lunes, 25 de marzo de 2019

HOMILIA DEL DOMINGO 4 DE CUARESMA

Nexo entre las LECTURAS "Déjense reconciliar con Dios", he aquí una clave de lectura de los textos litúrgicos de este Domingo de cuaresma. En la primera lectura Dios se reconcilia con su pueblo, concediéndole entrar en la tierra prometida, después de cuarenta años de vagar sin rumbo por el desierto. En la parábola evangélica el padre se reconcilia con el hijo menor, y, aunque no parece tan claramente, también con el hijo mayor. Finalmente, en la segunda lectura, san Pablo nos enseña que Dios nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación. El Salmo 33 es un canto de acción de gracias. Son muchos los beneficios que, con el salmista, hemos recibido del Señor y nos vemos en la necesidad de agradecérselos. En tantos momentos, especialmente en las pruebas de la vida, hemos visto la mano bondadosa de Dios, su fidelidad, su solicitud, por eso expresamos, toda nuestra gratitud a Dios providente. Temas... Sugerencias Gracias a Dios, este texto del capítulo quince del evangelio según San Lucas, es bastante conocido. Es un texto que suena familiar a nuestros oídos. Es la proclamación maravillosa del poder de la misericordia de Dios. Porque en esta parábola Jesucristo une dos palabras que suelen estar muy separadas: poder y misericordia. Entre nosotros, es frecuente que el que tiene el poder es inmisericorde; y a veces, como se ha dicho dramáticamente, la escalera del poder está marcada por pisar a otros para llegar arriba. El que tiene el poder no suele tener misericordia; y los que tienen misericordia, los de corazón compasivo, suelen ser personas que tienen muy poco poder. Solemos decir: Ancianas piadosas, madres amorosas, hombres que son muy buenas personas, pero gente irrelevante, ‘irrelevante’ decimos nosotros. Los que tienen compasión no suelen lograr poder; y los que tiene poder no suelen tener misericordia. Pero aquí nos aparece Dios, nuestro Padre, y el ministerio mismo de Jesucristo como una obra al mismo tiempo de PODER y de MISERICORDIA, y esto es maravilloso. Porque tiene poder, transforma; porque tiene misericordia, levanta; porque tiene compasión de nosotros, puede mirar la herida en toda su extensión; y porque tiene poder sobre nosotros, puede sanar la herida en toda su profundidad. Y por eso este evangelio maravilloso nos llama a todos a la casa del Padre, para también nosotros recibir ese abrazo. Cuando ese hijo menor se fue de la casa, él estaba mirando sólo los bienes de su padre; tenía los bienes, buscaba los bienes, quería los bienes de su padre, pero él era un huérfano, en su corazón era un huérfano, para él su papá no existía, existían los bienes de su padre. Y por eso se resolvió acabar con todo ello de una vez, y ‘mató’, decimos, al papá, le pidió la herencia, y sabemos que las herencias (entre nosotros) se reparten después de que la gente muere. Cuando el hijo menor le dijo al papá: "Dame la parte de la herencia", lo que le estaba diciendo era: "Papá, tú no existes para mí, tú no eres un papá para mí, tu vida es tu vida, pero tú no tienes vida en mí, tú ya moriste para mí, me interesan tus bienes". Él no tenía papá, conocía los bienes del papá, quería los bienes del papá. Precisamente, padre y papá, fue lo que encontró cuando volvió de su vida, cuando volvió de su pecado. Cuando volvió, lo que encontró fue a su padre, es decir, descubrió al papá. Y todos nosotros estamos llamados a hacer ese mismo descubrimiento. Este es como el primer sentido, como la primera enseñanza que esta parábola maravillosa, llena de ternura y de gracia, tiene para cada uno de nosotros. Pero no se nos puede olvidar que la parábola fue dicha en un momento muy concreto de la vida de Cristo. Nos dice el Evangelista: "Los recaudadores de impuestos y los pecadores se acercaban a escuchar a Jesús. Entonces los fariseos y los escribas empezaron a criticarlo, y por eso Jesús dijo esta parábola". Es evidente que esos recaudadores de impuestos y esos pecadores, que volvían a Jesús, que se alegraban del Evangelio, que sentían el amor de Dios, son los que están representados por el hijo menor. Y es evidente entonces que los escribas y fariseos, que critican a Jesús, que se disgustan de la misericordia de Dios, están representados por ese hijo mayor. Y por eso la enseñanza, aunque puede aplicarse para que cada uno de nosotros descubra a ese Padre misericordioso que es Dios, también está para que cada uno de nosotros deje a Dios ser Dios, para que cada uno de nosotros no ponga obstáculos al poder de la misericordia de Dios en las vidas de otras personas. Porque si lo pensamos bien, este papá en realidad no tenía hijos, el uno que se fue, corporalmente; y el otro, que estando ahí, tenía el corazón en otras cosas. Hay como una maravillosa coincidencia en la enseñanza que Cristo nos hace sobre los intereses de estos dos hijos… Cuando el hijo menor piensa en regresar, medita en su corazón estas palabras: "Voy a decirle a mi papá: Pequé contra el cielo y contra ti. No merezco ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros". Y ahora considera lo que dice el hijo mayor cuando vuelve. El hijo mayor no quiere integrarse a la fiesta, y le dice al papá estas palabras: "Fíjate cuántos años hace que te estoy sirviendo sin desobedecer jamás una orden tuya". El hijo mayor tampoco se sentía hijo, tenía corazón de jornalero, tenía corazón de empleado, no tenía corazón de hijo. Él sentía que su papá era su capataz, él sentía que su padre era su amo y sentía que tenía que cumplirle