lunes, 16 de septiembre de 2013

ANGELUS DEL PAPA 14 DE SEPTIEMBRE

Queridos hermanos y hermanas. ¡Buenos días! En la Liturgia de hoy se lee el capítulo 15 del Evangelio de Lucas, que contiene las tres parábolas de la misericordia: la de la oveja perdida, la de la moneda perdida, y después la más amplia de todas las parábolas, típica de san Lucas, la del padre de los dos hijos, el hijo “pródigo” y el hijo que se cree justo. Que se cree santo. Todas estas tres parábolas hablan de la alegría de Dios. Dios es gozoso, es interesante esto, Dios es gozoso, y ¿cuál es la alegría de Dios? La alegría de Dios es perdonar, ¡la alegría de Dios es perdonar! Es la alegría de un pastor que encuentra a su ovejita; la alegría de una mujer que encuentra su moneda; es la alegría de un padre que vuelve a recibir en casa al hijo que se había perdido, que estaba como muerto y ha vuelto a la vida. Ha vuelto a casa. ¡Aquí está todo el Evangelio, aquí, eh, aquí está todo el Evangelio, está el Cristianismo! ¡Pero miren que no es sentimiento, no es “ostentación de buenos sentimientos”! Al contrario, la misericordia es la verdadera fuerza que puede salvar al hombre y al mundo del “cáncer” que es el pecado, el mal moral, el mal espiritual. Sólo el amor llena los vacíos, los abismos negativos que el mal abre en el corazón y en la historia. Sólo el amor puede hacer esto. Y ésta es la alegría de Dios. Jesús es todo misericordia, Jesús es todo amor: es Dios hecho hombre. Cada uno de nosotros, cada uno de nosotros es esa oveja perdida, esa moneda perdida, cada uno de nosotros es ese hijo que ha desperdiciado su propia libertad siguiendo ídolos falsos, espejismos de felicidad, y ha perdido todo. Pero Dios no nos olvida, el Padre no nos abandona jamás. Pero es un Padre paciente, nos espera siempre. Respeta nuestra libertad, pero permanece siempre fiel. Y cuando volvemos a Él, nos acoge como hijos, en su casa, porque no deja jamás, ni siquiera por un momento, de esperarnos, con amor. Y su corazón está de fiesta por cada hijo que vuelve. Está de fiesta porque es alegría. Dios tiene esta alegría, cuando uno de nosotros, pecadores, va a Él y pide su perdón. ¿Cuál es el peligro? Es que nosotros presumimos que somos justos, y juzgamos a los demás. Juzgamos también a Dios, porque pensamos que debería castigar a los pecadores, condenarlos a muerte, en lugar de perdonar. ¡Entonces sí que corremos el riesgo de permanecer fuera de la casa del Padre! Como ese hermano mayor de la parábola, que en lugar de estar contento porque su hermano ha vuelto, se enoja con el padre que lo ha recibido y hace fiesta. Si en nuestro corazón no hay misericordia, la alegría del perdón, no estamos en comunión con Dios, incluso si observamos todos los preceptos, porque es el amor el que salva, no la sola práctica de los preceptos. Es el amor por Dios y por el prójimo lo que da cumplimiento a todos los mandamientos. Y esto es el amor de Dios, su alegría, perdonar. Nos espera siempre. Quizá alguien tiene en su corazón algo grave, pero he hecho esto, he hecho aquello, Él te espera, Él es Padre. Siempre nos espera. Si nosotros vivimos según la ley del “ojo por ojo, diente por diente”, jamás salimos de la espiral del mal. El Maligno es astuto, y nos hace creer que con nuestra justicia humana podemos salvarnos y salvar al mundo. En realidad, ¡sólo la justicia de Dios nos puede salvar! Y la justicia de Dios se ha revelado en la Cruz: la Cruz es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre este mundo. ¿Pero cómo nos juzga Dios? ¡Dando la vida por nosotros! He aquí el acto supremo de justicia que ha vencido de una vez para siempre al Príncipe de este mundo; y este acto supremo de justicia es precisamente también el acto supremo de misericordia. Jesús nos llama a todos a seguir este camino: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso” (Lc 6, 36). Yo les pido una cosa ahora. En silencio, todos, pensemos, cada uno piense, en una persona con la que no estamos bien, con la cual estamos enojados y que no la queremos. Pensemos en esa persona y en silencio en este momento oremos por esta persona. Y seamos misericordiosos con esta persona. Invoquemos ahora la intercesión de María, Mater Misericordiae. radio vaticana

