martes, 31 de octubre de 2023

HOMILIA TODOS LOS SANTOS, solemnidad. Miércoles (01de noviembre de 2023)

Primera: Apocalipsis 7, 2-4.9-14; Salmo: Sal 23, 1-6; Segunda: 1Juan 3, 1-3; Evangelio: Mateo 5, 1-12a Nexo entre las LECTURAS Todos los Santos, es una fiesta cristiana-católica, expresión de la esperanza verdadera: lo que Dios ha realizado en los santos esperamos lo realice en nosotros, confiados en su amor, y lo vivimos ya ahora: "Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos... seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es" (2. lectura). También el prefacio: "y alcancemos, como ellos, la corona de gloria que no se marchita" (prefacio I). Las lecturas (también el prefacio) anuncian la dicha (vestiduras blancas, palmas, cantos de alabanza; seremos semejantes a Dios y le veremos tal cual es; dichosos, el Reino de los Cielos...) por los caminos del seguimiento realista de Jesús ("vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero"; "el mundo no nos conoce"; a los dichosos...). Si nos llenamos el corazón de júbilo, no nos apartamos de la lucha, y si nos invitan a mirar hacia el final de nuestra aventura, no dejan de decirnos que "ahora somos hijos de Dios" y hemos sido marcados con el sello del Dios vivo. El camino de los hijos -que es el que desemboca en la gloria de la Jerusalén celestial- no es otro que el camino del Hijo: Él ha pasado por la gran tribulación, el mundo no lo ha conocido, ha sido perseguido y calumniado. "Nos ofreces el ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión" (prefacio I). “Todos los Santos”: es una fiesta familiar: la de quienes han caminado con Jesús y ahora gozan con su dicha. Reconocemos en ellos a la Virgen María, san José, san Pedro, san Esteban, san Agustín, san Francisco, san Ignacio, san José Gabriel, san Zatti... Hombres y mujeres de carne y hueso como nosotros, que han recorrido esta tierra como nosotros. Es como una carrera de relevos, como una procesión inmensa, la cabeza de la cual ya ha "entrado", mientras nosotros vamos caminando y otros empiezan a salir o ‘esperan’ su turno: "para que, animados por su presencia alentadora, luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos, como ellos, la corona que no se marchita". Temas... Sugerencias… (I) La visión de la Apocalipsis. a) Podemos meditar brevemente las características de la visión de los últimos tiempos que nos ofrece el apóstol. Juan presenta al Ángel venido de Oriente, lugar de donde llega la salvación, que, llevando el sello de Dios, grita con voz potente a otros cuatro ángeles para que no dañen la tierra. Se trata de dar tiempo para que todos los "siervos de nuestro Dios reciban el sello sobre su frente". En realidad, se trata de una visión teológica del tiempo presente (Mensaje de la Virgen en Fátima). Del tiempo de la espera de Dios, del tiempo del perdón, del tiempo en el que es necesario extender el Reino de Cristo hasta los confines de la tierra edificando un reino de Misericordia, la cultura de la misericordia; es el tiempo para poner sobre la frente de los siervos de Dios el sello que los distingue. Así, nuestro tiempo terreno es el tiempo para evangelizar, para anunciar la buena nueva, para bautizar, para llamar a todos a la convocación de nuestro Dios y Señor (E. Gaudium). La vida de cada uno de nosotros tiene un tiempo determinado y cada uno de los momentos de la misma tiene un valor específico. Cada momento me propone un rasgo concreto de mi donación–entrega. A través de esos momentos voy construyendo mi porción en la historia de la salvación. Así, el tiempo terreno revela todo su valor: es la preparación de la Liturgia Celeste, de los coros angélicos y de los santos que alaban al Señor día y noche. Recorramos, pues, el tiempo presente con la alegría de los tiempos futuros. b) Ciertamente el tiempo presente es considerado también como "la gran tribulación" (oración del Salve). Desde el inicio de su evangelio, el apóstol Juan nos presenta la venida del Hijo de Dios hecho hombre como el inicio de un combate decisivo entre las tinieblas y la luz (la luz brilla en las tinieblas). La vida terrena de Jesús es una vida de entrega a la voluntad del Padre para dar testimonio de la verdad. Él es una bandera de contradicción. Él será juzgado en los acontecimientos de la pasión por defender el amor y la verdad. Es la "gran tribulación". Sus discípulos no seguirán una senda diversa. También ellos serán juzgados y llevados a tribunales a causa del nombre de Jesús. Pero todos son purificados por la sangre del Cordero, la sangre de Cristo derramada en la cruz por nuestra redención (meditaciones de los EE de san Ignacio). Es muy instructivo contemplar las escenas del cielo que nos ofrecen pintores como el Giotto en la Capilla de los Scrovegni en Padua, o de Giusto de' Menabuoi, o del Beato Angélico o el cuadro de San Juan Bosco. En ellas se distinguen, en orden jerárquico, todas las esferas de los santos que alaban a Dios. En primer lugar, María Santísima, reina de los santos; luego los apóstoles, los mártires, los confesores etc. En todos ellos se descubre la alegría, danzan, cantan, se felicitan. Parece que tocan con sus manos la luz que emana del cielo. En sus rostros hay paz, alegría, serenidad. Muchos de ellos tienen instrumentos y parece que entonan himnos y cánticos inspirados (Cf. Ef 5,19). Ciertamente son pinturas, pero nos ayudan a penetrar con la fe esa realidad que supera todo lo que podemos esperar y que llamamos cielo, vida eterna, encuentro definitivo con Dios que es amor. El amor con el que nos ha amado el Padre. a) El amor con el que Dios nos ama es una de las constantes en el pensamiento de san Juan. El apóstol hace memoria frecuentemente de este amor, para que los cristianos sientan el deseo de corresponder a tan grande amor... Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. (1 Jn 4, 16). Se trata, pues, de considerar el amor con el que el Padre nos ha amado, de forma que nos ha llamado Hijos de Dios y los somos en realidad. Por ello, el Verbo se encarnó, para manifestar el amor del Padre. En un mundo transido/herido por conflictos sociales, políticos, económicos, hasta enfrentamientos por posiciones diferentes; un mundo en el que vemos sucederse genocidios y venganzas violentas; guerras atroces; un mundo que se inicia temeroso y superficial el tercer milenio por el riesgo del terrorismo y la ruina de la civilización y el avance de las tecnologías y las ciencias; en un mundo así marcado por lo que fue la pandemia y las cuarentenas; un mundo marcado por una agenda relativista y endiosada (2030), parece especialmente importante la predicación del amor del Padre; la predicación del triunfo del bien sobre el mal; la predicación de la necesidad de amar porque Dios nos ha amado y nos ha enviado a su Hijo en rescate de todos. En un mensaje mundial de la paz, el 1 de enero de 2002, el san Juan Pablo II nos decía: "Ante estos estados de ánimo, la Iglesia desea dar testimonio de su esperanza, fundada en la convicción de que el mal, el mysterium iniquitatis (misterio del mal), no tiene la última palabra en los avatares humanos. La historia de la salvación descrita en la Sagrada Escritura proyecta una gran luz sobre toda la historia del mundo, mostrando que está siempre acompañada por la solicitud diligente y misericordiosa de Dios, que conoce el modo de llegar a los corazones más endurecidos y sacar también buenos frutos de un terreno árido y estéril". b) Si nos preguntamos, pues, cuál es el camino de santidad que debe recorrer un cristiano, podemos responder: el camino de las bienaventuranzas. Allí encontramos como la "carta magna" del cristianismo. En las bienaventuranzas encontramos la respuesta a la pregunta ¿Cómo ser cristiano, discípulo–misionero? ¿Cómo serlo especialmente en este mundo tan conflictivo? El camino es de la pobreza de espíritu, de la mansedumbre, del sufrimiento tolerado por amor, el camino de la justicia y del perdón, el camino de la paz y concordia de corazones. ¡Qué tarea tan enorme y entusiasmante nos espera! ¡Que nada nos detenga en este camino de santidad, en este itinerario (peregrinación) del cielo! Ahora es el tiempo de la salvación, ahora es el tiempo del perdón, ahora es el tiempo de la evangelización, no dejemos nuestras manos estériles u ociosas ante tan grande y hermosa tarea… no dejemos que nos roben la esperanza (Papa Francisco). Temas… Sugerencias... (II) La doxología de una vida santa. "Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos": ésta es la doxología que resuena sin cesar en labios de los santos del cielo. Esta doxología la hemos de pronunciar aquí en la tierra, de manera particular, los cristianos mediante una vida santa. Una doxología con la que manifestamos nuestra felicidad y nuestro agradecimiento a Dios. Somos felices en medio del sufrimiento, y alabamos a Dios. Somos felices, aunque a los ojos de los hombres no nos vaya bien, porque intuimos en ello la sabiduría divina. Somos felices, viviendo en la pobreza y en la falta de poder, y agradecemos a Dios las muestras de su providencia sobre nosotros. Somos felices, por más que la enfermedad nos tenga postrados y hasta inutilizados, para que Dios sea glorificado en nuestra carne enferma y haga más patente el poder de su resurrección. Somos felices, porque estamos en paz con Dios y con nuestra conciencia, porque creemos en la victoria de la gracia sobre el pecado, porque buscamos únicamente la voluntad y la gloria de Dios. La falsa felicidad que vende el mundo al por mayor, pero que dura lo que la flor de un día, y que recibe nombres efímeros como diversión, pasatiempo, placer, alborozo, contento y otros semejantes, son sólo deseos de pasarla bien. La felicidad es la posesión y el amor de Dios, iniciado aquí en la tierra y que tendrá su culminación en el cielo. Esta doxología de una vida santa se puede cantar, aquí en la tierra, en cualquier parte: en la iglesia y en la casa, en la oficina y en el gimnasio, en la montaña y en la playa, en todas partes. Sólo hemos de tener en cuenta el consejo de san Agustín: "cantad con los labios, cantad con el corazón; cantad siempre, cantad bien". Comunión con los santos del cielo. La Iglesia, con la fiesta de todos los santos, celebra a todos los difuntos que ya gozan definitivamente y para siempre del amor a Dios y del amor a los hombres y entre sí. Tenemos la certeza, por otra parte, de que si vivimos en la gracia y amistad con Dios ya somos santos aquí en la tierra. Existe por tanto una comunión de los santos. Es decir, los santos del cielo están unidos a nosotros, se interesan por nosotros, iluminan nuestra vida con la suya, interceden por nosotros ante Dios. Todos podrían decir, como Teresa de Lisieux: "Me pasaré en el cielo haciendo el bien a la tierra". Yo quiero, sin embargo, referirme especialmente a la comunión de los santos de la tierra con los santos de cielo. Son nuestros hermanos mayores, que nos han precedido en la llegada a la meta y que anhelan que toda la familia vuelva a reunirse en la eternidad. Son las estrellas de nuestro firmamento que nos iluminan en la noche, no con luz propia, sino con la que han recibido del Sol Invicto, que es Cristo. Son modelos, por así decir caseros, que nos acercan de alguna manera una virtud o un aspecto de la plenitud de perfección y santidad que es Jesucristo. ¿No habrá que renovar y vitalizar nuestra comunión con los santos del cielo? Hoy es un buen día para hacerlo.