las órdenes. Este hijo mayor tampoco tenía papá. Y por eso va ganando el hijo menor, porque el hijo menor por lo menos descubrió que tenía padre. El hijo mayor, por lo menos hasta donde termina la parábola, todavía no lo ha descubierto. El mayor está más lejos de su padre, aunque se haya quedado en la casa; está más lejos de tener papá, aunque le vea todos los días; está más lejos de sentirse hijo, aunque habite en la misma casa. No tiene papá ni se siente hijo porque se considera un empleado. Si pudiera, si no le diera miedo, si tuviera un poco más de valor, también él pediría la herencia. Pero él está tratando de guardar sus intereses; él no ama a su papá, ni siquiera lo reconoce como padre, lo considera su capataz. Él está guardando sus intereses. Meditamos lo que sigue diciendo al papá: "A mí nunca me has dado ni siquiera un cabrito para tener un banquete con mis amigos"… "con mis amigos"… "con mis amigos". El corazón del hijo mayor está en otro sitio. Él quiere tener banquetes con "sus amigos". Él quiere tener "sus intereses". A él no le interesa alegrarse con la fiesta y con el corazón del papá. Es una historia ‘un poco triste’ la de este papá que no tiene hijos, el uno que se va corporalmente y el otro que tiene el corazón lejos, que está pensando en otras cosas, que está pensando en sus propios amigos y que está tratando de esperar, con paciencia rabiosa, el día en que el papá le dé por fin un cabrito para compartir con sus amigos, porque él siente que el novillo gordo es el del papá, ese novillo no es para él. Así que este evangelio tiene también una enseñanza para todos aquellos que a veces no pecan, que a veces no pecamos, porque dejamos de pecar por cobardía, dejamos de pecar por guardar una imagen, dejamos de pecar por respeto a la ley, dejamos de pecar por vanidad nuestra, dejamos de pecar por cualquier otra razón, pero no dejemos de pecar porque estemos amando a Dios. El que se abstiene de pecar porque es un cobarde, por guardar una imagen, o por cosa parecida, que lea esta parábola para que sepa lo que Dios está pensando de él. Ése tampoco es hijo, ése se queda sin entrar a la fiesta, en cierto modo a ése le va peor que a todos. Nosotros, entonces, tenemos aquí otra enseñanza: dejar de pecar por estos motivos, en realidad no es dejar de pecar, porque lo grande de dejar de pecar es empezar a amar. Este muchacho mayor tuvo que escuchar estas palabras de su papá: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo". Fíjate cómo el hijo mayor le había dicho -al papá-: "Apenas llega ese hijo tuyo, que derrochó sus bienes con mujeres de mala vida"… lo llamó: "Ese hijo tuyo" no dijo: "Mi hermano", él no se siente hermano -de nadie-. "Apenas llega ese hijo tuyo, que derrochó los bienes", eso era lo que le preocupaba a él, los bienes, como a los fariseos y a los escribas: "Apenas llega ese hijo tuyo, que derrochó sus bienes". Y ahora oír el lenguaje del papá: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo", "si es mi hijo, también es tu hermano". De manera que aquí hay un test maravilloso para saber si uno está sirviendo a Dios con el corazón interesado de un jornalero o con el corazón amoroso de un verdadero hijo. Si yo puedo sentir que ese pecador reconciliado, que ese pobre que recibe ayuda, que ese hombre que sale de su postración y adquiere su verdadera dignidad, si yo puedo sentir que esos hombres son mis hermanos, entonces soy hijo de Dios. En otro caso soy un gran jornalero, soy un hipócrita, que estoy esperando el momento en que Dios me dé un cabrito para, así, hacer "mi fiesta", lejos de Dios, lejos de mi Papá. Yo me descubriré como hijo de Dios cuando pueda llamar "míos" a los que Dios llama "suyos", y si Dios llama "suyos" a los pequeños, a los pobres, a los pecadores, a los mínimos, si esos son los de Dios, yo sólo seré hijo de Dios cuando yo pueda decir que esos también son los míos, que esos, en los que obra Dios, son también la alegría de mi corazón. Ahora (estamos en Misa) vamos a saciarnos en un banquete, en esta Eucaristía. Dios nos ofrece con abundancia, no el novillo gordo, el novillo que reclamara el mayorcito, dentro del texto original griego de esta parábola, ahí esa expresión "el novillo gordo", aparece con artículo determinado, es uno solo, el novillo, el único, el que está reservado para la gran fiesta. Es ése que está reservado para la gran fiesta, ése que está reservado para el banquete de Papá Dios con todos sus hijos reconciliados, ese novillo gordo es la imagen del CORDERO PASCUAL, que se ofrece en la Eucaristía. Por eso, si alguien pregunta: en esta parábola, ¿en dónde aparece Cristo? Porque aparece Papá Dios, y aparecen los pecadores, ya sean del ala de los recaudadores o del ala de los escribas, y Cristo, ¿dónde aparece aquí?. Y a mí se me ocurre que Cristo está en la figura de Ése que se ofrece en banquete de Pascua, en banquete de reconciliación, en banquete de alegría. Ése es el Cristo que se ofrece para gloria del Padre, para alimento y para comunión de todos nosotros en esta Eucaristía. Comer de este Novillo, comer de este Cordero reservado por Dios, comer de Él es entrar en la lógica de su misericordia, es aceptar que por encima de sus bienes tenemos el bien máximo de llamarle "Padre", y tenemos el bien hermosísimo de reconocernos hermanos. Bendito Dios que nos convoca a alimentarnos de su Palabra y a saciarnos de su misericordia en este banquete eucarístico. A Él nuestro amor y nuestra alabanza por los siglos arropados y acompañados por nuestra buena Mamá, MARÍA.