martes, 10 de septiembre de 2013

BUEN SAMARITANO

GRACIAS SITIO RELIGION EN LIBERTAD

VIDEO

GRACIAS AL SITIO RELIGION EN LIBERTAD

UN CORO DE MONJES QUE NO CANTAN

ACERCATE

Cada uno de nosotros somos como el Peter [Pedro] del vídeo, trasunto del Apóstol que negó a Cristo y fue luego confirmado por Él. «Tengo que irme por un tiempo. ¿Puedes esperar por mí? Cuando vuelva, puede que yo te resulte extraño. Aun así, ¿vendrás a Mí?», le dice Jesús al pequeño. Cuando asiente, le pide que se esconda tras una valla porque vienen a prenderle. «Le conoces. Estabas con Él», le dice el soldado al chico, quien niega tres veces y luego llora desolado. Al cabo de un tiempo Jesús regresa y, efectivamente, le resulta extraño: lleva una corona de espinas, está ensangrentado y deja un charco en el suelo. El Maestro desaparece, pero luego se siente su voz: «Niño, ¿me amas?», le pregunta tres veces, y con tres síes, como San Pedro, lava sus tres negaciones. «Acércate», oye Pedro entonces. Porque todo consiste en eso: en acercarse y tocar su sangre redentora para ser limpiado por ella. «Señor», reza la frase final, «en el pasado te negué y caminé lejos de ti muchas veces. Pero ahora sé que dejaste en mi corazón la marca indeleble de la cruz. A partir de ahora, la llevaré contigo». FUENTE RELIGION EN LIBERTAD