lunes, 30 de octubre de 2023

HOMILIA Domingo trigésimo primero del TIEMPO ORDINARIO cA (05 de noviembre de 2023)

Domingo trigésimo primero del TIEMPO ORDINARIO cA (05 de noviembre de 2023) Primera: Malaquías 1, 14b-2, 2b. 8-10; Salmo: Sal 130, 1-3; Segunda: 1Tesalónica 1, 5b; 2, 7b-9. 13; Evangelio: Mateo 23, 1-12 Nexo entre las LECTURAS ¿Cómo deben comportarse las autoridades del pueblo de Israel y del pueblo cristiano? A esta pregunta dan respuesta los textos litúrgicos. En el evangelio y en la primera lectura se nos advierte sobre el comportamiento que no deben tener: "ustedes (sacerdotes) no siguen mis caminos y hacen acepción de personas al aplicar la Ley" (Mal 2,9); "En la cátedra de Moisés se han sentado los maestros de la ley y los fariseos...No imiten su ejemplo, porque no hacen lo que dicen" (Mt 23,2-3). En la segunda lectura se presenta la figura de san Pablo como modelo de dirigente de la comunidad cristiana: "Nos comportamos condescendientes con ustedes, como una madre que alimenta y cuida a sus hijos" (1Tes 2,7). Temas... La autoridad existe en la comunidad cristiana, y es además necesaria. a) La existencia de la autoridad no se justifica, en la Iglesia de Cristo, por razones sociológicas o políticas, sin que haya que quitar importancia a estas razones, sino por revelación de Jesucristo resucitado: "Me ha sido dada autoridad plena sobre cielo y tierra. Vayan, pues, en camino, hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo" (Mt 28,18-19). El ejercicio de la autoridad cambia, de hecho, con los tiempos y lugares, pero el origen siempre será el mismo: Cristo. La jerarquía eclesiástica (Obispo de Roma, demás obispos, presbíteros, diáconos), que ejerce la autoridad en la Iglesia, no es un invento de los hombres ni encargo de los hombres, sino un designio providencial de Dios y hay que vivirla en comunión con Dios y con los demás. b) La autoridad es además necesaria para mantener y consolidar la unidad y la comunión de fe y de vida en todos los miembros de la Iglesia. Lo es también para obtener mayor eficacia en el ministerio de la predicación, en el del culto divino y en el de guía espiritual de los hermanos, evitando cualquier manipulación del mensaje y del culto cristianos. Es necesaria para hacer presente a Cristo en medio de la comunidad por los sacramentos, porque con san Agustín podemos decir: cuando el sacerdote bautiza, es Cristo quien bautiza, y así con los demás sacramentos de la Iglesia. El abuso de la autoridad. En la primera lectura se nos advierte sobre algunos abusos de los sacerdotes, encargados del culto en el templo; en el evangelio, sobre los de los fariseos, encargados de la educación y enseñanza del pueblo. ¿Cómo se podrían traducir hoy en día esos abusos señalados en la Escritura? He aquí, a modo de ejemplo, algunas traducciones: Sustituyen en la predicación, no raras veces, la Palabra de Dios por la psicología y la sociología; dan mal testimonio de vida a sus fieles; se muestran incoherentes entre lo que dicen y lo que luego hacen; son tal vez elitistas, trabajando con grupúsculos selectos, y dejando el resto a la deriva y sin atención religiosa; buscan la alabanza de los hombres y el ser tenidos por simpáticos e inteligentes, etc. La autoridad como servicio al hombre y al creyente. "El mayor de ustedes será el que sirva a los demás" (evangelio). Un servicio que nace del amor al prójimo, y un servicio que se ejercita desde el amor más sincero y auténtico. Por eso, es que amar y servir tienen que ir juntos y complementarse: ni amor sin servicio ni servicio sin amor. Las formas concretas del servicio de la autoridad, algunas ya están establecidas por la Iglesia, otras, Dios mismo nos las irá inspirando a lo largo de los días, con tal de que en nuestro corazón (especialmente en los sacerdotes) haya arraigado la actitud de donación y servicio Sugerencias... Sacerdocio, ministerio de servicio. Todos los textos de la liturgia de hoy se refieren a la posición del clero en el pueblo de Dios. En el evangelio se critica ante todo el ejemplo falso y pernicioso que dan los letrados y fariseos, que ciertamente enseñan la ley de Dios, pero no la cumplen, cargan sobre las espaldas de los hombres fardos pesados e insoportables, pero ellos no mueven un dedo para empujar, y su ambición y vanagloria les llevan a buscar los primeros puestos y los lugares de honor en todo tiempo y lugar. La Iglesia de Dios, por el contrario, es un pueblo de hermanos, una comunión en Dios, el único Padre y Señor, en Cristo, el único Maestro. Y cuando Jesús funda su Iglesia sobre Pedro y los demás apóstoles, y les confiere unos poderes (carisma) del todo extraordinarios, unos poderes que no todo el mundo tiene –como Jesús inculca constantemente y demuestra con su propio ejemplo (Lc 22,26-27)–, es para ponerlos al servicio de sus hermanos. El ministerio instituido por Cristo es por su más íntima esencia servicio, «servicio hasta el fin». Se puede decir que el clero es hoy más consciente de esto que en tiempos pretéritos (sin olvidar la brillante homilía de san Agustín), y que los reproches que se esgrimen contra él de servirse del ministerio para dominar proceden de un modelo nada cristiano. Pero también hoy hay algunos que acceden al ministerio sacerdotal con ansia de poder y codicia de mando, como los fariseos, como si el ministerio les garantizara una posición superior, privilegiada, algo que ciertamente no se corresponde ni con el evangelio ni con la conciencia de la mayoría del clero mostrada con gestos y palabras por el Papa Francisco (Intervención en el Sínodo). El verdadero sacerdote. Pablo nos da –en la segunda lectura– una imagen ideal del ministerio cristiano; el apóstol trata a la comunidad que le ha sido confiada con tanto cariño y delicadeza como una madre cuida al hijo de sus entrañas, y se comporta en ella no como un funcionario, sino de una manera personal: hace participar a los hermanos en su vida, como hizo Cristo. Además, no quiere ser gravoso para la comunidad, su servicio no debe ser una carga material para ella, y por eso trabaja. Y su mayor alegría consiste en que la gente le reconozca realmente como un servidor: en que comprendan su predicación como una pura transmisión de la Palabra de Dios, «cual es en verdad», y no como la palabra de un hombre, aunque sea un santo. Él no quiere conseguir una mayor influencia en la comunidad, sino que únicamente busca que la Palabra de Dios «permanezca operante en ustedes los creyentes». También él será objeto de calumnias: será acusado de ambición, de presunción etc. Pero sabe que tales cosas forman parte de su servicio sacerdotal. «Nos difaman y respondemos con buenos modos; se diría que somos basura del mundo, desecho de la humanidad» (1 Co 4,13).

