lunes, 25 de marzo de 2024

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)


 VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

Primera: Isaías 52,13 – 53,12; Salmo: Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25; Segunda: Hebreos 4, 14-16; 5,7-9 Evangelio: Juan 18, 1 – 19, 42

Nexo entre las LECTURAS

"Nosotros", "nuestros" son términos repetidos en los textos litúrgicos del Viernes Santo. No es un "nosotros" sin adición alguna, sino con una nota muy propia: en cuanto pecadores. En el cuarto canto del Siervo de Yahvéh los términos son frecuentes: "Con sus llagas nos curó", "nosotros lo creíamos castigado...", "llevaba nuestros dolores", "eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban", etc. (primera lectura). En la segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos hallamos frases como "mantengámonos firmes en la fe que profesamos", o "no tenemos (en él) un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades;". También en el Evangelio, aunque no se empleen los términos, están implícitos en toda la narración de la pasión y muerte de Jesús según san Juan, que fue "por nosotros los hombres y por nuestra salvación".

Temas...

La pasión según Juan: la victoria de Jesús. La Iglesia tiene ‘predilección’ por el evangelio de Juan. Cada año, el Domingo de Ramos, leemos la Pasión según uno de los tres primeros evangelios, el que toque; este año ha sido Marcos. Pero el día propiamente dicho de la Pasión, que es hoy, cada año se lee la pasión según san Juan.

En comparación con los otros tres evangelistas, la pasión según san Juan nos presenta a Jesús vencedor, triunfante en la cruz. Es como aquellos ‘cristos majestad románicos’, que lo representan en la cruz como en un trono, con corona real en vez de la de espinas y manto señorial, y a veces con casulla, como ofreciendo sacerdotalmente desde la cruz su propio sacrificio.

El centro de este relato es el juicio ante Poncio Pilato. Sin negar los sufrimientos y las burlas que Jesús sufre, Juan nos lo presenta dominando la escena, como si fuese él quien juzga a Pilato, y no al revés. Jesús está dentro del pretorio, mientras sus acusadores están fuera, ya que si entrasen en una casa pagana quedarían impuros y no podrían celebrar la Pascua. El evangelista distingue claramente siete escenas, ritmadas por las entradas y salidas de Pilato, que habla dentro con Jesús y fuera con los dirigentes judíos, hasta que les saca a Jesús azotado, burlado y escarnecido. Las idas y venidas de Pilato evocan nuestras propias ambigüedades. Pilato le manda poner una corona de espinas y un manto real, Lo hace por burla, pero en la intención del evangelista, Pilato, representante del emperador de este mundo, sin saberlo, está proclamando a Jesús como rey.

La adoración de la cruz: memoria de la Pasión. El rito más característico del Viernes Santo es la adoración de la cruz. Decimos que la adoramos, no porque la cruz sea Dios, sino porque en la cruz Dios hecho hombre mortal murió por nosotros.

Este día, en Jerusalén, en la basílica edificada en el lugar del Calvario y del Santo Sepulcro, los fieles pasaban a adorar y besar la reliquia de la Vera Cruz que se decía que había encontrado santa Elena. No hace falta que sea una reliquia auténtica: lo que importa es el signo de la cruz, símbolo del instrumento de la Pasión de Jesucristo y de nuestra redención. No tengamos prisa ni nos impacientemos cuando pasemos uno a uno a venerar la santa cruz mientras nos unimos a los cantos; y dediquemos también estos minutos a meditar el relato que acabamos de escuchar en el evangelio. Lo que los evangelistas nos explican con gran riqueza de detalles, ha quedado condensado en este signo, de forma que la religión cristiana es la religión de la cruz. La cruz proclama el amor infinito del Padre revelado en el Hijo, hecho por nosotros obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.

La comunión: unirse a la Pasión. Finalmente, recibimos la sagrada comunión. Hoy propiamente no hay Misa, porque no hay consagración, sino que comulgamos de la reserva eucarística guardada ayer. Con todo, al comulgar, nos unimos a la Pasión de una manera sacramental mucho más real que escuchando el evangelio de la Pasión o adorando a la cruz.

San Pablo nos decía ayer que cada vez que comemos de este pan y bebemos del cáliz anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva.

Escuchar el relato de la Pasión, besar la cruz o recibir la comunión de nada nos servirían, si no estuviéramos dispuestos a morir también nosotros al pecado, para resucitar con Cristo a una vida de gracia y santidad.

Que él derrame sobre nosotros la gracia que brota de su cruz. Que él derrame su salvación, su amor, su paz, su vida inagotable, sobre todos los hombres y mujeres del mundo entero, y de un modo especial sobre aquellos que más de cerca viven el dolor y el abandono que Jesús vivió.

Sugerencias... Meditación

— Fratelli Tutti. Jesús, hermano universal. Se suele decir que todos somos hermanos porque todos somos hijos de Adán. Como cristianos, hemos de decir, además, que somos hermanos porque Cristo nos ha hermanado a todos haciéndonos hijos de Dios. Jesús, tanto por su condición humana como por su filiación divina. Además, amó y ama a todos, perdonó y perdona a todos, recibió y recibe a todos, a todos les ofreció y ofrece su salvación, a todos ayudó y ayuda con su poder sobre las fuerzas naturales. Es Hermano que nos comprende, porque ha vivido la experiencia humana en plenitud, ha sido tentado como nosotros, ha sufrido como nosotros y más que nosotros. Es Hermano cuyo poder nos fortalece ante nuestro pecado y debilidad, cuyo amor nos anima a amar a nuestros hermanos como Él nos ama, cuya ayuda nos conforta en los momentos de prueba y dificultad, cuyo consuelo nos infunde paz y alegría aun en el dolor, cuya grandeza de espíritu nos eleva hacia las alturas de Dios y nos invita a vivir y practicar las virtudes... Hemos de confesar a Jesús como Dios-Hermano ante los demás, para que Él nos reconozca ante el Padre celestial. Todos somos hermanos de Jesús porque nos ha redimido, y todos estamos llamados a practicar la fraternidad en Cristo Jesús, el hermano verdadero que nunca nos fallará. En un mundo en que los lazos familiares son a veces tan efímeros y quebradizos, ha de ganar cada vez mayor consistencia la fraternidad fundada en Jesucristo (cfr. Fratelli Tutti).

