martes, 24 de abril de 2018

HOMILIA DOMINGO QUINTO DE PASCUA cB (29 de abril 2018)

DOMINGO QUINTO DE PASCUA cB (29 de abril 2018)
PrimeraHechos 9, 26-31; Salmo: Sal 21, 26b-28. 30-32; Segunda: 1Juan 3,18-24; Evangelio: Juan 15, 1-8
Nexo entre las LECTURAS
“Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes”, nos dice Jesús en el evangelio. La unidad es el tema dominante en los textos de este Domingo. Unidad en primer lugar entre Cristo, el Padre, la vid, y los cristianos, los sarmientos (evangelio). Unidad de los cristianos entre sí, independientemente de su historia pasada y de su procedencia, como en el caso de Pablo (primera lectura). Unidad entre las palabras y los hechos, para lograr esa unidad interior de la conciencia, que está tranquila ante Dios (segunda lectura).
Temas...
La unidad fundante. En el judaísmo, la vid simbolizaba las relaciones (a veces difícil) entre Dios y su pueblo Israel durante doce largos siglos. Esta relación se fundaba sobre todo en tres elementos: la Tierra, la Torah y el Templo. Sobre las columnas del templo se podía ver la vid en relieves, símbolo del pueblo de Israel en presencia de Yahvéh, su Dios. Jesús retoma esta imagen y modifica su sentido renovándolo en un proyecto de vida y de ideal de santidad. Ahora Él es la vid y nosotros los sarmientos, -no ya el Antiguo Pueblo de Israel-. Dios, el Padre, es el viñador. En otros términos, es el Padre quien ha enviado a Jesús a este mundo y en Él ha puesto el fundamento de toda verdadera unidad. Él es el punto de unión que funda cualquier otra verdadera unión entre los hombres, "porque sin Mí nada pueden". La unión eclesial, familiar, religiosa, política..., que quiera ser auténtica, estable y fecunda, no puede dejar al margen la realidad de Cristo, clave de toda existencia (individual o colectiva). En ese sentido, el cristianismo no es sólo una opción, sino que es una exigencia de identidad y de progreso (varios pasajes de E. Gaudium). El designio del Padre es Cristo, y nosotros en Él. En último término, es Cristo amando en nosotros, porque «la santidad no es sino la caridad plenamente vivida» (G et exsultate 21).
La unidad eclesial. Cuando Pablo, después de convertido, se presenta en Jerusalén, los cristianos le tienen miedo, se apartan de él, porque no acaban de creer lo de su conversión. Por gracia de Dios, interviene Bernabé que lo presenta a la comunidad, certifica de su conversión y de su celo en la predicación del Evangelio de Jesucristo en Damasco. Pablo entonces es recibido en la comunidad, se integra en ella, y puede dedicarse con libertad a su labor de evangelización, sobre todo entre los judíos de procedencia helenista. Es evidente que desde los inicios los apóstoles tomaron conciencia de que la Iglesia era una sola y que todos los que de ella formaban parte estaban unidos en la misma fe y en el mismo celo ardiente por predicar el nombre de Jesús en todas partes. Aunque Pablo se convirtió a Jesús en el camino a Damasco y en Damasco recibió el bautismo, es recibido en Jerusalén, como luego lo será también en Antioquía y en Roma, porque la Iglesia es una sola en la diversidad de lugares y de culturas. Así fue desde los comienzos, así ha continuado siendo y lo es todavía. Los cristianos de hoy, ¿seremos capaces de poner, por encima de las tensiones internas, la unidad de la Iglesia? ¿Seremos capaces de disponernos para que Dios nos otorgue el don de la unidad de todos los cristianos? (Concilio Vaticano II).
La unidad interior (no intimista). San Juan en la segunda lectura nos exhorta a que “no amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad”. Debe haber unidad entre lo que pensamos y decimos y lo que hacemos. Sin esa unidad estaremos internamente divididos, en una incoherencia maligna que nos irá carcomiendo la conciencia. Es decir, el cristiano debe tener una conciencia unificada, sin fisuras ni divisiones, para que pueda estar tranquila delante de Dios, "guardando sus mandamientos y haciendo lo que a Él le agrada". Es verdad que no siempre el cristiano actúa de modo coherente, y con ello la conciencia le inquieta y condena, para que se convierta y viva. Entonces sabemos que "Dios, que es más grande que nuestra conciencia" nos puede purificar, y unificar. Es una invitación estupenda a la confianza en la acción de Dios, que es misericordioso y en el poder misterioso del "Espíritu que nos ha dado". Unidad interior, fruto de la fidelidad a la Palabra de Dios y a sus mandamientos.
Sugerencias...
Unidos, aunque diversos. Los católicos hemos de estar unidos afectiva y efectivamente, unidos con la Jerarquía eclesiástica, unidos entre nosotros mismos. Unidos en el mismo fin y destino, aceptando y respetando el pluralismo de opciones pastorales, manteniendo la unidad sustancial. ¿Es posible que haya diócesis, parroquias que no permitan la acción de grupos eclesiales aprobados por la autoridad de la Iglesia? ¿No es verdad que es mucho lo que todavía se puede hacer en el campo de la colaboración entre diócesis, parroquias, congregaciones religiosas, movimientos eclesiales? El enemigo es fuerte. Si no nos unimos, seremos con toda seguridad derrotados, habiendo gastado tal vez muchas energías en cuestiones inútiles o de poca importancia. Recemos para no ser ocasión de escándalo y sí, causa de edificación. Amemos, a Dios y al prójimo, en unidad. Busquemos la unidad, por encima de tantas pequeñas diferencias insustanciales.
Rezar por la unidad en y con las diversas Iglesias separadas: el diálogo, la colaboración ecuménica. Un proceso lento, pero irreversible, porque está empeñado en Él, más que los hombres, el mismo Dios, el "Espíritu que habla a las Iglesias" y las impulsa inconteniblemente hacia la unidad. Los pasos que se han dado y se van dando, son pequeños, pero seguros. Hemos de apoyar y animar una mentalidad "ecuménica" en nosotros mismos, en nuestras comunidades religiosas, parroquiales... La unidad es un gran bien que Dios nos quiere regalar. Oremos para acogerlo con gratitud y con amor.
Dar frutos. Unidos a la fuente de la vida y de la santidad que es Cristo, unidos como hermanos en la misma fe y en la única Iglesia, unificados en el interior de nuestra conciencia, daremos frutos. Y dar frutos es un imperativo de nuestra fe, de nuestra vocación cristiana. ¿Qué frutos? Ciertamente y en primer lugar, frutos de santidad, de riqueza espiritual en el corazón, de transparencia divina en nuestro ser y actuar. Frutos, luego, de solidaridad, de colaboración, de justicia, de respeto mutuo, de entrega a los más necesitados, de beneficencia, de bondad en el trato, etc. ¿Cuáles son los frutos que a ti Dios te está pidiendo ahora? ¿Cuáles son los frutos que Dios pide a nuestra parroquia, a nuestra comunidad? "Por los frutos será conocida nuestra fe católica". Por los frutos se sabrá si estamos unidos a Cristo, si permanecemos en su amor.
Quiero que María corone estas reflexiones, porque ella vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús. Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…». (G et exsultate 176)

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...