lunes, 25 de abril de 2022

RECOMENDACION DE LIBRO "PARA SALVARTE"

  En estos días a través de las redes sociales, me encontré con un libro que quiero compartir con ustedes. Se trata de PARA SALVARTE evangelización católica del siglo xxi del Jesuita JORGE LORING . Verdaderamente un libro que impacta, transforma la mirada y te aseguro que querras recomendarlo a quienes buscan la VERDAD. 

These days through social networks, I came across a book that I want to share with you. This is TO SAVE YOU, a 21st-century Catholic evangelization by the Jesuit JORGE LORING. Truly a book that impacts, transforms the look and I assure you that you will want to recommend it to those who seek the TRUTH.


HOMILIA DOMINGO TERCERO DE PASCUA cC (1 de mayo 2022)


 DOMINGO TERCERO DE PASCUA cC (1 de mayo 2022)

PrimeraHechos 5, 27-32.40-41; Salmo: Sal 29, 2. 4-6. 11-12a. 13b; Segunda: Apocalipsis 5, 11-14; Evangelio: Juan 21, 1-19

Nexo entre las LECTURAS

Cada Domingo (como dicen los textos) debería ser, una experiencia de encuentro con el Señor, con consecuencias concretas en el estilo de vida durante toda la semana… y así todas las semanas del Año.

¿Quiénes somos la comunidad cristiana?:

a) somos unos creyentes –pecadores, pero creyentes– que nos reunimos cada primer día de la semana (el Domingo) en torno a Cristo Jesús;

b) escuchamos su Palabra y nos alimentamos de Él mismo, en el Pan y Vino consagrados;

c) alzamos la mirada hacia el Cielo, prefigurado en esa asamblea del Apocalipsis, que celebra con entusiasmo el triunfo del Señor, así nos unimos a sus himnos de victoria (por ejemplo, el Santo Santo Santo que lo cantamos en unión con los ángeles y los santos). Y a continuación…

d) nos sentimos «enviados» para vivir la Caridad en nuestras ocupaciones diarias, como signo profético en medio del mundo, para dar testimonio de esta «aparición pascual» de nuestro Señor, y ser, en nuestros ambientes, levadura, fermento y sal: un espacio de libertad, de esperanza y de entrega fraterna.

Signos, nosotros mismos, del Señor Resucitado. Si es así, echaremos las redes y no será en vano… y el mundo exclamará: ¡ES EL SEÑOR!

Las lecturas y los textos litúrgicos nos iluminan para seguir descubriendo lo que el Papa nos pide de la sinodalidad como estilo de vida de los cristianos.

 

Temas...

Aprender a Alabar. Este tiempo de Pascua es como una prolongada contemplación de la gloria de Cristo y de su victoria. El Señor vive, se ha levantado de entre los muertos, y como él mismo dijo está siendo realidad aquello de que una vez levantado nos atrae a todos hacia Sí. Cristo se levanta y con él el pueblo que confía en su Nombre; Cristo se levanta y su victoria da unidad a la creación ya renovada, para presentarla como ofrenda solemne en el Altar del cielo. Debemos poder afirmar que Pascua es el tiempo más propicio para reunir nuestras voces con los coros de los ángeles en el cielo. A todo lo largo de la Pascua descubrimos de manera nueva que no hay sino una Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, o mejor: el Cristo total, como gustaba de decir san Agustín de Hipona. Tal es la grandiosa visión de la que escuchábamos en el texto de la segunda lectura: “Y todas las criaturas del cielo y de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, oí que también decían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos”.

Y así como durante la Cuaresma nos ejercitábamos en el ayuno y el arrepentimiento de nuestras culpas, ahora, llegada la Pascua, se nos invita a ejercitarnos en la alabanza y en la acción de gracias, porque una cosa es cierta: tanto necesita nuestro corazón aprender a alegrarse en el bien como necesita aprender a rechazar el mal.

Amor del bueno.

2.1 Los apóstoles ciertamente habían aprendido muy bien estas lecciones, pues, después de ser injusta y cruelmente azotados como oímos en la primera lectura de hoy, continúan con entereza en el anuncio gozoso del Reino. Fortalecidos por el don del Espíritu Santo, fueron capaces no sólo de dar testimonio sino de sufrir, e incluso gozarse en el sufrimiento, como un modo máximo de dar testimonio de Aquel que les concedía tal fortaleza y tal alegría. Todo, pues, depende de la calidad de amor que nos mueve, como lo muestra el evangelio de hoy. Tres veces negó Pedro a Jesús, cuando llegaba la hora suprema de la dolorosa Pasión; tres veces preguntó Jesús a Pedro si le amaba, cuando la tormenta había ya pasado. Aquel testimonio de amor tenía una razón de ser muy clara: sanar las heridas que habían causado el miedo, la vanidad y el orgullo.

Y de aquí podemos tomar una segunda lección muy importante sobre el sentido del tiempo pascual: buscar amor que sea digno de ese nombre. De hecho, el tiempo pascual es como un inmenso arco tendido entre la Resurrección del Señor y Pentecostés (5 de junio). Estos límites cronológicos tienen una razón de ser: tanto la resurrección como la efusión maravillosa del Espíritu Santo son las más grandes expresiones del amor que vence sobre el pecado y la muerte.

Sugerencias…

- Habían vuelto a la vida anterior y esto da a entender el clima de dispersión y de extravío que reinaba entre ellos. Les estaba siendo difícil comprender lo que había acontecido.

- Pero, cuando todo parecía acabado, nuevamente, como en el camino de Emaús, Jesús sale al encuentro de sus amigos. Esta vez los encuentra en el mar, lugar que hace pensar en las dificultades y las tribulaciones de la vida; los encuentra al amanecer, después de un esfuerzo estéril que había durado toda la noche. Su red estaba vacía. En cierto modo, eso parece el balance de su experiencia con Jesús: lo habían conocido, habían estado con él y él les había prometido muchas cosas. Y, sin embargo, ahora se volvían a encontrar con la red vacía de peces.

- Al alba, Jesús les sale al encuentro, pero ellos no lo reconocen inmediatamente. El "alba" en la Biblia indica con frecuencia el momento de intervenciones extraordinarias de Dios. Por ejemplo, en el libro del Éxodo, “llegada la vigilia matutina”, el Señor interviene “desde la columna de fuego y humo” para salvar a su pueblo que huía de Egipto. También al alba, María Magdalena y las demás mujeres que habían corrido al sepulcro, encuentran al Señor resucitado.

- Del mismo modo, en el pasaje evangélico nos recuerda que ya ha pasado la noche cuando el Señor dice a los discípulos, cansados de trabajar y decepcionados por no haber pescado nada: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Normalmente los peces caen en la red durante la noche, cuando está oscuro, y no por la mañana, cuando el agua ya es transparente. Con todo, los discípulos se fiaron de Jesús y el resultado fue una pesca milagrosamente abundante.

