lunes, 14 de junio de 2021

HOMILIA Domingo Duodécimo del TIEMPO ORDINARIO cB (20 de junio de 2021) De la IGLESIA para la IGLESIA

Primera: Job 38, 1. 8-11; Salmo: Sal 106, 23-26. 28-31; Segunda: 2Corintios 5, 14-17; Evangelio: Marcos 4, 35-41 Nexo entre las LECTURAS El gran nexo clave de la Liturgia es que en el mundo estamos “para algo más”, gracias a Cristo. Con Cristo somos invitados a poner la mirada en “el huracán y la barca”. Hoy soplan vientos contrarios para la fe, para la vida de la Iglesia y para el mundo; pero es una buena prueba para despertar de la mediocridad y superficialidad a tantos creyentes y la humanidad. Unos se desalientan otros se escandalizan y hay quien pretende amainar la tempestad por sus propios medios. Yahvé salva a Job de la tempestad de la duda mostrándose como el Señor del mar y del universo (1ª lectura). Jesús increpa a los vientos y estos le obedecen, pero reprocha a los discípulos su cobardía y poca fe (Evangelio). ¿Cuál es nuestra actitud cuando sentimos que nos hundimos? El que no es de Cristo valora a las personas y las circunstancias con criterios humanos; pero el que vive con Cristo es criatura nueva, sabiendo que Él murió y resucitó por todos. (2ª lectura). El salmista nos pone en sintonía y nos pide que digamos con todas las fuerzas del corazón: ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! Temas... La arrogancia de las aguas. En la Biblia, el agua tiene un significado ambivalente: a veces trae la muerte, como en el diluvio, pero si ella falta tampoco es posible la vida. Esta doble relación aparece claramente en el sacramento del bautismo, que representa a la vez nuestra participación en la muerte de Cristo, para que estemos muertos al pecado, y en la resurrección de Cristo, para que vivamos para Dios. En general, los hebreos no fueron buenos navegantes, como sí lo fueron sus vecinos los fenicios. Ante el agua los hebreos sentían una serie de temores que podríamos describir un poco con palabras como inseguridad, inestabilidad, fragilidad, impotencia o precariedad. En ese sentido todos podemos asociar algo de nuestras vidas con la experiencia del Pueblo de Dios. Cada uno puede preguntarse en qué circunstancias se siente firme y en qué momentos se siente naufragar. En el breve texto de Job es importante destacar la manera como se describe a las aguas. Ellas son la imagen del poder del caos, y por eso en el relato del comienzo de la Biblia Dios "separa las aguas" (Génesis 1,6-7) antes de hacer la "tierra firme" (Génesis 1,9-10). La creación misma es "separar" en el sentido de dar un orden, ordenar. La anti-creación, la fuerza del mal, que consiste en confundir, crear caos, hacer desparecer la nitidez que trae la Palabra. De esta manera, la expresión "arrogancia de las aguas" refleja ese concepto del límite que Dios pone a todo lo que trata de ser caos o absurdo en nuestra vida. El desorden queda así limitado y confinado, de modo que llega a ser parte de un orden superior. El mal se ve obligado a proclamar el bien. Cristo y la tormenta. A menudo se predica el evangelio de hoy diciendo que Cristo calmó la tormenta. Eso vale, por supuesto, si pensamos en las aguas de ese lago pero no es una descripción del conjunto de lo sucedido. A mí me gusta decir que Cristo cambió de lugar la tormenta: ya nos son las aguas las que se agitan: son los corazones de los discípulos. Cristo viene a calmar y también a agitar. Trae respuestas que nos pacifican y preguntas que nos inquietan. Nos hace firmes pero también sacude nuestra sabiduría convencional. Su palabra refresca y quema a la vez. Su propuesta es increíblemente sensata y es la mayor locura de amor que se haya oído en esta tierra. Así pues, no miremos a Jesús como un calmante. Es un profeta también; uno que vino a realizar la verdadera y profunda revolución, que no es destruir a los malos sino al mal. Sugerencias... - El simbolismo de la tempestad. Es un relato muy vivo el que escuchamos. Las aguas encrespadas. El susto pintado en el rostro de los discípulos. La serenidad (y el sueño) en el de Jesús. Y el diálogo interpelante: los discípulos que "riñen" a Jesús por su poco interés, y al final, Jesús que tiene que "reñir" a los suyos por su poca fe. La tempestad en el mar o en el lago es un buen símbolo de otras muchas tempestades humanas (COVID), personales y sociales. El mar también es sinónimo, en la Biblia, del peligro y del lugar del maligno. El salmo responsorial habla de esta situación de inseguridad en el mar. Pero el mensaje no es éste: sino la respuesta que da Dios, Cristo. Dios está presente, es fiel, ayuda a los que le invocan. El Dios creador, que domina las fuerzas cósmicas, es también el Dios salvador y cercano. Ante un Job que sabe mucho de dolor, de desgracias y tempestades vitales, la respuesta de Dios no es resolver el "problema" del mal, sino