En el "desierto" veremos con claridad que la espera de la venida del Señor debe llevar al hombre a una conducta santa y religiosa, es decir, al cumplimiento perfecto de la voluntad santísima de Dios (segunda lectura).
Sugerencias...
Un "desierto" en tu vida. La vida es movimiento, acción, ir y venir, hacer, proyectar, progresar, cambiar. El hombre contemporáneo, desde la mañana a la noche, está lleno de trabajos y tareas, de citas y reuniones, de contactos y relaciones, de ruido, smog, tensión nerviosa... (cfr. San Juan Pablo II). A veces se puede pensar que, más que vivir, uno es "vivido" por las cosas de cada día. ¿Cómo hay que vivir? ¿Cómo ser plenamente humano (cristiano)? ¿Cómo infundir espíritu cristiano a lo cotidiano -materialista-? Tenemos necesidad de “estar con Quien sabemos que nos ama” (Santa Teresa). Pidamos la gracia de la paciencia, para vivir el "desierto" y nos será posible vivir bien y prepararnos para una buena celebración de Navidad.
¿Sabes quién viene? La respuesta catequética: "El Verbo de Dios que se hizo hombre y nació de María la Virgen en Belén de Judá". La respuesta espiritual, la debe dar cada uno examinando como incide Jesucristo en su vida (pensamientos, decisiones, ideales, proyectos) y en la relación personal con Dios; y finalmente, la respuesta moral, la debo dar con los comportamientos virtuosos diarios según el estilo de Cristo, aceptando que Cristo modele mi forma de vivir y de actuar, todos los días, hasta el fin de los días.

Solemnidad de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre de 2017)




Primera: Génesis 3, 9-15.20; Salmo: Sal 97, 1. 2-3b. 3c-4; Segunda: Éfeso 1, 3-6. 11-12;  Evangelio: Lucas 1, 26-38

Nexo entre las LECTURAS
Las palabras del ángel a la Virgen María: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo" nos dan el sentido profundo de la solemnidad que hoy celebramos. El ángel se dirige a María como si su nombre fuese precisamente "la llena de gracia"(Evangelio). A lo largo de los siglos la Iglesia ha tomado conciencia de que María -"llena de gracia"- había sido redimida por Dios desde su concepción. Se trata de un singular don concedido a María para que pudiese dar el libre asentimiento de su fe al anuncio de su vocación. Era necesario que ella estuviese totalmente habitada por la gracia de Dios para responder adecuadamente al plan de Dios sobre ella (Prefacio). El Padre eligió a María "antes de la creación del mundo para que fuera santa e inmaculada en su presencia en el amor" (Cfr. Ef 1,4). El así llamado "protoevangelio" del libro del Génesis, por su parte, hace presente la promesa de un redentor: pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo, éste te aplastará la cabeza y tú le morderás el calcañal (1 Lectura). En la carta a los Efesios (2 Lectura) san Pablo indica cómo el Padre nos ha elegido desde la eternidad en Cristo para ser santos e inmaculados en su presencia en el amor. El primer fruto excelente de este plan salvífico es María, quien, en previsión de los méritos de Cristo, fue preservada de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción.