- En ese momento, Juan, iluminado por el amor, se dirige a Pedro y le dice: "Es el Señor". La mirada perspicaz del discípulo a quien Jesús amaba –icono del creyente– reconoce al Maestro presente en la orilla del lago. “Es el Señor”: esta espontánea profesión de fe es, también para nosotros, una invitación a proclamar que Cristo resucitado es el Señor de nuestra vida.

- Rezamos para que la Iglesia que está en… (cada uno puede hacer referencia a su propia persona o comunidad) repita con el entusiasmo de Juan: Jesucristo “es el Señor”. Ojalá que la comunidad escuche al Señor que nos repite: “Echa la red, Iglesia de … , y encontrarás”. En efecto, el Señor ha venido a cada uno y a todos, sobre todo, para animaros a ser testigos valientes de Cristo y no de manera individual sino, sinodalmente (Francisco).

- La confiada adhesión a su palabra es lo que hará fecundos los esfuerzos pastorales y los personales de vivir mas y mejor la fe. Cuando el trabajo en la viña del Señor parece estéril, como el esfuerzo nocturno de los Apóstoles, no conviene olvidar que Jesús es capaz de cambiar la situación en un instante.

- La página evangélica nos recuerda que (a) debemos comprometernos en las actividades pastorales como si el resultado dependiera totalmente de nuestros esfuerzos. Pero, por otra, nos hace comprender que (b) el auténtico éxito de nuestra misión es totalmente don de la gracia.

- En los misteriosos designios de su sabiduría, Dios sabe cuándo es tiempo de intervenir. Y entonces, como la dócil adhesión a la palabra del Señor hizo que se llenara la red de los discípulos, así también en todos los tiempos, incluido el nuestro, el Espíritu del Señor puede hacer eficaz la misión de la Iglesia en el mundo.

María, Virgen y Madre, ruega por nosotros y acompáñanos en la misión… ven con nosotros a caminar…

lunes, 18 de abril de 2022

HOMILIA II DOMINGO DE PASCUA o DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA cC (24 de abril 2022)

 

II DOMINGO DE PASCUA o DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA cC (24 de abril 2022)

Primera: Hechos 5, 12-16; Salmo: Sal 117, 2-4. 22-27a; Segunda: Apocalipsis 1, 9-11.12-13.17-19; Evangelio: Juan 20, 19-31

Nexo entre las LECTURAS

Cristo, "el Viviente" "el Misericordioso". Así lo "ve" san Juan en el Apocalipsis y en el Evangelio. También a nosotros, hoy, en este Domingo que san Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, el Señor nos muestra que es misericordioso, y uno de los signos son sus llagas, como el amor paciente a los discípulos, en especial a Tomás. Bien, son llagas de misericordia. «Por sus llagas fuimos sanados» (Is 53,5), decía la liturgia del Viernes Santo. Jesús nos invita a mirar sus llagas, nos invita a tocarlas, como a Tomás, para sanar nuestra incredulidad y nuestras llagas. Nos invita, sobre todo, a entrar en el misterio de sus llagas, para que obtengamos misericordia y seamos misericordiosos con los demás. Así lo experimentan los primeros cristianos de Jerusalén e iniciaron una cadena de misericordia que está llegando hasta nuestros días y seguirá presente hasta el fin de los tiempos.

"Yo soy el que vive; estuve muerto, pero ahora vivo para siempre" dice el Hijo de hombre a san Juan en la visión (segunda lectura). El Viviente se aparece a los discípulos atemorizados para infundirles paz, encomendarles la misión y otorgarles el Espíritu (Evangelio). El Viviente, el Misericordioso continúa operando signos y prodigios en medio del pueblo por medio de los apóstoles (primera lectura) y nos invita a ser testigos delante de todos… como dice el salmista: Que lo digan los que temen al Señor: ¡es eterno su amor!

Pedimos que lo puedan experimentar los muchos sufrientes del mundo de hoy, en especial los pueblos de Ucrania y Rusia.

Temas... Sugerencias… (acompañados por san Juan Pablo II)

"No temas:  yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos" (Ap 1, 17-18). En la segunda lectura, tomada del libro del Apocalipsis, hemos escuchado estas consoladoras palabras, que nos invitan a dirigir la mirada a Cristo, para experimentar su tranquilizadora presencia. En cualquier situación en que nos encontremos, aunque sea la más compleja y dramática, el Resucitado nos repite a cada uno:  "No temas"; morí en la cruz, pero ahora "vivo por los siglos de los siglos"; "yo soy el primero y el último, yo soy el que vive". Cuánta necesidad tenemos de volver a escuchar estas palabras en la intimidad de un encuentro con Él para tener fuerza y valentía (coraje) para la entrega diaria y testimoniar la fe. Él nos dice: "El primero", es decir, la fuente de todo ser y la primicia de la nueva creación; "el último", el término definitivo de la historia; "el que vive", el manantial inagotable de la vida que ha derrotado la muerte para siempre. En el Mesías crucificado y resucitado reconocemos los rasgos del Cordero inmolado en el Gólgota, que implora el perdón para sus verdugos y abre a los pecadores arrepentidos las puertas del cielo; vislumbramos el rostro del Rey inmortal, que tiene ya "las llaves de la muerte y del infierno" (Ap 1, 18).

"Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal 117, 1). Hagamos nuestra la exclamación del salmista, que hemos cantado en el Salmo responsorial:  la misericordia del Señor es eterna. Para comprender a fondo la verdad de estas palabras, dejemos que la liturgia nos guíe al corazón del acontecimiento salvífico, que une la muerte y la resurrección de Cristo a nuestra existencia y a la historia del mundo. Este prodigio de misericordia ha cambiado radicalmente el destino de la humanidad. Es un prodigio en el que se manifiesta plenamente el amor del Padre, el cual, con vistas a nuestra redención, no se acobarda ni siquiera ante el sacrificio de su Hijo unigénito.

Tanto los creyentes como los no creyentes pueden ‘admirar’ en el Cristo humillado y sufriente una solidaridad sorprendente, que lo une a nuestra condición humana más allá de cualquier medida imaginable. La cruz, incluso después de la resurrección del Hijo de Dios, "habla y no cesa nunca de decir que Dios-Padre es absolutamente fiel a su eterno amor por el hombre. (...) Creer en ese amor significa creer en la misericordia".

Queremos dar gracias al Señor por su amor, que es más fuerte que la muerte y que el pecado. Ese amor se revela y se realiza como misericordia en nuestra existencia diaria, e impulsa a todo hombre a tener, a su vez, "misericordia" hacia el Crucificado. ¿No es precisamente amar a Dios y amar al próximo, e incluso a los "enemigos", siguiendo el ejemplo de Jesús, el programa de vida de todo bautizado y de la Iglesia toda?