miércoles, 4 de septiembre de 2013

LA CURACION DEL BEBE DE MANUEL Y NATALIA

La curación del bebé de Manuel y Natalia deja sin palabras a los especialistas: fue la oración La curación del bebé de Manuel y Natalia deja sin palabras a los especialistas: fue la oración El pequeño Santiago con sus padres, Manuel y Natalia - la enfermedad los acercó a Dios Actualizado 3 septiembre 2013 Compartir: Acceder al RSS Añadir a Facebook Añadir a Twitter Añadir a del.icio.us Buscar en Technorati Añadir a Yahoo Enviar a Meneamé | Imprimir | Corregir | Enviar | Comentar 2 PortaLuz/ReL La bebé argentina rescatada de la morgue sigue viva porque actuó «la mano de Dios», dice la madre Una bebé pasa 3 horas muerta, está en la capilla del hospital: cuando vienen con el ataúd ¡vive! ¡Feliz nacimiento! 10 partos con milagros modernos oficialmente aprobados por la Iglesia En el mundo, de cada 10.000 seres humanos creciendo en el vientre materno, 2 desarrollan un tumor en el sistema linfático conocido como “Higroma Quístico Congénito”. Una evolución invasiva de este tumor, puede incluso ser causa de muerte. Ese era el riesgo al que se enfrentaba el pequeño Santiago, en Rancagua (Chile). Chile es el segundo país de América con mejores tasas de salud maternal, sólo por detrás de Canadá. Es un papel donde no se practica ningún aborto legal, y el ilegal es también escaso. Es un país de medicina perinatal avanzada y eficaz. Pero no sería suficiente. Padres devastados Los padres de Santiago recibieron la terrible noticia tras la ecografía practicada a Natalia entre el tercer y cuarto mes de embarazo. La madre, profesora de historia, y Manuel, el padre, profesor de Educación Física y microempresario, quedaron devastados. “Con Natalia, cuando nos casamos, nuestro gran anhelo era tener un hijo y lo intentamos en reiteradas oportunidades hasta que ella logró quedar embarazada”, cuenta Manuel Soto, el padre de Santiago. “Nos informaron -precisa Manuel-, que mi hijo tenía dos Higromas Quísticos Cervicales. Era como si tuviera dos cabezas en su espaldita. Ante tamaño diagnóstico se nos derrumbó el mundo. ¡No sabíamos qué hacer! ¡Nuestro hijo era completamente deseado, gestado en el amor!”. Diagnóstico ratificado varias veces Transcurría el año 2011 y ambos padres, residentes en la ciudad de Rancagua (Chile) iniciaron un periplo por clínicas privadas en la capital del país sudamericano. Pero la ciencia no tenía solución. “Hicimos muchos exámenes que los doctores nos solicitaron y en todos arrojaba que nuestro hijo nacería enfermo”, señala Manuel. Los jóvenes padres, ambos entonces de 26 años, retornaron a Rancagua con su médico de control, el doctor Hernán Mellafe, especialista ginecólogo y oncólogo, quien a la luz de los antecedentes terminó por ratificar el diagnóstico, recuerda Manuel. Santiago nacería con esta enfermedad. ¿Abortar en un país sin aborto? Como si el panorama no fuere lo bastante desolador “la guinda de la torta llegó cuando a alguien se le ocurrió decirnos una barbaridad… que si hubiere aborto terapéutico podríamos haber considerado ese camino”, recuerda con enfado el padre. Esto desbordó las resistencias de ambos progenitores y teniendo claro que la ciencia ya no tenía soluciones para su hijo, se aferraron a la única esperanza en la que sí podían confiar. Confortados por un sacerdote Retornando su voz a la calma, Manuel recuerda que “cuando estábamos más desolados nos acercamos a Dios y a la Iglesia”. Alguien les habló dice, de “Padre Luis”, y se fueron a buscarlo a la Parroquia Santísima Trinidad donde hasta hoy presta servicios como párroco [AQUÍ el Facebook de la parroquia, un poco desatendido; el sacerdote al que se refieren es el párroco, Luis Escobar Torrealba, que también es capellán en la cárcel]. “Tuvimos varios encuentros con él –señala el padre de Santiago- y nos confortaba diciéndonos que este tremendo dolor era una invitación a dar algo más de nosotros, que tuviéremos fe, que Dios algo nos iba a mostrar. Nos invitaba a rezar, a orar, a encomendarnos a Dios. Y eso fue lo que hicimos.”. Misas frecuentes, y oración de sanación Natalia avanzaba en su embarazo, sin faltar a los controles y exámenes de rigor. Manuel ocultando su angustia, dice, estaba siempre a su lado y así ambos, precisa, se aferraban a Dios, única esperanza. “Empezamos a ir siempre a misa, también a las eucaristías donde, al finalizar, el Padre Luis hace oración de sanación… nos reuníamos luego con él y siempre tenía para nosotros una palabra de aliento y bendición. También participábamos y recibíamos las gracias de personas generosas, conocidas y anónimas, que hacían cadenas de oración”. La ciencia del s.XXI asombrada El 4 de julio de 2011 es un día donde signos de vida y muerte se cruzarían dejando en silencio a la ciencia… “Fue un impacto maravilloso el nacimiento de Santiago… ¡porque nuestro hijo nació completamente sano, sin ningún problema! Al instante nos miramos con Natalia y sabíamos que esto era obra de Dios”, dice el emocionado y orgulloso padre. Luego del impacto inicial los esposos tomaron conciencia y hoy no dudan en proclamar su gratitud. “Esto que nos sucedió –dice Manuel– fue realmente un milagro. A quien le contamos llega a la misma conclusión”. Contrastando con expertos internacionales Pero su certeza no está sólo bien fundada en la evidencia de los exámenes durante el embarazo y la prueba irrefutable de salud al nacer el niño, quien hoy, en 2013, a sus dos años es un varón vigoroso, sano y feliz, “lleno de amor, encantador”, al decir de Manuel. Agrega este padre que hace algunos meses Natalia quedó embarazada nuevamente y acudieron donde el mismo doctor Hernán Mellafe. Al encontrarse en la consulta, el facultativo ratificó a estos padres su certeza del extraordinario acontecimiento ocurrido con Santiago. “Este médico –confidencia Manuel- nos dijo que había ido a un Congreso en Estados Unidos, donde se encontró con ginecólogos oncólogos, especialistas de casos como el que padeció mi hijo. Agregó que había llevado toda la información del caso de nuestro hijo y que junto a sus colegas concluyeron que la ciencia no podía explicar el cómo nuestro hijo podía haber nacido sano”. Por ello no sorprende la arenga final con que este dichoso padre finaliza su testimonio… “A quienes estén sumidos en el dolor por diagnósticos médicos devastadores o a quienes alguna vez les propongan abortar a sus bebés por favor opten por la vida… tengan esperanza, tengan fe, aférrense a Dios. Él es la única persona que nos puede sacar de nuestro dolor, de nuestra angustia. Perseveren, no se den por vencidos, oren; es la mejor medicina para nuestras vidas y familias.”