— La Liturgia del viernes santo es una conmovedora contemplación del misterio de la Cruz, cuyo fin no es sólo conmemorar, sino hacer revivir a los fieles la dolorosa Pasión del Señor, pidamos la gracia del “asombro” para vivir una vida nueva desde este Viernes. Dos son los grandes textos que la presentan: el texto profético atribuido a Isaías (Is 52, 13; 53, 12) y el texto histórico de Juan (18, 1-19. 42). La enorme distancia de más de siete siglos que los separa queda anulada por la impresionante coincidencia de los hechos, referidos por el profeta como descripción de los padecimientos del Siervo del Señor, y por el Evangelista como relato de la última jornada terrena de Jesús. «Muchos se espantaron de él —dice Isaías—, porque desfigurado no parecía hombre... Despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos» (52, 14; 53, 3). Y Juan, con los demás evangelistas, habla de Jesús traicionado, insultado, abofeteado, coronado de espinas, escarnecido y presentado al pueblo como rey burlesco, condenado, crucificado. El profeta precisa la causa de tanto sufrir: «Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes», y se indica también su valor expiatorio: «Nuestro castigo saludable vino sobre él, y sus cicatrices nos curaron» (Is 53, 5). No falta ni siquiera la alusión al sentido de repulsa por parte de Dios —«nosotros lo estimamos herido de Dios y humillado» (ib 4)— que Jesús expresó en la cruz con este grito: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46). Pero, sobre todo, resalta claramente la voluntariedad del sacrificio: voluntariamente, el Siervo del Señor «entregó su vida como expiación» (Is 53, 7. 10); voluntariamente Cristo se entrega a los soldados después de haberlos hecho retroceder y caer en tierra con una sola palabra (Jn 18, 6) y libremente se deja conducir a la muerte, Él, que había dicho: «Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego libremente» (Jn 10, 18). El profeta vislumbró incluso la conclusión gloriosa de este voluntario padecer: «A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará... Por eso —dice el Señor— le daré una parte entre los grandes... porque expuso su vida a la muerte» (Is 53, 11. 12). Y Jesús, aludiendo a su pasión, dijo: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). Todo esto demuestra que la Cruz de Cristo se halla en el centro mismo de la salvación, ya prevista en el Antiguo Testamento a través de los padecimientos del Siervo de Dios, figura del Mesías que salvaría a la humanidad, no con el triunfo terreno, sino con el sacrificio de sí mismo. Y es éste el camino que cada uno de los fieles debe recorrer para ser un salvado y un salvador,

— Entre la lectura de Isaías y la de Juan, la Liturgia inserta un tramo de la carta a los Hebreos (4, 14-16; 5, 7-9). Jesús, Hijo de Dios, es presentado en su cualidad de Sumo y Único Sacerdote, no tan distante, sin embargo, de los hombres «que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado». Es la prueba de su vida terrena, y, sobre todo, de su pasión, por la que ha experimentado en su carne inocente todas las arrugas, los sufrimientos, las angustias, las debilidades de la naturaleza humana. Así, a un mismo tiempo, Él se hace Sacerdote y Víctima, y no ofrece en expiación de los pecados de los hombres sangre de toros o de corderos, sino la propia sangre. «Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte». Es un eco de la agonía en Getsemaní: «¡Abba! (Padre): tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres» (Mc 14, 36). Obedeciendo a la voluntad del Padre, se entrega a la muerte, y, después de haber saboreado todas sus amarguras, se ve liberado de ellas por la resurrección, convirtiéndose, «para, todos los que obedecen, en autor de salvación eterna» (Heb 5, 9). Obedecer a Cristo Sacerdote y Víctima significa aceptar como Él la cruz, abandonándose con Él a la voluntad del Padre: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (LC 23, 46; Cf Salmo resp.).  

Pero a la muerte de Cristo siguió inmediatamente su glorificación. El centurión de guardia exclama: «Realmente, este hombre era justo», y todos los presentes, «habiendo visto lo que ocurría, se volvían, dándose golpes de pecho» (Lc 23, 4748). La Iglesia sigue el mismo itinerario, y tras de haber llorado la muerte del Salvador, estalla en un himno de alabanza y se postra en adoración: «Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos, Por el madero ha venido la alegría al mundo entero», Con los mismos sentimientos, la Liturgia invita a los fieles a nutrirse con la Eucaristía, que, nunca como hoy, resplandece en su realidad de memorial de la muerte del Señor. Resuenan en el corazón las palabras de Jesús: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes; hagan esto en memoria mía» (Lc 22, 19), y las de Pablo: «cada vez que comen de este pan y beben del cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1Cor 11, 26),

HOMILIA JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR (28 de marzo 2024)

 


JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR (28 de marzo 2024)

Primera: Éxodo 12, 1-8.11-14; Salmo: Sal 115, 12-13.15-16bc.17-18; Segunda: 1Corintios 11, 23-26; Evangelio: Juan 13, 1-15

Nexo entre las LECTURAS

“Llevó su amor hasta el fin” (Evangelio). Estas palabras son la clave de comprensión de la Palabra de Dios en este Jueves Santo. Este amor es el que celebraban los israelitas anualmente al conmemorar la fiesta de Pascua, fiesta de liberación de la esclavitud egipcia (primera lectura). Este amor lo manifestó Jesús de forma suprema en el lavatorio de los pies (Evangelio) y en la donación de sí mismo en pan y en vino, convertidos en su Cuerpo y en su Sangre (segunda lectura). Éste es el amor que se repite cada vez que los cristianos nos reunimos para celebrar la Cena del Señor (segunda lectura).

Temas...

La hora de Jesús. Con esta misa vespertina de la Cena del Señor empieza la celebración del Triduo pascual, los tres días que conmemoran la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

Las primeras palabras del evangelio que acabamos de escuchar suenan a manera de pregón. Es la hora de Jesús. Allí, en Jerusalén, en aquella sala del cenáculo, alrededor de aquella mesa, empieza el momento decisivo para él, que es también el momento decisivo para nosotros, para cada uno de los que nos hemos reunido en esta iglesia, y para cada uno de los hombres y mujeres del mundo entero. Y por eso estamos aquí, con el corazón atento, contemplándole. ¿Qué otra cosa mejor podríamos hacer hoy, que reunirnos aquí, en torno a la mesa, con Jesús?

La primera parte del evangelio de Juan, que los comentaristas llaman "libro de los signos", explica siete grandes signos o milagros, que provocan la adhesión de unos pocos y la reacción de incredulidad y hasta de odio creciente en la mayoría, de manera que el evangelista, que en el prólogo había resumido su evangelio diciendo que Jesús "vino a su casa, y los suyos no le recibieron", al final de esta primera parte hace este triste balance: "Aunque había realizado tan grandes signos delante de ellos, no creían en él" (12,37).