Con estos sentimientos, celebramos el II domingo de Pascua, que desde el gran jubileo, se llama también domingo de la Misericordia divina. El mensaje que anunciamos constituye la respuesta adecuada y decisiva que Dios quiso dar a los interrogantes y a las expectativas de los hombres de nuestro tiempo, marcado por enormes tragedias (pensemos en la cuarentena y en la guerra… y mucho otros dolores). Un día Jesús nos dijo por medio de sor Faustina:  "La humanidad no encontrará paz hasta que se dirija con confianza a la misericordia divina". ¡La misericordia divina! Este es el don pascual que la Iglesia recibe de Cristo resucitado y que ofrece a la humanidad, en los comienzos del tercer milenio.

El evangelio, que acabamos de proclamar, nos ayuda a captar plenamente el sentido y el valor de este don. El evangelista san Juan nos hace compartir la emoción que experimentaron los Apóstoles durante el encuentro con Cristo, después de su resurrección. Nuestra atención se centra en el gesto del Maestro, que transmite a los discípulos temerosos y atónitos la misión de ser ministros de la misericordia divina. Les muestra sus manos y su costado con los signos de su pasión, y les comunica:  "Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo". E inmediatamente después "exhaló (sopló) su aliento sobre ellos y les dijo:  "Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengan les quedan retenidos". Jesús les confía el don de "perdonar los pecados", un don que brota de las heridas de sus manos, de sus pies y sobre todo de su costado traspasado. Desde allí una ola de misericordia inunda toda la humanidad. Revivamos este momento con gran intensidad espiritual. También a nosotros el Señor nos muestra hoy sus llagas gloriosas y su corazón, manantial inagotable de luz y verdad, de amor y perdón.

¡El Corazón de Cristo! Su "Sagrado Corazón" ha dado todo a los hombres:  la redención, la salvación y la santificación. De ese Corazón rebosante de ternura, santa Faustina vio salir dos haces de luz que iluminaban el mundo. "Los dos rayos -como le dijo el mismo Jesús- representan la sangre y el agua". La sangre evoca el sacrificio del Gólgota y el misterio de la Eucaristía; el agua, según la rica simbología del evangelista san Juan, alude al bautismo y al don del Espíritu Santo. A través del misterio de este Corazón herido, no cesa de difundirse también entre los hombres y las mujeres de nuestra época el flujo restaurador del amor misericordioso de Dios. Quien aspira a la felicidad auténtica y duradera, sólo en Él puede encontrar su secreto.

"Jesús, en ti confío". Esta jaculatoria, que rezan numerosos devotos, expresa muy bien la actitud con la que también nosotros queremos abandonarnos con confianza en tus manos, oh Señor, nuestro único Salvador. Tú ardes del deseo de ser amado, y el que sintoniza con los sentimientos de tu corazón aprende a ser constructor de la nueva civilización del amor. Un simple acto de abandono basta para romper las barreras de la oscuridad y la tristeza (Francisco, Vigilia Pascual 2022), de la duda y la desesperación. Los rayos de tu misericordia divina devuelven la esperanza, de modo especial, al que se siente oprimido por el peso del pecado.

María, Madre de misericordia, haz que mantengamos siempre viva esta confianza en tu Hijo, nuestro Redentor. Ayúdanos también tú, santa Faustina, que hoy recordamos con particular afecto. Fijando nuestra débil mirada en el rostro del Salvador divino, queremos repetir contigo:  "Jesús, en ti confío". Hoy y siempre.

Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío…

P. ANGEL 




miércoles, 13 de abril de 2022

HOMILIA DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR MISA DEL DIA... P. ANGEL

 DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR


MISA DEL DÍA (Domingo 17 de abril 2022)

PrimeraHechos 10, 34.37-43; Salmo: Sal 117, 1-2. 16-17. 22-23; Segunda: 1Corintios 5, 6b-8; Evangelio: Juan 20, 1-9

Nexo entre las LECTURAS

Cristo resucitado es el mensaje central de la liturgia de Pascua. Ante todo, Jesucristo resucitado, como objeto de fe, ante la evidencia del sepulcro vacío: "vio y creyó" (evangelio). Cristo resucitado, objeto de proclamación y de testimonio ante el pueblo: "A Él, a quien mataron colgándolo de un madero, Dios lo resucitó al tercer día" (primera lectura). Cristo resucitado, objeto de transformación, levadura nueva y ácimos de sinceridad y de verdad: "Sean masa nueva, como panes pascuales que son, pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado" (segunda lectura).

Temas...

El amor nos hace ver a Jesús.

El evangelio de hoy es un signo de Juan que nos hace descubrir qué necesitamos para «ver» a Jesús en su nueva dimensión de Hombre Nuevo. Es el primer día de la semana, aún de madrugada, casi a oscuras, cuando la fe aún no ha iluminado nuestro día. Estamos, como la Magdalena, confusos y llorosos, mirando con miedo el vacío de una tumba. Ese vacío interior que a veces nos invade: cansancio de vivir, acciones sin sentido, rutina. El vacío que se nos produce cuando estamos en crisis y los esquemas antiguos ya no tienen respuesta; cuando sentimos que tal acontecimiento o nueva manera de proponer la enseñanza de siempre nos quita eso seguro a lo que estábamos aferrados. Cuando tomamos conciencia de ello, nos asustamos, creyendo que se derrumba nuestro mundo bien armado.

¿Y Jesús? ¿Dónde está? Nos lo han robado, justamente a nosotros que creíamos tenerlo tan seguro, tan bien «conservado». Habíamos ‘conquistado’ a Jesús con nuestras categorías mentales, con un cierto modo muy definido de vivir, como si el tiempo se hubiera detenido para que nosotros pudiéramos gozar y recrearnos indefinidamente en ese mundo ya hecho y terminado y ya cristiano. Pero sobreviene la crisis (recordemos la cuarentena, tengamos presente la guerra), cae ese mundo y Cristo parece desaparecer... Entonces pedimos ayuda, y Pedro y Juan comienzan a correr... ¿Será posible que Jesús no esté allí donde lo habíamos dejado debajo de una pesada piedra? Jesús ¿está en otro lugar donde acostumbraba a verlo y como lo veía?

Es la pregunta de la comunidad cristiana, atónita cuando algo nuevo sucede en el mundo o en la Iglesia, y debe recomponer sus esquemas. Pedro y Juan se largan a la carrera. Pedro, sería como lo institucional de la Iglesia. Juan, como el carismático, el amor, el íntimo. El amor corre más ligero y llega antes, pero deja paso a la potestad para que investigue y averigüe qué ha pasado. Pedro observa con detenimiento todo, pero no comprende. Mas Juan, el discípulo «a quien Jesús amaba», el que había estado a los pies de la cruz en el momento en que todos abandonaron al Maestro, el que vio cómo de su corazón salía sangre y agua, el que recibió a María como madre..., el Juan que compartió el dolor de Cristo, «vio y creyó». Entrevió lo que había pasado porque el amor lo había abierto más al pensamiento de Jesús. Pedro siempre había resistido a la cruz y al camino de la humillación; el orgullo lo había turbado y no se decidía a romper sus esquemas galileos. Pero tiempo más tarde, cuando junto al lago de Genesaret Jesús le exija el triple testimonio de amor: "¿Me amas más que éstos?", y le proponga seguirlo por el mismo derrotero que conduce a la cruz, entonces Pedro será recuperado y no solamente creerá, sino que –como hemos leído en la primera lectura– dará testimonio de ese Cristo resucitado que "había comido y bebido con él después de la resurrección".