martes, 17 de octubre de 2023

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA C’EST LA CONFIANCE

DEL SANTO PADRE FRANCISCO SOBRE LA CONFIANZA EN EL AMOR MISERICORDIOSO DE DIOS CON MOTIVO DEL 150.º ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS Y DE LA SANTA FAZ 1. « C’est la confiance et rien que la confiance qui doit nous conduire à l'Amour»: «La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor». [1] 2. Estas palabras tan contundentes de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz lo dicen todo, resumen la genialidad de su espiritualidad y bastarían para justificar que se la haya declarado doctora de la Iglesia. Sólo la confianza, “nada más”, no hay otro camino por donde podamos ser conducidos al Amor que todo lo da. Con la confianza, el manantial de la gracia desborda en nuestras vidas, el Evangelio se hace carne en nosotros y nos convierte en canales de misericordia para los hermanos. 3. Es la confianza la que nos sostiene cada día y la que nos mantendrá de pie ante la mirada del Señor cuando nos llame junto a Él: «En la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo». [2] 4. Teresita es una de las santas más conocidas y queridas en todo el mundo. Como sucede con san Francisco de Asís, es amada incluso por no cristianos y no creyentes. También ha sido reconocida por la UNESCO entre las figuras más significativas para la humanidad contemporánea. [3] Nos hará bien profundizar su mensaje al conmemorar el 150.º aniversario de su nacimiento, que tuvo lugar en Alençon el 2 de enero de 1873, y el centenario de su beatificación. [4] Pero no he querido hacer pública esta Exhortación en alguna de esas fechas, o el día de su memoria, para que este mensaje vaya más allá de esa celebración y sea asumido como parte del tesoro espiritual de la Iglesia. La fecha de esta publicación, memoria de santa Teresa de Ávila, quiere presentar a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz como fruto maduro de la reforma del Carmelo y de la espiritualidad de la gran santa española. 5. Su vida terrena fue breve, apenas veinticuatro años, y sencilla como una más, transcurrida primero en su familia y luego en el Carmelo de Lisieux. La extraordinaria carga de luz y de amor que irradiaba su persona se manifestó inmediatamente después de su muerte con la publicación de sus escritos y con las innumerables gracias obtenidas por los fieles que la invocaban. 6. La Iglesia reconoció rápidamente el valor extraordinario de su figura y la originalidad de su espiritualidad evangélica. Teresita conoció al Papa León XIII con motivo de la peregrinación a Roma en 1887 y le pidió permiso para entrar en el Carmelo a la edad de quince años. Poco después de su muerte, san Pío X percibió su enorme estatura espiritual, tanto que afirmó que se convertiría en la santa más grande de los tiempos modernos. Declarada venerable en 1921 por Benedicto XV, que elogió sus virtudes centrándolas en el “caminito” de la infancia espiritual, [5] fue beatificada hace cien años y luego canonizada el 17 de mayo de 1925 por Pío XI, quien agradeció al Señor por permitirle que Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz fuera “la primera beata que elevó a los honores de los altares y la primera santa canonizada por él”. [6] El mismo Papa la declaró patrona de las Misiones en 1927. [7]Fue proclamada una de las patronas de Francia en 1944 por el venerable Pío XII, [8] que en varias ocasiones profundizó el tema de la infancia espiritual. [9] A san Pablo VI le gustaba recordar su bautismo, recibido el 30 de septiembre de 1897, día de la muerte de santa Teresita, y en el centenario de su nacimiento dirigió al obispo de Bayeux y Lisieux un escrito sobre su doctrina. [10] Durante su primer viaje apostólico a Francia, en junio de 1980, san Juan Pablo II fue a la basílica dedicada a ella y en 1997 la declaró doctora de la Iglesia, [11] considerándola además «como experta en la scientia amoris». [12] Benedicto XVI retomó el tema de su “ ciencia del amor”, proponiéndola como «guía para todos, sobre todo para quienes, en el pueblo de Dios, desempeñan el ministerio de teólogos». [13] Finalmente, tuve la alegría de canonizar a sus padres Luis y Celia en el año 2015, durante el Sínodo sobre la familia, y recientemente le dediqué una catequesis en el ciclo sobre el celo apostólico. [14] 1. Jesús para los demás 7. En el nombre que ella eligió como religiosa se destaca Jesús: el “Niño” que manifiesta el misterio de la Encarnación y la “Santa Faz”, es decir, el rostro de Cristo que se entrega hasta el fin en la Cruz. Ella es “santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz”. 8. El Nombre de Jesús es continuamente “respirado” por Teresa como acto de amor, hasta el último aliento. También había grabado estas palabras en su celda: “Jesús es mi único amor”. Fue su interpretación de la afirmación culminante del Nuevo Testamento: «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). Alma misionera 9. Como sucede en todo encuentro auténtico con Cristo, esta experiencia de fe la convocaba a la misión. Teresita pudo definir su misión con estas palabras: «En el cielo desearé lo mismo que deseo ahora en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar». [15] Escribió que había entrado al Carmelo «para salvar almas». [16] Es decir, no entendía su consagración a Dios sin la búsqueda del bien de los hermanos. Ella compartía el amor misericordioso del Padre por el hijo pecador y el del Buen Pastor por las ovejas perdidas, lejanas, heridas. Por eso es patrona de las misiones, maestra de evangelización. 10. Las últimas páginas de Historia de un alma [17] son un testamento misionero, expresan su modo de entender la evangelización por atracción, [18] no por presión o proselitismo. Vale la pena leer cómo lo sintetiza ella misma: «“ Atráeme, y correremos tras el olor de tus perfumes”. ¡Oh, Jesús!, ni siquiera es, pues, necesario decir: Al atraerme a mí, atrae también a las almas que amo. Esta simple palabra, “Atráeme”, basta. Lo entiendo, Señor. Cuando un alma se ha dejado fascinar por el perfume embriagador de tus perfumes, ya no puede correr sola, todas las almas que ama se ven arrastradas tras de ella. Y eso se hace sin tensiones, sin esfuerzos, como una consecuencia natural de su propia atracción hacia ti. Como un torrente que se lanza impetuosamente hacia el océano arrastrando tras de sí todo lo que encuentra a su paso, así, Jesús mío, el alma que se hunde en el océano sin riberas de tu amor atrae tras de sí todos los tesoros que posee... Señor, tú sabes que yo no tengo más tesoros que las almas que tú has querido unir a la mía». [19] 11. Aquí ella cita las palabras que la novia dirige al novio en el Cantar de los Cantares (1,3-4), según la interpretación profundizada por los dos doctores del Carmelo, santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. El Esposo es Jesús, el Hijo de Dios que se unió a nuestra humanidad en la Encarnación y la redimió en la Cruz. Allí, desde su costado abierto, dio a luz a la Iglesia, su amada Esposa, por la que entregó su vida (cf. Ef 5,25). Lo que llama la atención es cómo Teresita, consciente de que está cerca de la muerte, no vive este misterio encerrada en sí misma, sólo en un sentido consolador, sino con un ferviente espíritu apostólico. La gracia que nos libera de la autorreferencialidad 12. Algo semejante ocurre cuando se refiere a la acción del Espíritu Santo, que adquiere de inmediato un sentido misionero: «Esa es mi oración. Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan íntimamente a Él que sea Él quien viva y quien actúe en mí. Siento que cuanto más abrase mi corazón el fuego del amor, con mayor fuerza diré: “Atráeme”; y que cuanto más se acerquen las almas a mí (pobre trocito de hierro, si me alejase de la hoguera divina), más ligeras correrán tras los perfumes de su Amado. Porque un alma abrasada de amor no puede estarse inactiva». [20] 13. En el corazón de Teresita, la gracia del bautismo se convierte en un torrente impetuoso que desemboca en el océano del amor de Cristo, arrastrando consigo una multitud de hermanas y hermanos, lo que ocurrió especialmente después de su muerte. Fue su prometida «lluvia de rosas». [21] 2. El caminito de la confianza y del amor 14. Uno de los descubrimientos más importantes de Teresita, para el bien de todo el Pueblo de Dios, es su “caminito”, el camino de la confianza y del amor, también conocido como el camino de la infancia espiritual. Todos pueden seguirlo, en cualquier estado de vida, en cada momento de la existencia. Es el camino que el Padre celestial revela a los pequeños (cf. Mt 11,25). 15. Teresita relató el descubrimiento del caminito en la Historia de un alma: [22] «A pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Agrandarme es imposible; tendré que soportarme tal cual soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero buscar la forma de ir al cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo». [23] 16. Para describirlo, usa la imagen del ascensor: «¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más». [24] Pequeña, incapaz de confiar en sí misma, aunque firmemente segura en la potencia amorosa de los brazos del Señor. 17. Es el “dulce camino del amor”, [25] abierto por Jesús a los pequeños y a los pobres, a todos. Es el camino de la verdadera alegría. Frente a una idea pelagiana de santidad, [26] individualista y elitista, más ascética que mística, que pone el énfasis principal en el esfuerzo humano, Teresita subraya siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia. Así llega a decir: «Sigo teniendo la misma confianza audaz de llegar a ser una gran santa, pues no me apoyo en mis méritos —que no tengo ninguno—, sino en Aquel que es la Virtud y la Santidad mismas. Sólo Él, conformándose con mis débiles esfuerzos, me elevará hasta Él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará santa». [27] Más allá de todo mérito 18. Este modo de pensar no contrasta con la tradicional enseñanza católica sobre el crecimiento de la gracia; es decir que, justificados gratuitamente por la gracia santificante, somos transformados y capacitados para cooperar con nuestras buenas acciones en un camino de crecimiento en la santidad. De este modo somos elevados de tal manera que podemos tener reales méritos para el desarrollo de la gracia recibida. 19. Teresita, sin embargo, prefiere destacar el primado de la acción divina e invitar a la confianza plena mirando el amor de Cristo que se nos ha dado hasta el fin. En el fondo, su enseñanza es que, dado que no podemos tener certeza alguna mirándonos a nosotros mismos, [28] tampoco podemos tener certeza de poseer méritos propios. Entonces no es posible confiar en estos esfuerzos o cumplimientos. El Catecismo ha querido citar las palabras de santa Teresita cuando dice al Señor: «Compareceré delante de ti con las manos vacías», [29] para expresar que «los santos han tenido siempre una conciencia viva de que sus méritos eran pura gracia». [30] Esta convicción despierta una gozosa y tierna gratitud. 20. Por consiguiente, la actitud más adecuada es depositar la confianza del corazón fuera de nosotros mismos: en la infinita misericordia de un Dios que ama sin límites y que lo ha dado todo en la Cruz de Jesucristo. [31] Por esta razón Teresita nunca usa la expresión, frecuente en su tiempo, “me haré santa”. 21. Sin embargo, su confianza sin límites alienta a quienes se sienten frágiles, limitados, pecadores, a dejarse llevar y transformar para llegar alto: «Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de tu Teresita, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud». [32] 22. Esta misma insistencia de Teresita en la iniciativa divina hace que, cuando habla de la Eucaristía, no ponga en primer lugar su deseo de recibir a Jesús en la sagrada comunión, sino el deseo de Jesús que quiere unirse a nosotros y habitar en nuestros corazones. [33] En la Ofrenda al amor misericordioso, sufriendo por no poder recibir la comunión todos los días, dice a Jesús: «Quédate en mí como en el sagrario». [34] El centro y el objeto de su mirada no es ella misma con sus necesidades, sino Cristo que ama, que busca, que desea, que habita en el alma. El abandono cotidiano 23. La confianza que Teresita promueve no debe entenderse sólo en referencia a la propia santificación y salvación. Tiene un sentido integral, que abraza la totalidad de la existencia concreta y se aplica a nuestra vida entera, donde muchas veces nos abruman los temores, el deseo de seguridades humanas, la necesidad de tener todo bajo nuestro control. Aquí es donde aparece la invitación al santo “abandono”. 