La segunda parte es el "libro de la hora", el gran momento repetidamente anunciado en la primera parte, por ejemplo cuando en las bodas de Caná Jesús dice a su madre: "Todavía no ha llegado mi hora". Ahora, esta segunda parte empieza diciendo enfáticamente: "Sabiendo Jesús que había llegado la hora…, Y explica: ...de pasar de este mundo al Padre". Juan, sin negar el realismo de los sufrimientos de la pasión, los ve como el camino necesario para volver a la gloria de que disfrutaba, cerca del Padre, antes de la Encarnación, Dice de Jesús, antes de lavar los pies a los discípulos: "Sabiendo que venía de Dios y a Dios volvía..., y en el discurso de aquella cena. "Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre" (16,28).

El evangelista proclama el sentido del relato de la Pasión que vendrá después, el amor infinito de Jesús al entregarse por nosotros: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo". El Padre del cielo había dado muchas pruebas de su amor por todos los hombres y mujeres que ha creado, pero la máxima revelación del amor de Dios es la Pasión. Dice san Pablo: "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Romanos 5,8).

Entregarse por amor. Si durante esta semana seguimos día a día y hora a hora todo lo que Jesús hizo y dijo, esta noche nos tocaría leer todo el sermón o discurso de la Cena, pero se alargaría demasiado la celebración, de por sí suficientemente densa en textos y ritos. Lo iremos escuchando y meditando en diferentes fragmentos durante los domingos después de Pascua. También es el momento de la institución de la Eucaristía, y por eso hemos escuchado el relato de la primera carta de san Pablo a los corintios.

Pero el rito más característico del Jueves santo es el mandato, el lavatorio de pies. Así como después de instituir la Eucaristía dijo: "Hagan esto en memoria mía", después de lavarles los pies también les dijo: "¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? [...] También ustedes deben lavarse los pies unos a otros; les he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con ustedes, ustedes también lo hagan". Al lavar los pies de los discípulos —un servicio propio de esclavos—, Jesús expresaba que se quería entregar completamente, hasta la muerte, a todos nosotros, los hombres y mujeres de todos los tiempos.

Aquel gesto precedió la donación sacramental que esa misma noche hizo de su Cuerpo y de su Sangre: el PAN partido y repartido, la COPA derramada hasta el final. Y el signo eucarístico simbolizaba la donación cruenta que se consumaría en la cruz a la mañana siguiente. Por eso hoy es el día del amor fraterno, porque el amor de Cristo nos urge a entregarnos a nuestros hermanos. No solo a ayudarlos, sino a amarlos como Jesús nos ha amado.

Sugerencias...

La celebración del misterio pascual, centro y vértice de la historia de la salvación, se abre con la Misa vespertina del jueves santo, que conmemora la Cena del Señor.

Todas las lecturas se centran en el tema de la cena pascual. El tramo del Éxodo (12, 1-8; 1 1-14) nos recuerda la antigua institución, establecida cuando Dios ordenó a los Hebreos que inmolasen en cada familia «un animal sin defecto [macho, de un año, cordero o cabrito]», que rociasen con la sangre los dos postes y el dintel de las casas para librarse del exterminio de los primogénitos, y que lo comiesen a toda prisa y en atuendo de caminantes. En aquella misma noche, preservados por la sangre del cordero y nutridos con sus carnes, iniciarían la marcha hacia la tierra prometida. El rito había de repetirse cada año en recuerdo de tal hecho. «Es la Pascua [fiesta] en honor del Señor» (Ex 12, 11), que conmemora «el Paso del Señor» por en medio de Israel para liberarlo de la esclavitud de Egipto.

Jesús elige la celebración de la pascua judía para instituir la nueva, su Pascua, en la que Él es el verdadero «cordero sin defecto» inmolado y consumado por la salvación del mundo. Y desde el momento en que se sienta a la mesa con los suyos, inicia el nuevo rito, «El Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo —se lee en la segunda lectura (1Cor 1 1, 23-26)— tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes..." Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: "Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre"». Aquel pan milagrosamente trasformado en el Cuerpo de Cristo y aquel cáliz que ya no contiene vino, sino la Sangre de Cristo, ambos ofrecidos, pero separadamente ofrecidos, eran, en aquella noche, el anuncio y anticipo de la muerte del Señor, en la que derramaría toda su Sangre, y son hoy su vivo memorial.

«Hagan esto en memoria mía». Bajo esta luz presenta san Pablo la Eucaristía cuando dice: «cada vez que comen de este pan y beben del cáliz, proclaman la muerte del Señor». La Eucaristía es «pan vivo» que da la vida eterna a los hombres (Jn 6, 51), porque es el «memorial» de la muerte de Cristo, porque es su Cuerpo «entregado» en sacrificio, y es su Sangre «derramada por todos para el perdón de los pecados» (Lc 22, 19; Mt 26, 28). Nutridos con el Cuerpo de Cristo y lavados con su Sangre, los hombres podemos soportar las asperezas del viaje terreno, pasar de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios, de la travesía fatigosa del desierto a la tierra prometida: la casa del Padre.

«Tomen y coman todos de él, porque esto es mi Cuerpo. Tomen y beban todos de él, porque este es el cáliz de mi Sangre» (MR). Si la costumbre hubiera amortiguado en los creyentes la vitalidad de la fe, la Liturgia de este día les invita a reavivarse, a penetrar con la más profunda y amorosa de las miradas la inefable realidad del misterio que se realizó por vez primera en el cenáculo ante las miradas atónitas (asombrados) de los discípulos y que hoy se renueva del mismo modo concreto que entonces, sigue siendo el Señor Jesús quien, en la persona de su ministro, realiza el gesto consecratorio, y hoy, aniversario de la institución de la Eucaristía y vigilia de la muerte del Señor, todo eso adquiere una actualidad impresionante.

Jesús «habiendo amado a los suyos... los amó hasta el extremo», dice Juan prologando el relato de la última cena (Jn 13, 1-15); «en la noche en que iban a entregarlo», precisa Pablo refiriendo la institución de la Eucaristía. Tremendo contraste: por parte de Cristo, el amor infinito, «hasta el extremo», hasta la muerte; por parte de los hombres, la traición, la negación, el abandono. La Eucaristía es la respuesta que da el Señor a la traición de sus criaturas. Parece estar impaciente por salvar a los hombres, tan débiles y perjuros, y anticipa místicamente su muerte ofreciéndoles como nutrimento ese cuerpo que en breve sacrificará en la cruz y esa sangre que derramará hasta la última gota. Y si dentro de pocas horas la muerte le arrebatará de la tierra, en la Eucaristía, sin embargo, se perpetuará su presencia viva y real hasta el fin de los siglos.