La lección del Evangelio parece clara: sólo el amor puede hacernos ver a Jesús en su nueva dimensión; sólo quien primero acepta su camino de renuncia y de entrega, puede compartir su vida nueva. Inútil es, como Pedro, investigar, hurgar entre los lienzos, buscar explicaciones. La fe en la Pascua es una experiencia sólo accesible a quienes escuchan el Evangelio del amor y lo llevan a la práctica… escuchar – practicar – enseñar a otros a hacer lo mismo.

El grano de trigo debe morir para dar fruto. Si no amamos, esta Pascua es vacía como aquella tumba. Si esta Pascua no nos hace más hermanos, sus palabras no son verdad. Si esta comunidad no vive y crece en el amor, si no pasa «haciendo el bien y curando a los oprimidos» (primera lectura), ¿cómo pretenderá dar testimonio de Cristo? ¿Y cómo lo podrá ver y encontrar si Cristo sólo está donde "dos o tres se reúnen en mi nombre"?

Sugerencias...

La Pascua, levadura del mundo.

El breve mensaje de Pablo (segunda lectura) sirve de magnífico cierre para estas meditaciones de cuaresma y semana santa. «Basta un poco de levadura para fermentar toda la masa.» No es tema de esta noche (ni debe serlo) una estadística acerca de cuántos somos los cristianos en el mundo, es decir, los bautizados. Lo que importa es cómo vivimos esa fe –y aquí no podemos hacer estadísticas–, si como levadura vieja o nueva. Hace un poco más de dos mil años, un pequeño grupo de hombres y mujeres, conscientes de la Presencia viva de Cristo y llenos de su Espíritu, se metieron sigilosamente en la gran “masa humana”, colocando en ella la nueva levadura de la Pascua. Ya conocemos los resultados.

Hoy los cristianos somos de nuevo un escaso grupo, aunque numéricamente grande, en proporción al mundo moderno y sus problemas. Pero no es esa la cuestión que debe ocuparnos. El interrogante es otro: ¿Qué significamos para el mundo de hoy? ¿Qué nueva levadura aportamos? ¿Qué representará para los hombres de este 2022 el que nosotros estemos celebrando una Pascua más? Pablo nos invita a celebrarla «con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad». Quizá sea éste nuestro camino y el mejor aporte a un mundo corrompido por tantas mentiras y contradicciones. Prediquemos el mensaje de la verdad con una vida nueva, amasada de sinceridad... Bastará un poco. y con el tiempo fermentará toda la masa (Santa Teresa de Calcuta).

María, Reina de los Apóstoles, Madre Misionera, ruega por nosotros.

HOMILIA DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR VIGILIA PASCUAL cC (Sábado 16 de abril 2022) GENTILEZA P. ANGEL


 DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

VIGILIA PASCUAL cC (Sábado 16 de abril 2022)

PrimeraÉxodo 14, 15 – 15, 1; Salmo: Sal 117, 1-2. 16-17. 22-23; Segunda: Romanos 6, 3-11; Evangelio: Lucas 24, 1-12

Nexo entre las LECTURAS

Los libros históricos nos han presentado la creación del mundo y del hombre. Ahora es el nuevo Adán, el Hombre verdadero, el que centra nuestra atención. La fe de Abrahán, dispuesto a sacrificar a su hijo, es figura del Cristo que se ha entregado por salvar a todos. Dios salvó a su pueblo de la esclavitud: el paso del Mar Rojo nos prepara para comprender el paso de Cristo a través de la muerte a la nueva existencia, liberándonos a todos. Los profetas, en sus cuatro lecturas, nos han dicho palabras de esperanza y estímulo: los reuniré, les daré un corazón nuevo, los purificaré, serán mi pueblo, los amaré con misericordia eterna, los llenaré de toda clase de bienes... Y, sobre todo, Lucas nos anuncia la gran noticia de la Resurrección y san Pablo su actualización sacramental en el Bautismo, por el que nosotros mismos hemos sido sumergidos en la nueva existencia de Cristo… misterio que celebramos en la EUCARISTÍA, Cristo VIVO y PRESENTE.

Temas...

«Recordaron sus palabras». Las mujeres, que van al sepulcro de madrugada con sus aromas, encuentran corrida la piedra; entran al sepulcro, pero no encuentran al que buscan. Están «desconcertadas» porque lo que allí encuentran no tiene sentido para ellas, ni humano, ni sobrenatural. Lo mismo le ocurrirá a Pedro cuando acuda al sepulcro tras oír lo que cuentan las mujeres. Todo ello muestra cuán inconcebibles seguían siendo para todos, incluso para los muy dispuestos y receptivos, las palabras de Jesús a propósito de su resurrección al tercer día. El hombre no puede comprender un acontecimiento semejante que se produce en medio del curso normal de la historia. Por eso las mujeres necesitan que se “les recuerde” de un modo sobrenatural la predicción de Jesús, «estando todavía en Galilea», de que «tenía que ser entregado en manos de pecadores [ser crucificado] y al tercer día resucitar». Para las mujeres es como si oyeran estas palabras por primera vez. Las palabras que eran incomprensibles se tornan ahora evidentes ante la tumba vacía y la memoria explícita que los ángeles hacen de ellas. Lo que no había sido comprendido, al llegar, es transformado por los ángeles en un anuncio que facilita ahora la comprensión.

«Un delirio». No conocemos el tenor del relato de las mujeres a los discípulos; no sabemos, por este relato, si también ellos recordaron las palabras de Jesús sobre su resurrección. Pero aunque lo hicieran, esto no es suficiente para despertar la fe en los discípulos. Simplemente en la experiencia humana no se da ni un caso que haga verosímil, ni siquiera de lejos, semejante acontecimiento. Por eso la resurrección, para los apóstoles, les parece «un delirio» de las mujeres.

«Admirándose de lo sucedido». Al final del evangelio de hoy se informa que Pedro se levantó, superando la parálisis que le ocasiono tanto dolor y esta noticia de las mujeres,  y acudió corriendo al sepulcro. Este final del relato es diferente de todo lo anterior. Aquí no aparece ningún ángel. En nuestro evangelio tampoco aparece el sudario enrollado aparte del que se habla en el evangelio de Juan; Pedro sólo ve las vendas por el suelo. Algún sentido debe tener este cúmulo de cosas incomprensibles. Justamente en esta constatación el pensamiento se detiene como un reloj: «Admiración», quizá incluso «reflexión». Muchos podemos madurar en la fe si leemos la totalidad de los relatos sobre la resurrección. Desde los textos sagrados, un camino conduce hasta la fe, si el Señor nos concede la gracia de ser visto y adorado con los ojos del Espíritu.