Temas...
La eterna voluntad salvífica de Dios. "Pongo enemistad entre ti y la mujer entre su linaje y el tuyo..." (Ge. 3, 15) estas palabras pronunciadas en el prólogo de la humanidad una vez que el hombre había cometido el pecado, anuncian la eterna voluntad salvífica de Dios. La transgresión de nuestros primeros padres había provocado el desquiciamiento de la familia humana. El hombre creado a imagen y semejanza de Dios sufre una herida de incalculables consecuencias. Por eso, siente miedo, experimenta la desnudez y el desamparo, su concepto de Dios se obscurece y corre a esconderse lejos de su mirada. Las palabras de Yahveh Dios: "¿Dónde estás?" ponen de manifiesto su dramática condición. El hombre es expulsado del Paraíso y al mismo tiempo recibe la promesa de un redentor.
Así, donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (Rom 5). En su eterno plan, Dios había creado al hombre por sobreabundancia de amor y lo había elegido para ser santo e inmaculado en su presencia (Ef 1, 3-6) lo había colocado entre excelsos bienes. El pecado, sin embargo, introduce la desobediencia, el desorden y la pérdida de la armonía original, la armonía del "principio", pero no cancela el plan amoroso de Dios. Había que rescatar al hombre también por sobreabundancia de amor. Si se busca, por tanto, la razón de la presencia de Dios entre los hombres y la razón de la Encarnación, ahí la tienes: el amor por el hombre. "El Señor se enamoró de su creatura" y el Verbo de Dios ha habitado en el hombre y se ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el hombre (San Ireneo haer. 3,20,2; cf. por ejemplo 17,1; 4,12,4; 21,3). El Pastor se ha hecho oveja (San Gregorio de Nisa). Cristo ha venido a la tierra para tomar de la mano al hombre y presentarlo nuevamente al Padre según la gracia del principio.
María Inmaculada. En este ‘extraordinario’ plan de salvación aparece María, como la primicia de la salvación, como la estrella de la mañana que anuncia a Cristo, "sol de justicia" (Cf. Mal 3,20), como la primera creatura surgida del amor redentor de Cristo, como aquella que ha sido redimida de modo eminente por Dios en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano. En un mundo inundado por el pecado, la Gracia divina ha querido ‘hacer’ surgir una creatura absolutamente pura y le ha conferido una perfección sin la más mínima sombra de pecado. El plan del Padre que quería enviar a su Hijo a la humanidad exigía (Prefacio) para la mujer destinada a llevarlo en su seno, una perfecta santidad que fuese reflejo de la santidad plena. Ella que no conoció el pecado, está -misteriosamente- en el centro de esta enemistad entre el demonio y la estirpe humana redimida por Jesucristo, la estirpe de los hijos de Dios, ayudándonos a todos a llegar a Dios. Ella aparece en medio de esta singular batalla como la aurora que anuncia la victoria definitiva de la luz sobre la obscuridad (Mensaje de Fátima). Ella va al frente de ese grande peregrinar de la Iglesia hacia la casa del Padre. En medio de las tempestades que por todas partes nos apremian, ella no abandona a los hombres que peregrinan en el claro oscuro de la fe (oración del Salve). Ella es signo de segura esperanza y ardiente caridad.
Me parece importante señalar que la preservación del pecado en María es obra sólo de la gracia, pues no había en María mérito alguno: la santidad concedida a María es solamente el fruto de la obra redentora de Cristo.
El pecado original y la lucha ascética -una unión más perfecta con Dios-. Sabemos que el pecado original, aunque es cancelado por el bautismo, normalmente deja en el interior del hombre un desorden que tiene que ser superado, deja una propensión hacia el pecado, que tiene que ser vencida con la gracia y con el esfuerzo humano (Cf. Conc. Trid. Decretum De iustificatione cap. 10). El hombre se da cuenta de que, en su interior, por ser creatura herida por el pecado, se combaten dos fuerzas antagónicas: el bien y el mal. No todo aquello que nace espontáneamente en el interior del hombre, es bueno por sí mismo. Se requiere un sano y serio discernimiento de los propios pensamientos e intenciones para elegir, a la luz de Dios y de su palabra, aquello que es bueno y santo. Aquello que es verdadero no siempre lo hacemos, pues es mandato de Dios ‘hacer la verdad en el amor’. En consecuencia, la vida humana y cristiana se revela como una "lucha" contra el mal (Cf. Gaudium et spes 13,15). Una lucha en la que Dios está de parte del hombre y en la que el hombre debe elegir libremente la voluntad de Dios. El cristiano, pues, tiene la misión de entablar este combate contra el pecado en sí mismo, pero al mismo tiempo debe combatir para que los demás no caigan en el pecado. Debe luchar (hacer sacrificios espirituales agradables al Padre) para que la buena noticia de la salvación en Jesucristo llegue a todos los hombres. El cristiano, así, se encuentra con María y le implora ayuda para vivir fielmente y en gracia el lugar que le corresponde en la historia de la salvación. Con nuestra vida y con nuestra muerte debemos dar testimonio de que la salvación está presente en Cristo Jesús, Camino, Verdad y Vida, y que el amor de Dios es más fuerte que todo pecado.
Sugerencias...
El cultivo de la vida de gracia. Al contemplar a María Inmaculada apreciamos la belleza sin par de la creatura sin pecado: "Toda hermosa eres María". La Gracia concedida a María inaugura todo el régimen de Gracia que animará a la humanidad hasta el fin de los tiempos. Al contemplar a María experimentamos al mismo tiempo la invitación de Dios para que, aunque heridos por el pecado original, vivamos en gracia, luchemos contra el pecado, contra el demonio y sus acechanzas. Los hombres tenemos necesidad de Dios, tenemos necesidad de vivir en gracia de Dios para ser realmente felices, para poder realizarnos como personas y ser verdaderamente humanos y solo se alcanza si somos cristianos (Papa Francisco). Y la gracia la tenemos en Cristo. En el misterio de la Redención el hombre es "confirmado" y en cierto modo es nuevamente creado. ¡Somos creados de nuevo! ... El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo -no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes- debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo (san Juan Pablo II; Redemptor Hominis 10). Para vivir en gracia es necesario: orar y vigilar. La oración nos da la fuerza que viene de Dios. La vigilancia rechaza los ataques del enemigo. Vigilemos atentamente para rechazar las tentaciones que nos ofrece el mundo: el placer desordenado, el poder y la negación del servicio, la avaricia, el desenfreno sexual, las pasiones… Por el contrario, formemos una conciencia que busque, en todo, amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo en Dios.
Nuestra participación en la obra de la redención. La peregrinación que nos corresponde vivir al inicio de este Año Litúrgico tiene mucho de peregrinación ascendente y de combate apostólico y de conquistas para la casa de Dios que es la Iglesia y el Mundo. Aquella enemistad anunciada en el protoevangelio sigue siendo hoy en día una dramática realidad, se trata de una especie de combate del espíritu, pues las fuerzas del mal se oponen al avance del Reino de Dios. Vemos que, por desgracia, sigue habiendo guerras, muertes, crímenes, olvido de los más pobres, débiles y sufrientes. Más aún, advertimos amenazas, en otro tiempo desconocidas, para el género humano: la manipulación genética, la corrupción del lenguaje, la amenaza de una destrucción total, el eclipse de la razón ante temas fundamentales como son la familia, la defensa de la vida desde su concepción hasta su término natural, el relativismo y el nihilismo que conducen a la pérdida total de los valores (beato Papa Pablo VI). Nuestro peregrinar cristiano por esta tierra, más que el paseo del curioso transeúnte tiene rasgos del hombre que conquista terreno para su ‘bandera’ (cfr.: Santo Cura Brochero). Nuestro peregrinar es un amor que no puede estar sin obrar por amor de Jesucristo, el Jefe supremo (San Ignacio de Loyola). Es anticipar la llegada del Reino de Dios por la caridad. Es avanzar dejando a las espaldas surcos regados de semilla. No nos cansemos de sembrar el bien en el puesto que la providencia nos ha asignado, no desertemos de nuestro puesto, que las futuras generaciones tienen necesidad de la semilla que hoy esparcimos por los campos de la Iglesia. Santa Teresa de Jesús que experimentó también la llamada de Dios para tomar parte en el singular combate del bien contra el mal, nos dejó en una de sus poesías una valiosa indicación de cómo el amor, cuando es verdadero, no puede estar sin actuar, sin entregarse, sin luchar por el ser querido.
María Inmaculada, ruega por nosotros y por el mundo entero.

