lunes, 25 de marzo de 2019

HOMILIA DEL DOMINGO 4 DE CUARESMA

Nexo entre las LECTURAS "Déjense reconciliar con Dios", he aquí una clave de lectura de los textos litúrgicos de este Domingo de cuaresma. En la primera lectura Dios se reconcilia con su pueblo, concediéndole entrar en la tierra prometida, después de cuarenta años de vagar sin rumbo por el desierto. En la parábola evangélica el padre se reconcilia con el hijo menor, y, aunque no parece tan claramente, también con el hijo mayor. Finalmente, en la segunda lectura, san Pablo nos enseña que Dios nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación. El Salmo 33 es un canto de acción de gracias. Son muchos los beneficios que, con el salmista, hemos recibido del Señor y nos vemos en la necesidad de agradecérselos. En tantos momentos, especialmente en las pruebas de la vida, hemos visto la mano bondadosa de Dios, su fidelidad, su solicitud, por eso expresamos, toda nuestra gratitud a Dios providente. Temas... Sugerencias Gracias a Dios, este texto del capítulo quince del evangelio según San Lucas, es bastante conocido. Es un texto que suena familiar a nuestros oídos. Es la proclamación maravillosa del poder de la misericordia de Dios. Porque en esta parábola Jesucristo une dos palabras que suelen estar muy separadas: poder y misericordia. Entre nosotros, es frecuente que el que tiene el poder es inmisericorde; y a veces, como se ha dicho dramáticamente, la escalera del poder está marcada por pisar a otros para llegar arriba. El que tiene el poder no suele tener misericordia; y los que tienen misericordia, los de corazón compasivo, suelen ser personas que tienen muy poco poder. Solemos decir: Ancianas piadosas, madres amorosas, hombres que son muy buenas personas, pero gente irrelevante, ‘irrelevante’ decimos nosotros. Los que tienen compasión no suelen lograr poder; y los que tiene poder no suelen tener misericordia. Pero aquí nos aparece Dios, nuestro Padre, y el ministerio mismo de Jesucristo como una obra al mismo tiempo de PODER y de MISERICORDIA, y esto es maravilloso. Porque tiene poder, transforma; porque tiene misericordia, levanta; porque tiene compasión de nosotros, puede mirar la herida en toda su extensión; y porque tiene poder sobre nosotros, puede sanar la herida en toda su profundidad. Y por eso este evangelio maravilloso nos llama a todos a la casa del Padre, para también nosotros recibir ese abrazo. Cuando ese hijo menor se fue de la casa, él estaba mirando sólo los bienes de su padre; tenía los bienes, buscaba los bienes, quería los bienes de su padre, pero él era un huérfano, en su corazón era un huérfano, para él su papá no existía, existían los bienes de su padre. Y por eso se resolvió acabar con todo ello de una vez, y ‘mató’, decimos, al papá, le pidió la herencia, y sabemos que las herencias (entre nosotros) se reparten después de que la gente muere. Cuando el hijo menor le dijo al papá: "Dame la parte de la herencia", lo que le estaba diciendo era: "Papá, tú no existes para mí, tú no eres un papá para mí, tu vida es tu vida, pero tú no tienes vida en mí, tú ya moriste para mí, me interesan tus bienes". Él no tenía papá, conocía los bienes del papá, quería los bienes del papá. Precisamente, padre y papá, fue lo que encontró cuando volvió de su vida, cuando volvió de su pecado. Cuando volvió, lo que encontró fue a su padre, es decir, descubrió al papá. Y todos nosotros estamos llamados a hacer ese mismo descubrimiento. Este es como el primer sentido, como la primera enseñanza que esta parábola maravillosa, llena de ternura y de gracia, tiene para cada uno de nosotros. Pero no se nos puede olvidar que la parábola fue dicha en un momento muy concreto de la vida de Cristo. Nos dice el Evangelista: "Los recaudadores de impuestos y los pecadores se acercaban a escuchar a Jesús. Entonces los fariseos y los escribas empezaron a criticarlo, y por eso Jesús dijo esta parábola". Es evidente que esos recaudadores de impuestos y esos pecadores, que volvían a Jesús, que se alegraban del Evangelio, que sentían el amor de Dios, son los que están representados por el hijo menor. Y es evidente entonces que los escribas y fariseos, que critican a Jesús, que se disgustan de la misericordia de Dios, están representados por ese hijo mayor. Y por eso la enseñanza, aunque puede aplicarse para que cada uno de nosotros descubra a ese Padre misericordioso que es Dios, también está para que cada uno de nosotros deje a Dios ser Dios, para que