24. La confianza plena, que se vuelve abandono en el Amor, nos libera de los cálculos obsesivos, de la constante preocupación por el futuro, de los temores que quitan la paz. En sus últimos días Teresita insistía en esto: «Los que corremos por el camino del amor creo que no debemos pensar en lo que pueda ocurrirnos de doloroso en el futuro, porque eso es faltar a la confianza». [35] Si estamos en las manos de un Padre que nos ama sin límites, eso será verdad pase lo que pase, saldremos adelante más allá de lo que ocurra y, de un modo u otro, se cumplirá en nuestras vidas su proyecto de amor y plenitud. Un fuego en medio de la noche 25. Teresita vivía la fe más fuerte y segura en la oscuridad de la noche e incluso en la oscuridad del Calvario. Su testimonio alcanzó el punto culminante en el último período de su vida, en la gran «prueba contra la fe», [36] que comenzó en la Pascua de 1896. En su relato, [37] ella pone esta prueba en relación directa con la dolorosa realidad del ateísmo de su tiempo. Vivió de hecho a finales del siglo XIX, que fue la “edad de oro” del ateísmo moderno, como sistema filosófico e ideológico. Cuando escribió que Jesús había permitido que su alma «se viese invadida por las más densas tinieblas», [38] estaba indicando la oscuridad del ateísmo y el rechazo de la fe cristiana. En unión con Jesús, que recibió en sí toda la oscuridad del pecado del mundo cuando aceptó beber el cáliz de la Pasión, Teresita percibe en esa noche tenebrosa la desesperación, el vacío de la nada. [39] 26. Pero la oscuridad no puede extinguir la luz: ella ha sido conquistada por Aquel que ha venido al mundo como luz (cf. Jn 12,46). [40] El relato de Teresita manifiesta el carácter heroico de su fe, su victoria en el combate espiritual, frente a las tentaciones más fuertes. Se siente hermana de los ateos y sentada, como Jesús, a la mesa con los pecadores (cf. Mt 9,10-13). Intercede por ellos, mientras renueva continuamente su acto de fe, siempre en comunión amorosa con el Señor: «Corro hacia mi Jesús y le digo que estoy dispuesta a derramar hasta la última gota de mi sangre por confesar que existe un cielo; le digo que me alegro de no gozar de ese hermoso cielo aquí en la tierra para que Él lo abra a los pobres incrédulos por toda la eternidad». [41] 27. Junto con la fe, Teresa vive intensamente una confianza ilimitada en la infinita misericordia de Dios: «la confianza puede conducirnos al Amor». [42] Vive, aun en la oscuridad, la confianza total del niño que se abandona sin miedo en los brazos de su padre y de su madre. Para Teresita, de hecho, Dios brilla ante todo a través de su misericordia, clave de comprensión de cualquier otra cosa que se diga de Él: «A mí me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas…! Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás ésta más aún que todas las demás) me parece revestida de amor». [43] Este es uno de los descubrimientos más importantes de Teresita, una de las mayores contribuciones que ha ofrecido a todo el Pueblo de Dios. De modo extraordinario penetró en las profundidades de la misericordia divina y de allí sacó la luz de su esperanza ilimitada. Una firmísima esperanza 28. Antes de su entrada en el Carmelo, Teresita había experimentado una singular cercanía espiritual con una de las personas más desventuradas, el criminal Henri Pranzini, condenado a muerte por triple asesinato y no arrepentido. [44] Al ofrecer la Misa por él y rezar con total confianza por su salvación, sin dudar lo pone en contacto con la Sangre de Jesús y dice a Dios que está segurísima de que en el último momento Él lo perdonaría y que ella lo creería «aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento». Da la razón de su certeza: «Tanta confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús». [45] Cuánta emoción, luego, al descubrir que Pranzini, subido al cadalso, «de repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas…!». [46] Esta experiencia tan intensa de esperar contra toda esperanza fue fundamental para ella: «A partir de esta gracia sin igual, mi deseo de salvar almas fue creciendo de día en día». [47] 29. Teresita es consciente del drama del pecado, aunque siempre la vemos inmersa en el misterio de Cristo, con la certeza de que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» ( Rm 5,20). El pecado del mundo es inmenso, pero no es infinito. En cambio, el amor misericordioso del Redentor, este sí es infinito. Teresita es testigo de la victoria definitiva de Jesús sobre todas las fuerzas del mal a través de su pasión, muerte y resurrección. Movida por la confianza, se atreve a plantear: «Jesús, haz que yo salve muchas almas, que hoy no se condene ni una sola [...]. Jesús, perdóname si digo cosas que no debiera decir, sólo quiero alegrarte y consolarte». [48] Esto nos permite pasar a otro aspecto de ese aire fresco que es el mensaje de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. 3. Seré el amor 30. “Más grande” que la fe y la esperanza, la caridad nunca pasará (cf. 1 Co 13,8-13). Es el mayor regalo del Espíritu Santo y es «madre y raíz de todas las virtudes». [49] La caridad como trato personal de amor 31. La Historia de un alma es un testimonio de caridad, donde Teresita nos ofrece un comentario sobre el mandamiento nuevo de Jesús: «Ámense los unos a los otros, como yo los he amado» ( Jn 15,12). [50] Jesús tiene sed de esta respuesta a su amor. De hecho, «no vacila en mendigar un poco de agua a la Samaritana. Tenía sed… Pero al decir: “Dame de beber”, lo que estaba pidiendo el Creador del universo era el amor de su pobre criatura. Tenía sed de amor». [51] Teresita quiere corresponder al amor de Jesús , devolverle amor por amor. [52] 32. El simbolismo del amor esponsal expresa la reciprocidad del don de sí entre el novio y la novia. Así, inspirada por el Cantar de los Cantares (2,16), escribe: «Yo pienso que el corazón de mi Esposo es sólo para mí, como el mío es sólo para él, y por eso le hablo en la soledad de este delicioso corazón a corazón, a la espera de llegar a contemplarlo un día cara a cara». [53] Aunque el Señor nos ama juntos como Pueblo, al mismo tiempo la caridad obra de un modo personalísimo, “de corazón a corazón”. 33. Teresita tiene la viva certeza de que Jesús la amó y conoció personalmente en su Pasión: «Me amó y se entregó por mí» ( Ga 2,20). Contemplando a Jesús en su agonía, ella le dice: «Me has visto». [54] Del mismo modo le dice al Niño Jesús en los brazos de su Madre: «Con tu pequeña mano, que halagaba a María, sustentabas el mundo y la vida le dabas. Y pensabas en mí». [55] Así, también al comienzo de la Historia de un alma, ella contempla el amor de Jesús por todos y cada uno como si fuera único en el mundo. [56] 34. El acto de amor “Jesús, te amo”, continuamente vivido por Teresita como la respiración, es su clave de lectura del Evangelio. Con ese amor se sumerge en todos los misterios de la vida de Cristo, de los cuales se hace contemporánea, habitando el Evangelio con María y José, María Magdalena y los Apóstoles. Junto a ellos penetra en las profundidades del amor del Corazón de Jesús. Veamos un ejemplo: «Cuando veo a Magdalena adelantarse, en presencia de los numerosos invitados, y regar con sus lágrimas los pies de su Maestro adorado, a quien toca por primera vez, siento que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de misericordia del corazón de Jesús y que, por más pecadora que sea, ese corazón de amor está dispuesto, no sólo a perdonarla, sino incluso a prodigarle los favores de su intimidad divina y a elevarla hasta las cumbres más altas de la contemplación». [57] El amor más grande en la mayor sencillez 35. Al final de la Historia de un alma, Teresita nos regaló su Ofrenda como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios. [58] Cuando ella se entregó en plenitud a la acción del Espíritu recibió, sin estridencias ni signos vistosos, la sobreabundancia del agua viva: «los ríos, o, mejor los océanos de gracias que han venido a inundar mi alma». [59] Es la vida mística que, aun privada de fenómenos extraordinarios, se propone a todos los fieles como experiencia diaria de amor. 36. Teresita vive la caridad en la pequeñez, en las cosas más simples de la existencia cotidiana, y lo hace en compañía de la Virgen María, aprendiendo de ella que « amar es darlo todo, darse incluso a sí mismo». [60] De hecho, mientras que los predicadores de su tiempo hablaban a menudo de la grandeza de María de manera triunfalista, como alejada de nosotros, Teresita muestra, a partir del Evangelio, que María es la más grande del Reino de los Cielos porque es la más pequeña (cf . Mt 18,4), la más cercana a Jesús en su humillación. Ella ve que, si los relatos apócrifos están llenos de episodios llamativos y maravillosos, los Evangelios nos muestran una vida humilde y pobre, que transcurre en la simplicidad de la fe. Jesús mismo quiere que María sea el ejemplo del alma que lo busca con una fe despojada. [61] María fue la primera en vivir el “caminito” en pura fe y humildad; así que Teresita no duda en escribir: «Yo sé que en Nazaret, Madre llena de gracia, viviste pobremente sin ambición de más. ¡ Ni éxtasis, ni raptos, ni sonoros milagros tu vida embellecieron, Reina del Santoral…! Muchos son en la tierra los pequeños y humildes: sus ojos hacia ti pueden sin miedo alzar. Madre, te place andar por la vía común, para guiar las almas al feliz Más Allá». [62] 37. Teresita también nos ha ofrecido relatos que dan cuenta de algunos momentos de gracia vividos en medio de la sencillez diaria, como su repentina inspiración cuando acompañaba a una hermana enferma con carácter difícil. Pero siempre se trata de experiencias de una caridad más intensa vivida en las situaciones más ordinarias: «Una tarde de invierno estaba yo, como de costumbre, cumpliendo con mi tarea. Hacía frío y era de noche… De pronto, oí a lo lejos el sonido armonioso de un instrumento musical. Entonces me imaginé un salón muy iluminado, todo resplandeciente de ricos dorados; unas jóvenes elegantemente vestidas se hacían unas a otras toda suerte de cumplidos y de cortesías mundanas. Luego mi mirada se posó sobre la pobre enferma a la que estaba sosteniendo: en vez de una melodía, escuchaba de tanto en tanto sus gemidos lastimeros; en vez de ricos dorados, veía los ladrillos de nuestro austero claustro apenas alumbrado por una lucecita. No puedo expresar lo que pasó en mi alma. Lo que sí sé es que el Señor la iluminó con los rayos de la verdad, que excedían de tal forma el brillo tenebroso de las fiestas de la tierra, que no podía creer en mi felicidad... No, no cambiaría los diez minutos que me llevó realizar mi humilde servicio de caridad por gozar mil años de fiestas mundanas». [63] En el corazón de la Iglesia 38. Teresita heredó de santa Teresa de Ávila un gran amor a la Iglesia y pudo llegar a lo hondo de este misterio. Lo vemos en su descubrimiento del “corazón de la Iglesia”. En una larga oración a Jesús, [64] escrita el 8 de septiembre de 1896, sexto aniversario de su profesión religiosa, la santa confió al Señor que se sentía animada por un inmenso deseo, por una pasión por el Evangelio que ninguna vocación por sí sola podía satisfacer. Y así, en busca de su “lugar” en la Iglesia, había releído los capítulos 12 y 13 de la Primera Carta de san Pablo a los corintios. 39. En el capítulo 12, el Apóstol utiliza la metáfora del cuerpo y sus miembros para explicar que la Iglesia incluye una gran variedad de carismas ordenados según un orden jerárquico. Pero esta descripción no es suficiente para Teresita. Ella continuó su investigación, leyó el “himno a la caridad” del capítulo 13, allí encontró la gran respuesta y escribió esta página memorable: «Al mirar el cuerpo místico de la Iglesia, yo no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por san Pablo; o, mejor dicho, quería reconocerme en todos ellos... La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre… Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares... En una palabra, ¡que el amor es eterno...! Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío..., al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor...! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado… En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor... Así lo seré todo... ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad…!!!». [65] 40. No es el corazón de una Iglesia triunfalista, es el corazón de una Iglesia amante, humilde y misericordiosa. Teresita nunca se pone por encima de los demás, sino en el último lugar con el Hijo de Dios, que por nosotros se convirtió en siervo y se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte en una cruz (cf. Flp 2,7-8). 