lunes, 6 de junio de 2022

HOMILIA Solemnidad de la SANTÍSIMA TRINIDAD cC (12 de junio 2022) P. ANGEL



Solemnidad de la SANTÍSIMA TRINIDAD cC (12 de junio 2022)

PrimeraProverbios 8, 22-13; Salmo: Sal 8, 4-5. 6-7. 8-9; Segunda: Romanos 5, 1-15; Evangelio: Juan 16, 12-15

Nexo entre las LECTURAS.

Los textos litúrgicos nos muestran la Trinidad en “acción”. Una revelación que se va desplegando, poco a poco, desde la personificación de la Sabiduría (primera lectura) ... después, Jesucristo, en el evangelio, nos adentra en la revelación de la Trinidad contándonos la interacción entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y, por último, el texto de la carta a los Romanos muestra las consecuencias de la obra de Dios Trino en la vida de los cristianos, por obra –sobre todo– del Espíritu.

Temas...

Dios SE nos revela. Ninguna inteligencia humana, incluso la más elevada y perfecta, puede conocer por sí misma el misterio de la vida trinitaria. Ninguna filosofía puede desvelar por vía especulativa que Dios es simultáneamente uno y trino. Ninguna religión puede descorrer el velo del santuario en el que mora la realidad misma de Dios, Verdad, Amor y Vida. Lo que sabemos del Dios vivo y verdadero nos viene por autorrevelación: "Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad" (Dei Verbum 2). En la historia de la salvación, Dios se ha revelado primeramente como creador y como providencia sobre todas sus criaturas (primera lectura). El texto evangélico nos enseña que Jesucristo, en cuanto Hijo de Dios, nos ha revelado sobre todo la paternidad divina. El Espíritu Santo, por su parte, nos llevará a la verdad completa, es decir, nos hará entender y experimentar mejor y en mayor profundidad la realidad de la vida trinitaria y las consecuencias de esa realidad para nuestra vida en este mundo: la paz con Dios Padre, el estado de hijos de Dios en que nos hallamos por el bautismo, la posesión del amor de Dios con el cual superar cualquier tribulación y vivir en la esperanza que no engaña. Dios no se revela como un anciano solitario y justiciero, sino como un Padre con una intensa vida familiar, sellada toda ella por la Verdad y por el Amor.

Dios NOS revela e interpela. Al revelarse Dios a sí mismo en su vida más íntima, revela al hombre su más profunda identidad y su quehacer más importante en la existencia histórica. Por eso, no es ni puede ser indiferente al cristiano el misterio de la Trinidad. Como nos dice el catecismo, el misterio trinitario es la luz que nos ilumina (CIC 234). Ilumina nuestra inteligencia de la creación, pues el Padre ha creado al universo y al hombre con las sabias manos del Hijo y del Espíritu (primera lectura), y así nos revela no sólo nuestra condición de criaturas sino también nuestra condición contemplativa y casi mística. Ilumina nuestra comprensión de las relaciones dentro de la familia divina (evangelio), y mediante ellas nos revela nuestra participación en esa vida divina y nuestra vocación de reflejo de la misma. Nos revela sobre todo nuestra condición de oyentes del Espíritu, a quienes el Espíritu de la Verdad comunica todo lo que ha oído en el seno del Padre y todo lo que ha recibido del Verbo, hecho carne. Nos revela, por acción del Espíritu, nuestra condición de hombres de la esperanza, frente a los hombres sin esperanza, que son los no creyentes; una esperanza sólida, que no engaña (segunda lectura). Esta revelación que el Dios vivo y trinitario nos hace de nuestra identidad, nos interpela al mismo tiempo a fin de que la vida divina adquiera formulación y expresión histórica en cada uno de los cristianos: la unidad de la fe, el amor como esencia del cristianismo, la docilidad a la presencia y acción del Espíritu Santo en nuestras almas, el papel magisterial del Espíritu de la Verdad divina, la multiplicidad de expresiones culturales de la misma y única fe.

Sugerencias...