PARA DIOS NADA ES IMPOSIBLE

Si Dios pudo venir a nuestra tierra y hacerse uno de nosotros, ha quedado también abierto el camino para que nosotros vayamos al cielo, para que participemos de nuestra naturaleza divina, como nos dice la Carta del Apóstol Pedro. El objetivo de la Encarnación, la meta, podríamos decir, de la Encarnación, no es que Cristo se quede en la tierra. Bien sabemos que Nuestro Señor Jesucristo, terminada su misión de amor aquí, ascendió a los cielos, y en el evangelio de Juan leemos: "Salí del Padre y vine al mundo, ahora, dejo el mundo y voy al Padre" San Juan 16,28. El objetivo de la Encarnación no es que Cristo llegue a la tierra, más bien, es aquello otro que nos dice el Apóstol San Pablo: "Subiendo la altura, llevó cautivos" Carta a los Efesios 4,8. Vino Cristo solo, nos enseña San Agustín, pero no se fue solo. La Encarnación es el comienzo de una aventura de amor, de gracia, de poder, de sabiduría; y nosotros estamos en esa aventura, porque Cristo que vino solo del Padre, no vuelve solo al Padre, sino que vuelve con todos nosotros. En ese sentido, apreciaremos más el don de la Encarnación, cuanto más unidos estemos en Cristo en su retorno al Padre. El que no acompaña a Cristo de vuelta al Padre, no tiene mucho que decir de la llegada de Cristo que viene del Padre. Sólo unidos a Cristo que retorna al Padre, entendemos por qué el Padre envió a su hijo. "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad" Carta a los Hebreos 10,7, dice Cristo. Y esa voluntad, ¿cuál es? Nuestra salvación, esto es lo que decimos en el Credo Niceno-Constantinopolitano: "Por nosotros y por nuestra salvación bajó del cielo y se hizo hombre". Nosotros, nuestra salvación, nuestra liberación, esa es la razón de la Encarnación, esa es la voluntad del Padre, esa es la obediencia del Hijo, ese es el motivo de ese despliegue único, singular e irrepetible del Espíritu Santo, según las palabras que el Ángel le dijo a la Virgen: "El Espíritu vendrá sobre ti, la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra" San Lucas 1,35. Agradezcamos este milagro y preparémonos para el otro milagro, para ir de vuelta con Cristo, que si ya es cosa grande ver a Cristo hecho hombre, no será menor sino mayor prodigio ver que nuestra naturaleza, en Cristo y por Cristo, contempla a Dios y se hace semejante a Él.

lunes, 18 de marzo de 2019

HOMILIA DE SAN JOSÉ, ESPOSO DE SANTA MARÍA VIRGEN. 19 de Marzo. Solemnidad.

SAN JOSÉ, ESPOSO DE SANTA MARÍA VIRGEN. 19 de Marzo. Solemnidad. Primera: 2 Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16; Salmo: Sal 88, 2-3. 4-5. 27 y 29; Segunda: Romanos 4, 13.16-18.22; Evangelio: Mateo 1, 16. 18-21. 24a, o bien Lucas 2, 41-51a Nexo entre las LECTURAS… Temas... Sugerencias… 1. La Liturgia de hoy en honor de San José pone de relieve las características de este hombre humilde y silencioso que ocupó un puesto de primer plano en la inserción del Hijo de Dios en la historia. Descendiente de David, -«hijo de David», como dice el Evangelio (Mt 1, 20) emparenta a Cristo con la estirpe de la que Israel esperaba al Mesías. Por medio del humilde carpintero de Nazaret se realiza así la profecía hecha a David: «Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre» (2 Sm 7, 16; 1a lectura) José no es el padre natural de Jesús porque no le ha dado la Vida, pero es el padre virginal que por mandato divino cumple, para con él, una misión legal: le da un nombre, lo inserta en su linaje, lo tutela y provee a su sustento. Esta relación tan íntima con Jesús le viene de su desposorio con María. José es el hombre «justo» (Mt 1, 19) al que ha sido confiada la misión de esposo virgen de la más excelsa entre las criaturas y de padre virginal del Hijo del Altísimo. Es «justo» en el sentido pleno del vocablo, que indica virtud perfecta y santidad. Una justicia, pues, que penetra todo su ser mediante una total pureza de corazón y de vida y una total adhesión a Dios y a su voluntad. Todo esto en un cuadro de vida humilde y escondida como ninguna, pero resplandeciente de fe y amor. «El justo vivirá de la fe» (Rm 1, 17); y José, el «justo» por excelencia, vivió en grado máximo de esta virtud. Muy oportunamente la segunda lectura (Rm 4, 13.16-18. 22) habla de la fe de Abrahán presentándola como tipo y figura de la de José. Abrahán «creyó contra toda esperanza» (¡b 18) que llegaría a ser padre de una gran descendencia y continuó creyéndolo aun cuando, por obedecer a una orden divina, estaba para sacrificar a su hijo único. José frente al misterio desconcertante de la maternidad de María creyó en la palabra del ángel: «la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo» (Mt 1, 20), y cortando toda vacilación obedeció a su mandato: «no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer» (ib). Con más fe que Abrahán, hubo de creer en lo que es humanamente inimaginable: la maternidad de una virgen y la encarnación del Hijo de Dios. Por su fe y obediencia mereció que estos misterios se cumpliesen bajo su techo. 2. Toda la vida de José fue un acto continuado de fe y de obediencia en las circunstancias más oscuras y humanamente difíciles. Poco después del nacimiento de Jesús se le dice: «Levántate, toma al Niño y a su madre y huye a Egipto» (Mt 2, 13); más tarde el ángel del Señor le ordena: «Ve a la tierra de Israel» (ib 20). Inmediatamente -de noche- José obedece. No demora, no pide explicaciones ni opone dificultades. Es a la letra «el administrador fiel y solícito a quien el Señor ha puesto al frente de su familia» (Lc 12, 42), totalmente disponible a la voluntad de Dios, atento al menor gesto suyo y presto a su servicio. Una entrega semejante es prueba de un amor perfecto; José ama a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas. Su posición de ‘jefe’ de la sagrada familia le hace entrar en una intimidad singular con Dios cuyas veces hace, cuyas órdenes ejecuta y cuya voluntad interpreta; con María, cuyo esposo es; con el Hijo de Dios hecho hombre, a quien ve crecer bajo sus ojos y sustenta con su trabajo. Desde el momento en que el ángel le revela el secreto de la maternidad de María, José vive en la órbita del misterio de la encarnación; es su espectador, custodio, adorador y servidor. Su existencia se consume en estas relaciones, en un clima de comunión con Jesús y María y de oración silenciosa y adoradora. Nada tiene y nada busca para sí: Jesús le llama padre, pero José sabe bien que no es su hijo, y Jesús mismo lo confirmará: «¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?» (Lc 2, 49). María es su esposa, pero José sabe que ella pertenece exclusivamente a Dios y la guarda para Él, facilitándole la misión de madre del Hijo de Dios. Y luego, cuando su obra ya no es necesaria, desaparece silenciosamente. Sin embargo, José ocupa todavía en la Iglesia un lugar importante, pues continúa para con la entera familia de los creyentes su obra de custodio silencioso y providente, comenzada con la pequeña familia de Nazaret. Así la Iglesia lo venera e invoca como su protector y así lo contemplan los creyentes mientras se esfuerza en imitar sus virtudes. En los momentos oscuros de la Vida, el ejemplo de san José es para todos un estímulo a la fe inquebrantable, a la aceptación sin reservas de la voluntad de Dios y al servicio generoso. San José, ruega por nosotros.