Pero juntamente con el sacramento del amor, Jesús deja a la Iglesia el testamento del amor: su «mandato nuevo». De repente, los Doce ven que el Maestro se arrodilla delante de ellos en la actitud de un siervo: «echa agua en la palangana y se pone a lavarles los pies a los discípulos». La escena se concluye con una advertencia: «Pues si yo, el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros». No se trata tanto de imitar el gesto material, cuanto la actitud de humildad sincera en las relaciones recíprocas, considerándose y comportándose los unos como siervos de los demás. Sólo esta humildad hace posible el cumplimiento del precepto que Jesús está a punto de dar; «Les doy el mandato nuevo: que se amen entre ustedes (mutuamente) como yo los he amado» (ib 34), El lavatorio de los pies, la institución de la Eucaristía, la muerte de cruz, indican cómo y hasta qué punto hay que amar a los hermanos para realizar y hacer verdad el precepto del Señor.

martes, 19 de marzo de 2024

HOMILIA Domingo de RAMOS en la PASIÓN DEL SEÑOR cB (24 de marzo 2024)

 Domingo de RAMOS en la PASIÓN DEL SEÑOR cB (24 de marzo 2024)

Primera: Isaías 50, 4-7; Salmo: Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; Segunda: Filipenses 2, 6-11; Evangelio: Marcos 14, 1 – 15, 47

Nexo entre las LECTURAS

La liturgia de hoy nos ayuda a ‘entrar’ en el misterio de la entrega y sufrimiento de Jesucristo por la salvación de muchos. “En su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (2 L). En los labios de Jesús hemos escuchado: "Abba, Padre. Todo te es posible. Aparta de mí esta copa de amargura. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres Tú" (Evangelio). Siglos antes, el siervo de Yahvéh, figura de Jesucristo, había pronunciado proféticamente estas palabras: “El Señor me ha abierto el oído, y yo no me he resistido ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, mi mejilla a los que mesaban mi barba; no volví la cara ante los insultos y salivazos” (1 L).

Temas...

Nuestra confesión de fe: Jesús es el Hijo de Dios. Con la celebración de este Domingo empezamos los días santos, para los que nos hemos ido preparando durante toda la Cuaresma. Y hoy nuestra atención debe estar en este relato de la pasión y muerte del Señor que acabamos de proclamar. Su meditación debería hacer que surgiese de nuestro corazón aquella misma profesión de fe del centurión ante Jesús clavado en la cruz: "Realmente este hombre era Hijo de Dios". Todo el relato de la pasión según Marcos lleva a este acto de fe.

La pasión de Jesús: una escuela de fe y de humanidad. Cada paso, cada momento, cada gesto y palabra de Jesús en su pasión es una lección de fe y de humanidad para nosotros; es un descubrimiento del sentido que podemos dar a la vida; es un acto de fe en Dios que, aunque el misterio del mal y de la muerte nos rodee por todos lados, nos acompaña en todo momento, no nos deja de amar nunca y nos libra del mal. La pasión y la muerte de Jesús nos despierta a la vez la solidaridad por tantas y tantas personas, tantos y tantos pueblos y colectivos que han vivido y viven ahora en su propia carne esta pasión y muerte.

En Getsemaní, Jesús vive la tentación del miedo, de no encontrar sentido a la prueba que se le echa encima, la tentación de claudicar. Nos enseña a asumir toda realidad sufriente con la confianza de tener siempre en nosotros el Espíritu de Dios que nos da fuerza en el momento de la prueba.

Aquella noche Jesús comparte con muchos pueblos de la tierra, con muchos hombres y mujeres de nuestra historia, la pérdida de la libertad, la pérdida de sus derechos, la traición, el abandono, la infidelidad de los amigos, fruto de tantos miedos a la fidelidad de las personas, a dar la vida por los demás. Y nos dice que se encuentra del lado de los que como él pasan y deben pasar por las mismas experiencias.

A Jesús se le quita la dignidad y la vida, es equiparado a un delincuente, es torturado, burlado y asesinado, como tantos otros que ayer y hoy siguen su misma suerte y como él no han claudicado. Cuando los demás se niegan a dar la cara por él, Jesús se mantiene firme, da testimonio de sí mismo y de su misión.

Cada personaje que aparece en la pasión de Jesús es imagen de cada uno de nosotros, es modelo de las posibles actitudes existentes en nosotros ante el hermano, es modelo de humanidad o de deshumanización: abandono por parte de los discípulos; traición de Judas y desesperación; uso de la violencia, negación y arrepentimiento de Pedro; burla, prepotencia y abuso de poder de los sacerdotes y autoridades; presencia amorosa e impotente por parte de las mujeres; indiferencia y frialdad de los ejecutores; insulto de los que pasaban y de los mismos condenados como él; fe por parte del centurión; veneración servicial de José de Arimatea.

La Eucaristía, comunión con Jesús sufriente y con todos los sufrientes. En la Eucaristía tenemos a este Jesús entregado a la muerte, que se nos da a todos, que nos ama dándose. Que la contemplación y la comunión con Jesús en su camino hacia la cruz nos lleve a la contemplación y comunión con todas las pasiones existentes en nuestro mundo; al acto de fe en Dios que salva a su Hijo y nos salva en Jesús, porque nos ama en él y en cada sufriente. De esta profesión de fe nace la Iglesia.

Sugerencias...

Una soledad acompañada. En la actual sociedad no son pocas las personas que viven en soledad y la sienten como una pesada losa sobre sus vidas, a pesar de la multiplicación increíble de los medios de comunicación que se han desarrollado. Los ancianos que se sienten solos, abandonados quizás por su misma familia. Los niños huérfanos, y los abandonados por sus padres a la puerta de un hospital o en el atrio de una Iglesia (y en el mismísimo aborto). Los mendigos que carecen de familia y de techo bajo el cual cobijarse. Los jóvenes que viven "solos" y no pocas veces con angustia los primeros problemas de la existencia: el vacío de sentido, la imposibilidad de un trabajo, la angustia ante el futuro, el escape fugaz y engañoso de la droga, el sexo, el alcohol... La soledad de los inmigrantes, arrancados de sus raíces culturales, de su patria y familia, y no pocas veces maltratados (Catequesis del Papa en las audiencias de los miércoles). Estos solitarios forzados, y todos los demás que pueda haber en nuestro ambiente, tienen que hallar en los cristianos una compañía buena y sincera, una acogida fraterna, una ayuda eficaz, una solidaridad abierta e incluso contra corriente, una compasión verdaderamente cordial. Sepan además éstos solitarios forzados que Jesucristo les acompaña en su soledad y en cierta manera la vive y comparte con ellos; no sólo eso, sino que también Cristo asume y redime su soledad con la suya propia a lo largo de la pasión y muerte en la cruz. Cristo en su gran soledad desde la Cruz se supo acompañado misteriosamente por el Padre, por su madre María, por las santas mujeres... En la más inclemente soledad el hombre ha de saber que alguien le acompaña y reza por él, que Alguien está a su lado.