Sugerencias...

La Pascua de Jesús debe ser nuestra Pascua. Alegrémonos, hermanos y hermanas. El mismo amor de Dios que creó el mundo hace millones de años y que resucitó a Jesús de Nazaret, que se había entregado por nosotros, hace un poco más de dos mil años, es el que hoy nos ha congregado aquí a nosotros y nos quiere comunicar su Espíritu de vida y de alegría y de amor.

Esto es lo que celebramos y esto lo que da sentido a nuestra vida. Por eso creemos y tenemos esperanza e intentamos vivir como cristianos: nosotros no seguimos una doctrina, o un libro, ni estamos celebrando el aniversario de un hecho pasado. Celebramos y seguimos a Cristo Jesús, invisible pero presente en medio de nosotros como el Señor Resucitado.

Dejémonos ganar por esta alegría. Participemos con toda la Iglesia de esta fiesta de Pascua, que empieza ahora y que durará siete semanas, hasta el día de Pentecostés y cada Domingo. La Pascua de Jesús, que quiere ser también nuestra Pascua. Recordaremos en seguida nuestro Bautismo, y sobre todo, participaremos una vez más del Cuerpo y Sangre del Resucitado, que ha querido ser nuestro alimento. Así Dios quiere renovar los dones de gracia con que nos llenó el día del Bautismo y comunicarnos su fuerza para todo el año.

Dejémonos llenar de vida por el mismo Espíritu de Dios que resucitó a Jesús, en este año en que tenemos los ojos de una manera especial fijos en él por los dolores de la pos pandemia y de la guerra en Ucrania (y d ellos dolores que cada uno recuerda en su corazón). Él nos quiere comunicar fuerza, alegría, energía, esperanza, para que se nos note, no sólo en este momento de la celebración, sino en toda nuestra vida, que somos seguidores del Resucitado y queremos vivir con él y como él.

martes, 12 de abril de 2022

HOMI LIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (15 de abril 2022) AUTOR: PADRE ANGEL

 VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (15 de abril 2022)


PrimeraIsaías 52,13 – 53,12; Salmo: Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25; Segunda: Hebreos 4, 14-16; 5,7-9 Evangelio: Juan 18, 1 – 19, 42

Nexo entre las LECTURAS

Las lecturas de la liturgia de hoy giran en torno al misterio de la cruz, un misterio que ningún concepto humano puede expresar adecuadamente. Pero las tres aproximaciones bíblicas tienen algo en común: que el milagro inagotable e inefable de la cruz se ha realizado «por nosotros». El siervo de Dios de la primera lectura ha sido ultrajado por nosotros, por su pueblo; el sumo sacerdote de la segunda lectura, a gritos y con  lágrimas, se ha ofrecido a sí mismo como víctima a Dios para convertirse, por nosotros, en el  autor de la salvación; y el rey de los judíos, tal y como lo describe la pasión según san Juan, ha «cumplido» por nosotros todo lo que exigía la Escritura, para finalmente, con la sangre y el agua que brotó de su costado traspasado, fundar su Iglesia para la salvación del mundo.

Temas...

1. El siervo de Yahvé. Nos muestra la Sagrada Escritura que hay amigos de Dios que interceden por sus hermanos, sobre todo por el pueblo elegido, es más, es un tema frecuente en la historia de Israel: Abrahán intercedió por Sodoma, la ciudad llena de pecado; Moisés hizo penitencia durante cuarenta días y cuarenta noches por el pecado de Israel y suplicó a Dios que no abandonara a su pueblo; profetas, como Jeremías y Ezequiel, tuvieron que soportar las pruebas más terribles por el pueblo. Pero ninguno de ellos llegó a sufrir tanto como el misterioso “siervo de Dios” de la primera lectura: el «hombre de dolores» despreciado y evitado por todos, «herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes, que entregó su vida como expiación". Pero este sacrificio produce su efecto: «Sus cicatrices (heridas) nos curaron». Se trata ciertamente de una visión anticipada del Crucificado, este siervo no es el pueblo de Israel, pues, ni siquiera expía su propio pecado. No, es el siervo plenamente sometido a Dios, en el que Dios «se ha complacido». Durante siglos este siervo de Dios permaneció desconocido e ignorado por Israel, hasta que finalmente encontró un nombre en el Siervo Crucificado, Jesucristo, Hijo amado del Padre.

2. El sumo sacerdote. En la Antigua Alianza el sumo sacerdote podía entrar una vez al año en el Santuario y rociarlo con la sangre sacrificial de un animal. Pero ahora, en la segunda lectura, el sumo sacerdote por excelencia entra «con su propia sangre» (Hb 9,12), por tanto como sacerdote  y como víctima a la vez, en el verdadero y definitivo santuario, en el Cielo ante el Padre; por nosotros ha sido sometido a la tentación humana; por nosotros ha orado y suplicado a Dios en la debilidad humana, «a gritos y con lágrimas»; y por nosotros el Hijo, sometido eternamente al Padre, «aprendió», sufriendo, a obedecer sobre la tierra, convirtiéndose así  en «autor de salvación eterna» para todos nosotros. Tenía que hacer todo esto como Hijo de Dios para poder realizar eficazmente toda la profundidad de su servicio y sacrificio obedientes.

3. El rey. En la pasión según san Juan, Jesús se comporta como un auténtico rey en su sufrimiento: se deja arrestar voluntariamente; responde soberanamente a Anás que Él ha hablado abiertamente al mundo; declara su realeza ante Pilato, una realeza que consiste en ser testigo de la verdad, es decir, en dar testimonio con su sangre de que Dios ha amado al mundo hasta el extremo. Pilato le presenta como un rey inocente ante el pueblo que grita «¡crucifícalo!». «¿Al rey de ustedes voy a crucificar?», pregunta Pilato, y, tras entregar a Jesús para que lo crucificaran… manda poner sobre la cruz un letrero en el que estaba escrito: «El rey de los judíos». Y esto en las tres lenguas del mundo, irrevocablemente. La cruz es el trono real desde el que Jesús «atrae hacia Él» a todos los hombres, desde el que funda su Iglesia, confiando su Madre al discípulo amado, que la introduce en la comunidad de los apóstoles, y culmina la fundación confiándole, al morir, su Espíritu Santo viviente, que infundirá en Pascua y manifestará en Pentecostés.

Los tres caminos conducen, desde sitios distintos, al «REFULGENTE MISTERIO DE LA CRUZ»; ante esta suprema manifestación del amor y misericordia de Dios, el hombre se arrodilla en actitud de adoración.

Sugerencias...