miércoles, 6 de marzo de 2019

HOMILÍA MIÉRCOLES DE CENIZA(06 DE MARZO DE 2019)

MIÉRCOLES DE CENIZA (6 de marzo de 2019) Primera: Joel 2, 12-18; Salmo: Sal 50, 3-6a. 12-14. 17; Segunda: 2Corintios 5, 20 – 6,2; Evangelio: Mateo 6, 1-6.16-18 Nexo entre las LECTURAS. Las tres lecturas de hoy expresan con claridad el programa de conversión que Dios quiere de nosotros en la Cuaresma: conviértanse y crean el Evangelio; conviértanse a mí de todo corazón; misericordia, Señor, porque hemos pecado; déjense reconciliar con Dios; Dios es compasivo y misericordioso... Cada uno de nosotros, y la comunidad, y todos, necesitamos oír esta llamada urgente al cambio pascual, porque todos somos débiles y pecadores, y porque sin darnos cuenta vamos siendo vencidos por la dejadez y los criterios de este mundo, que no son precisamente los de Cristo. Los "signos": ¿Qué hacemos con la ceniza y el ayuno-abstinencia? En sí ‘son’ nada. Las cosas, los ritos, los gestos, no valen por sí mismos, sino por el signo- significado, y por el espíritu con que los realiza la Iglesia. Es lo que bellamente nos enseña hoy Jesús en el evangelio. La limosna, para que no nos desordene el corazón la debemos practicar en la misericordia y el amor. La oración es buena si es fruto del Espíritu y el amor. El ayuno que agrada al Padre es el que se hace en humildad y caridad. Practiquemos ayunos, oraciones y limosnas para acercarnos a Dios y a los demás… Temas... LA CENIZA. «Eres polvo y al polvo volverás» (Gen 3, 19). Estas palabras, que el Señor pronunciara por primera vez dirigidas a Adán por razón del pecado cometido, las repite hoy la Iglesia a todo cristiano, para que podamos recordar algunas verdades fundamentales: nuestra ‘nada’, nuestra ‘condición’ de pecador, de heridos por el pecado y la realidad de la ‘muerte’, del límite. El polvo -|a ceniza colocada sobre la cabeza de los fieles-, algo tan ligero que basta un leve soplo de aire para dispersarlo, expresa muy bien cómo el hombre es ‘nada’. «Señor... mi existencia cual nada es ante ti» (Sal 39, 6), exclama el salmista. Cómo necesita hacerse añicos el orgullo humano delante de esta verdad. Y es que el hombre por sí mismo no sólo es nada, es también pecador; precisamente él, que se sirve de los mismos dones recibidos de Dios para ofenderle. La Iglesia hoy invita a todos sus hijos a inclinar la cabeza para recibir la ceniza en señal de humildad y a pedir perdón por los pecados; al mismo tiempo nos recuerda que en pena de nuestras culpas un día tendremos que volver al polvo. Pecado y muerte son los frutos amargos e inseparables de la rebeldía del hombre ante el Señor. «Dios no creó la muerte» (Sab 1, 13), ella entró en el mundo mediante el pecado y es su triste «salario» (Rom 6, 23). El hombre, creado por Dios para la Vida, la alegría y la santidad, lleva dentro de sí un germen de vida eterna (GS 18); por eso nos hacen sufrir ese pecado y esa muerte que amenazan impedirnos la consecución de nuestro fin y por lo tanto la plena realización de nosotros mismos. Y no obstante, la invitación de la Iglesia a meditar estas realidades dolorosas no quiere hundir nuestro espíritu en una visión pesimista de la vida, sino más bien abrir nuestros corazones al arrepentimiento y a la esperanza. Si la desobediencia de Adán introdujo el pecado y la muerte en el mundo, la obediencia de Cristo ha traído el remedio contra ellos, la salvación para nosotros. La Cuaresma prepara a los fieles a la celebración del misterio pascual, en el cual precisamente Cristo salva al hombre del pecado y de la muerte eterna y transforma la muerte corporal en un paso a la vida verdadera, a la comunión beatífica y eterna con Dios. El pecado y la muerte son vencidos por Cristo muerto y resucitado y tanto más participará el hombre de semejante victoria cuanto más participe de la muerte y resurrección del Señor. LA CONVERSIÓN. «Esto dice el Señor: Conviértanse a mí de todo corazón, en ayuno, en llanto y en gemidos. Rasguen sus corazones y no sus vestiduras» (Joel 2, 12-13). El elemento esencial de la conversión es en verdad la contrición del corazón: un corazón roto, golpeado por el arrepentimiento de los pecados. Este arrepentimiento sincero incluye de hecho el deseo de cambiar de vida e impulsa a ese cambio real y práctico. Nadie está libre de este empeño: todo hombre, aun el más virtuoso, tiene necesidad de convertirse. es decir, de volver a Dios con más plenitud y fervor, venciendo aquellas debilidades y flaquezas que disminuyen nuestra orientación total hacia Él. La Cuaresma es precisamente el ‘tiempo clásico’ de esta renovación espiritual: «Ahora es el tiempo propicio, ahora es el tiempo de la salvación» (2 Co 6, 2), advierte san Pablo; pertenece a cada cristiano hacer de él un momento decisivo para