41. Tal descubrimiento del corazón de la Iglesia es también una gran luz para nosotros hoy, para no escandalizarnos por los límites y debilidades de la institución eclesiástica, marcada por oscuridades y pecados, y entrar en su corazón ardiente de amor, que se encendió en Pentecostés gracias al don del Espíritu Santo. Es ese corazón cuyo fuego se aviva más aún con cada uno de nuestros actos de caridad. “Yo seré el amor”, esta es la opción radical de Teresita, su síntesis definitiva, su identidad espiritual más personal. Lluvia de rosas 42. Después de muchos siglos en que tantos santos expresaron con mucho fervor y belleza sus deseos de “ir al cielo”, santa Teresita reconoció, con gran sinceridad: «Yo sufría por aquel entonces grandes pruebas interiores de todo tipo (hasta llegar a preguntarme a veces si existía un cielo)». [66] En otro momento dijo: «Cuando canto la felicidad del cielo y la eterna posesión de Dios, no experimento la menor alegría, pues canto simplemente lo que quiero creer». [67] ¿Qué ha sucedido? Que ella estaba escuchando la llamada de Dios a poner fuego en el corazón de la Iglesia más que a soñar con su propia felicidad. 43. La transformación que se produjo en ella le permitió pasar de un fervoroso deseo del cielo a un constante y ardiente deseo del bien de todos, culminando en el sueño de continuar en el cielo su misión de amar a Jesús y hacerlo amar. En este sentido, en una de sus últimas cartas escribió: «Tengo la confianza de que no voy a estar inactiva en el cielo. Mi deseo es seguir trabajando por la Iglesia y por las almas». [68] Y en esos mismos días dijo, de modo más directo: «Pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, yo quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra». [69] 44. Así Teresita expresaba su respuesta más convencida al don único que el Señor le estaba regalando, a esa luz sorprendente que Dios estaba derramando en ella. De este modo llegaba a la última síntesis personal del Evangelio, que partía de la confianza plena hasta culminar en el don total por los demás. Ella no dudaba de la fecundidad de esa entrega: «Pienso en todo el bien que podré hacer después de la muerte». [70] «Dios no me daría este deseo de hacer el bien en la tierra después de mi muerte, si no quisiera hacerlo realidad». [71] «Será como una lluvia de rosas». [72] 45. Se cierra el círculo. « C’est la confiance». Es la confianza la que nos lleva al Amor y así nos libera del temor, es la confianza la que nos ayuda a quitar la mirada de nosotros mismos, es la confianza la que nos permite poner en las manos de Dios lo que sólo Él puede hacer. Esto nos deja un inmenso caudal de amor y de energías disponibles para buscar el bien de los hermanos. Y así, en medio del sufrimiento de sus últimos días, Teresita podía decir: « Sólo cuento ya con el amor». [73] Al final sólo cuenta el amor. La confianza hace brotar las rosas y las derrama como un desbordamiento de la sobreabundancia del amor divino. Pidámosla como don gratuito, como regalo precioso de la gracia, para que se abran en nuestra vida los caminos del Evangelio. 4. En el corazón del Evangelio 46. En Evangelii gaudium insistí en la invitación a regresar a la frescura del manantial, para poner el acento en aquello que es esencial e indispensable. Creo que es oportuno retomar y proponer nuevamente aquella invitación. La doctora de la síntesis 47. Esta Exhortación sobre santa Teresita me permite recordar que, en una Iglesia misionera «el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante». [74] El núcleo luminoso es « la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado». [75] 48. No todo es igualmente central, porque hay un orden o jerarquía entre las verdades de la Iglesia, y «esto vale tanto para los dogmas de fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la enseñanza moral». [76] El centro de la moral cristiana es la caridad, que es la respuesta al amor incondicional de la Trinidad, por lo cual «las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu». [77] Al final, sólo cuenta el amor. 49. Precisamente, el aporte específico que nos regala Teresita como santa y como doctora de la Iglesia no es analítico, como podría ser, por ejemplo, el de santo Tomás de Aquino. Su aporte es más bien sintético, porque su genialidad consiste en llevarnos al centro, a lo que es esencial, a lo que es indispensable. Ella, con sus palabras y con su propio proceso personal, muestra que, si bien todas las enseñanzas y normas de la Iglesia tienen su importancia, su valor, su luz, algunas son más urgentes y más estructurantes para la vida cristiana. Allí es donde Teresita puso la mirada y el corazón. 50. Como teólogos, moralistas, pensadores de la espiritualidad, como pastores y como creyentes, cada uno en su propio ámbito, todavía necesitamos recoger esta intuición genial de Teresita y sacar las consecuencias teóricas y prácticas, doctrinales y pastorales, personales y comunitarias. Se precisan audacia y libertad interior para poder hacerlo. 51. Algunas veces, de esta santa se citan sólo expresiones que son secundarias, o se mencionan cuestiones que ella puede tener en común con cualquier otro santo: la oración, el sacrificio, la piedad eucarística, y tantos otros hermosos testimonios, pero de ese modo podríamos privarnos de lo más específico del regalo que ella hizo a la Iglesia, olvidando que «cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio». [78] Por lo tanto, «para reconocer cuál es esa palabra que el Señor quiere decir a través de un santo, no conviene entretenerse en los detalles […]. Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona». [79] Esto vale más aún para santa Teresita, por tratarse de una “doctora de la síntesis”. 52. Del cielo a la tierra, la actualidad de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz perdura en toda su “pequeña grandeza”. En un tiempo que nos invita a encerrarnos en los propios intereses, Teresita nos muestra la belleza de hacer de la vida un regalo. En un momento en que prevalecen las necesidades más superficiales, ella es testimonio de la radicalidad evangélica. En un tiempo de individualismo, ella nos hace descubrir el valor del amor que se vuelve intercesión. En un momento en el que el ser humano se obsesiona por la grandeza y por nuevas formas de poder, ella señala el camino de la pequeñez. En un tiempo en el que se descarta a muchos seres humanos, ella nos enseña la belleza de cuidar, de hacerse cargo del otro. En un momento de complicaciones, ella puede ayudarnos a redescubrir la sencillez, la primacía absoluta del amor, la confianza y el abandono, superando una lógica legalista o eticista que llena la vida cristiana de observancias o preceptos y congela la alegría del Evangelio. En un tiempo de repliegues y de cerrazones, Teresita nos invita a la salida misionera, cautivados por la atracción de Jesucristo y del Evangelio. 53. Un siglo y medio después de su nacimiento, Teresita está más viva que nunca en medio de la Iglesia peregrina, en el corazón del Pueblo de Dios. Está peregrinando con nosotros, haciendo el bien en la tierra, como tanto deseó. El signo más hermoso de su vitalidad espiritual son las innumerables “rosas” que va esparciendo, es decir, las gracias que Dios nos da por su intercesión colmada de amor, para sostenernos en el camino de la vida. Querida santa Teresita, la Iglesia necesita hacer resplandecer el color, el perfume, la alegría del Evangelio. ¡Mándanos tus rosas! Ayúdanos a confiar siempre, como tú lo hiciste, en el gran amor que Dios nos tiene, para que podamos imitar cada día tu caminito de santidad. Amén. Dado en Roma, en San Juan de Letrán, el 15 de octubre, memoria de santa Teresa de Ávila, del año 2023, décimo primero de mi Pontificado. FRANCISCO [1] Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, Obras completas, Cta 197, A sor María del Sagrado Corazón (17 septiembre 1896), ed. Monte Carmelo, Burgos 2006, p. 555. Para la versión española de los escritos de la santa se utiliza siempre dicha edición, con las siguientes siglas: Ms A: Manuscrito «A»; Ms B: Manuscrito «B»; Ms C: Manuscrito «C»; Cta: Cartas; PN: Poesías; Or: Oraciones; CA: Cuaderno amarillo de la madre Inés de Jesús; UC: Últimas conversaciones. [2] Or 6, Ofrenda de mí misma como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios (9 junio 1895), p. 758. [3] La UNESCO ha inscrito a santa Teresa del Niño Jesús entre las personalidades a homenajear durante el bienio 2022-2023, con motivo del 150.º aniversario de su nacimiento. [4] 29 de abril de 1923. [5] Cf. Decreto de Virtudes (14 agosto 1921): AAS 13 (1921), 449-452. [6] Cf. Homilía para la canonización (17 mayo 1925): AAS 17 (1925), 211. Texto italiano en D. Bertetto, Discorsi di Pio XI, vol. I, Torino 1959, 383-384. [7] Cf. AAS 20 (1928), 147-148. [8] Cf. AAS 36 (1944), 329-330. [9] Cf. Carta a Mons. François-Marie Picaud, obispo de Bayeux y Lisieux (7 agosto 1947). Texto francés en Analecta OCD 19 (1947), pp. 168-171. Texto español en Revista de Espiritualidad 24 (1947), pp. 241-245. Radiomensaje para la consagración de la Basílica de Lisieux (11 julio 1954): AAS 46 (1954), 404-407. [10] Cf. Carta a Mons. Jean-Marie-Clément Badré, obispo de Bayeux y Lisieux, con ocasión del centenario del nacimiento de santa Teresa del Niño Jesús (2 enero 1973): AAS 65 (1973), 12-15. [11] Cf. AAS 90 (1998), 409-413, 930-944. [12] Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 42: AAS 93 (2001), 296. [13] Catequesis (6 abril 2011): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (10 abril 2011), p. 12. [14] Catequesis (7 junio 2023): L’Osservatore Romano (7 junio 2023), pp. 2-3. [15] Cta 220, Al abate Bellière (24 febrero 1897), p. 575. [16] Ms A, 69vº, p. 217. [17] Cf. Ms C, 33vº-37rº, pp. 321-326. [18] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 14; 264: AAS 105 (2013), 1025-1026. [19] Ms C, 34rº, p. 322. [20] Ibíd., 36rº, p. 325. [21] CA (9 junio 1897, 3), p. 809; UC (9 junio 1897), p. 979. [22] Cf. Ms C, 2vº-3rº, pp. 273-275. [23] Ibíd., 2vº, p. 274. [24] Ibíd., 3rº, p. 274. [25] Cf. Ms A, 84vº, p. 247. [26] Cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 47-62: AAS 110 (2018), 1124-1129. [27] Ms A, 32rº, p. 139. [28] Lo explicó el Concilio de Trento: «Cualquiera, al mirarse a sí mismo y a su propia flaqueza e indisposición, puede temblar y temer por su gracia» ( Decreto sobre la justificación, IX: DS 1534). Lo retoma el Catecismo de la Iglesia Católica cuando enseña que es imposible tener certeza mirándose a sí mismo o a las propias acciones (cf. n. 2005). La certeza de la confianza no se encuentra en uno mismo, el propio yo no otorga fundamentos para esa seguridad, que no se basa en una introspección. De algún modo lo expresaba san Pablo: «Ni siquiera yo mismo me juzgo. Es verdad que mi conciencia nada me reprocha, pero no por eso estoy justificado: mi juez es el Señor» ( 1 Co 4,3-4). Santo Tomás de Aquino lo explicaba de la siguiente manera: puesto que la gracia «no sana perfectamente al hombre» ( Summa Theologiae, I-II, q. 109, art. 9, ad 1), «queda además cierta oscuridad de ignorancia en el entendimiento» ( ibíd., co). [29] Or 6, p. 758. [30] Catecismo de la Iglesia Católica, 2011. [31] Lo afirma también con claridad el Concilio de Trento: «Ningún hombre piadoso puede dudar de la misericordia de Dios» ( Decreto sobre la justificación, IX: DS 1534). «Todos deben colocar y poner en el auxilio de Dios la más firme esperanza» ( ibíd., XIII: DS 1541). [32] Ms B, 1vº, pp. 254-255. [33] Cf. Ms A, 48vº, pp. 171-173; Cta 92, A María Guérin (30 mayo 1889), pp. 416-418. [34] Or 6, p. 758. [35] CA (23 julio 1897, 3), p. 850. [36] Ms C, 31rº, p. 317. [37] Cf. ibíd., 5rº-7vº, pp. 277-281. [38] Ibíd., 5vº, p. 278. [39] Cf. ibíd., 6vº, pp. 279-280. [40] Cf. Carta enc. Lumen fidei (29 junio 2013), 17: AAS 105 (2013), 564-565. [41] Ms C, 7rº, p. 280. [42] Cta 197, A sor María del Sagrado Corazón (17 septiembre 1896), pp. 554-555. [43] Ms A, 83vº, p. 245. [44] Cf. ibíd., 45vº-46vº, pp. 165-168. [45] Ibíd., 46rº, p. 167. [46] Ibíd. [47] Ibíd., 46vº, p. 167. [48] Or 2 (8 septiembre 1890), pp. 753-754. [49] Summa Theologiae, I-II, q. 62, art. 4. [50] Cf. Ms C, 11vº-31rº, pp. 286-317. [51] Ms B, 1vº, p. 255. [52] Cf. ibíd., 4rº, p. 262. [53] Cta 122, A Celina (14 octubre 1890), p. 449. [54] PN 24, 21, p. 686. [55] Ibíd., 6, p. 682. [56] Cf. Ms A, 3rº, p. 85. [57] Cta 247, Al abate Belliére (21 junio 1897), p. 601. [58] Cf. Or 6, pp. 757-759. [59] Ms A, 84rº, p. 246. [60] PN 54, 22, p. 741. [61] Cf. ibíd., 15, p. 740. [62] Ibíd., 17, p. 740. [63] Ms C, 29vº-30rº, p. 315. [64] Cf. Ms B, 2rº-5vº, pp. 256-268. [65] Ibíd., 3vº, p. 261. [66] Ms A, 80vº, p. 239. No era una falta de fe. Santo Tomás de Aquino enseñaba que en la fe obran la voluntad y la inteligencia. La adhesión de la voluntad puede ser muy sólida y arraigada, mientras la inteligencia puede estar oscurecida. Cf. De Veritate 14, 1. [67] Ms C, 7vº, p. 281. [68] Cta 254, Al P. Roulland (14 julio 1897), p. 606. [69] CA (17 julio 1897), p. 846. [70] Ibíd. (13 julio 1897, 17), p. 839. [71] Ibíd. (18 julio 1897, 1), p. 846. [72] Ibíd. (9 junio 1897, 3), p. 809; UC (9 junio 1897), p. 979. [73] Cta 242, A sor María de la Trinidad (6 junio 1897), p. 596. [74] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 35: AAS 105 (2013), 1034. [75] Ibíd., 36: AAS 105 (2013), 1035. [76] Ibíd. [77] Ibíd., 37: AAS 105 (2013), 1035. [78] Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 19: AAS 110 (2018), 1117. [79] Ibíd., 22: AAS 110 (2018), 1117.

