lunes, 6 de agosto de 2018

HOMILIA Domingo Decimonoveno del TIEMPO ORDINARIO cB (12 de agosto de 2018)

Domingo Decimonoveno del TIEMPO ORDINARIO cB (12 de agosto de 2018) Primera: 1Reyes 19, 4-8; Salmo: Sal 33, 2-9; Segunda: Efesios 4, 30–5, 2; Evangelio: Juan 6, 41-51 Nexo entre las LECTURAS… Temas... La Liturgia nos muestra, hoy, la eficacia, el poder, la gracia y la riqueza de la Eucaristía. - «Levántate y come». De nuevo encontramos en el evangelio una parte del discurso en el que Jesús promete la Eucaristía a los suyos, y en la primera lectura una maravillosa imagen veterotestamentaria que la prefigura. El profeta Elías está a punto de desfallecer física y espiritualmente: todo lo que ha hecho le parece inútil, sólo desea la muerte. Entonces se le ofrece, en medio del desierto, un alimento milagroso: un pan cocido y una jarra de agua. Y este maravilloso don se le impone: debe comer, pues de lo contrario no podrá soportar el largo camino que resta hasta el monte del Señor «Con la fuerza de aquel alimento», pudo caminar «durante cuarenta días y cuarenta noches». Cuando Elías está a punto de sucumbir, cuando cree que ha llegado el final, la comida que Dios le ofrece le hace capaz de convertir este final en un nuevo comienzo. No por propia iniciativa, sino por obediencia. Pero lo que Jesús ofrece en el evangelio y exige desde entonces es mucho más. Lo que le aconteció al profeta debe ayudarnos a ver el don y la exigencia de Jesús como algo no imposible. - «El pan que yo daré es mi carne». Jesús dice que Él es el verdadero pan del cielo (en lugar del maná). Pero ¿quién puede creerse esto cuando todo el mundo conoce a su padre y su madre, que demuestran que no procede del cielo? Jesús no remite aquí a sí mismo, a sus palabras y a sus milagros, sino al Padre. Al Dios en el que hay que creer y que conduce, a los que escuchan lo que dice y aprenden verdaderamente de él, al Hijo. A ese Hijo que es el único que conoce verdaderamente al Padre, el único que puede revelar su esencia y llevar a su vida eterna. El maná, al que habían aludido los judíos, en modo alguno podría revelar al Padre como vida eterna, pues los que lo comieron murieron. Pero ahora que el Padre lleva al Hijo y el Hijo lleva al Padre, ahora que el Padre se da a sí mismo en el Hijo (pues todos los que reciben al Hijo serán instruidos por Dios) y que el Hijo en su autodonación revela el amor del Padre, la muerte terrena no tiene ya poder ni significación alguna, «la vida eterna» es infinitamente superior a la muerte corporal. Y para que todas estas palabras no sean consideradas por sus oyentes como una pura fantasía espiritual, Jesús declara para terminar: «El pan que yo daré es mi carne». Este cuerpo, que cuando sea entregado se convertirá en pan para la vida del mundo, es tan realmente palpable como realmente palpables fueron para Elías el pan cocido y la jarra de agua que aparecieron milagrosamente a su lado en el desierto. - «Sean, pues, imitadores de Dios». De nuevo Pablo, en la segunda lectura, saca las consecuencias del milagro eucarístico para los cristianos. Al igual que Cristo «se entregó por nosotros como oblación» por amor, así también su actitud eucarística debe convertirse en el ‘leitmotiv’ de la vida cristiana, en la imitación del amor de Dios; y esta imitación no puede consistir sino en el amor mutuo, la misericordia y el perdón. De este modo los «hijos queridos de Dios» se convierten los unos para los otros en una especie de viático eucarístico, en algo semejante al pan cocido y a la jarra de agua que se materializan de improviso para nuestro prójimo en medio del desierto de nuestra vida. - Cuando en el corazón del hombre habita Jesucristo, haciéndole partícipe de su propia vida divina mediante el Pan de la Palabra y de la Eucaristía, entonces "ya no soy yo quien vivo -por usar palabras de san Pablo-, es Cristo quien vive en mí". El pan que da la vida de Cristo al discípulo-misionero, es también el pan que hace vivir a