la historia de la propia salvación personal. «Les pedimos en nombre de Cristo: reconcíliense con Dios», insiste el Apóstol y añade: «los exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios» (ib 5, 20; 6, 1). No sólo el que está en pecado mortal tiene necesidad de esta reconciliación con el Señor; toda falta de generosidad, de fidelidad a la gracia impide la amistad íntima con Dios, enfría las relaciones con él, es un rechazo de su amor, y por lo tanto exige arrepentimiento, conversión, reconciliación. El mismo Jesús indica en el evangelio (Mt 6, 1-6; 16-18) los medios especiales para mantener el esfuerzo de la conversón: la limosna, la oración, el ayuno: e insiste de manera particular en las disposiciones interiores que los hacen eficaces. La limosna «expía los pecados» (Ecli 3, 30), cuando es realizada con la intención única de agradar a Dios y de ayudar a quien está necesitado, no cuando se hace para ser alabados. La oración une al hombre con Dios y alcanza su gracia cuando brota del santuario del corazón, y no cuando se convierte en una vana ostentación o se reduce a un simple decir palabras. El ayuno es sacrificio agradable a Dios y redime las culpas, si la mortificación corporal va acompañada de la otra, sin duda más importante, que es la del amor propio. Sólo entonces, concluye Jesús, «tu Padre que mira en lo secreto te recompensará» (Mt 6, 4. 6. 18), es decir, te perdonará los pecados y te concederá gracias siempre más abundantes. Sugerencias... Invitar a globalizar la reconciliación. Especialmente el Papa quiere que extendamos la reconciliación-misericordia a todos los hombres, en todas las latitudes y en cualquier estrato de la sociedad y con todas las culturas y religiosidades. Como católicos, hemos de reconciliarnos primeramente con nosotros mismos, con nuestra conciencia puesta delante de Dios y de su voluntad. A la vez, hemos de buscar la reconciliación dentro de la misma Iglesia católica, pues una persona o una comunidad no reconciliadas no podremos tampoco reconciliar a otros ni con otros. Bajo el impulso y la guía del Santo Padre y de nuestros Obispos hemos de promover la reconciliación con todas las comunidades cristianas separadas de la Iglesia católica: con nuestra oración, con nuestro testimonio, con nuestra solidaridad, con nuestra ayuda material o espiritual. Se ha de promover por igual la reconciliación con los miembros de otras religiones (judíos, musulmanes, budistas, hinduistas...). Es probable que dentro de nuestras mismas parroquias haya miembros de otras Iglesias cristianas, o de otras religiones: habrá que comenzar por ellos el impulso y el deseo de reconciliación. ¿Cómo? Tratando de realizar las formas que nuestros obispos o párrocos nos señalan; pero además, el Espíritu inspirará a cada uno otras formas concretas, personales o grupales de hacerlo. La reconciliación global abarca otros sectores de la vida, además del religioso: reconciliación en la vida laboral, barrial, vecinal, espacios de la vida sindical, política, entre diversos sectores económicos, reconciliación en los estadios de fútbol entre los hinchas de un equipo y de otro, del equipo nacional de diversos países... En Argentina, una reconciliación Nacional con ocasión del camino de la elección de nuestros gobernantes y legisladores. Recordemos que la globalización de la reconciliación es para un bien mayor, para la mayor gloria de Dios y la salvación de todos los hombres. La reconciliación permanente. Que no sea solo ocasional... además no nos reconciliamos de una vez para siempre, sino que necesitamos mantenernos en actitud ‘continua’ de reconciliación. En la reconciliación sucede lo que en el amor: si no se alimenta, se enfría, se arrutina, y muere. Día tras día hay que renovar la actitud del hombre hacia la reconciliación, y hay que ejercitarse en actos de reconciliación, por pequeños que parezcan o sean, para mantenerla viva y para hacerla crecer. ¿Cuántas ocasiones tienes al día de practicar la reconciliación?, ¿lo harás? No la dejes pasar, Dios te ama y te llama a practicar la misericordia. Aprovecha esta gracia. Para llegar a crear una actitud de reconciliación se requiere haberla practicado, sin cansancio, en muchas ocasiones. ¿Por qué no reflexionar, al final del día, si has tenido alguna oportunidad de reconciliarte con Dios, le has fallado en algo, has sido menos generoso con Él?, ¿has tenido alguna ocasión de practicar la reconciliación con los demás (familiares, vecinos, emigrantes, cristianos de otras Iglesias, mendigos...)? y, ¿la has sabido aprovechar? ¡Una reflexión que puede cambiar bastante nuestra vida y nuestro entorno! INVITACIÓN: Invitar para que tengamos una buena Cuaresma y una hermosa PASCUA. María, Madre de misericordia, ¡ruega por nosotros!