HOMILIA Domingo vigesimonoveno del TIEMPO ORDINARIO cA (22 de octubre de 2023)

Primera: Isaías 45, 1. 4-6; Salmo: Sal 95, 1. 3-5. 7-10ac; Segunda: 1Tesalónica 1, 1-5b; Evangelio: Mateo 22, 15-21 Nexo entre las LECTURAS Dios es el Señor del mundo y de la historia. Ciro reina sobre el inmenso imperio persa (primera lectura), pero Dios reina sobre Ciro y lo constituye providencialmente su mediador en sus designios sobre la historia. A Dios lo que es de Dios, nos enseña el Evangelio, y a los reyes y césares lo que a ellos les pertenece. A Dios, el designio y el fin de la historia; a los hombres, la acción y la marcha de la historia hacia adelante. Sabemos que es la potencia de Dios y de su Espíritu, dice san Pablo, quién está misteriosamente presente en las vicisitudes de la trama histórica (segunda lectura). Temas... Los domingos 29-30-31 del tiempo ordinario del ciclo A nos ofrecen algunas enseñanzas de Jesús a través de los encuentros entre Él y los fariseos. Encuentros no exentos de hipocresía por parte de los doctores de la ley y de una grande sinceridad y profundidad por parte de Cristo. 1. Yo te llamé por tu nombre, aunque tú no me conocías: Estas palabras de la primera lectura del libro de Isaías comentan las gestas de Ciro en favor de Israel. El profeta ve todo aquello que Ciro ha hecho, como parte del llamado divino; ve en Ciro, no sólo el rey de Persia, sino el ungido del Señor; es decir, ve en él un instrumento humano de los designios del Dios de la historia. De aquí se siguen algunas implicaciones teológicas importantes: el Señor no fuerza la libre determinación del Rey, sin embargo, sin que él se dé cuenta exactamente, guía sus pasos: Yo te llamé por tu nombre, aunque tú no me conocías. Se demuestra, como en otras ocasiones, la iniciativa de Dios en la elección de los hombres. Es Dios el primero en salir a nuestro encuentro. Es él, rico en amor y misericordia, quien no se olvida de nosotros. No se olvida de aquella creatura que Él mismo creó al inicio de los tiempos, pero que se alejó de Él por el pecado. Es Dios quien, con entrañas de padre, siente ternura por sus hijos. Por otra parte, conviene subrayar la importancia de la mediación de la creatura. Cuando decimos que Dios es el primer protagonista no podemos prescindir del puesto de intermediarios que ocupan los hombres en el desarrollo de la historia. En realidad no son los hombres quienes, por sus cualidades, se lanzan al cumplimiento de una misión, sino más bien es la misión dada por Dios que los transforma en personas capaces de llevar adelante esa tarea Este modo de obrar de Dios se repite en la historia de cada ser humano: Yo te llamé por tu nombre...aunque tú no me conocías. Al llamarnos por nombre, el Señor revela sus pensamientos de benignidad sobre nosotros, porque los pensamientos de Dios son de paz y no de aflicción. Nuestro nombre pronunciado dulce y firmemente por Dios adquiere sentido y un valor trascendente. Nuestra pequeña vida, en cierto sentido, se ha convertido en sagrada, desde el día en que Dios pronunció nuestro nombre. Sin embargo, muchas veces, da la impresión de que no conocemos al Señor; parece que, aunque Dios pronuncia nuestro nombre, no sabemos quién es y cuáles son sus planes e intenciones. Caminamos con sospecha por la vida en vista del mal existente a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos. Caminamos atemorizados ante la perspectiva de la muerte, de la inevitable caducidad del mundo y las creaturas, de la acción de las fuerzas del mal. Entonces es necesario, más que nunca, escuchar que Dios pronuncia nuestro nombre con amor, pero con autoridad. Él nos da un título, nos pone en pie, nos da una tarea que realizar. Él vence el mal con el bien y nos hace instrumentos de bien, como a Ciro. Debemos, pues, reconocer que el Señor es Dios y no hay otro. Reconocer que él tiene en sus manos los hilos de la historia y que su poder y bondad actúan ya, aunque de modo misterioso, en este mundo y lo preparan para su final transformación. Sólo en Cristo llegaremos a la plena realidad del "ungido del Señor" aquel que libera definitivamente a su pueblo de la esclavitud, de la muerte y del pecado. En Cristo, conocemos la bondad del Padre, porque Él nos revela el rostro amoroso del Padre. 2. Los deberes del hombre ante la majestad de Dios. Si Dios es el Señor, el único Dios y no hay otro, al hombre le corresponde alabarlo, darle gracias, pedirle dones, solicitar su perdón. - Alabar a Dios: La alabanza de Dios debe estar siempre en nuestros labios, porque Él es Dios y nosotros sus creaturas. El fin de nuestra existencia es alabar y glorificar a Dios porque Él es el Señor digno de toda alabanza. Son tantos los beneficios de Dios para con el hombre que la alabanza nace espontánea de nuestros labios: “¿Con qué pagaré al Señor, todo el bien que me hizo? Alzaré la copa de salvación e invocaré su Nombre” dice el Salmo 116 12-13. Dado que hemos sido creados a imagen de Dios, nuestra vida no debería ser otra cosa sino un canto de alabanza al Señor por su inmenso amor. El comentario de Agustín al texto evangélico de este día es muy elocuente al respecto: "Así como el César exige su imagen en tu moneda, así del mismo modo exige su propia imagen en tu alma. Da a César –dice– aquello que es del César. ¿Qué cosa exige el César de ti? Su propia imagen. ¿Qué cosa te exige el Señor? Su propia imagen. Pero la imagen del César está sobre la moneda, en cambio la imagen de Dios está en ti mismo. Si lloras cuando pierdes la moneda, porque has perdido la imagen del César ¿no deberías llorar cuando adoras a los ídolos porque injurian en ti la imagen de Dios? - Darle gracias. Ante Dios el hombre se presenta como un deudor de los dones divinos: el don de la existencia, el don de la fe, el don de la redención... La vida del hombre, en este sentido, debe ser una continua "acción de gracias" a un Dios providente que vela por sus creaturas con amor de Padre. " Deo Gratias! " Sean dadas gracias a Dios. Esto, ante todo es un acto sabio, porque nos obliga a hacer una reflexión sobre la dignidad de la vida, la cual nace de un pensamiento original y creativo de Dios. La vida es un don que tiene su origen en Dios. Después debemos descubrir que todo es un don: "Tout est grâce". ¿Es bello el mundo? Demos gracias a Dios. ¿Es fecunda la naturaleza? Demos gracias a Dios. Nuestra misma existencia ¿es un milagro? Demos gracias a Dios (Cf. San Pablo VI Ángelus 10-XI-1974). - Pedirle dones: Nuestra vida inmersa en la historia está siempre necesitada del auxilio y de la protección divina. Nuestra oración se eleva como incienso para suplicar al Señor las gracias necesarias para continuar el camino. Sólo con la ayuda y el apoyo de Dios podemos cumplir cabalmente nuestras tareas. En realidad, al pedir dones, lo que hacemos es ampliar nuestra capacidad de deseo, porque el Señor sabe muy bien lo que necesitamos y está dispuesto a concederlo. La oración, por tanto, aumenta nuestro deseo y con ello la capacidad de recibir el regalo de Dios. - Solicitar su perdón. Si el Señor tomase en cuenta nuestras faltas, ¿quién podría resistir ante su mirada? ¿Quién podría presentarse inocente ante el Señor? ¡Ten misericordia de nosotros, Señor, porque hemos pecado contra ti! Sugerencias... 1. El descubrimiento de que Dios es el Señor de la historia. ¿Quién duda que los acontecimientos dramáticos de nuestra historia ponen a prueba nuestra fe y nuestra esperanza? Sentimos la misma interpelación que los malvados hacían al hombre justo: Con quebranto en mis huesos mis adversarios me insultan, todo el día repitiéndome: ¿En dónde está tu Dios? Salmos (42,11). "Ciertamente los dramáticos sucesos en el mundo de estos últimos años (Ucrania… Israel…) han impuesto a los pueblos nuevos y más fuertes interrogantes que se han añadido a los ya existentes, surgidos en el contexto de una sociedad globalizada, ambivalente en la realidad, en la cual «no se han globalizado sólo tecnología y economía, sino también inseguridad y miedo, criminalidad y violencia, injusticia y guerras». De frente a estas realidades, se hace más actual que nunca la misión del cristiano que testimonia con su fe que Dios sigue presente en el mundo y que, a pesar de las apariencias, es el amor de Dios quien triunfa del mal, del pecado y de la muerte. No conviene olvidar que, como menciona el catecismo de la Iglesia Católica: "La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada "en estado de vía" ("In statu viae") hacia una perfección última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección: Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, "alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo con dulzura" (Sb 8, 1). Porque "todo está desnudo y patente a sus ojos" (Hb 4, 13), incluso lo que la acción libre de las criaturas producirá (Cc. Vaticano I: DS 3003). El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: "Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza" (Sal 115, 3); y de Cristo se dice: "si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir" (Ap 3, 7); "hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza" (Pr 19, 21). Catecismo de la Iglesia Católica 302-303 2. El valor de la propia vida en la historia de la salvación. Ahora bien, nosotros como creaturas libres, podemos colaborar con la providencia de Dios que todo lo dispone y gobierna con firmeza y suavidad. Como Ciro, podemos convertirnos en instrumentos de gracia y aportar nuestro granito de arena en la historia de la salvación. Podemos hacerlo de diversos modos: - Teniendo un creciente sentido de responsabilidad por nuestros hermanos; por todos, pero especialmente por los que sufren. Debemos hacernos en nuestra propia humanidad dispensadores de bien, de paz, de alegría. - Reconociendo la unidad y la verdadera dignidad de todos los hombres: Todos han sido hechos "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1,26). Así como la moneda tiene la imagen del César, cada ser humano posee la imagen de Dios (Cf San Agustín). - Buscando el bien de las cosas creadas: La fe en Dios, el único, nos lleva a usar de todo lo que no es él en la medida en que nos acerca a él, y a separarnos de ello en la medida en que nos aparta de Él (cf. Mt 5,29_30; 16, 24; 19,23_24): "Señor mío y Dios mío, quítame todo lo que me aleja de ti. Señor mío y Dios mío, dame todo lo que me acerca a ti. Señor mío y Dios mío, despójame de mi mismo para darme todo a ti" (S. Nicolás de Flüe, oración). - Confiando en Dios en todas las circunstancias, incluso en la adversidad.