cada uno de nosotros no ponga obstáculos al poder de la misericordia de Dios en las vidas de otras personas. Porque si lo pensamos bien, este papá en realidad no tenía hijos, el uno que se fue, corporalmente; y el otro, que estando ahí, tenía el corazón en otras cosas. Hay como una maravillosa coincidencia en la enseñanza que Cristo nos hace sobre los intereses de estos dos hijos… Cuando el hijo menor piensa en regresar, medita en su corazón estas palabras: "Voy a decirle a mi papá: Pequé contra el cielo y contra ti. No merezco ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros". Y ahora considera lo que dice el hijo mayor cuando vuelve. El hijo mayor no quiere integrarse a la fiesta, y le dice al papá estas palabras: "Fíjate cuántos años hace que te estoy sirviendo sin desobedecer jamás una orden tuya". El hijo mayor tampoco se sentía hijo, tenía corazón de jornalero, tenía corazón de empleado, no tenía corazón de hijo. Él sentía que su papá era su capataz, él sentía que su padre era su amo y sentía que tenía que cumplirle las órdenes. Este hijo mayor tampoco tenía papá. Y por eso va ganando el hijo menor, porque el hijo menor por lo menos descubrió que tenía padre. El hijo mayor, por lo menos hasta donde termina la parábola, todavía no lo ha descubierto. El mayor está más lejos de su padre, aunque se haya quedado en la casa; está más lejos de tener papá, aunque le vea todos los días; está más lejos de sentirse hijo, aunque habite en la misma casa. No tiene papá ni se siente hijo porque se considera un empleado. Si pudiera, si no le diera miedo, si tuviera un poco más de valor, también él pediría la herencia. Pero él está tratando de guardar sus intereses; él no ama a su papá, ni siquiera lo reconoce como padre, lo considera su capataz. Él está guardando sus intereses. Meditamos lo que sigue diciendo al papá: "A mí nunca me has dado ni siquiera un cabrito para tener un banquete con mis amigos"… "con mis amigos"… "con mis amigos". El corazón del hijo mayor está en otro sitio. Él quiere tener banquetes con "sus amigos". Él quiere tener "sus intereses". A él no le interesa alegrarse con la fiesta y con el corazón del papá. Es una historia ‘un poco triste’ la de este papá que no tiene hijos, el uno que se va corporalmente y el otro que tiene el corazón lejos, que está pensando en otras cosas, que está pensando en sus propios amigos y que está tratando de esperar, con paciencia rabiosa, el día en que el papá le dé por fin un cabrito para compartir con sus amigos, porque él siente que el novillo gordo es el del papá, ese novillo no es para él. Así que este evangelio tiene también una enseñanza para todos aquellos que a veces no pecan, que a veces no pecamos, porque dejamos de pecar por cobardía, dejamos de pecar por guardar una imagen, dejamos de pecar por respeto a la ley, dejamos de pecar por vanidad nuestra, dejamos de pecar por cualquier otra razón, pero no dejemos de pecar porque estemos amando a Dios. El que se abstiene de pecar porque es un cobarde, por guardar una imagen, o por cosa parecida, que lea esta parábola para que sepa lo que Dios está pensando de él. Ése tampoco es hijo, ése se queda sin entrar a la fiesta, en cierto modo a ése le va peor que a todos. Nosotros, entonces, tenemos aquí otra enseñanza: dejar de pecar por estos motivos, en realidad no es dejar de pecar, porque lo grande de dejar de pecar es empezar a amar. Este muchacho mayor tuvo que escuchar estas palabras de su papá: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo". Fíjate cómo el hijo mayor le había dicho -al papá-: "Apenas llega ese hijo tuyo, que derrochó sus bienes con mujeres de mala vida"… lo llamó: "Ese hijo tuyo" no dijo: "Mi hermano", él no se siente hermano -de nadie-. "Apenas llega ese hijo tuyo, que derrochó los bienes", eso era lo que le preocupaba a él, los bienes, como a los fariseos y a los escribas: "Apenas llega ese hijo tuyo, que derrochó sus bienes". Y ahora oír el lenguaje del papá: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo", "si es mi hijo, también es tu hermano". De manera que aquí hay un test maravilloso para saber si uno está sirviendo a Dios con el corazón interesado de un jornalero o con el corazón amoroso de un verdadero hijo. Si yo puedo sentir que ese pecador reconciliado, que ese pobre que recibe ayuda, que ese hombre que sale de su postración y adquiere su verdadera dignidad, si yo puedo sentir que esos hombres son mis hermanos, entonces soy hijo de Dios. En otro