HOMILIA Primer Domingo de CUARESMA cC (10 de marzo 2019)

Primer Domingo de CUARESMA cC (10 de marzo 2019) Primera: Deuteronomio 26, 1-2. 4-10; Salmo: Sal 90, 1-2. 10-15; Segunda: Romanos 10, 5-13; Evangelio: Lucas 4, 1-13 Nexo entre las LECTURAS Las lecturas de hoy son toda una profesión de la fe, un "credo". Los israelitas profesan su credo en el templo: "Mi padre fue un arameo errante...Él (el Señor) nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos que tú, Señor, me has dado". (Primera Lectura). Jesús responde tres veces a Satanás como reafirmación de lo que Él cree: "no sólo de pan vive el hombre". "Al Señor, tu Dios, adorarás y él solo darás culto" "No tentarás al Señor, tu Dios". Finalmente la segunda lectura contiene una antigua profesión de la fe cristiana: "Jesús es el Señor". Temas... «El Señor nos dio esta tierra». La ofrenda de las primicias aparece asociada en la primera lectura a una antigua confesión de fe de Israel, la cual narra en apretado resumen la acción salvífica de Dios: el arameo errante y sin patria debe ser Jacob, que había servido en Aram, en casa de Labán; venía del extranjero y se estableció en Egipto, una tierra aún más extranjera. Sólo la salida de Egipto merced a la fuerza de Yahvé y la tierra que Éste dio al pueblo proporcionaron a Israel el bienestar y la vida sedentaria. Por eso las primicias de los frutos del suelo pertenecen a Dios. La confesión es aquí reconocimiento. Los dones que se traen en la cesta no son más que la imagen simbólica de la actitud interior de fe. «Durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto». La actividad pública de Jesús comienza también, según el relato del evangelio de hoy, con un ‘vagar sin patria’ por el desierto, y aquí resuenan más fuertemente los cuarenta años que Israel anduvo errante por el desierto. Fue éste un tiempo de prueba y a menudo de verdadera tentación, a la que el pueblo sucumbió más de una vez. Fue también un tiempo de ejercicio solitario de su relación con Dios, del mismo modo que los confesores, los apóstoles y los santos cristianos con frecuencia sólo han comenzado su misión entre los hombres después de años de desierto y de estar con Dios a solas. Que durante este tiempo su fe se forjara definitivamente, muestra que han seguido el camino de su Señor, que también ayunó en el desierto y se vio sometido a las tentaciones relativas a su misión mesiánica. En modo alguno debemos poner en cuestión o subestimar la profundidad de estas tentaciones de Jesús. Él, que tomó sobre sí nuestro pecado, quiso también experimentar nuestras tentaciones, el maligno y engañoso poder de seducción. «Eva se dio cuenta de que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable porque daba inteligencia» (Gn 3,6). A Jesús, que no había probado bocado durante cuarenta días, un pan al alcance de la mano debió parecerle apetecible; la posesión de este mundo que Él debía llevar al Padre, deseable, y el milagro que se le propuso, muy útil para afirmar su posición ante el pueblo. Todo esto era tan plausible. ¿Por qué elegir un camino tan complicado de renuncia? Los tres versículos de la Escritura con los que Jesús replica y se opone al diablo, no son fórmulas aprendidas de memoria, sino respuestas “amargas y trabajosamente” conseguidas. Se las puede llamar, en un sentido más elevado, una confesión de fe existencial. "La fe del corazón y la profesión de los labios". Esta confesión (en la segunda lectura) no quiere decir que eso sea algo subjetivamente fácil: la palabra (de la fe que la Iglesia anuncia) «está cerca: en los labios y en el corazón» del creyente, porque esa palabra es en el fondo el mismo Cristo; pero es una palabra que el propio creyente ha de pronunciar y nadie puede pronunciar por él. Y esto de nuevo no como una fórmula aprendida de memoria, de todos conocida y sacada de la liturgia de la comunidad, sino como una afirmación que implica estar dispuesto a sacar las consecuencias para la propia vida: «Jesús es el Señor (Kyrios)» y «Dios lo resucitó» de entre los muertos. Las dos cosas se implican mutuamente: como el resucitado, Jesús es también el Kyrios que reina sobre el mundo entero, por tanto también sobre mí, sobre mi corazón, sobre mi vida; por ello también es el Kyrios «de todos, generoso con todos los que lo invocan», ya sean judíos o griegos, chinos o indios. La confesión de fe en este Señor, la entrega de sí que en ella se expresa, proporciona «justicia y salvación», y no otra cosa que podamos imaginar como instrumento de salvación o como mérito. Sugerencias... Confesar la fe -en un mundo relativista-. La tentación es una compañera inseparable de la vida humana. El tentador es uno solo, y tan orgulloso que no tiene reparos en tentar al mismo Hijo de Dios y tan creatura que siempre hace lo mismo, tienta de la misma manera. Las formas que adopta y los medios que utiliza para tentar a los hombres en cada tiempo, costumbres, y culturas, fundamentales son siempre las mismas: tener, poder, saber, placer. En cualquiera de las tentaciones imaginables se incluye alguno de estos ingredientes. Como creyentes en Cristo, es una gracia para nosotros y una gran oportunidad confesar nuestra fe en medio de este mundo relativista, que se ha propuesto olvidar a Dios y la vida sobrenatural, ahogar o marginar la verdadera felicidad, la piedad y la práctica de las virtudes. Las tentaciones serán, para nosotros, una ocasión importante para confesar a Jesucristo, nuestro Dios y Señor, y, mediante nuestra confesión de fe, vencer la tentación con la fuerza de Dios y mostrar al mundo la dignidad del hombre que solo se comprende de rodillas frente a Dios en actitud de adoración: "Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe". No nos dejes caer en la tentación. Los cristianos somos débiles y lo sabemos. Pero también sabemos que tenemos la gracia de Dios y que si confiamos en Él podemos estar ‘seguros’ que los ataques del tentador, sin importar cuán poderosos sean, no pueden derrotarnos. ¿Por qué si no, pediríamos al Padre en nuestra oración diaria "No nos dejes caer en la tentación"? El supermercado de la religión y de lo sagrado está hoy día lleno de dioses y de ídolos que prometen de todo… y no pueden cumplir, y muchos escogen y eligen basándose en sus caprichos o gustos. Hay muchos católicos "culturales" que adoran el trabajo, la ciencia y la política más que a Dios. Como individuos y miembros de la Iglesia debemos rezar fervientemente el Padre Nuestro cada día, pidiendo al Señor humildemente "no nos dejes caer en la tentación". María, Medianera de todas las Gracias, ruega por nosotros.