lunes, 9 de octubre de 2023

HOMILIA Domingo vigesimoctavo del TIEMPO ORDINARIO cA (15 de octubre de 2023)

Domingo vigesimoctavo del TIEMPO ORDINARIO cA (15 de octubre de 2023) Primera: Isaías 25, 6-10a; Salmo: Sal 22, 1-6; Segunda: Flp 4, 12-14. 19-20; Evangelio: Mateo 22, 1-10 Nexo entre las LECTURAS Predomina en la liturgia de hoy la “transformación” (el “cambio”). Cambio, en primer lugar, de una suerte desgraciada, en que vivía el pueblo de Israel, a una de felicidad y gozo, simbolizada en el festín sobre el monte Sión, en el que participarán todas las naciones (primera lectura). Cambio de las tareas diarias y rutinarias, con que se condimenta de modo habitual la existencia, a la condición excepcional de invitados del rey al banquete de bodas de su hijo (evangelio). Quien así está dispuesto a dejarse cambiar por la acción misma de Dios, puede decir como san Pablo: "Todo lo puedo en aquel que me da fuerza" (segunda lectura). Recemos especialmente para que todos cambiemos y en el mundo reine LA PAZ. Temas... Dios nos invita a su banquete. La imagen del banquete para significar la invitación de Dios y la alegría de compartir su vida es una imagen bíblica que nos quiere ayudar a entender mejor hasta qué punto Dios quiere acercarse a nosotros y está siempre dispuesto a invitarnos a esa vida. El banquete es fiesta, es alegría y es abundancia. ¿Cómo es este banquete? En primer lugar, buena comida: "Manjares suculentos, vinos añejados", nos dice Isaías en la primera lectura. Y este banquete tiene un claro signo regenerador: arranca el velo del dolor y de la muerte, y enjuga "las lágrimas de todos los rostros". Es el banquete de la vida y de la salvación. ¡Merece la pena participar en él y sentirnos alegres por la invitación generosa de Dios! Los convidados rechazan la invitación. Pero los convidados rechazan la invitación. Es lo que nos cuenta la parábola del evangelio. Son los desagradecidos, los satisfechos, los egoístas. Excusas, rechazo y malos tratos a los enviados. Es una situación dura. Pero el banquete está preparado. Hay que ampliar la invitación. Es la llamada que también nosotros hemos recibido y seguimos recibiendo constantemente. El Señor nos la dirige a todos. Y lo hace con gran alegría: "¡Vengan a la fiesta!". Y por eso nos reunimos en torno al altar. Debemos participar de la mesa con alegría, con vestido de fiesta. El vestido del corazón, el vestido del amor. Todo el mundo está invitado. Participemos del convite con ilusión. Participemos del convite con ilusión. Merece la pena. Con Jesús siempre descubriremos lo mejor. Su banquete es único. Su presencia es reconfortante y estimulante. Como hemos rezado en el salmo, "el Señor es mi pastor, nada me falta". Con Jesús, lo tenemos todo; sin Él, nada. Él nos da alimento, nos hace recostar en verdes praderas, nos guía por el sendero justo. Nos prepara, Él mismo, la mesa. Jesús, el Buen Pastor, siempre está cerca de nosotros, siempre nos acompaña: "Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida", decíamos en el mismo salmo. Si todo eso nos lo creemos de verdad, la vida tiene sentido y nunca estaremos solos.