GRACIAS, Varón de dolores. Es justo, y honra a todo cristiano, –e incluso a todo hombre– el dar gracias, este Viernes santo, al Crucificado, al Hijo de Dios, que se ha hecho esclavo (no-hombre) para que el hombre no se olvide que está llamado a ser plenamente hombre. Gracias, Señor Crucificado, porque has querido sufrir por nosotros hasta no parecer hombre y no tener aspecto humano; gracias, porque elegiste ser abrumado de dolores y familiarizado con el sufrimiento para que sintiéramos tu presencia en nuestros sufrimientos; gracias, oh Jesús, trono de misericordia y de perdón, porque quisiste sufrir por nuestro bien y curarnos con tus llagas. Gracias, oh Redentor, porque te entregaste a la muerte y compartiste la suerte de los pecadores. Gracias porque sufriste el arresto de los hombres, para acompañar a todos los arrestados de la historia, de nuestro tiempo, a veces, al igual que tú, sin culpa alguna. Gracias, hermano del hombre, porque con tu mirada lavaste la negación de Pedro y la de todos los que hoy continuamos sin razón alguna renegando de ti. Gracias, Verdad sublime, porque en los supremos momentos, como a lo largo de la vida, pusiste la verdad por encima incluso de la vida, como lo han hecho, siguiendo tus pasos, tantos mártires del pasado y de nuestros días. Gracias. Gracias, Hijo de María y de san José, el más digno de entre los hombres, porque aceptaste la ignominia de ser pospuesto a un criminal, como lo era Barrabás, Tú, el Inocente. Gracias, Tú, el hombre más libre de la historia, porque no desdeñaste la muerte del esclavo y convertiste el signo del oprobio en signo victorioso de gloria. Gracias, Señor Crucificado, porque con tu cruz has redimido al mundo.

El arte de sufrir. Sufrir es connatural a la condición humana, pero el arte de sufrir es gracia y se aprende, requiere de una lenta y constante educación. El Viernes santo es para los cristianos, y para todo ser humano, una escuela ‘excelsa’ del dolor. El Viernes santo aprendemos a sufrir en silencio, con Jesús, como Jesús. El Viernes Santo Jesucristo nos da la gran lección de aceptar–ofrecer el sufrimiento y la cruz, aunque no se sea culpable, en virtud de un motivo superior que es el amor a Dios y a los hermanos. El Viernes santo se nos enseña –¡qué gran lección!– a perdonar al que nos ha hecho mal, a orar por el que se burla de nosotros y es causa de nuestro dolor. En la escuela del Viernes Santo aprendemos a sufrir con paciencia y con amor, aceptando los acontecimientos y las circunstancias, tal como Dios los ha querido o los ha permitido para nuestro bien. El viacrucis del Viernes Santo se nos presenta como el viacrucis de la vida humana: en él se van entremezclando amor y odio, golpes y consuelos, seguidores y verónicas, sumos sacerdotes y cireneos, ultrajes y lágrimas, ladrón que blasfema y ladrón que se arrepiente, la Madre que le acompaña en su dolor y los discípulos que lo dejan en su soledad, quienes se reparten sus vestidos y quienes compran lienzos y aromas para su sepultura. Cristo acepta todo ello. Sufre, porque es mucho el peso físico y moral cargado sobre su pobre cuerpo maltrecho. Sufre, porque hace sufrir a sus seres queridos, a tantas personas que le aman de veras. Sufre, para que nosotros sepamos sufrir con Él y como Él.

Gracias, amado Redentor, ¡gracias!

lunes, 11 de abril de 2022

HOMILIA JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR (14 de abril 2022) P. ANGEL


 JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR (14 de abril 2022)

Primera: Éxodo 12, 1-8.11-14; Salmo: Sal 115, 12-13.15-16bc.17-18; Segunda: 1Corintios 11, 23-26; Evangelio: Juan 13, 1-15

Nexo entre las LECTURAS

El Jueves Santo es un canto a la liberación. Celebramos la Pascua cristiana: el paso liberador de Dios por la historia mediante la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, conmemorada en la celebración de la Eucaristía (segunda lectura). La Pascua cristiana revive y perfecciona otra pascua, otra liberación, llevada a cabo por Dios mediante su siervo Moisés: la liberación de los israelitas de la esclavitud egipcia (primera lectura). El texto evangélico nos sitúa ante una liberación interior, la liberación de nuestro egoísmo para ser libres, amar y servir a nuestros hermanos, siguiendo el ejemplo de Jesucristo… libertad interior que se expresa en gestos concretos en el exterior que nos hace amar de una manera nueva y hasta el fin (ejemplo de los mártires).

Temas...

Jesús nos deja un testamento, una consigna. "Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros, como yo los he amado". Esta noche sentimos bien vivas las palabras de Jesús. Son su testamento. Hoy, esta noche, cuando Jesús sabe, y nosotros sabemos, que aquella vida tan rebosante de amor acabará destruida en la cruz, sus palabras resuenan muy claras en nuestra asamblea. Tan claras como resonaron en el cenáculo, cuando los discípulos, en aquella “última cena”, no sabían qué decir ni qué hacer para detener el drama que veían que se les acercaba: el drama inconcebible de la muerte del Maestro.

Jesús llega hoy al final de su camino. Ha querido mostrar, a lo largo de todo el tiempo que ha ido recorriendo su tierra de Palestina, cuál era la voluntad de Dios para los hombres: cuál era la felicidad que Dios quería para los hombres, cuál era el estilo de vida capaz de dar realmente gozo y paz. Mucha gente, muchos hombres y mujeres, pequeños y ancianos, se entusiasmaron con Jesús, sintieron que la vida se les iluminaba: eran los sencillos, los que no tenían intereses que mantener. Otros, en cambio, se encontraron incómodos, y empezaron a mirarlo mal: estaban demasiado bien acostumbrados, vivían demasiado tranquilos con su religión o con su poder político y Jesús les trastornaba aquella tranquilidad. Ahora, al final de todo, cuando aquellos a quienes Jesús estorbaba ya han conseguido cercarlo y muy pronto lo detendrán y lo matarán, Jesús cena con sus discípulos, sus amigos más cercanos, y les da como una consigna, un resumen de todo lo que él ha hecho y quiere que sus amigos continúen. Aquellos amigos suyos, y todos los que vendrán después: nosotros.