viernes, 1 de marzo de 2019

Matteo Farina otro adolescente camino a los altares, el “infiltrado” entre los jóvenes

material de RADIO MARIA. Matteo Farina otro adolescente camino a los altares, el “infiltrado” entre los jóvenes 01/03/2019 – La santidad no es cosa del pasado ni tiene olor a naftalina. De hecho, entre los jóvenes existen grandes modelos de santidad que se convierten en faro para la vida de multitudes. Es el caso del Beato Pier Giorgio Frassati (1901 -1925), el joven de 24 años amante de la montaña, con fuerte fervor a la eucaristía y con un gran compromiso social con los más pobres en la Italia de la revolución industrial. También aparece la figura de la Beata focolarina Chiara Luce (1971 -1990), a quien le bastaron 18 años para vivir el evangelio en plenitud, ofreció su enfermedad a Jesús y antes de morir dijo “¡Ya no puedo correr más, pero cómo me gustaría poder pasarles la antorcha, como en las Olimpíadas! Los jóvenes tienen tan sólo una vida y vale la pena vivirla bien”. En el último tiempo apareció con fuerza la figura del siervo de Dios Carlo Acutis (1991 -2006), el “ciber apóstol” adolescente amante de las computadoras y creador de la primera web que recopila los milagros eucarísticos de todo el mundo. Al descubrirle una leucemia fulminante que lo mataría en 12 días, ofreció sus dolores y sufrimientos por el Papa y la Iglesia. Mateo, el amigo del Padre Pío y el “infiltrado” Matteo Farina (1991- 2009) nació en la localidad italiana de Avellino y pasó toda su vida en Brindisi. A los 9 años, una noche de enero del 2000, ve en sueños al Padre Pío que le dice :“Si has conseguido comprender que quien está sin pecado es feliz, debes hacer que los demás lo comprendan, de manera que podamos entrar todos juntos, felices, en el reino de los Cielos”. Es sólo un niño pero las palabras que el Santo de Pietrelcina le comunica le sacuden por dentro de tal manera que, en un instante, tiene clara su misión. Pero, ¿qué misión puede tener un niño de la periferia de Brindisi? Será él mismo quien lo explique en su diario: “Espero poder llevar a cabo mi misión de ‘infiltrado’ entre los jóvenes hablándoles de Dios (iluminado precisamente por Él): observo a los que me rodean para entrar entre ellos silencioso como un virus y contagiarles de una enfermedad que no necesita tratamiento, ¡el Amor!”. Una misión que Matteo ya no abandonará, ni siquiera cuando llegue el momento de dejar esta tierra, el 24 de abril de 2009, con solo 18 años. Matteo está hoy vivo en Dios y, mucho más que antes, obra por la conversión de todos los jóvenes al Amor de Dios, que hace nuevas todas las cosas. “Te gustaría gritarle al mundo que harías todo por tu Salvador, que estás preparado para sufrir y morir por Él. Tendrás la posibilidad de demostrarle tu amor…”. Ese deseo que el muchacho madura con pasión, día tras día, parece una verdadera profecía. Sucederá realmente esto: paralizado y clavado al lecho del sufrimiento, igual que Jesús en la cruz, Matteo ofrecerá su larga enfermedad, hasta las últimas gotas de vida, “por la salvación de las almas y la conversión de los pecadores”. El Señor le compensó en la tierra con la Gracia de una fe que mueve montañas. Y lo sostuvo en los momentos más oscuros, tan pequeño y, a la vez, tan fuerte como una roca contra la que arremete el mar en tempestad: “Acurrúcate humilde entre los brazos de Dios -repite Matteo en los momentos de mayor prueba- y te sentirás seguro. Déjate ir, abandónate, porque Él te llevará dónde te quiera llevar“. A los 13 años descubre que tiene una grave forma de cáncer cerebral. En septiembre de 2003, tras un verano feliz y despreocupado, Matteo empieza su viaje por la enfermedad, con fuertes dolores de cabeza y extraños problemas de vista. Serán 6 largos años recorriendo el vía crucis con Jesús. Dicho todo esto, si uno se imagina a un niño angustiado y triste, comete un error gravísimo. Matteo irradia luz, las terribles fiebres que lo golpean no son nada con la fiebre de vida con la que contagia a todos los que le rodean. Esto es lo que escribe en su diario mientras la enfermedad afecta cada vez más a su vida cotidiana: “Estoy viviendo una de esas aventuras que cambian tu vida y la de los demás. Te ayuda a ser más fuerte y a crecer, sobre todo, en la fe (…). Este es el diario de un niño de trece años con una experiencia espectacular (…). Y es realmente lo hermoso de esta aventura: parece un sueño, pero todo es verdad”. Incluso en los momentos más difíciles, el niño tiene la audacia de no verse como un enfermo. Matteo vive, vive intensamente, disfruta, ama. Está siempre rodeado de amigos, que se pegan a él como las abejas a la miel, adora la música, toca y canta en un grupo. En la medida de sus posibilidades, va al colegio y se presenta a los exámenes, consiguiendo óptimos resultados. Matteo es sonrisa, alegría, vida