Tendríamos tantas cosas para decir, tantos problemas que proponer, tantos gozos y dolores que comunicar; pero hoy debemos querer hablar del “tema” más alto y más difícil, y al mismo tiempo más hermoso que ninguno: “el tema de Dios”, el tema religioso por excelencia, el tema de nuestra fe, el tema de nuestra vida. Sí, hablar de Dios es nuestro primer deber y nuestra dicha.

Sabemos que el pensamiento moderno se declara ateo; es decir, sin Dios, en algunos de los niveles oficiales; y sabemos que precisamente de esta postura negativa nace la noche del hombre; si la negación de Dios se inserta en las raíces de la inteligencia y en lo profundo del corazón humano, la luz y la lógica del pensamiento no resisten; el ser y la vida carecen entonces de su suprema razón de existir; en cambio nosotros sabemos que ¡Dios existe!, y que sin El no podemos razonar de verdad ni tener concepto aceptable del orden y del bien; motivos para orar y para amar… para que sea “santificado” su nombre y que se haga su voluntad en la tierra como en el Cielo.

Misterio de fe y amor. Es decir, un misterio en el que no sólo tenemos que creer sino también amar. Creo, creemos en un único Dios que nos da la vida como Padre, que como Hijo nos llama a vivir a fondo la experiencia filial de la que Él nos hace partícipes, y que en cuanto Espíritu se define como intercambio de amor entre el Padre y el Hijo y nos enseña que en el amor está la esencia de Dios y de toda criatura. Me fío de este Dios Vida, Comunión, Verdad, Amor. Creo y confío en que en la apropiación de estos grandes valores Adivinos encuentro mi plena realización humana y cristiana. Como cristiano expreso mi fe amando la grandeza y belleza del Dios unitrino. Con mi amor a cada una de las personas divinas pretendo subrayar que el Dios trinitario no es una abstracción, no es un mundo mental hermoso y bien construido, no es un juego de conceptos con los cuales entretener la reflexión de los teólogos, sino un Dios tripersonal, al que amo como hijo, al que obedezco como creatura, y al que adoro por ser mi Dios y Señor. Considero algo sumamente positivo y necesario que desde la primera catequesis se introduzca a los niños en una relación personal y adorante con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu. Para esta catequesis trinitaria puede ayudarnos una explicación elemental de la santa Misa, que comienza y termina en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En ella, Jesucristo, Hijo de Dios, nos habla a los hombres (a los niños, y a los adultos) desde el Evangelio. En ella todas las oraciones y plegarias nuestras se dirigen a Dios Padre, fuente de todo don y gracia. En ella está presente y activo el Espíritu Santo de manera muy especial en el momento de la consagración, para hacer que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo, y para transformar nuestra pobre existencia mediante el cuerpo de Cristo que en la misa recibimos. Si Dios es un misterio de amor, ¿no será el amor la mejor manera de entrar por la puerta del misterio?

La gloria de la Trinidad. La gloria de la Trinidad es que el hombre viva y, por medio de él, toda la creación adquiera sentido y cumpla su finalidad. ¿Qué quiere decir que el hombre viva? Que sea lo que tiene que ser. Que sea plenamente hombre y, si ha sido llamado a la vocación cristiana, que sea plenamente cristiano. Aquí está el drama (si se permite la expresión) de la Trinidad que es por igual el drama del hombre: No pocas veces la gloria de la Trinidad es opacada, entenebrecida por el hombre. El hombre no es lo que es, cuando se cree un demiurgo (diosito) autónomo en lugar de una criatura dependiente, y manipula la vida y la creación a su antojo. El hombre no es lo que es, cuando se olvida de haber sido creado a imagen de Dios y piensa que su imagen más perfecta se halla en el reino animal. El hombre no es lo que es, cuando piensa que no ha sido creado por amor y para amar, sino más bien que su realización personal está en proporción a la medida de su poder y de su dominio sobre los demás. El hombre no es lo que es, cuando se cree dueño de la vida que puede hacer con ella lo que quiere, en lugar de ser un receptor agradecido, que la administra sabiamente por haberla recibido del mismo Dios.

Gloria al Padre y gloria al Hijo y gloria al Espíritu Santo.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

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