martes, 3 de septiembre de 2013

'No asesinemos al prójimo con chismes y habladurías "

El papa en Santa Marta: 'No asesinemos al prójimo con chismes y habladurías Donde está Dios no hay odio, envidia, celos ni tampoco los chismes o habladurías que 'asesinan' a los hermanos. Lo dijo hoy el papa Francisco en la homilía de su misa cotidiana en la residencia de Santa Marta, al retomar después de la pausa del verano europeo, la celebración de la santa misa con la presencia de grupos de personas y peregrinos. El encuentro de Jesús con sus compatriotas de Nazaret, como lo narra el evangelio de hoy, estuvo en el centro de la homilía. Francisco consideró que es una de las partes más dramáticas del evangelio en donde se puede ver cómo es nuestra alma, y como el viento puede hacerla girar hacia una parte o hacia otra. El santo padre recuerda que en Nazaret “todos esperaban a Jesús. Querían encontrarlo” porque “habían escuchado lo que Jesús había hecho en Cafarnaún y los milagros”. Y cuando inicia la ceremonia “le piden al huésped que lea el libro. Jesús lo hace y lee el libro del profeta Isaías que era un poco la profecía sobre Él y por ello concluye la lectura diciendo: «Hoy se cumple esta escritura que ustedes han escuchado»”. El papa recordó que después de una primera reacción positiva alguno movido por la polilla de la envidia comenzó a decir: “¿Dónde estudió éste? ¿No es el hijo de José? Y nosotros conocemos a toda su familia, ¿y en qué universidad estudió?”. Entonces pretendían que le hiciera un milagro: solamente después habrían creído. “Ellos querían el espectáculo”, pero “Jesús no era un artista”. Jesús no hizo milagros en Nazaret y subrayó la poca fe de quien pedía el “espectáculo”. Entonces comenzaron a empujarlo para tirarlo por un barranco “por celos, por envidia”. Pero no se trató de un evento de hace dos mil años atrás, evidenció el santo padre: “Esto sucede cada día, cada vez que se acoge a alguien hablando bien el primer día y después siempre menos hasta llegar a la habladuría, casi hasta “desollarlo”. Quien en una comunidad habla contra un hermano acaba por “querer asesinarlo” indicó el papa. “El apóstol Juan” recordó el santo padre “nos dice esto: quien en su corazón odia a su hermano es un homicida” y añadió: “Nosotros estamos acostumbrados a los chismes, a las habladurías” y muchas veces transformamos a nuestras comunidades y también a nuestra familia en un “infierno” en donde se manifiesta esta forma de criminalidad que lleva a “asesinar al hermano y a la hermana con la lengua”. “Para que haya paz en una comunidad -prosigue el papa- en una familia o en un país, en el mundo, tenemos que empezar a estar con el Señor. Porque donde está el Señor no hay envidia, no hay criminalidad, no hay celos, hay hermandad. Pidamos esto al Señor: nunca asesinar al prójimo con nuestra lengua y estar con el Señor, como estaremos todos nosotros en el cielo”. (fuentes Radio Vaticano y L'Osservatore Romano)