Confianza en el dolor. Es una de las maravillosas enseñanzas que Jesucristo nos deja sobre el Gólgota. Él ha sufrido y en medio del sufrimiento, ha confiado. A quien cree, el dolor no le hace perder la confianza. Cuando sufres, ¿cómo reaccionas? Dime cómo sufres, y te diré quién eres. A quienes somos cristianos, nos ilumine la actitud confiada de Cristo en su Padre celestial y de cara al futuro. Nos sostenga la bienaventurada Virgen María, que estuvo de pie al pie de la Cruz.

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lunes, 26 de febrero de 2024

HOMILIA Tercer Domingo de CUARESMA cB (04 de marzo 2024)


 Tercer Domingo de CUARESMA cB (04 de marzo 2024)

Primera: Éxodo 20, 1-17; Salmo: Sal 18, 8-11; Segunda: 1 Corintios 1, 22-25; Evangelio: Juan 2, 13-25

Nexo entre las LECTURAS

“Nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (2 lectura). En esta expresión puede resumirse el mensaje central de la Liturgia de este Domingo –tercero de cuaresma–. Fuerza y sabiduría de Dios manifestada en Cristo glorificado que superan y perfeccionan la fuerza y sabiduría de Dios manifestado en el Decálogo (1 lectura). Fuerza y sabiduría de Dios que instauran un nuevo templo y un nuevo culto, situado no ya en un lugar, cuanto en una persona (‘Él hablaba del templo de su cuerpo’): Cristo crucificado, muerto y resucitado en quien la relación entre Dios y el hombre alcanza su plenitud y su esperanza.

Temas...

Un signo profético de Jesús. A medio camino de la Cuaresma nos hallamos hoy con un hecho sorprendente de la vida de Jesús: la expulsión de los vendedores (en el) del templo. Es un gesto que nos extraña en Jesús, porque es un gesto ‘violento’; aunque vemos también que no está provocado por la venganza, sino por el celo hacia el verdadero templo de Dios, hacia su Padre.

Se trata, por una parte, de una crítica al mercantilismo en el que cayó el culto religioso de Israel, y en el que caen también tantas veces nuestros lugares de culto y nuestras estructuras religiosas con sus tentaciones de lucro y de favorecer el provecho propio. ¡Cuántas mesas debería hoy volcar Jesús en nuestras iglesias! y en nuestros corazones.

Y por otra parte, se trata también de un gesto profético y significativo: anuncia otra clase de templo, un culto vivo y espiritual. Con un trasfondo pascual se nos permite penetrar más en el conocimiento de Jesús, en el significado y vivencia de su muerte y resurrección: Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré. Afirma el evangelista san Juan: Él hablaba del templo de su cuerpo. Con estas palabras Jesús anuncia su muerte y su resurrección. A partir de ahora, su cuerpo, su humanidad reconstruida, glorificada, resucitada se constituye en el verdadero templo de Dios, el lugar de encuentro con él.

Cada persona es un lugar de encuentro con Dios. A partir de la muerte y resurrección de Jesús, su vida, su Espíritu se difunde por el universo entero, en el corazón de la humanidad y en el de cada persona. Todo “se convierte’ en sagrado, digno de respeto, de admiración, de contemplación, de amor; digno de que entremos en relación, pues todo rebosa de Dios, en todo se le puede encontrar. Él está en el corazón de cada persona; en la relación cordial con cada persona podemos vivir la fe, el encuentro con Jesús. Ahí podemos experimentar su presencia, le podemos escuchar a partir de la palabra del hermano. Este ha de ser, pues, el verdadero culto que debemos rendir a Dios, como muchas veces nos invita el Papa Francisco.

¿Hasta qué punto valoramos y tratamos así toda la realidad y a cada persona? ¿Hasta qué punto las cosas que tenemos y usamos, las personas con las que nos relacionamos nos conducen a Dios, nos ayudan a descubrirlo? Aquel celo que movía a Jesús en favor del templo de Dios, ¿lo traducimos nosotros en un celo en favor de Jesús, de los demás y del mundo en que vivimos? ¡Cuántos templos, cuántas personas arrinconadas, maltratadas, profanadas, destruidas que claman nuestro celo! Jesús ha sido capaz de dar la vida en favor de todos estos templos. ¿Sabemos reaccionar debidamente ante tanto maltrato dado a personas y cosas?

La comunidad, cuerpo de Cristo, templo de Dios. San Pablo recordaba también a la comunidad cristiana de Corinto que ella era el templo de Dios, el cuerpo de Cristo: Ustedes forman el cuerpo de Cristo (1 Cor 3,16). Hemos de ir creciendo en conciencia comunitaria. Tenemos muy claro lo que somos como individuos, pero dar signos, vivir y expresar que somos comunidad, ¡eso nos cuesta más! Y una nueva manera de presencia de Dios se da a través de la comunidad, de la iglesia. Deberíamos preguntarnos si nuestra Iglesia, nuestras pequeñas comunidades son para la sociedad de hoy, para nuestros pueblos y barrios, espacios tangibles y transparentes de presencia de Dios.

No siempre queda esto claro ante nosotros ni ante el mundo. Nuestras comunidades, por lo que comportan de relaciones fraternas, de trabajo en común, de servicio al hombre y a la mujer de nuestro mundo, debieran ser signos visibles de solidaridad, de amor, de felicidad. Debieran ser testimonio de Jesús, de su espíritu que llena la realidad entera. Nuestro mundo necesita de estos espacios en que sea posible encontrar a Dios. En la medida que una comunidad vive y crece en fraternidad y en solidaridad, está construyendo en medio del mundo el templo de Dios.

La Eucaristía, lugar de encuentro con Dios. Que la Eucaristía que estamos celebrando impulse nuestra vida comunitaria. Descubramos en ella la presencia del Señor resucitado, verdadero templo de Dios. En Jesucristo encontraremos a Dios y entraremos en comunión de vida con él. Que la Eucaristía de hoy nos haga más iglesia, templos de Dios, lugar de encuentro con él.

Sugerencias...

EXIGENCIA. La lectura del decálogo y las amenazas que en él se encuentran debería llevar a una consideración importante: Dios es exigente. Ser creyente –formar parte del pueblo de Dios– implica una fidelidad trabajada en un estilo de vida virtuoso. La Cuaresma es una llamada a revisar cómo vivimos ese estilo de vida. Marcarse algún objetivo de conversión en algunos puntos concretos de modo que la renovación de las promesas del bautismo en la Vigilia Pascual sea algo auténtico.