que pulsa. Es capacidad de amar y de donarse a los otros sin límites. Con solo mirarlo, no hay duda alguna: la luz que Matteo lleva dentro e irradia, es la luz de su amado Jesús. Un Jesús que crece dentro de él, que de niño se hace adolescente, luego hombre. Un Jesús Amigo, Compañero, Padre y Maestro. Un Jesús que sella su vida con su Amor eterno y misteriosamente vivo en el presente. En abril de 2007, Matteo se conoció y se enamoró de Serena, quien definirá “el regalo más hermoso que el Señor podría darle”, viviendo con ella una relación de amor puro. Los dos jóvenes permanecerían juntos hasta el final, apoyándose unos a otros, incluso cuando la enfermedad se hiciera cargo, acogiendo todo con gran madurez y fe, como la voluntad del Señor. Jesús y Matteo, una vieja amistad En el marco excepcional de una enfermedad vivida de manera extraordinaria, asombra el hecho de que la semilla de santidad hubiera sido plantada en los días de la “normalidad”, como diciendo que Jesús y Matteo ya se habían elegido mucho antes de la Cruz: desde el principio. Esta preferencia de Dios se manifiesta en Matteo con la forma de una caridad que pulsa: “la dulzura hecha persona“, así lo describen en su barrio, donde todos le conocen. De hecho, desde que era muy pequeño, Matteo desea llevar ese Amor que siente con fuerza dentro de su corazón a todos: familiares, compañeros, amigos. “Espero poder conservar la alegría que siento ahora y darla a quien tiene necesidad de ella –escribe en su diario–. Cuanta más alegría damos, más felices son los demás. Cuanto más felices son los otros, más felices somos nosotros“. Es un camino que, en algunas ocasiones, es arduo: aún siendo muy amado, Matteo es una persona bastante “incómoda”, sobre todo para sus coetáneos, con los que no le faltan pruebas. Sobre todo cuando tiene que enfrentarse a la experiencia de quien quiere cambiar su profunda sed de Verdad por los halagos del mundo. Como explica en su diario el 19 de septiembre de 2005, día en que cumple 15 años: “Me gustaría conseguir integrarme con mis coetáneos sin sentirme obligado a imitarlos en las equivocaciones. Me gustaría sentirme más partícipe en el grupo, sin tener que renunciar a mis principios cristianos. Difícil, ¡pero no imposible!”. Su gran amor por la Vida y su indómito deseo de amar a todos le llevan a idear caminos siempre nuevos, para recorrer la vía de la Verdad sin hacer concesiones. Y todo lo que queda incompleto, Matteo lo ofrece con amor a su Jesús que, con el tiempo, forma una unidad con su corazón. Matteo y su vida ofrecida en la cruz En la Cruz, Matteo crecerá cada vez más en el Amor y en la Caridad: al ritmo del Rosario a su “Virgencita”, de la Palabra de Dios y de la adorada Eucaristía, el joven ofrecerá todas sus penas y su cruz para que “cada alma pueda convertirse al Amor del Padre y cada pecador pueda encontrar la Salvación”. En especial, Matteo se preocupa por las almas de los jóvenes que lleva en su corazón. Es una Cruz que Matteo no sólo acepta, sino que llega a amar con todo su ser. Cuando su hermana Erika intenta ayudarle y consolarle después de las agotadoras terapias, él siempre responde seráfico: “Tanto es el bien que espero que cualquier dolor aprecio”. En los últimos tiempos, cuando está ya encamado porque los miembros y varios órganos no responden, repite a su madre: “Debemos vivir cada instante como si fuera siempre el último, pero no con la tristeza de la muerte. ¡No! Debemos hacerlo en la alegría de estar siempre preparados al encuentro con el Señor nuestro Dios”. En las noches de enorme sufrimiento -cuando ya los médicos anuncian la muerte cercana y, por lo tanto, informan de la suspensión de cualquier tipo de tratamiento-, es la madre la que, conociendo bien el alma de su hijo, habla por él: “No, lo seguís tratando y hacéis lo posible hasta el último instante”. Matteo, de hecho, con gran firmeza, le repetía siempre: “¡La vida hay que defenderla hasta el último instante!”. Matteo, con su vida sencilla y extraordinaria, siempre ha querido testimoniar con convicción que la santidad es un camino para todos, materializando las palabras que Juan Pablo II deseó a todos los jóvenes: “En realidad, es a Jesús a quien buscan cuando sueñan la felicidad; es Él quien los espera cuando no los satisface nada de lo que encuentran; es Él la belleza que tanto los atrae; es Él quien los provoca con esa sed de radicalidad que no les permite dejarse llevar del conformismo; es Él quien los empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien les lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejarse atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejorarse a ustedes mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna”. Adaptación de material tomando en camino católico

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...