"Allí estaba Él"

Autor: P. Fernando Pascual "Allí estaba Él" La conversión de Manuel García Morente "Allí estaba Él" La conversión de Manuel García Morente Manuel García Morente nace el 22 de abril de 1886 en un pueblo de Andalucía. Su familia es profundamente católica. Llegado a la adolescencia, Manuel se niega a acompañar a los suyos a misa. Como explicación, dice simplemente que ha dejado de creer. Tiene una inteligencia profunda y viva. Le encanta la música. Aprende con rapidez a tocar el piano. Sus gustos intelectuales lo llevan a estudiar filosofía, en España, en Francia, en Alemania. En Francia le ofrecen una cátedra, pero prefiere volver a Madrid, donde inicia su carrera como profesor universitario. Su tema preferido es la ética. Dios, mientras tanto, parece haber quedado lejos, muy lejos... En 1913 se casa con Carmen García del Cid. Ella es profundamente religiosa, lo contrario de su esposo, pero logran un buen acuerdo matrimonial. Nacen dos hijas, María José y Carmen. Don Manuel no pone obstáculos para que su esposa pueda impartir la educación religiosa que desee a las hijas. Por su parte, él se mantiene lejos de la fe, y ella le respeta. Quizá en el fondo de su corazón espera que un día su marido cambie, pero ese día se retrasa muchos años. Llega una primera prueba para el famoso filósofo: en 1923 muere su esposa. García Morente lleva a María José, su hija mayor, al cementerio y la deja rezando junto a la tumba. Él se queda atrás, serio, absorto en sus ideas. Si la niña se distrae, su padre le dice: anda, reza por tu madre. España, en esos años, vive en un momento de turbulencia política. El profesor García Morente participa como subsecretario de educación en el gobierno del general Berenguer (1930). En 1931 inicia la República española, con sus tensiones y sus conflictos. María José se casa en 1934 con Ernesto Bonelli, un joven profundamente católico. Nacen dos hijos. Pero en agosto de 1936, un mes después de iniciar la guerra civil, Ernesto es asesinado, simplemente por ser católico. García Morente se encuentra en Madrid. Siente terror por la suerte de su hija y por sus dos nietos de 1 y 2 años. Consigue que traigan a la familia a Madrid. En su casa viven horas de angustia. Grupos de milicianos registran los edificios para llevarse a personas que luego son encarceladas o fusiladas. Los García Morente miran por la ventana, tiemblan cuando escuchan pasos por las escaleras, suspiran de alivio cuando los milicianos se detienen un piso abajo o un piso arriba. Las mujeres de la casa rezan con frecuencia en un cuarto, a escondidas. Don Manuel todavía no puede ni quiere rezar. ¿Y Dios? El 2 de octubre de 1936 un amigo avisa a García Morente de que van a asesinarle, y le pide que escape inmediatamente, sin la familia. García Morente consigue salir de Madrid y pasar a Francia. Se dirige a París, donde conoce a varios amigos. Pero está sin dinero, sin trabajo, sin la familia, lleno de dudas, de zozobras. En algún momento se asoma la idea de Dios por su cabeza, pero la rechaza: la vida es algo dirigido por fuerzas físicas ciegas, inconscientes. No existe ninguna providencia, ningún sentido a todo lo que ocurre. Morente busca trabajo. Llama a una y otra puerta. Nada. De repente, el trabajo llega a través de un amigo. Intenta, al mismo tiempo, tramitar el traslado de sus hijas y nietos de España a Francia. Nada. Todos sus esfuerzos fracasan una y otra vez. De nuevo, por sorpresa, un encuentro fortuito con una persona abre la posibilidad de sacar a la familia de Madrid. Morente intenta reflexionar sobre todo lo que está pasando. Su cabeza da vueltas y vueltas. Llega a la conclusión de que la vida es algo que no hacemos nosotros, que algo o alguien “nos la hace”. Sin embargo, esa vida nos pertenece, es algo nuestro, algo que cada uno