viernes, 1 de diciembre de 2017

MONSEÑOR JOSE PEDRO POZZI SDB

Si hoy volviera atras en mis recuerdos, se me viene la imagen de aquel dìa 16 de octubre de 1993, donde celebrábamos como Iglesia, tu llegada... era multitudinaria la cantidad de fieles que te esperaba. Hoy han pasado varios años y muchos momentos compartidos... doy gracias a Dios por haberme elegido para servirte, para acompañarte. Doy gracias a Dios por cada consejo, cada  escucha, gracias porque siempre prestaste oído a mis rebeldías, enojos y momentos de dolor. Gracias por el regalo de tu amistad que me hacia sentir parte de tu vida. Gracias, porque aunque sè que te enfadaba mi impuntualidad, sé que siempre me esperabas... para compartir esos ratitos  donde muchas veces tratábamos de cambiar la Iglesia, la congregación, la vida. jaja siempre volvíamos a lo mismo.. y principal..SOLO LA ORACION, SOLO LA ORACION nos va a ayudar.
.  Gracias por ser cómplice de las escapaditas a comer a la PYCAR, gracias por cada chocolate,comido con gusto, gracias por tus reniegos y consejos. Gracias Viejo querido, te extraño, sé que intercedes por todos desde el cielo y que solo te adelantaste. anda preparando un lugar ante el Señor para volver a encontrarnos.  Vive en el Señor querido Josè Pedro.silvina

martes, 28 de noviembre de 2017

HOMILIA 2 Primer Domingo de ADVIENTO cB (03 de diciembre 2017)

Primer Domingo de ADVIENTO cB (03 de diciembre 2017)
Primera: Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2-7; Salmo: Sal 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19; Segunda: 1Corintios 1, 3-9; Evangelio: Marcos 13, 33-37
Nexo entre las LECTURAS
Actitud vigilante entre la espera y la esperanza: aquí está el tema de las lecturas. El evangelio repite por tres veces: "estén prevenidos", porque no saben cuándo llegará el momento, cuándo llegará el dueño de la casa. En la primera carta a los corintios, Pablo habla de esperar la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que "los mantendrá firmes hasta el fin". La bellísima invocación a Dios del llamado ‘tercer’ Isaías (primera lectura) expresa el deseo de que el Señor irrumpa con su poder en la historia, como si se tratase de un nuevo Éxodo, recordando que "Tú, Señor, eres nuestro padre… y Tú, nuestro alfarero".
Temas...
El día del Señor. En el adviento la tradición de la Iglesia ha unido dos venidas: la del Verbo en la debilidad de la carne, que celebramos en Navidad, y la del Señor en la majestad de su gloria, que pertenece, en cuanto al tiempo y al modo de realizarse, al misterio escondido en el Padre. Entre ambas hay un hilo de continuidad: la venida histórica de Jesús preanuncia y anticipa en cierto modo su venida última, al final de la historia; quien sale con gozo al encuentro de Jesús en el misterio de su nacimiento, no tiene motivo para temer o desesperar del encuentro definitivo con Cristo glorioso, Señor del universo y de la historia. Para el fiel cristiano, el día del Señor no tiene que estar revestido de escenas y miedos atenazadores, paralizantes, ni deslumbrantes. Con san Pablo, el cristiano está seguro de que "el Señor nos mantendrá firmes hasta el fin, para que nadie tenga de qué acusarnos en el día de nuestro Señor Jesucristo" (segunda lectura). El día del Señor nos llama a la responsabilidad de cara al misterio infinito de la encarnación y de la redención.