caso soy un gran jornalero, soy un hipócrita, que estoy esperando el momento en que Dios me dé un cabrito para, así, hacer "mi fiesta", lejos de Dios, lejos de mi Papá. Yo me descubriré como hijo de Dios cuando pueda llamar "míos" a los que Dios llama "suyos", y si Dios llama "suyos" a los pequeños, a los pobres, a los pecadores, a los mínimos, si esos son los de Dios, yo sólo seré hijo de Dios cuando yo pueda decir que esos también son los míos, que esos, en los que obra Dios, son también la alegría de mi corazón. Ahora (estamos en Misa) vamos a saciarnos en un banquete, en esta Eucaristía. Dios nos ofrece con abundancia, no el novillo gordo, el novillo que reclamara el mayorcito, dentro del texto original griego de esta parábola, ahí esa expresión "el novillo gordo", aparece con artículo determinado, es uno solo, el novillo, el único, el que está reservado para la gran fiesta. Es ése que está reservado para la gran fiesta, ése que está reservado para el banquete de Papá Dios con todos sus hijos reconciliados, ese novillo gordo es la imagen del CORDERO PASCUAL, que se ofrece en la Eucaristía. Por eso, si alguien pregunta: en esta parábola, ¿en dónde aparece Cristo? Porque aparece Papá Dios, y aparecen los pecadores, ya sean del ala de los recaudadores o del ala de los escribas, y Cristo, ¿dónde aparece aquí?. Y a mí se me ocurre que Cristo está en la figura de Ése que se ofrece en banquete de Pascua, en banquete de reconciliación, en banquete de alegría. Ése es el Cristo que se ofrece para gloria del Padre, para alimento y para comunión de todos nosotros en esta Eucaristía. Comer de este Novillo, comer de este Cordero reservado por Dios, comer de Él es entrar en la lógica de su misericordia, es aceptar que por encima de sus bienes tenemos el bien máximo de llamarle "Padre", y tenemos el bien hermosísimo de reconocernos hermanos. Bendito Dios que nos convoca a alimentarnos de su Palabra y a saciarnos de su misericordia en este banquete eucarístico. A Él nuestro amor y nuestra alabanza por los siglos arropados y acompañados por nuestra buena Mamá, MARÍA.

PARA DIOS NADA ES IMPOSIBLE

Si Dios pudo venir a nuestra tierra y hacerse uno de nosotros, ha quedado también abierto el camino para que nosotros vayamos al cielo, para que participemos de nuestra naturaleza divina, como nos dice la Carta del Apóstol Pedro. El objetivo de la Encarnación, la meta, podríamos decir, de la Encarnación, no es que Cristo se quede en la tierra. Bien sabemos que Nuestro Señor Jesucristo, terminada su misión de amor aquí, ascendió a los cielos, y en el evangelio de Juan leemos: "Salí del Padre y vine al mundo, ahora, dejo el mundo y voy al Padre" San Juan 16,28. El objetivo de la Encarnación no es que Cristo llegue a la tierra, más bien, es aquello otro que nos dice el Apóstol San Pablo: "Subiendo la altura, llevó cautivos" Carta a los Efesios 4,8. Vino Cristo solo, nos enseña San Agustín, pero no se fue solo. La Encarnación es el comienzo de una aventura de amor, de gracia, de poder, de sabiduría; y nosotros estamos en esa aventura, porque Cristo que vino solo del Padre, no vuelve solo al Padre, sino que vuelve con todos nosotros. En ese sentido, apreciaremos más el don de la Encarnación, cuanto más unidos estemos en Cristo en su retorno al Padre. El que no acompaña a Cristo de vuelta al Padre, no tiene mucho que decir de la llegada de Cristo que viene del Padre. Sólo unidos a Cristo que retorna al Padre, entendemos por qué el Padre envió a su hijo. "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad" Carta a los Hebreos 10,7, dice Cristo. Y esa voluntad, ¿cuál es? Nuestra salvación, esto es lo que decimos en el Credo Niceno-Constantinopolitano: "Por nosotros y por nuestra salvación bajó del cielo y se hizo hombre". Nosotros, nuestra salvación, nuestra liberación, esa es la razón de la Encarnación, esa es la voluntad del Padre, esa es la obediencia del Hijo, ese es el motivo de ese despliegue único, singular e irrepetible del Espíritu Santo, según las palabras que el Ángel le dijo a la Virgen: "El Espíritu vendrá sobre ti, la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra" San Lucas 1,35. Agradezcamos este milagro y preparémonos para el otro milagro, para ir de vuelta con Cristo, que si ya es cosa grande ver a Cristo hecho hombre, no será menor sino mayor prodigio ver que nuestra naturaleza, en Cristo y por Cristo, contempla a Dios y se hace semejante a Él.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...