todos (Aparecida)… hace vivir al hombre desanimado, infundiéndole razones para vivir; hace vivir al hombre desorientado, abriéndole horizontes de futuro y esperanza; hace vivir al hombre descarriado enderezando sus pasos por el camino del amor para ser como Jesús un pedazo de pan para sus hermanos los hombres; hace vivir al hombre desesperado de la vida mostrándole que es bello entregarse a Dios y a los demás, con Jesucristo, como oblación y víctima de suave aroma (Laudato Si’ 220 y 222). Ese pan divino nos da la vida, nos hace vivir y además nos enseña el arte de vivir. Arte que consiste en ser grano de trigo que muere, se pudre, revive, se convierte en espiga… es triturado para llegar a ser harina, es amasado y puesto al fuego (Espíritu Santo) para convertirse en pan dorado (Iglesia-Liturgia) para saciar el hambre de Dios que tienen tantos hombres. Sugerencias... Los frutos de la Eucaristía (Palabra y Sacrificio). De forma sencilla y muy rica el Catecismo de la Iglesia habla de los frutos de la comunión. Son extraordinarios. En primer lugar, la Eucaristía acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibiendo la comunión, recibimos al mismo Cristo y estrechamos nuestros lazos de amor y de unión con él. Todas las almas enamoradas de Jesucristo saben lo que esto significa. En segundo lugar, la Eucaristía nos separa del pecado, a nosotros que tan fácilmente nos vemos inclinados a él. Cristo Eucaristía (Palabra y Sacrificio) borra nuestros pecados veniales, haciéndonos capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas. Cristo Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales, porque nos hace experimentar la dulzura de su amistad. Cristo Eucaristía nos hace Iglesia, es decir, nos da conciencia de estar unidos en la fe de la Iglesia y de ser todos hermanos porque todos nos alimentamos con un mismo Pan. Cristo Eucaristía nos pide un compromiso en favor de los pobres (Papa Francisco, catequesis de los miércoles), para demostrar con la vida nuestra fraternidad y para hacer visible entre los hombres que el amor a Dios y a Jesucristo no sólo no nos exime, sino que nos obliga a amar a los más necesitados. Cristo Eucaristía es, finalmente, prenda de la gloria futura o, como dice san Ignacio de Antioquía, remedio de inmortalidad. Es de mucha utilidad y hace bien a los fieles que podamos compartir estas verdades y este Amor Grande (Evangelii Gaudium), especialmente a los niños y jóvenes, los frutos de la Eucaristía con palabras llanas, claras, eficaces. Una buena homilía es la mejor manera para fomentar una frecuente y fructuosa recepción del Cuerpo de Cristo. Eucaristía y fe. La Eucaristía no da frutos de modo automático, aunque su eficacia provenga no del hombre, sino del sacramento. Como todo don divino fructifica sólo en la tierra de la fe y del amor. Si somos pobres de fe y de amor, pidamos al Señor que acreciente en nosotros las virtudes teologales. Si tenemos dudas sobre los frutos de la Eucaristía, pidamos la gracia y estemos seguros de que Dios acrecentará nuestra fe y nuestro amor para hacernos florecer y fructificar en bien de todos. La Eucaristía tiene en sí toda la fuerza de Dios, somos nosotros con nuestra pequeñez, con nuestro orgullo, con nuestra poca fe los que impedimos a la fuerza de Dios que se manifieste en nuestras vidas. Digamos al Señor con toda el alma: "Señor Jesús, creo en tu presencia en la Eucaristía, aumenta mi fe", "Señor Jesús, te amo en la Eucaristía, aumenta mi amor". Pidamos al Señor una fe y un amor gigantes, para que en nuestra vida se haga verdad la eficacia de la Eucaristía y así ser testimonio vivo de esa eficacia en nuestro ambiente de familia y de trabajo. Es éste también un momento muy propicio para examinar nuestro fervor eucarístico, cómo participamos en la Misa, cómo y con qué frecuencia recibimos a Jesucristo en la comunión, qué resonancia tiene la comunión en nuestra conducta diaria. María, Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...