Certeza e ignorancia. La revelación de Dios nos habla de la certeza de la última venida de Jesús, al final de los tiempos. Entonces no tenemos duda, ¡vendrá! Dios nos ha dejado en oscuridad respecto al tiempo y a la manera en que tendrá lugar la parusía. Dios no se revela para satisfacer nuestra curiosidad ni para arrancar de nuestra alma la saludable esperanza… se revela para nuestro bien y para nuestra salvación. La ignorancia sobre el cuándo y el cómo nos mantiene en estado de alerta y vigilancia, es lo que Jesús nos dice en el Evangelio.
Abandono en las manos del Padre. Junto a esta actitud evangélica, el texto de Isaías nos propone la actitud de abandono filial, pues Dios es nuestro padre y libertador, nuestro alfarero y nosotros somos su arcilla. Una actitud que se obtiene y configura de manera especial en la plegaria. Este espíritu filial hace gritar al profeta con envidiable confianza: "¡Ojalá rasgases el cielo y bajases”! Cinco siglos después el deseo se convertiría en realidad con la Encarnación del Verbo. Cuando en los designios de Dios esté determinado, el cielo volverá de nuevo a rasgarse y aparecerá el Hijo del hombre para juzgar a vivos y muertos y para establecer definitivamente su reinado de justicia, de amor y de paz (Liturgia del Domingo pasado).
Sugerencias...
¡VigilanciaLlega la Navidad. En nuestra sociedad corremos el peligro de "pasar bien" la Navidad, como se pasan bien las vacaciones o un día de fiesta nacional. Es decir, vamos quizá a la Misa, porque "tradición obliga", adornamos nuestra casa con un arbolito de luces y un belén, festejamos en familia con un buen banquete, vemos en televisión algún programa relativo a las fiestas navideñas, hacemos hermosos regalos a nuestros amigos y seres queridos y recibimos regalos de ellos, reavivamos los lazos familiares en torno al hogar...¡todas ellas, cosas buenas! Pero la sustancia de la Navidad, el misterio más sublime de la historia: Dios entre nosotros, Enmanuel, se nos escapa como agua entre los dedos de las manos o se diluye como el humo en nuestra mente superficial y poco propensa a la meditación profunda de las cosas que realmente valen la pena. Hoy la liturgia nos dice: ¡Atentos! Vigilen para no perder la ocasión de meditar en algo importante, de valorar debidamente el misterio que vamos a celebrar.
¡VigilanciaSomos pecadores. No sabemos ni el día ni la hora en que vendrá el Señor al término de la historia, pero sí conocemos su venida en Belén. No vivamos no ocupados y ajenos del todo al Niño divino de Belén y al Señor de la gloria. Somos pecadores y por eso llevamos en nosotros la herencia al pecado y la posibilidad de atender al llamado de Dios. No dejemos de vigilar y que la llegada del Señor nos encuentre preparados, engalanados con el vestido adecuado para entrar en la boda. Somos pecadores: y la Navidad nos recuerda que el Hijo de Dios se ha hecho hombre para redimir al hombre de la esclavitud del pecado ¡Recordemos! ¡Vigilemos! Que la venida histórica de Dios entre los hombres reavive nuestra conciencia y nuestra necesidad de salvación. La Navidad no es sólo tiempo para sentimientos de ternura, de intimidad, de fiesta; lo es también para despertar del letargo nuestra conciencia y "hacer nacer" a Dios en nuestro corazón.
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HOMILÍA 1 Primer Domingo de ADVIENTO cB (03 de diciembre 2017)