mostrarle que en el "misterio" de esas tempestades está la presencia de Dios poderoso que sigue siendo fiel. Mucho más vivo que el problema de Job será el del mismo Jesús, en el acontecimiento trágico de su Muerte. Pero Dios está actuando precisamente en esas experiencias que parecen negativas. Su designio es un designio de vida, y no de muerte. Aunque a veces parezca más presente el silencio de Dios que su Palabra, y no nos ayuda a comprender que la Palabra fue silencio. - Las tempestades en nuestra vida. A los cristianos no se nos ha prometido una travesía apacible del mar de esta vida. Nuestra historia, como la de todos, es muchas veces una historia de tempestades. Cuando Marcos escribe este evangelio, ya la Iglesia sabe de persecuciones y de fatigas. En la vida de cada uno de nosotros no faltan mares inquietos y movidos, peligros, mareos de toda clase, miedos, cobardía, desorientación, cansancio. En la vida de la comunidad no faltan crisis internas y externas, tensiones dentro y persecuciones u hostilidad fuera. Podemos tener la sensación de que nos hundimos, que la barca, personal o comunitaria, va a naufragar. - Cristo, el mensaje central. La intención última de Marcos no es discurrir sobre nuestros males o peligros. Sino presentar a Cristo como vencedor, como la respuesta definitiva de Dios. Parece que está dormido o ausente, pero está muy presente y en actitud salvadora. Cristo, el Mesías, aparece como el que tiene poder y dominio sobre la enfermedad y la muerte, sobre el pecado y el mal, incluso sobre las fuerzas de la naturaleza. En Él ha mostrado Dios toda la fuerza de su plan salvador y liberador. La finalidad de la escena es esa admiración y esa respuesta de fe: ¿quién es éste? Eso sí: desde una situación de tempestad, que no se puede olvidar, ni en su caso ni en el muestro. - Lecciones para cristianos de poca fe. Uniendo las dos perspectivas (muestras tempestades y la presencia vigorosa de Cristo), el mensaje de hoy puede conducirnos a unas actitudes que seguramente nos hacen falta a todos. a) Un sentimiento de humildad. No nos creamos superiores, seguros de nuestras fuerzas. En cualquier momento el mar se puede encrespar y marearnos. Somos débiles. Como lo es la Iglesia (y la humanidad). Y la oración brota espontánea, a veces con sonido de grito: ¿no te importa que nos hundamos? Recordar que hay Salmos que interpelan valientemente a Dios en el mismo tono: ¿hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome? Despierta, Señor.. b) Hasta cierto punto es bueno que en nuestro camino se cruce la duda y la crisis. No como sistema (la duda sistemática, el catastrofismo), pero sí como una condición humana aceptada de provisionalidad y debilidad. Eso nos hace realistas. No es nada raro que alguna vez atravesemos el túnel de la duda: ¿está Dios, está Cristo presente? San Juan Pablo II, en "Redemptoris Mater", ha subrayado bien la meritoria fe de la bienaventurada Virgen, dentro de un itinerario, una peregrinación que también conoce la noche oscura, la fatiga del corazón... con una lejanía creciente de las palabras del ángel el día de la Anunciación. c) Pero lo específico cristiano es que estas situaciones las afrontaremos desde la fe y la confianza en Cristo. Contra viento y marea, el cristiano es invitado a fiarse de Dios y a creer en Cristo Jesús, que ha vencido ya definitivamente al mal, y que aunque parezca dormido, está presente y conduce nuestra existencia. El pánico o el miedo angustioso no deberían tener cabida en nuestra vida. En los pasajes de estos domingos, Pablo aparece como un apóstol que cree firmemente en Cristo, en su amor y cercanía, a pesar de todas las dificultades que encuentra en el camino. Más aún: él está convencido que Cristo lo hace todo nuevo, y que el que le sigue, es ya algo nuevo, y ha vencido lo viejo. No está todavía lejos la Pascua: ¿nos hemos dejado contagiar de la novedad y la energía del Resucitado, como Pablo? No es que con Cristo "en nuestra barca" todo esté asegurado: seguiremos teniendo tensiones y tempestades, pero su presencia y su fuerza son un estímulo para que trabajemos y luchemos con esperanza. d) Tampoco es el caso de que lo dejemos todo a Él (y seamos ahora nosotros los que nos echemos a dormir). La fe en Cristo es a la vez compromiso y tarea. Tanto en nuestra existencia personal como en la comunitaria nos toca remar fuerte, y achicar el agua de la barca. Es una fe activa. En medio de una Iglesia, que, sobre todo desde el Concilio, ha dicho un "sí" claro a la renovación según Cristo, cada uno es llamado a colaborar en la victoria contra el mal. En la Eucaristía se habla de compromiso y confianza a la vez: "líbranos del mal", "protegidos de toda perturbación", "el que quita el pecado del mundo". Nuestra Señora del SI, ruega por nosotros. ...

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...