miércoles, 4 de octubre de 2023

SINODO La principal tarea del Sínodo es volver a poner a Dios en el centro

El Papa: La principal tarea del Sínodo es volver a poner a Dios en el centro En la Misa de apertura de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, el Papa invita a afrontar los retos y problemas de hoy no con espíritu de división y conflicto, sino centrando la mirada en Dios, para ser una Iglesia que escucha y dialoga y no divide. El protagonista es el Espíritu Santo que rompe nuestras expectativas y crea cosas nuevas, dice el Pontífice, que nos pide imitar a San Francisco de Asís para llegar a todos con el Evangelio Vatican News “El Espíritu Santo deshace, a menudo, nuestras expectativas, para crear algo nuevo que supera nuestras previsiones y negatividades”. Así el Papa Francisco alentó, en su homilía en la Santa Misa con los nuevos cardenales y el Colegio Cardenalicio, en la Apertura de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, a la Iglesia toda que se apresta a vivir esta nueva etapa del camino sinodal. La mirada de Jesús que bendice y acoge, es la clave con la que Francisco anima a “ver más allá”. Una Iglesia que contempla y discierne el presente La mirada de Cristo es, sobre todo, “una mirada que bendice”, señala el Pontífice, que recuerda que aún cuando experimentó el rechazo y encontró a su alrededor tanta dureza de corazón, el Señor "no se dejó aprisionar por la desilusión, no se volvió amargado, no abandonó la alabanza. Su corazón, cimentado sobre el primado del Padre, permaneció sereno aún en medio de la tormenta”. Esta mirada de bendición del Señor nos invita también a ser una Iglesia que, con corazón alegre, contempla la acción de Dios y discierne el presente; que, en medio de las olas a veces agitadas de nuestro tiempo, no se desanima, no busca escapatorias ideológicas, no se atrinchera tras convicciones adquiridas, no cede a soluciones cómodas, no deja que el mundo le dicte su agenda. Por lo tanto, la mirada de bendición de Jesús invita “a ser una Iglesia que no afronta los desafíos y los problemas de hoy con espíritu de división y de conflicto, sino que, por el contrario, vuelve los ojos a Dios que es comunión y, con asombro y humildad, lo bendice y lo adora, reconociéndolo como su único Señor”. Dios en el centro La principal tarea del Sínodo, asegura Francisco, es “volver a poner a Dios en el centro de nuestra mirada, para ser una Iglesia que ve a la humanidad con misericordia”, para ser “una Iglesia unida y fraterna, que “no crea división internamente, ni es áspera externamente”, porque “es así como Jesús quiere a su Iglesia”. "Una Iglesia de las puertas abiertas". Por otra parte, la mirada acogedora de Jesús invita a ser, precisamente, una Iglesia que acoge. El Santo Padre recuerda que “mientras aquellos que se creen sabios no reconocen la obra de Dios”, el Señor “se alegra en el Padre porque se revela a los pequeños, a los sencillos, a los pobres de espíritu”. Y hace presente que “en una época compleja como la actual”, los nuevos desafíos culturales y pastorales, “requieren una actitud interior cordial y amable, para poder confrontarnos sin miedo”. Hermanos y hermanas, Pueblo santo de Dios, frente a las dificultades y los retos que nos esperan, la mirada de Jesús que bendice y que acoge nos libra de caer en algunas tentaciones peligrosas: la de ser una Iglesia rígida, que se acoraza contra el mundo y mira hacia el pasado; la de ser una Iglesia tibia, que se rinde ante las modas del mundo; la de ser una Iglesia cansada, replegada en sí misma. Pecadores perdonados A caminar “siguiendo las huellas de san Francisco de Asís” cuya memoria se festeja hoy, invita Francisco. Y, como el santo de la pobreza y de la paz, a despojarse de todo para revestirnos de Jesús". “Qué difícil es este despojo interior y también exterior de todos nosotros y también de las instituciones”, constata, y hace presente, asimismo, que el Sínodo sirve “para recordarnos que nuestra Madre Iglesia tiene siempre necesidad de purificación, de ser ‘reparada’, porque todos nosotros somos un Pueblo de pecadores perdonados, siempre necesitados de volver a la fuente, que es Jesús, y emprender de nuevo los caminos del Espíritu para que llegue a todos su Evangelio”. Francisco de Asís, en un período de grandes luchas y divisiones entre el poder temporal y el religioso, entre la Iglesia institucional y las corrientes heréticas, entre cristianos y otros creyentes, no criticó ni atacó a ninguno, sólo abrazó las armas del Evangelio: la humildad y la unidad, la oración y la caridad. ¡Hagamos lo mismo también nosotros! Abrirse a la acción del Espíritu Recordar, pidió el Obispo de Roma, que el Sínodo que comenzamos no es “una reunión política, sino de una convocación en el Espíritu”. No es “un parlamento polarizado, sino de un lugar de gracia y comunión”. Y concluyó: El Espíritu Santo deshace, a menudo, nuestras expectativas para crear algo nuevo que supera nuestras previsiones y negatividades. Quizá pueda decir que el momento de mayor fecundidad en el Sínodo son los momentos de oración, también el ambiente de oración, por el que el Señor actúa en nosotros. Abrámonos a Él e invoquémosle, Él es el protagonista, el Espíritu Santo. Dejemos que Él sea el protagonista del Sínodo. Y con Él caminemos, con confianza y con alegría. Photogallery

martes, 3 de octubre de 2023

HOMILIA Domingo vigesimoséptimo del TIEMPO ORDINARIO cA (08 de octubre de 2023)

GENTILEZA DE CANTA Y CAMINA AUTOR FANO


 Domingo vigesimoséptimo del TIEMPO ORDINARIO cA (08 de octubre de 2023) 

Primera: Isaías 5, 1-7; Salmo: Sal 79, 9. 12-16. 19-20; Segunda: Filipenses 4, 6-9; Evangelio: Mateo 21, 33-46 

Nexo entre las LECTURAS 

El canto del Señor Yahvé a su viña, el pueblo de Israel, abre la Palabra litúrgica de este Domingo y el salmo, como respuesta a la Palabra. Jesús escenifica, en una parábola autobiográfica, el trágico final de un idilio fallido. Junto a la historia de esta viña, Pablo, en un bellísimo texto, orienta nuestro pensamiento y nuestra actividad: tranquilidad, paz, atención a lo bueno, Dios está con nosotros. La viña del Señor es la casa de Israel... Esperó derecho, y ahí tienen: asesinatos. Dios mismo se pregunta en Isaías: ¿cabía hacer algo por mi viña que yo no haya hecho? El mismo Isaías nos dice en unas líneas más adelante de nuestro texto cuáles son las causas de la calamitosa situación de la viña del Señor. 

Temas... 

El Evangelio de este Domingo concluye con una amonestación de Jesús, particularmente severa, dirigida a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Por eso les digo que se les quitará a ustedes el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos» (Mt 21, 43). Son palabras que hacen pensar en la gran responsabilidad de quien en cada época, está llamado a trabajar en la viña del Señor, especialmente con función de autoridad, e impulsan a renovar la plena fidelidad a Cristo. Él es «la piedra que desecharon los constructores», (cf. Mt 21, 42), porque lo consideraron enemigo de la ley y peligroso para el orden público, pero Él mismo, rechazado y crucificado, resucitó, convirtiéndose en la «piedra angular» en la que se pueden apoyar con absoluta seguridad los fundamentos de toda existencia humana y del mundo entero. De esta verdad habla la parábola de los viñadores infieles, a los que un hombre confió su viña para que la cultivaran y recogieran los frutos. El propietario de la viña representa a Dios mismo, mientras que la viña simboliza a su pueblo, así como la vida que Él nos da para que, con su gracia y nuestro compromiso, hagamos el bien. San Agustín comenta que «Dios nos cultiva como un campo para hacernos mejores» (Sermón 87, 1, 2: PL 38, 531). Dios tiene un proyecto para sus amigos, pero por desgracia la respuesta del hombre a menudo se orienta a la infidelidad, que se traduce en rechazo. El orgullo y el egoísmo impiden reconocer y acoger incluso el don más valioso de Dios: su Hijo unigénito. En efecto, cuando «les mandó a su hijo –escribe el evangelista Mateo– … [los labradores] agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron» (Mt 21, 37.39). Dios se pone en nuestras manos, acepta hacerse misterio insondable de debilidad y manifiesta su omnipotencia en la fidelidad a un designio de amor, que al final prevé también el justo castigo para los malvados (cf. Mt 21, 41). 

Firmemente anclados en la fe en la piedra angular que es Cristopermanezcamos en Él como el sarmiento que no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid. Solamente en Él, por Él y con Él se edifica la Iglesia, pueblo de la nueva Alianza. Al respecto escribió san Pablo VI: «El primer fruto de la conciencia profundizada de la Iglesia sobre sí misma es el renovado descubrimiento de su relación vital con Cristo. Cosa conocidísima, pero fundamental, indispensable y nunca bastante sabida, meditada y exaltada». (Enc. Ecclesiam suam, 6 de agosto de 1964: AAS 56 [1964], 622). 

Queridos amigos, el Señor está siempre cercano y actúa en la historia de la humanidad, y nos acompaña también con la singular presencia de sus ángeles, que la Iglesia venera como «custodios», es decir, ministros de la divina solicitud por cada hombre. Desde el inicio hasta la hora de la muerte, la vida humana está rodeada de su incesante protección. Y los ángeles forman una corona en torno a la augusta Reina de las Victorias, la santísima Virgen María del Rosario, que desde el santuario de Pompeya y desde el mundo entero, acoge la súplica ferviente para que sea derrotado el mal y se revele, en plenitud, la bondad de Dios. 

Sugerencias... 

Aquí y ahora sigue la historia de la viña: la historia de nuestra historia, de nosotros en la historia. La liturgia nos invita también HOY como a juzgar entre Dios y la historia. El mal y sus agentes estamos ahí tal como nos retrata a todos Isaías; ahí está también la amorosa paciencia de Dios, no siempre claramente proclamada por nosotros llamados a ser discípulos-misioneros. Dios sigue haciendo el bien, a nosotros, en nosotros y por medios de nosotros en la historia. 

La historia de la viña supone todo un desafío para los que hoy nos reunimos en nombre de Jesús: ¿Estamos ‘convencidos’ (firmemente asentados) de nuestra participación responsable en todo lo que degrada nuestra historia? ¿Creemos y proclamamos que la esperanza de la historia pasa, con la ayuda de Dios, por las manos y la conciencia de los hombres, de todos los hombres? ¿Sabemos y creemos en la misión que tenemos los cristianos como testigos del que es fundamento de toda esperanza humana? ¿En nuestras oraciones, insistimos en comprometer a Dios en nuestros intereses o le pedimos la gracia para que nos comprometa en sus designios amorosos sobre su viña?... Oremos para saber responder a Dios con constancia y fidelidad. 


HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...