¿Qué quiere decir la consigna de Jesús? La consigna nos la sabemos de memoria, y haríamos bien en repetírnosla cada mañana al levantarnos y meditarla: "Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros, como yo los he amado". Jesús empieza diciendo que esto es un mandamiento nuevo. Y era nuevo entonces, y podemos decir muy bien que lo es también ahora, y lo será siempre. ¿Por qué? Porque no es nuestro criterio común de actuación, ni el de nuestro mundo. Porque seguir el mandamiento de Jesús siempre comporta cambiar, convertirse, romper las maneras de vivir que llevamos metidas en nuestro interior. Comporta un volver a empezar continuamente, empezar siempre de nuevo. Nos iría muy bien, levantarnos cada mañana diciendo: Tenemos un mandamiento nuevo. Y recordar que este mandamiento nos lo dio Jesús el día en que se disponía a ‘morir’ por nosotros, el día en que se disponía a darlo todo a nuestro servicio. Si pensáramos esto, seguro que tendríamos muchas ganas de ser fieles a este mandamiento. El mandamiento de Jesús, el mandamiento nuevo, es: "Que se amen unos a otros". Amar quiere decir querer la felicidad del otro, y ser capaz de renunciar a cosas y posiciones mías para que el otro pueda ser feliz. Y cuando decimos "el otro", no pensamos sólo en los que tenemos más cerca, o en los que nos caen bien. Cuando decimos "el otro", nuestros ojos deben ir más allá, deben superar las barreras de la familia, o de los amigos, o del mismo país. Y han de saber descubrir, para combatirlas, muchas cosas: las envidias de nuestro corazón, las ganas de tener razón, las ganas de vivir bien sin pensar en nada más...; y las situaciones de injusticia, y las malas condiciones de trabajo de mucha gente, y las desigualdades, y el racismo y la guerra en Ucrania. Cuando Jesús nos llama a amar, nos llama a esto.

Y al final de todo, el mandamiento de Jesús acaba con unas palabras definitivas: "Como yo los he amado". Y él nos ha amado así: dándolo todo, dando la vida. Cuando hoy lo vemos lavando los pies de sus discípulos como señal de su entrega total, cuando esta noche lo podremos contemplar orando en Getsemaní, cuando mañana fijaremos nuestra mirada en su cruz, comprenderemos con mayor claridad que nunca lo que quieren decir sus palabras. ¿Y cómo seríamos nosotros capaces de llamarnos cristianos si no quisiéramos amar como él nos ha amado?

Jesús nos acompaña con la Eucaristía. Hoy, Jesús nos ha dejado un mandamiento nuevo. Pero nos ha dejado, a la vez, bien lo sabemos, el sacramento de su presencia por siempre entre nosotros. Su presencia que es alimento, fuerza, Espíritu de vida que nos ayuda a caminar, que nos hace amar. Cada domingo, semana tras semana, él viene a nosotros, él se nos da. Y nosotros, recibiéndolo, sentimos renovarse en nuestro interior las ganas de seguirle, la voluntad de amar como él nos ha amado. Celebremos, pues, esta Eucaristía del Jueves Santo con un gran espíritu de agradecimiento. Porque Jesús nos quiere como continuadores de su camino. Porque Jesús está por siempre con nosotros para alimentarnos y hacernos caminar. Porque Jesús también eligió a algunos como sus ministros para hacerse presente en su Cuerpo y Sangre, pan y vino consagrados. Por eso también HOY rezamos por las vocaciones sacerdotales.

Sugerencias...

Pasado, presente, futuro. La Eucaristía es a la vez el recuerdo más entrañable que tenemos de Jesús, y la presencia más intensa de su amor incalculable, y la promesa más cierta de nuestro futuro junto a él. La Eucaristía es memoria, presencia y profecía. Resumen perfecto de todas las ofrendas del Viejo Testamento; síntesis adorable de todas las finezas de Jesús con nosotros; pregustación suavísima de los gozos que sólo serán mejores en la eternidad.

Descanso. La Eucaristía es descanso para la vista, el oído, el paladar, el corazón y la mente. Descansa nuestra vista mirando al que es bello y fuente de belleza. Descansa nuestro oído recibiendo el eco de su palabra de gracia. Descansa nuestro paladar encontrando un sabor de amor que está lejos del hambre y del hastío. Descansa el corazón amando en la certeza de nunca ser defraudado. Descansa la mente descubriendo que la verdad última de nuestro ser es que hemos sido amados antes de ser creados, y amados para ser perdonados, y amados para tener vida eterna.

Comunión. La Eucaristía es comunión con Dios y con los hermanos. Comunión significa más que "común unión", es “común misión”. Tener comunión es entender el lenguaje del otro; saber de qué ríe, por qué llora, qué le preocupa y cómo se le consuela. Estar en comunión con Dios es vibrar con su amor por los pequeños, los pobres y los tristes; es llorar con las lágrimas de Jesús por los pecadores, los endurecidos y los crueles; es padecer con el corazón del Señor y derramar sobre el mundo gracia como la suya y mirada como la suya también. Estar en comunión es saber ir y volver del corazón del Amado. Es tener siempre una puerta abierta para el Amigo. Es cantar sus canciones y darle nuestras poesías. Es sentir que el tiempo se muere y que la eternidad amanece.

Inmaculada Madre Del Divino Corazón Eucarístico, ruega por nosotros.

lunes, 4 de abril de 2022

HOMILIA DOMINGO DE RAMOS EN LA PASION DEL SEÑOR cC (10 de abril 2022) GENTILEZA P. ANGEL

 DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR cC (10 de abril 2022)

PrimeraIsaías 50, 4-7; Salmo: Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; Segunda: Filipenses 2, 6-11; Evangelio: Lucas 22, 14 – 23, 52

Nexo entre las LECTURAS


¡El dolor! Realidad histórica y designio de Dios, hoy manifestado muy claramente en la post-cuarentena, en la guerra Rusia-Ucrania y en tantos marginados del acceso a los bienes primarios. También, y mayor dolor aún, son las leyes a favor del aborto y la consecuente practica indiscriminada. Aquí está el centro del mensaje del Domingo de Ramos, el Siervo de Yahvéh (primera lectura) sufre golpes, insultos y salivazos, pero el Señor le ayuda y le enseña el sentido del dolor. San Pablo, en el himno cristológico de la carta a los filipenses (segunda lectura), canta a Cristo que "se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo". En la narración de la pasión según san Lucas, Jesús afronta sufrimientos indecibles e incontables, a la manera de un esclavo, pero sabe que todo está dispuesto por el Padre y por ello confía al Padre su espíritu. Por eso decimos con fe que EL DOLOR ES REDENTOR.

Temas...

El testamento. La institución de la Eucaristía, que también en los otros sinópticos constituye el preludio de la pasión, aparece aquí acompañada de una amplia declaración de Jesús que parece un testamento. Así a los discípulos se les confía la tarea de asumir la responsabilidad de velar por la venida del reino de Dios: «Yo les transmito el Reino»; pero esta tarea sólo puede ser asumida con el espíritu genuino de la autoridad de Jesús, que se distingue de todo ejercicio de poder mundano: el primero entre ustedes «pórtese como el menor», y el propio Jesús (que, aunque no lo diga, es el primero) está «en medio de nosotros como el que sirve». Pedro será el primero según el ministerio, pero sólo podrá ser el que sirve, el que «da firmeza a sus hermanos», cuando Jesús haya pedido por él, (que le negará tres veces). Lo que será en verdad el servicio de Jesús, se expresa con palabras del profeta Isaías: «Fue contado con los malhechores», y ahora sus enemigos tienen sobre él «el poder de las tinieblas». En la fuerza y la confianza su pasión no habría sido un sufrimiento completo, por eso Lucas describe de una manera tan realista la angustia del monte de los olivos.