vive intensamente. Pero Dios, ¿qué tiene que ver Dios con todo lo que pasa? Morente lleva más de 30 años rechazando cualquier religión. A lo sumo, sería posible pensar en un Dios filosófico, siempre lejano: un Dios que no tiene nada que ver con nuestras vidas. Si algún momento se le viene a la mente que tiene que rezar, que tiene que confiar en Dios, rechaza esta idea como pueril, como absurda: sus convicciones filosóficas cierran el paso a cualquier atisbo de fe. Llega el mes de abril de 1937. El día 29. Es de noche. En París. Ocurre algo especial. Morente llamará más tarde a esa experiencia como “El hecho extraordinario”. ¿Qué ocurre? Nos acercamos de puntillas a esa noche, desde un texto escrito en septiembre de 1940 por el mismo Morente a un sacerdote de confianza, Don José María García Lahiguera. El texto es bastante largo. García Morente explica primero la serie de acontecimientos que se suceden desde agosto de 1936 (asesinato de su yerno) hasta abril de 1937. Cuenta sus reflexiones, sus dudas, su angustia. Llega, por fin, a la noche del 29 de abril. Han pasado por su cabeza un cúmulo inmenso de reflexiones. Reconoce, por fin, que existe una providencia que da sentido a su vida, pero la ve, todavía, como una providencia fría, casi anónima. Dios sigue siendo un Dios filosófico, extraño. Don Manuel está sumamente tenso. Necesita relajarse, quiere estar un momento tranquilo. Enciende la radio y escucha algunas piezas de música francesa. No sabe que ese gesto será el inicio de un cambio radical. No sospecha todo lo que se va a producir en su corazón en unos momentos. Pero Alguien está cerca, muy cerca, y deja a Manuel encender la radio. Primero será su fantasía la que trabaje. Luego, ocurrirá algo extraordinario, inexplicable. Vamos por partes. Acaba la transmisión. Un cúmulo de imágenes pasan por la mente y el corazón de García Morente. Leemos su escrito para que sea él quien nos cuente qué le pasó en esos momentos. “Estaban radiando música francesa: final de una sinfonía de César Frank; luego, al piano, la Pavane pour une infante défunte, de Ravel; luego, en orquesta, un trozo de Berlioz intitulado L´enfance de Jesus. No puede usted imaginarse lo que es esto, si no lo conoce: algo exquisito, suavísimo, de una delicadeza y ternura tales que nadie puede escucharlo con ojos secos. Cantábalo un tenor magnífico de voz dulce, aterciopelada, flexible y suave, que matizaba incomparablemente la melodía pura, ingenua, verdaderamente divina. Cuando terminó, cerré la radio para no perturbar el estado de deliciosa paz en que esa música me había sumergido. Y por mi mente empezaron a desfilar -sin que yo pudiera oponer resistencia- imágenes de la niñez de Nuestro Señor Jesucristo. Vile, en la imaginación, caminando de la mano de la Santísima Virgen, o sentado en un banquillo y mirando con grandes ojos atónitos a San José y María. Seguí representándome otros periodos de la vida del Señor: el perdón que concede a la mujer adúltera, la Magdalena lavando y secando con sus cabellos los pies del Salvador, Jesús atado a la columna, el Cirineo ayudando al Señor a llevar la Cruz, las santas mujeres al pie de la Cruz. Y así, poco a poco, fuese agrandando en mi alma la visión de Cristo, de Cristo hombre, clavado en la Cruz, en una eminencia dominando un paisaje de inmensidad, una infinita llanura pululante de hombres, mujeres, niños, sobre los cuales se extendían los brazos de Nuestro Señor Crucificado. Y los brazos de Cristo crecían, crecían y parecían abrazar a toda aquella humanidad doliente y cubrirla con la inmensidad de su amor; y la Cruz subía, subía hasta el Cielo y llenaba el ámbito todo y tras de ella subían muchos, muchos hombres y mujeres y niños; subían todos, ninguno se quedaba atrás; sólo yo, clavado en el suelo, veía desaparecer en lo alto a Cristo, rodeado por el enjambre inacabable de los que subían con Él; sólo yo me veía a mí mismo, en aquel paisaje ya desierto, arrodillado y con los ojos puestos en lo alto y viendo desvanecerse los últimos resplandores de aquella gloria infinita, que se alejaba de mí [...]