La segunda lectura de hoy (y el evangelio) pueden completar adecuadamente la reflexión sobre esta exigencia. Jesús es el que ha vivido plenamente según el criterio básico de la Ley: considerando a Dios como Único y Absoluto. Viviendo así, el cristiano, fundamentándose sólo en Dios y no en exhibiciones de poder o de sabiduría, chocará con este mundo que se fundamenta en el relativismo. Unámonos a Cristo que es Camino, Verdad y Vida. Unámonos a María, la Madre de Jesús y Madre nuestra.

JESÚS, EL ÚNICO TEMPLO. El evangelio de hoy habla ya directamente de la muerte y resurrección de Jesús. Juan, colocando esta escena al principio de su evangelio (al contrario de los sinópticos, en que aparece inmediatamente antes de la pasión) quiere dejar claro que la muerte–resurrección muestra el sentido pleno de todo lo que Jesús decía y hacía desde el principio (desde que “la Palabra se hizo carne”).

Además, el evangelio, muestra que los hombres han buscado relacionarse con el Dios lejano por medio de determinados actos u objetos: las ofrendas, los templos, etc. Pero estas mediaciones dejan siempre una gran distancia, y con facilidad pueden conducir a la hipocresía. Jesús proclama hoy que hay ya un camino nuevo, verdadero y pleno: un Camino que no es un acto o un objeto sino una Persona, la vida concreta de una Persona, y estamos llamados a vivir en comunión con Él, que es el Centro (Cfr.: Papa Francisco).

MEDIACIÓN. Jesús mediador, la vida humana mediadora. La vida y la persona de Jesucristo (y su vida entregada definitivamente en la cruz) es el único camino de acercamiento al Padre. Y esto significa para el creyente: fe, abandono y confianza en Jesucristo, y trabajo espiritual diario por convertir –con la ayuda de Su gracia– la propia vida en una imagen de la de Jesús.

¿Y los sacramentos? ¿Y los actos religiosos? El mediador con el Padre es el Verbo hecho carne, Jesucristo. Para el pueblo de Israel, el templo podía entenderse como el camino hacia Dios. Para nosotros, el único camino hacia Dios es Jesucristo y… la Iglesia, los sacramentos, los actos religiosos, la piedad popular, son medios (cada uno con su dignidad propia) dados por Él para que nosotros, en estado de peregrinación, crezcamos en comunión con Él y, amando y sirviendo, alcancemos la Jerusalén Celestial. Por todo esto necesitaremos siempre la verdadera purificación, porque muy fácilmente podemos desviarnos del verdadero sentido de la mediación eclesial (cfr.: Evangelii Gaudium).

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lunes, 22 de enero de 2024

HOMILIA Cuarto Domingo del TIEMPO ORDINARIO B (28 de enero 2024) Gentileza P.Angel

Cuarto Domingo del TIEMPO ORDINARIO B (28 de enero 2024) Primera: Deuteronomio 18, 15-20; Salmo: Sal 94, 1-2. 6-9; Segunda: 1Corintios 7, 32-35; Evangelio: Marcos 1, 21-28 Nexo entre las LECTURAS "Enseñar", "enseñanza" son expresiones frecuentes en los textos de la liturgia de este cuarto Domingo del Tiempo Ordinario. Jesús es presentado por san Marcos como el Maestro "que enseña con autoridad", "una enseñanza nueva" (E). No es una enseñanza cualquiera, sino la de un profeta, al estilo de Moisés, figura e imagen del profetismo en la mente de los israelitas, maestro y forjador de su pueblo (1 L). San Pablo, como profeta del Nuevo Testamento, imparte a los corintios su enseñanza sobre la dignidad humana, del matrimonio y del celibato, estados y caminos para vivir la dedicación y entrega al apostolado en la Comunidad eclesial (2 L). Esta enseñanza profética, nueva y dada con autoridad, se dirige al hombre para que la acoja y sea receptor activo de su eficacia (cfr.: catequesis del Papa, enero 2015). El salmo responsorial pone en nuestros labios, con palabras inspiradas por Dios, las actitudes que han de brotar de nuestro corazón ante las palabras de vida de Jesús. El salmo nos impulsa a cantar el deseo de escuchar la voz de aquel que Dios nos ha enviado "en su nombre", la voz de aquel que es, para nosotros, la Roca que nos salva. Por eso, conocedores de a quién estamos escuchando, al hacerlo nace en nosotros un deseo de alabanza y de adoración. Escuchamos a Cristo, al tiempo que alabamos a Dios, quien se nos revela en su Hijo, y reconociendo la divinidad de aquel que nos habla: el Hijo único del Padre. La voz de Jesús nos invita, pues, a esforzarnos a no endurecer nuestros corazones, a esforzarnos para convertirlos en la tierra apropiada en la que Dios haga fecundar la palabra que él mismo ha sembrado. Temas... 