jueves, 1 de noviembre de 2018

HOMILIA Conmemoración de todos los DIFUNTOS, viernes (02 de noviembre de 2018)

Conmemoración de todos los DIFUNTOS, viernes (02 de noviembre de 2018) La liturgia de la Palabra de este día tiene varias opciones Nexo entre las LECTURAS. Temas... Sugerencias... 1. Ayer la Iglesia peregrina en la tierra celebraba la gloria de la Iglesia celestial invocando la intercesión de los Santos y hoy se reúne en oración para hacer sufragios por sus hijos que, «ya difuntos, se purifican» (LG 49). Mientras dure el tiempo, la Iglesia constará de tres estados: los bienaventurados que gozan ya de la visión de Dios, los difuntos necesitados de purificación todavía no admitidos a ella, y los «viadores» que soportamos las pruebas de la vida presente. Entre unos y otros hay una separación profunda, que, no obstante, no impide su unión espiritual, «pues todos los que son de Cristo... constituyen una misma Iglesia y mutuamente se unen en Él. La unión de los «viadores» con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe, antes bien... se robustece con la comunicación de bienes espirituales» (ib). ¿Qué bienes son estos? Los santos interceden por los hermanos que combaten aquí abajo y los estimulan con su ejemplo; y éstos oran para apresurar la gloria eterna a los hermanos difuntos que aguardan ser introducidos en ella. Es la comunión de los santos en acción: santos del cielo, del purgatorio o de la tierra, pero todos santos, aunque en grado muy diferente, por la gracia de Cristo que los vivifica y en la que todos están unidos. A la luz de esta consoladora realidad, la muerte no aparece más como la destrucción del hombre, sino como tránsito y a un nacimiento a la Vida verdadera, la Vida eterna. «Sabemos -escribe San Pablo que si esta tienda, que es nuestra habitación terrestre, se desmorona, tenemos una casa que es de Dios, una habitación eterna... que está en los cielos» (2 Cr 5, 1; 2a lectura, 2a Misa). Viadores en la tierra, difuntos en el purgatorio y bienaventurados en el cielo, estamos todos en camino hacia la resurrección final, que nos hará plenamente participantes del misterio pascual de Cristo. Y mientras lo somos en parte, oremos unos por otros y, sobre todo, ofrezcamos sufragios por nuestros muertos, porque «es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos para que sean liberados del pecado» (2 Mac 12, 46; 1a lectura, 3a Misa). 2. La Liturgia del día pone el acento sobre la fe y la esperanza en la Vida eterna, sólidamente fundadas en la Revelación. Es significativo el trozo del libro de la Sabiduría (1a lectura, 1a Misa: Sb 3, 1-6. 9): «Las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno. Creyeron los insensatos que habían muerto: tuvieron por quebranto su salida de este mundo, y su partida de entre nosotros por completa destrucción, pero ellos están en la paz» (ib 1-3). Para quien ha creído en Dios y le ha servido, la muerte no es un salto en la nada, sino en los brazos de Dios: es el encuentro personal con Él, para «permanecer junto a Él en el amor» (ib 9) y en la alegría de su amistad. El cristiano ‘auténtico’ no teme, por eso, la muerte, antes, considerando que mientras vivimos aquí abajo «vivimos lejos del Señor», repite con San Pablo: «Preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor» (2 Cr 5, 6.8; 2a lectura, 2a Misa), No se trata de exaltar la muerte, sino de verla como realmente es en el plan de Dios: el natalicio para la Vida eterna. Esta visión serena y optimista de la muerte se basa sobre la fe en Cristo y sobre la pertenencia a Él: «ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que los resucite el último día» (Jn 6, 39; Evangelio, 2a Misa). Todos los hombres han sido dados a Cristo, y Él los ha pagado al precio de su sangre. Si aceptan su pertenencia a Él y la viven con la fe y con las obras según el Evangelio, pueden estar seguros de que serán contados entre los «suyos» y, como a tales, nadie podrá arrancarlos de su mano, ni siquiera la muerte. «Ya vivamos, ya muramos, del Señor somos» (Rm 14, 8; 2a lectura, 1a Misa). Somos del Señor porque nos ha redimido e incorporado a sí, porque vivimos en Él y para Él mediante la gracia y el amor; si somos suyos en vida, lo continuaremos siendo en la muerte. Cristo, Señor de nuestra vida, vendrá a ser el Señor de nuestra muerte, que Él absorberá en la suya transformándola en vida eterna. Así se verifica para los creyentes la plegaria sacerdotal de Jesús: «Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que tú me has dado, para que contemplen mi gloria» (Jn 17, 24; Evangelio, 3a Misa). A esta oración de Cristo corresponde la de la Iglesia, que implora esa gracia para todos sus hijos difuntos: «Concede, Señor, que nuestros hermanos difuntos entren en la gloria con tu Hijo, el cual nos une a todos en el gran misterio de tu amor» (Sobre las ofrendas, 1a Misa). Nuestra Señora del Carmen, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

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