martes, 13 de noviembre de 2018

HOMILIA Domingo Trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cB (18 de noviembre de 2018)

Domingo Trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cB (18 de noviembre de 2018) Primera: Daniel 12, 1-3; Salmo: Sal 15, 5. 8-11; Segunda: Hebreos 10, 11-14; Evangelio: Marcos 13, 24-32 Nexo entre las LECTURAS Llegando al fin del ciclo litúrgico B la Iglesia nos presenta e invita a vivir en ESPERANZA… meditando acerca de la precariedad del tiempo que pasa y la firmeza del Reino definitivo (Cielo). Daniel, mirando esperanzadamente hacia el futuro, profetizará: "Entonces se salvará tu pueblo, todos los inscritos en el libro". En el discurso escatológico Jesús ve el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento: "El Hijo del hombre... reunirá de los cuatro vientos a los elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo" (evangelio). El autor de la carta a los Hebreos contempla a Cristo sentado a la derecha de Dios, esperando hasta que sus enemigos sean puestos como escabel de sus pies (segunda lectura). Temas... Anunciadores del misterio. Ni los profetas ni los evangelistas fueron reporteros de su tiempo, mucho menos del fin de los tiempos, ellos anuncian el señorío de Dios y la caducidad de las creaturas. Mediante un lenguaje, llamado apocalíptico, marcadamente simbólico, ayudan, a oyentes y lectores, a prepararse para el encuentro definitivo. Es necesario, entonces, estar atentos para no confundir lenguaje y mensaje. Por el lenguaje el fin del mundo es visto como una conflagración universal aterradora, una especie de terremoto cósmico que conmueve el universo entero y lo destruye por completo, un cataclismo imponente cuyo fuego incandescente devora abrasador toda la materia. En ese lenguaje hay un mensaje sobrenatural: El mundo no es eterno. La historia tendrá un fin. La manera de escribir, propia de una época, no debe distraernos (ni angustiarnos) y hacernos perder el mensaje de la revelación de Dios que es cierto e irrevocable: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". Su amor misericordioso y designio universal de salvación triunfará. No está al alcance de nuestro humano conocimiento ni es manipulable para satisfacción de nuestra curiosidad el día ni la hora. Es de irrupción imprevisible, aparición repentina, y nos convoca a estar atentos en actitud virtuosa amando y sirviendo como Él lo hizo. El fin… Para el evangelista Marcos la destrucción de Jerusalén y del templo sirve de símbolo para referirse al fin de los tiempos, de la historia. Igualmente, la imagen de la higuera desde que florece en primavera hasta que maduran los higos sirve para señalar el tiempo intermedio entre la responsabilidad del día a día y el final de la historia. La Liturgia revela la condición del hombre y del mundo, una condición limitada, imperfecta, precaria, que remite necesariamente a otra realidad superior donde esta condición recibe perfección y plenitud. De esta manera, el final de la vida equivale en cierto modo al final del tiempo para cada ser humano; y el final del tiempo, en alguna manera, está prefigurado en el final de la vida. Con la muerte, podemos decir, llega a cada hombre el final de su tiempo en espera del final de todos los tiempos. Ambos finales se viven a la luz resplandeciente de la esperanza cristiana, por eso no es el final… es un paso. Sugerencias... Esperanza y esperanzas. El hombre vive en esperanza… el niño espera hacerse grande, alguno espera tener un bien u otro, el estudiante espera aprobar los exámenes, los recién casados esperan tener un hijo, el desocupado espera encontrar un trabajo, el encarcelado espera dejar cuanto antes la cárcel… Esperanzas, esperanzas, esperanzas… ciertas y a la vez pequeñas… esperanzas de cosas que se perderán. Esperanzas unidas a bienes que no tenemos y que deseamos. Esperanzas que nos remiten a la Esperanza, con mayúscula… que nos remonta desde las cosas de cada día hasta Dios, nuestro Señor. “Hechos para Dios no hallaremos descanso sino en Dios” dice san Agustín y por eso, esperar ‘cosas’ no nos satisface. La Esperanza como virtud teologal no es fruto de nuestro esfuerzo ni de nuestros ardientes deseos, sino gracia y don del Espíritu… virtud teologal que tiene por anhelo al mismo Dios y la unión definitiva y plena con Él. Es ésta la Esperanza que nos da plenitud y la realización de nuestro ser personal desde Dios, en Dios y con Dios. Jesucristo es el Salvador. Como el destino final de cada hombre está envuelto en un misterio absoluto, el texto del evangelio de hoy infunde un gran consuelo y una extraordinaria confianza en el poder y en la misericordia de Dios. Porque hemos de saber que no sólo estamos en espera sino que somos esperados, primeramente por Dios, también por la santísima Virgen María, por los santos, por nuestros familiares, por todos quienes amaron y sirvieron hasta el fin. Para eso Cristo, nuestro sumo Sacerdote, murió en una cruz y ahora, entronizado junto a su Padre, nos espera para darnos el abrazo de la comunión definitiva y perfecta. Nos lo dará si nos dejamos santificar por Él, es decir, si permitimos que haga fructificar los frutos de su redención en nosotros. María, Madre de misericordia, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...