Primer Domingo de ADVIENTO cB (03 de diciembre 2017)
Primera: Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2-7; Salmo: Sal 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19; Segunda: 1Corintios 1, 3-9; Evangelio: Marcos 13, 33-37
Nexo entre las LECTURAS
Actitud vigilante entre la espera y la esperanza: aquí está el tema de las lecturas. El evangelio repite por tres veces: "estén prevenidos", porque no saben cuándo llegará el momento, cuándo llegará el dueño de la casa. En la primera carta a los corintios, Pablo habla de esperar la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que "los mantendrá firmes hasta el fin". La bellísima invocación a Dios del llamado ‘tercer’ Isaías (primera lectura) expresa el deseo de que el Señor irrumpa con su poder en la historia, como si se tratase de un nuevo Éxodo, recordando que "Tú, Señor, eres nuestro padre… y Tú, nuestro alfarero".
Temas...
El día del Señor. En el adviento la tradición de la Iglesia ha unido dos venidas: la del Verbo en la debilidad de la carne, que celebramos en Navidad, y la del Señor en la majestad de su gloria, que pertenece, en cuanto al tiempo y al modo de realizarse, al misterio escondido en el Padre. Entre ambas hay un hilo de continuidad: la venida histórica de Jesús preanuncia y anticipa en cierto modo su venida última, al final de la historia; quien sale con gozo al encuentro de Jesús en el misterio de su nacimiento, no tiene motivo para temer o desesperar del encuentro definitivo con Cristo glorioso, Señor del universo y de la historia. Para el fiel cristiano, el día del Señor no tiene que estar revestido de escenas y miedos atenazadores, paralizantes, ni deslumbrantes. Con san Pablo, el cristiano está seguro de que "el Señor nos mantendrá firmes hasta el fin, para que nadie tenga de qué acusarnos en el día de nuestro Señor Jesucristo" (segunda lectura). El día del Señor nos llama a la responsabilidad de cara al misterio infinito de la encarnación y de la redención.
Certeza e ignorancia. La revelación de Dios nos habla de la certeza de la última venida de Jesús, al final de los tiempos. Entonces no tenemos duda, ¡vendrá! Dios nos ha dejado en oscuridad respecto al tiempo y a la manera en que tendrá lugar la parusía. Dios no se revela para satisfacer nuestra curiosidad ni para arrancar de nuestra alma la saludable esperanza… se revela para nuestro bien y para nuestra salvación. La ignorancia sobre el cuándo y el cómo nos mantiene en estado de alerta y vigilancia, es lo que Jesús nos dice en el Evangelio.
Abandono en las manos del Padre. Junto a esta actitud evangélica, el texto de Isaías nos propone la actitud de abandono filial, pues Dios es nuestro padre y libertador, nuestro alfarero y nosotros somos su arcilla. Una actitud que se obtiene y configura de manera especial en la plegaria. Este espíritu filial hace gritar al profeta con envidiable confianza: "¡Ojalá rasgases el cielo y bajases”! Cinco siglos después el deseo se convertiría en realidad con la Encarnación del Verbo. Cuando en los designios de Dios esté determinado, el cielo volverá de nuevo a rasgarse y aparecerá el Hijo del hombre para juzgar a vivos y muertos y para establecer definitivamente su reinado de justicia, de amor y de paz (Liturgia del Domingo pasado).
Sugerencias...
¡VigilanciaLlega la Navidad. En nuestra sociedad corremos el peligro de "pasar bien" la Navidad, como se pasan bien las vacaciones o un día de fiesta nacional. Es decir, vamos quizá a la Misa, porque "tradición obliga", adornamos nuestra casa con un arbolito de luces y un belén, festejamos en familia con un buen banquete, vemos en televisión algún programa relativo a las fiestas navideñas, hacemos hermosos regalos a nuestros amigos y seres queridos y recibimos regalos de ellos, reavivamos los lazos familiares en torno al hogar...¡todas ellas, cosas buenas! Pero la sustancia de la Navidad, el misterio más sublime de la historia: Dios entre nosotros, Enmanuel, se nos escapa como agua entre los dedos de las manos o se diluye como el humo en nuestra mente superficial y poco propensa a la meditación profunda de las cosas que realmente valen la pena. Hoy la liturgia nos dice: ¡Atentos! Vigilen para no perder la ocasión de meditar en algo importante, de valorar debidamente el misterio que vamos a celebrar.
¡VigilanciaSomos pecadores. No sabemos ni el día ni la hora en que vendrá el Señor al término de la historia, pero sí conocemos su venida en Belén. No vivamos no ocupados y ajenos del todo al Niño divino de Belén y al Señor de la gloria. Somos pecadores y por eso llevamos en nosotros la herencia al pecado y la posibilidad de atender al llamado de Dios. No dejemos de vigilar y que la llegada del Señor nos encuentre preparados, engalanados con el vestido adecuado para entrar en la boda. Somos pecadores: y la Navidad nos recuerda que el Hijo de Dios se ha hecho hombre para redimir al hombre de la esclavitud del pecado ¡Recordemos! ¡Vigilemos! Que la venida histórica de Dios entre los hombres reavive nuestra conciencia y nuestra necesidad de salvación. La Navidad no es sólo tiempo para sentimientos de ternura, de intimidad, de fiesta; lo es también para despertar del letargo nuestra conciencia y "hacer nacer" a Dios en nuestro corazón.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