1. En el evangelio, con motivo de la expulsión de un demonio, se reconoce que la enseñanza de Jesús es una enseñanza totalmente «nueva», un «enseñar con autoridad» ante el que todos los circunstantes se quedan «pasmados». Estos ven la prueba de esta novedad en la expulsión del espíritu inmundo, pero ésta es a lo sumo la confirmación de su autoridad, no su enseñanza. Lo auténticamente decisivo aparece al principio del evangelio: Jesús enseña en la sinagoga, y los presentes se quedaron «asombrados de su enseñanza». En su misma enseñanza se percibe ya la «autoridad divina» que la distingue de la enseñanza de los «letrados». Lo que la nueva enseñanza exige es un radicalismo en la obediencia a Dios totalmente distinto del rigorismo en el cumplimiento de la ley exigido por los letrados. Este radicalismo no exige en absoluto una huida del mundo, tal y como la practicaban por ejemplo los miembros de la secta de Qumrán, sino, en medio del mundo, de su trabajo y de sus penalidades, una vida indivisa para Dios y conforme a su mandamiento. Este mandamiento que Jesús explica a los hombres es a la vez infinitamente simple e infinitamente exigente; posteriormente Jesús lo repetirá constantemente: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Eso significan la Ley y los Profetas (Mt 7,12). Esta es la perfección que el hombre puede alcanzar y en la que puede y debe parecerse al Padre celeste (cfr. Mt 5,48). Aquí sólo hay totalidad, no hay lugar para la división. 2. Pablo, en la segunda lectura, tiende al mismo radicalismo. Aunque aparentemente distingue dos categorías de hombres: los célibes, que se preocupan de los «asuntos del Señor», y los casados, que se preocupan de los «asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer», ciertamente no quiere (como muestran sus textos parenéticos sobre la vida doméstica) proscribir el matrimonio o las profesiones del siglo, sino a lo sumo mostrar lo que se observa habitualmente en la gente de mundo. Puede conceder al celibato una cierta preeminencia («a todos les desearía que vivieran como yo»: 1 Co 7,7), más inmediatamente añade: «Pero cada cual tiene el don particular que Dios le ha dado», gracias al cual es perfectamente posible, incluso dentro del mundo y en la vida matrimonial, servir a Dios y amar al prójimo indivisiblemente. Ciertamente en muchos casos cabe preguntarse si esto es más fácil en el estado de los consejos evangélicos que en un matrimonio cristiano correctamente vivido. Las cartas pastorales se oponen a los que «prohíben el matrimonio» (1 Tm 4,3); no: "Todo lo que Dios ha creado es bueno". 3. A esta doctrina definitiva de Jesús, en la que se resume todo con perfecta simplicidad, se refiere ya Moisés anticipadamente cuando habla, en la primera lectura, del profeta que ha de venir, del que Dios dice: «Suscitaré un profeta... Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande». El Señor lo suscitará como cumplimiento de todo lo iniciado en la Antigua Alianza. A él será, por tanto, al que haya que escuchar en todo Sugerencias... Palabra viva y vivificadora. En el gran mercado de la ‘palabra’ hoy existente y agobiante (medios de comunicación, ley de medios, redes sociales…), no es fácil encontrar una palabra viva y vivificadora. ¡Cuántas palabras, cuántas "enseñanzas", cuántas noticias llegan hoy al oído del hombre, del cristiano! Entre todos esos millones de palabras: ¿dónde está la Palabra que da vida y alimenta el alma cada día? El maestro cristiano -el sacerdote, el docente y profesor, el padre de familia catequista y el catequista, discípulo-misionero...-, actualizando la enseñanza de Jesucristo debe decir palabras vivas, palabras con fuerza de eternidad, que no pasen, sino que perduren y den sentido y sirvan de purificación de los millones de otras palabras escuchadas. Ante esta realidad tan estupenda, uno siente la tentación de preguntarse ¿por qué a veces son tan aburridas las clases de religión o las homilías dominicales? ¿Qué estamos haciendo con la Palabra Viva? ¿Por qué, siendo viva, no logra vivificar el corazón del predicador cristiano y del oyente y hasta el del pecador? Algo está pasando que hace de la Palabra viva y eficaz una palabra quizá estéril y muerta, o al menos sin garra o impulso vital y transformador. Oremos todos para que los maestros de la Palabra lleven siempre en sus labios y en su corazón la Palabra de Vida (cfr.: Papa Francisco). Actitud ante el Maestro. Cuando la palabra del maestro no es viva ni vivificante, no podemos esperar otra actitud sino el aburrimiento y el rechazo. Esto es evidente. Pero, ¿por qué, incluso cuando la palabra está llena de vida e infunde vida, no es escuchada ni acogida? Ya Jesús tuvo que afrontar este rechazo de su Palabra, porque los hombres encontraban "duras" sus enseñanzas. Y Pablo, ¿no tuvo acaso que hacer frente a tantos que no mostraban interés por su evangelio o simplemente lo rechazaban? No nos debe extrañar que la Palabra Viva sea como una espada que divide a los hombres entre quienes la acogen o la rechazan. La Palabra Viva se escucha en la libertad y para hacer hombres libres, pero hay quienes eligen ejercer su libre albedrío rechazando la fuente de la libertad. La Palabra Viva es como una semilla que cae en tierra… que a veces es buena, y en otras oportunidades está dura, no tiene profundidad, está repleta de hierbas y yuyos. Pidamos a Dios que con su gracia limpie y cultive su campo –la Iglesia y el corazón de cada uno– de modo que los hombres aceptemos la Palabra Viva para que dé, en nuestro corazón y en nuestras obras, frutos abundantes como en la Santísima Virgen María. Virgen de la Escucha y de la Palabra y de la Obediencia, ruega por nosotros.