Participación. Jesús sufre solo; los discípulos, representados por Pedro, no le acompañan. Los judíos, Pilato y Herodes se comportan como en los otros relatos. Pero únicamente en el relato de Lucas aparece un ángel en el monte de los olivos para animar a Jesús. Sólo puede tratarse de una confortación para mantenerse firme en la extrema debilidad, para soportar lo insoportable: tener que beber el cáliz de la ira de Dios contra el pecado. En el viacrucis lo siguen mujeres que lloran por él, pero Jesús las rechaza aludiendo a la suerte próxima e ineluctable de Jerusalén, que «no ha querido» (Lc 13,34) y por eso queda «abandonada» a su destino. Otra cosa es la acción de Simón de Cirene: aquí se trata de llevar la cruz al menos externamente, pero con las fuerzas de un hombre normal, que ciertamente son muy distintas de las del que ha sido flagelado casi hasta la muerte. Y finalmente otro hombre, uno de los malhechores crucificados con él, se vuelve hacia Jesús para dirigirle una auténtica súplica. Este sabe algo de la participación, está «en el mismo suplicio», pero distingue muy bien entre su sufrimiento, totalmente merecido, y el sufrimiento totalmente distinto «del que no ha faltado en nada». Aquí algo de la gracia divina del sufrimiento de la cruz puede fluir ya hacia un recipiente preparado. Y sigue fluyendo tras la muerte de Jesús: el centurión es tocado por la gracia, e incluso se dice que «toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose golpes de pecho».

Palabras de salvación. Mientras que Mateo y Marcos sólo refieren el grito del abandono («Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»), las palabras que Lucas pone en boca de Jesús en la cruz son de otro tenor. Son como la traducción en palabras pronunciadas de lo que el Verbo de Dios opera y siente esencialmente en su pasión. Primero la súplica al Padre: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Los judíos están ciegos, no reconocen a su Mesías; los paganos hacen lo que repiten miles de veces por imperativos profesionales: crucificar a un presunto malhechor por orden de la autoridad militar. Nadie sabe quién es Jesús en realidad. La súplica de Jesús quiere ‘disculpar’ a los culpables y encuentra razones para ello. Las palabras dirigidas al buen ladrón son una parte de la gracia del perdón merecido mediante la cruz. Las palabras pronunciadas inmediatamente antes de morir: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu», sustituyen al grito del abandono (en Mt y Mc): aunque el Hijo ya no siente al Padre y no percibe el “calor de sus manos”, Jesús no tiene ningún otro sitio donde reclinar su cabeza, donde recostarse en el momento de la entrega total. En las palabras de Jesús en la cruz, Lucas hace irradiar visiblemente algo de la gracia que Jesús adquiere para nosotros con su pasión.

Sugerencias...

El Día en que Cristo aceptó que es Rey. Nuestro Señor y Divino Salvador no aceptó la aclamación de las multitudes que pretendían hacerlo rey después de ver sus asombrosos milagros (cf. Jn 6,15). No quiso una corona cuando todos exclamaban: "¡todo lo hace bien!" (Mc 7,37). Huyó a la montaña muchas veces y a menudo se refugió en la oración y la intimidad con Dios, su Padre (Mt 14,23). En todas esas ocasiones, cuando hubiera sido sencillísimo y casi natural proclamarse Hijo de David y sucesor del trono para liberar a Israel, guardó silencio, se ocultó discreto, oró en lo escondido, se apartó de las aclamaciones y los vítores. Pero hubo un día en que aceptó el aplauso y no huyó de la ovación de su pueblo. Un día Cristo aceptó ‘ser rey’, y selló su destino, cambió la historia y abrió un futuro para el universo entero con el gesto humilde y noble que hoy contemplamos: miremos todos, asómbrese el mundo, cante Judá y no calle Israel: Jesús, el Nazareno, es el Rey, y manso entra en la ciudad de David rodeado de humilde corte.

¿Por qué esta vez el Señor aceptó lo que antes rechazaba? ¿Por qué nos parece que se deja envolver en el entusiasmo de aquella multitud que, por fin, puede dar rienda suelta a su afecto y emoción? Es que bien sabía Jesús qué cosa le esperaba después de esos aplausos y cuánto cambiarían esas voces en cuestión de horas. Percibía su corazón el odio exacerbado de aquellos que veían en Él un peligro para sus intereses. Sabía que los poderosos, tantas veces fustigados por el verbo del Verbo, terminarían por unirse, aunque sólo fuera para estar de acuerdo en quitarlo de en medio. Y en cuanto a sus discípulos, entendía cuán frágil era su amor, así le juraran lo contrario. Comprendía entonces que las cotas más altas de la maldad brotarían con inusitado ímpetu de uno a otro momento, y sabía que ser rey, en medio de semejante torbellino de pasiones y venganzas, más que un honor era un acto de compasión, una obra de misericordia, una manifestación, la última y más perfecta, de su amor inextinguible.

Rostro de la Semana Santa. Este día, Domingo que introduce la celebración de los misterios más hondos y bellos de nuestra fe, es como el frontispicio (el anticipo, el rostro verdadero) desde el que ya vemos la grandeza que nos espera en la semana que comienza. Y por eso la Iglesia, después de invitarnos a cantar aclamaciones al Mesías Pacífico y verdadero Rey, nos invita a mirar en un solo y maravilloso conjunto qué fue lo que entonces sucedió, para que nuestros oídos se acostumbren a la música de drama y de amor que es la Pasión del Señor. Es bueno oír así de una sola vez la Pasión para entender que fue Uno solo el que todo sufrió y Uno solo el que todo venció. Fue Uno solo el que cargó con nuestras culpas y Uno solo el que las arrojó a lo hondo del mar. Uno solo venció a nuestro enemigo, Uno solo triunfó sobre la muerte, Uno solo nos amó hasta el extremo, Uno solo nos dio el perdón, la paz, la gracia y la vida que no acaba. Uno solo: Jesucristo, el Hijo del Dios vivo.

Miremos, pues, con ojos de gratitud y escuchemos con oídos de discípulo el sublime testimonio de este relato. Nada hay semejante en las páginas o escritos de esta tierra. Nada se compara a la altura de ese perdón que, como en cascada, cae desde la Cruz para hacer un nuevo diluvio, no de venganza y castigo, sino de misericordia y de gracia. Nada tan útil y saludable como esta historia de redención, la única que será de nuestro interés cuando nuestros ojos se cierren a las vanidades de esta tierra y tengan que abrirse, para gloria o condena, en la eternidad.

María, Madre de Cristo y de la Iglesia, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...