CRISTO REY DE REYES


HOMILIA II Último domingo del tiempo «durante el año». JESUCRISTO, REY UNIVERSAL, Solemnidad. cA (26 de noviembre 2017)



Último domingo del tiempo «durante el año». JESUCRISTO, REY UNIVERSAL, Solemnidad. cA (26 de noviembre 2017)
Primera: Ezequiel 34, 11-12. 15-17; Salmo: Sal 22, 1-3. 5-6; Segunda: 1 Corintios 15, 20-26. 28; Evangelio: Mateo 25, 31-46
Nexo entre las LECTURAS… Temas… Sugerencias…
La Iglesia, después de haber conmemorado en el curso del año litúrgico los misterios de la vida de Cristo a través de los cuales se cumple la obra de la salvación, en el último Domingo dei año se recoge en torno a su Señor para celebrar su triunfo final. Cuando vuelva como Rey glorioso a recoger los frutos de su redención. Este es en síntesis el significado de la solemnidad de hoy.
La Liturgia de la Palabra presenta hoy tres aspectos particulares de la realeza de Cristo. La segunda lectura (1 Cr 15, 20-26a. 28) pone en evidencia su poder soberano sobre el pecado y sobre la muerte. Cristo muerto y resucitado para la salvación de la humanidad es la «primicia» de los que, habiendo creído en él, resucitarán un día a la vida eterna. En efecto, «si por Adán murieron todos» a causa del pecado, por Cristo todos volverán a la vida» (lb 22) gracias a su resurrección. La victoria sobre la muerte -último enemigo de Cristo- coronará la obra de salvación: y al fin de los tiempos, cuando los muertos resuciten, Cristo podrá entregar al Padre el reino conquistado por Él, reino de resucitados que cantarán eternamente las alabanzas del Dios de la vida. Así toda la creación que el Padre sometió al Hijo para que la librase del pecado y de la muerte, ya completamente redimida y renovada, será sometida y devuelta por el mismo Hijo al Padre, «y así Dios lo será todo en todos» (lb 28) y será glorificado eternamente por toda criatura.
La primera lectura (Ez 34, 11-12. 15-17) subraya por su parte el amor de Cristo Rey. Vino a la tierra a establecer el Reino del Padre no con la fuerza del conquistador, sino con la bondad y mansedumbre del pastor: «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como un pastor sigue el rastro de su rebaño cuando se encuentran las ovejas dispersas, así seguiré yo el rastro de mis ovejas» (ib. 11-12). Cristo fue el buen pastor por excelencia, solicito en guardar, apacentar, defender y salvar el rebaño que el Padre le confió. Y como los hombres estaban dispersos y alejados de Dios y de su amor, Él los buscó, como busca el pastor las ovejas descarriadas, y los curó, como venda el pastor las ovejas heridas y cura las enfermas (ib. 16). Además, para devolverlos al amor del Padre, dio su vida. Después de una entrega tal, bien puede Cristo decir, mirando su rebaño: «Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre cabra y macho cabrío» (ib 17). Cristo Rey-Pastor será un día Rey-Juez.
Es éste el tercer aspecto de su realeza, el juicio, desarrollado ampliamente en el Evangelio (Mt 25, 31-46). «Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles con Él, serán reunidas ante Él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de los cabritos» (ib. 31-33). El Hijo del hombre, que vino en humildad y sufrimiento a salvar el rebaño que el Padre le confió (pesebre en Belén), volverá Rey glorioso al final de los tiempos a juzgar a los que fueron objeto de su amor. ¿Sobre qué los juzgará? Sobre el amor; porque el amor es la síntesis de su mensaje, el móvil y fin de toda su obra de salvación. El que no ama se excluye voluntariamente del reino de Cristo y el último día verá confirmada para siempre esa exclusión. El juicio sobre el amor será muy concreto (podemos tener en cuenta el mensaje del Papa para la primera jornada mundial del pobre); no versará sobre palabras sino sobre hechos: «Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber...» (ib. 35). Aunque Rey glorioso, Jesús no olvida que se ha hecho nuestro hermano y premia como hechos a Él los más humildes actos de caridad-misericordia realizados con el más pequeño de los hombres: «reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo» (ib. 34). El amor, síntesis del cristianismo -y de la humanidad-, es la condición para ser admitidos al reino de Cristo que es reino de amor. El que ama no tendrá nada que temer del juicio de Cristo Rey de Amor.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...