. No me cabe la menor duda de que esta especie de visión no fue sino producto de la fantasía excitada por la dulce y penetrante música de Berlioz. Pero tuvo un efecto fulminante en mi alma. «Ése es Dios, ése es el verdadero Dios, Dios Vivo, ésa es la Providencia viva» -me dije a mí mismo-. Ése es Dios, que entiende a los hombres, que vive con los hombres, que sufre con ellos, que los consuela, que les trae la salvación. Si Dios no hubiera venido al mundo, si Dios no se hubiera hecho carne de hombre en el mundo, el hombre no tendría salvación, porque entre Dios y el hombre habría siempre una distancia infinita que jamás podría el hombre franquear. Yo lo había experimentado por mí mismo hacía pocas horas. Yo había querido con toda sinceridad y devoción abrazarme a Dios, a la Providencia de Dios; yo había querido entregarme a esa Providencia, que hace y deshace la vida de los hombres. ¿Y qué me había sucedido? Pues que la distancia entre mi pobre humanidad y ese Dios teórico de la filosofía me había resultado infranqueable. Demasiado lejos, demasiado ajeno, demasiado abstracto, demasiado geométrico e inhumano. Pero Cristo, pero Dios hecho hombre, Cristo sufriendo como yo, más que yo, muchísimo más que yo, a ése sí que lo entiendo y ése sí que me entiende. A ése sí que puedo entregarle fielmente mi voluntad entera, tras de la vida. A ése sí que puedo pedirle, porque sé de cierto que sabe lo que es pedir y sé de cierto que da y dará siempre, puesto que se ha dado entero a nosotros los hombres. ¡A rezar, a rezar! Y puesto de rodillas empecé a balbucir el Padrenuestro. Y ¡horror!, Don José María, ¡se me había olvidado! Permanecí de rodillas un gran rato, ofreciéndome mentalmente a Nuestro Señor Jesucristo con las palabras que se me ocurrían buenamente. Recordé mi niñez; recordé a mi madre, a quien perdí cuando yo contaba nueve años de edad; me representé claramente su cara, el regazo en que me recostaba, estando de rodillas para rezar con ella; lentamente, con paciencia, fui recordando trozos del Padrenuestro; algunos se me ocurrieron en francés, pero al traducirlos restituí fielmente el texto español”. Termina el primer momento. García Morente acaba de rezar. Ha comprendido que Dios está cerca, que ha entrado en la historia humana, que es posible confiar en Él. Pero algo más sorprendente, más profundo, más íntimo, está por llegar. Seguimos con la lectura del manuscrito donde narra lo que ocurrió esa noche del 29 al 30 de abril de 1937. “En el relojito de pared sonaron las doce de la noche. La noche estaba serena y muy clara. En mi alma reinaba una paz extraordinaria. [...] Aquí hay un hueco en mis recuerdos tan minuciosos. Debí quedarme dormido. Mi memoria recoge el hilo de los sucesos en el momento en que me despertaba bajo la impresión de un sobresalto inexplicable. No puedo decir exactamente lo que sentía: miedo, angustia, aprensión, turbación, presentimiento de algo inmenso, formidable, inenarrable, que iba a suceder ya mismo, en ese mismo momento, sin tardar. Me puse de pie todo tembloroso y abrí de par en par la ventana. Una bocanada de aire fresco me azotó el rostro. Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba Él. Yo no lo veía, no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí. En la habitación no había más luz que la de una lámpara eléctrica de esas diminutas, de una o dos bujías, en un rincón. Yo no veía nada, no oía nada, no tocaba nada. No tenía la menor sensación. Pero Él estaba allí. Yo permanecía inmóvil, agarrotado por la emoción. Y le percibía; percibía su presencia con la misma claridad con que percibo el papel en que estoy escribiendo y las letras -negro sobre blanco- que estoy trazando. Pero no tenía ninguna sensación ni en la vista, ni en el oído, ni en el tacto, ni en el olfato, ni en el gusto. Sin embargo, le percibía allí presente con entera claridad. Y no podía caberme la menor duda de que era Él, puesto que le percibía aunque sin sensación. ¿Cómo es esto posible? Yo no lo sé, pero sé que Él estaba allí presente y que yo, sin ver, ni oír, ni oler, ni gustar, ni tocar nada, le percibía con absoluta e indiscutible evidencia. Si se me demuestra que no era Él o que yo deliraba, podré no tener nada que contestar a la demostración, pero tan pronto como en mi memoria se actualice el recuerdo, resurgirá en mí la convicción inquebrantable de que era Él, porque lo he percibido. No sé cuánto tiempo permanecí inmóvil y como hipnotizado ante su presencia. Sí sé que no me atrevía a moverme y que hubiera deseado que todo aquello -Él allí- durara eternamente, porque su presencia me inundaba de tal y tan íntimo gozo, que nada es comparable al deleite sobrehumano que yo sentía. Era como una suspensión de todo lo que en el cuerpo pesa y gravita, una sutileza tan delicada de toda mi materia, que dijérase no tenía corporeidad, como si yo todo hubiese sido transformado en un suspiro o céfiro o hálito. Era una caricia infinitamente suave, impalpable, incorpórea, que emanaba de Él y que me envolvía y me sustentaba en vilo, como la madre que tiene en sus brazos al niño. Pero sin ninguna sensación concreta de tacto. ¿Cuándo terminó la estancia de Él allí? Tampoco lo sé. Terminó. En un instante desapareció. Una milésima de segundo antes, estaba Él aún allí, y yo le percibía y me sentía inundado de ese gozo sobrehumano que he dicho. Una milésima de segundo después, ya Él no estaba allí, ya no había nadie en la habitación, ya estaba yo pesadamente gravitando sobre el suelo y sentía mis miembros y mi cuerpo sosteniéndose por el esfuerzo natural de los músculos”. El resto de la narración es un esfuerzo de Morente por explicarse lo que había ocurrido aquella noche. Está convencido de que ha llegado a percibir a Dios, de un modo similar a como se expresa santa Teresa de Jesús respecto de algunas de sus experiencias místicas. Pero no comprende por qué Dios le ha concedido ese regalo tan particular, cuando no había hecho nada, absolutamente nada, para merecerlo... Una noche de abril. Un filósofo llega a experimentar a Dios. Su vida, desde ese momento, cambia. Decide que será sacerdote. Mientras, Dios, que guía la historia, le permite volver a abrazar a sus hijas y nietos. Va a Sudamérica y puede dar una serie de conferencias. Asiste, con sus hijas, a misa. Vuelve a España, y después de una larga confesión general con un obispo, recibe la comunión. ¡Después de más de 30 años! Luego, pasa un tiempo en un monasterio. Varios meses después ingresa en el seminario. El famoso profesor de filosofía que no creía en Cristo se ordena sacerdote en diciembre de 1940. Dios quiere encontrarse nuevamente con Él, de un modo definitivo, eterno. El 7 de diciembre de 1942, cuando apenas lleva dos años de sacerdote, amanece muerto. Alguno no habrá comprendido por qué Dios lo llamó tan pronto, por qué no dejó que el filósofo, ahora convertido en sacerdote, diese conferencias y hablase a los jóvenes de su fe fresca, sincera, experimental. Desde el cielo García Morente sonreirá. Está con Dios, con el Dios de la historia, con el Dios de la providencia llena de amor y de ternura. Desde allí nos espera y nos toca el corazón, no sólo con la narración del “hecho extraordinario”, sino también con esa vida que se genera gracias a la comunión de los santos. CATHOLIC NET

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...