lunes, 15 de enero de 2024

HOMILIA Tercer Domingo del TIEMPO ORDINARIO cB (21 de enero 2024)

(IMAGEN DE IGLESIAACTUALIDAD) 5to Domingo de la Palabra de Dios, jornada instituida por el Papa Francisco. El lema de esta edición está tomado del Evangelio de Juan: "Permaneced en mi Palabra" (Jn 8,31) Primera: Jonás 3,1-5.10; Salmo: Sal 24, 4-5a. 6. 7b-9; Segunda: 1Corintios 7, 29-31; Evangelio: Marcos 1, 14-20 Nexo entre las LECTURAS Convertirse, esta puede ser la clave (nexo) de este Domingo. Los ninivitas, ante la predicación amenazante de Jonás, hacen penitencia y se convierten. Jesús, según el evangelio de Marcos, comienza su predicación en Galilea invitando a la conversión: "Conviértanse y crean en el Evangelio". En la segunda lectura se nos señalan las consecuencias de la verdadera conversión, porque el verdadero convertido vive con la conciencia de que la apariencia de este mundo pasa. El tema de los tres textos es, además, la urgencia de la conversión; ya no hay tiempo para nada más. Temas... Nuestra vida consiste en crecer sin parar. A lo largo de nuestra existencia quedamos sometidos a muchos cambios. Los que somos mayores podemos pensar, por ejemplo, en cómo éramos cuando teníamos diez, veinte, treinta años. Miren las diferencias con la situación actual. Los más jóvenes, seguro que tienen proyectos de futuro. Seguro que su vida de aquí a diez o veinte años será muy distinta a la actual. Dios nos libre de permanecer siempre como ahora. Por desgracia, alguna vez los cambios son para empeorar. Pero normalmente son para crecer, para ir a más, Incluso entre los ancianos. Recordemos aquel dicho de san Pablo: mientras nuestras fuerzas corporales decrecen, nuestro espíritu crece y se enriquece cada día más. Convertirse es crecer. Todas las lecturas bíblicas de hoy, cada una en un contexto diferente, coinciden en esta necesidad de promover el cambio positivo. Del pasar de lo peor a lo que es mejor. Tanto en el libro de Jonás como en el evangelio hallamos una invitación a convertirse, a pasar del pecado a la amistad con Dios. En cuanto a la carta de Pablo, por más que la palabra "convertirse" no salga, sí que está presente el concepto. Convertirse es cambiar de manera de pensar. Y san Pablo nos invita a relativizar las cosas de este mundo, incluso aquellas que son buenas. Porque este mundo que contemplamos con nuestros ojos pasa rápido y los bienes que intuimos con la fe y la esperanza, son inmensamente mejores. Los apóstoles crecen al cambiar de oficio. Así lo entendieron los cuatro primeros apóstoles de Jesús, todos ellos pescadores en el lago de Galilea, Por un lado, los hermanos Pedro y Andrés, y por otro Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. De tener tan sólo el evangelio de Marcos, que hemos leído hoy, nos podría extrañar que, después de una indicación tan sencilla de Jesús, fueran capaces de dejarlo todo tan rápidamente para cambiar de vida de modo tan radical, Pero hemos de tener en cuenta que en el evangelio de Juan consta aquella escena que leímos el pasado Domingo, que nos describe el primer encuentro de estos discípulos con Jesús, anterior a éste. Ya en aquella primera ocasión surgió su admiración hacia el maestro. Por tanto, no debe extrañarnos tal prontitud de respuesta a la invitación de Jesús a seguirle. La idea de seguirle dejándolo todo por él, había ido fermentando con fuerza en su interior. Andrés y Juan poseían una fuerte inquietud espiritual. Ya habían dejado temporalmente el trabajo para ir a escuchar a Juan Bautista. Si recuerdan, fue éste quien les señaló a Jesús como un maestro mejor que él mismo. La influencia de Cristo iría en aumento, mientras que el Bautista quedaría retirado definitivamente debido a las circunstancias conocidas por todos. Andrés fue quien convenció a su hermano Pedro y lo presentó a Jesús; mientras que fue Juan quien habló con entusiasmo de Jesús a su hermano Santiago. También nosotros hemos de ser apóstoles ¿Qué nos dice todo esto a los que ahora estamos aquí? Todos tenemos múltiples experiencias de cambios positivos en el transcurso de nuestra vida: hemos crecido en plenitud humana y, quizás también, en estabilidad y en bienestar material. O dicho con palabras del evangelio aplicadas a Jesús cuando era joven: hemos crecido en sabiduría, edad y gracia. Y, a la vez, como consecuencia de este progreso espiritual, hemos aprendido a relativizar los bienes de este mundo que pasa y hemos descubierto que la oferta del Reino de Dios que nos hace Jesús, es la mejor Buena Noticia que jamás hemos oído; y la aceptación del evangelio la mejor garantía de un mundo futuro feliz y para siempre. Si nuestra experiencia de Jesús es ésta, ¿por qué no hacemos como los primeros discípulos Andrés y Juan, que en seguida comunicaron su experiencia a sus hermanos Pedro y Santiago y, dejándolo todo, se convirtieron en apóstoles para transmitir esta Buena Noticia a todo el mundo? El apostolado laical. En tiempos pasados parecía que era necesario cambiar de trabajo, como los apóstoles, para convertirse en "pescadores de hombres". Pero los movimientos de espiritualidad surgidos, particularmente durante todo el siglo XX, empezando por la Acción Católica, nos han enseñado cómo, sin cambiar de oficio ni de residencia, sin hacerse sacerdote o misionero, los laicos pueden y deben también consagrarse al apostolado, Hemos de procurar que la tolerancia y el respeto a las demás religiones no haga disminuir nuestro espíritu apostólico. Apreciando los valores positivos que hay en los no creyentes o en los que profesan otras religiones, nuestra fe nos asegura que el camino marcado por Jesucristo es el mejor. Hemos de ayudar a los demás a crecer. Sugerencias La predicación de Jonás. La primera lectura ha sido motivo de sorpresa para muchos. Jonás invita a la ciudad de Nínive a la conversión: «Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada». La conversión se produce, la destrucción no. Está claro que lo que Dios quería era lograr esta conversión; en realidad la destrucción no le importaba. Y como se produjo la conversión deseada, no había necesidad de ninguna destrucción. Pero con la amenaza de destrucción Dios no pretende dar un simple susto a los habitantes de Nínive, la amenaza se pronuncia totalmente en serio y como tal la toman los ninivitas. Estos comprendieron quizá también su lado positivo: que Dios quiere siempre el bien y nunca la destrucción, y que solamente cuando no se produce la conversión, debe aniquilar el mal por amor al bien. -La indignación del profeta a causa de la inconstancia de Yahvé se debe al carácter más bien irónico del libro de Jonás: ¿Cómo puede un Dios amenazar con catástrofes y luego no llevarlas a cabo?- En la segunda lectura Pablo saca no pocas consecuencias de la brevedad del tiempo. No se trata de una «espera inminente», sino más bien del carácter general del tiempo terrestre. Este tiempo es de por sí tan apremiante que nadie puede instalarse en él cómoda y despreocupadamente. Todos los estados de vida en la Iglesia deben sacar las consecuencias; el apóstol se refiere aquí, más bien, solo a los fieles cristianos laicos: a todas sus actividades y formas de conducta se añade un coeficiente negativo: llorar, como si no se llorase; estar casado, como si no se tuviese mujer; comprar como si no se poseyera nada, etc. Todos los bienes que poseemos y necesitamos en este mundo debemos poseerlos y utilizarlos con una indiferencia tal que en cualquier momento podamos renunciar a ellos, porque el tiempo apremia y la frágil figura de este mundo se termina. Todo nuestro vivir es prestado y el tiempo nos ha sido dado con la condición de que en cualquier momento se nos puede privar de él. El evangelio muestra las consecuencias del plazo anunciado también por Jesús como «cumplido». Con este cumplimiento el reino de Dios se encuentra en el umbral del tiempo terrestre, y de este modo adquiere pleno sentido consagrarse enteramente, con toda la propia existencia, a esta realidad que comienza infaliblemente. Esto no se hace espontáneamente, se es llamado y equipado por Dios para ello. En este caso son cuatro los discípulos a los que Jesús invita a dejar su actividad mundana -y ellos obedecen a esta llamada sin hablar palabra- para ser equipados con la vocación que les corresponde en el reino de Dios: en lo sucesivo serán pescadores de hombres -pescar pueden ciertamente, ya que son pescadores de profesión-. Son, éstas, vocaciones ejemplares, pero no se trata propiamente de excepciones. También muchos cristianos que permanecen dentro de sus profesiones temporales son llamados al servicio del reino que Jesús anuncia; éstos fieles cristianos laicos necesitan, para poder seguir esta llamada, precisamente la indiferencia de la que hablaba Pablo en la segunda lectura. Al igual que los hijos de Zebedeo dejan a su padre y a los jornaleros para seguir a Jesús, así también el cristiano que permanece en el mundo debe dejar mucho de lo que le parece irrenunciable, si quiere seguir a Jesús seriamente. «El que pone la mano del arado y sigue mirando atrás, no vale-sirve para el reino de Dios» (cfr.: Lc 9,62). Miremos a la Virgen y tiernamente le pidamos que nos lleve a Jesús. El Año de la Oración Se espera que el Domingo de la Palabra, el Papa lance oficialmente el Año de la Oración, en preparación del Jubileo de 2025. Después de promover la reflexión sobre los documentos y el estudio de los frutos del Concilio Vaticano II en 2023, por voluntad del Papa Francisco, 2024 se dedicará, en las diócesis del mundo, a redescubrir la centralidad de la oración.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...